Cada vez más salvaje, cada vez más precoz, la delincuencia juvenil se  cobra un gran número de víctimas en Occidente. 
                                    El fin de la inocencia es hoy mucho más temprano, especialmente por lo  que respecta a las violaciones que, en el caso de los Estados Unidos, no  raramente tienen por autores a niños de 10 u 11 años. No menos impresionante  resulta el hecho de que semejantes crímenes a menudo son aparentemente sin  sentido. «Simplemente tenía ganas de ir y matar a alguien», declaró a la  policía un asesino de 16 años, preso por la muerte de una mujer a la que jamás  había visto. Al igual que este pequeño Rambo —como era conocido entre sus compañeros de clase—, los jóvenes delincuentes de  hoy no suelen mostrar el menor remordimiento cuando son detenidos, ni  sensibilidad alguna hacia el sufrimiento de sus víctimas. De hecho, ellos  mismos facilitan su captura, porque les gusta jactarse de sus «proezas» y  pronto se delatan. 
                                    No es un fenómeno exclusivo de ambientes socialmente deprimidos. Muchos  de esos precoces criminales proceden de clases acomodadas. La inmensa mayoría,  eso sí, son varones, aunque ya empiezan a sumarse las niñas. 
                                    Vale la pena examinar un viejo análisis de la revista Time1 sobre este fenómeno actual, y muy  actual, que ya poco conoce de fronteras. 
                                    Familias rotas 
                                    Ciertamente, la adolescencia ha sido siempre una edad problemática;  quizás de modo especial en los hombres, se despiertan energías difíciles de  contener, que pueden llevar a los extremismos, a idealismos poco sensatos o a  cierta agresividad. Ahora bien, la actual ola de violencia juvenil no se  explica sólo por el sarampión de la pubertad. «Generalmente, la sociedad  —señala Time en el artículo citado—  ha sido capaz de dominar y canalizar los impulsos agresivos gracias a  instituciones básicas: la familia, la escuela y las Iglesias. Pero estos  pilares se están desmoronando». 
                                    Hay, sobre todo, demasiadas familias fracturadas. Con hijos a cargo de  un solo padre —generalmente, la madre—, con poco tiempo para atenderlos.  También demasiados matrimonios que prestan más tiempo y atención a sus respectivas  profesiones que a los hijos: un 65% de las madres con hijos menores de edad  trabajan fuera del hogar. Abundan, asimismo, los malos tratos a los niños y los  padres alcohólicos o drogadictos. «El resultado final es que los hijos no  reciben el cuidado, la orientación y la vigilancia necesarios para imbuirles  unos valores y un apropiado código de conducta». 
                                    Todo esto ayuda a explicar por qué la criminalidad juvenil no se da  únicamente en ghettos. Y es que más  decisivo aún que las condiciones materiales o el nivel educativo es la falta de  atención a los hijos. Unos padres yuppies pueden ser el principio de un camino a la delincuencia. En efecto, una parte  importante de estos pequeños salvajes son niños mimados: «Los chicos que han  tenido todo pueden llegar a creer que tienen derecho a cualquier cosa (…). E  incluso sus ocupados y superficiales padres tal vez no dan a estos consentidos  adolescentes lo que más necesitan: atención y vigilancia». 
                                    Explotación de los instintos 
                                    A las anomalías familiares hay que añadir, según el semanario  norteamericano, «las muchas fuerzas que en la cultura moderna alientan el sexo  y la violencia indiscriminados». Los adolescentes abandonados de sus padres a  menudo caen presa de la industria que explota los instintos. Para un gran  número de jóvenes, los medios de diversión constituyen una segunda educación,  después o en lugar de la que proporcionan la familia y la escuela. Y, a veces,  el contenido de los programas de esta enseñanza secundaria son verdaderamente  destructivos. 
                                    Los expertos discuten aún si la violencia y el sexo de los espectáculos  induce efectivamente conductas antisociales. Time se inclina por el sí. El sentido común indica que recrearse en  la contemplación de brutalidades no puede tener un efecto positivo. Por otra  parte, dice la revista, «los medios de diversión desempeñan un papel desde  primera fila en la formación de valores». Y los adolescentes son un público  especialmente sensible. 
                                    Suponiendo que no sea fácil demostrar que existe una relación causal,  al menos se ha de admitir la evidencia de una correlación estadística. Se  dispone de un estudio que ha seguido la evolución, durante 22 años, de 875  muchachos de una comunidad rural de Nueva York. Los resultados revelan que  aquellos que de pequeños vieron más violencia televisiva, presentaban después  una tendencia más marcada a manifestaciones agresivas. La cuarta parte de éstos  había tenido que vérselas con la justicia antes de cumplir 30 años. Muchos  expertos están convencidos de que la marea de sexo en películas y otros  espectáculos ha contribuido decisivamente al aumento de violaciones, uno de los  delitos más habituales entre la población juvenil. Un sociólogo de Boston  sentencia a este propósito: «Los adolescentes hacen, sencillamente, lo que ven  hacer». 
                                    Retrato de una sociedad 
                                    Por eso, la ácida mezcla de sangre y sexo de muchas películas, cómics y  discos es motivo de seria preocupación, sobre todo en Estados Unidos. Los  adolescentes desatendidos son clientes habituales de esa industria depravada.  Se han convertido en una práctica común las llamadas videoparties, en las que un grupo de adolescentes se reúne para ver  películas sádicas y pornográficas en sesión continua hasta la madrugada.  Semejantes fiestas suelen tener lugar en periodos de vacaciones o en fines de  semana, que es precisamente cuando los abusos sexuales cometidos por jóvenes  alcanzan su punto álgido. 
                                    Ese grave déficit de formación moral lleva al seminario a cuestionar  algunos de los valores que la sociedad transmite. «Los padres (…) deberían mirarse  en el espejo. Los valores de la juventud de hoy son simplemente una imagen  ampliada de los valores de los mayores». La ola de violencia juvenil es hija de  la ética dominante, que pone el acento en el éxito material y la gratificación  inmediata, más que en el servicio a los demás. O, como dice Roberto Coles, psiquiatra de Harvard:  «Nuestra cultura estimula los instintos en vez de inhibirlos». 
                                    La raíz del problema, por tanto, está en la vida real antes que en las  películas. Si los adolescentes sucumben a la agresión del ambiente, es porque  los padres han caído primero. Tal vez, quienes necesitan rehabilitación son,  ante todo, los padres. 
                                    Istmo N° 242                                    |