El triunfo del neoliberalismo a escala mundial hizo retroceder los logros del Estado de Bienestar e impuso nuevos paradigmas, como el de la inseguridad, que lo ayudan a perpetuarse. Una charla a fondo con Elías Neuman, abogado, criminólogo y profesor en la maestría de Derecho Penal y Criminología de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, ayuda a desentrañar los mecanismos de un sistema de poder basado en la exclusión. Neuman afirma que “la sociedad debe atenerse al hecho de haber prestado, directa o indirectamente, apoyo al robustecimiento de las políticas neoliberales de la época de los años 90 y a los políticos que la propusieron y llevaron a cabo”.
—Muchos economistas vuelven a leer con atención las teorías de Malthus. ¿Cuál es la razón de este retroceso?
—Da la impresión de que el sistema neoliberal y la economía de mercado han venido a reducir la población y frenar el crecimiento demográfico, como venía reclamando Malthus hace doscientos años. Lo cierto es que la realidad indica que cada vez hay más nuevos pobres, que los bolsones de extrema pobreza se van ensanchando y que las muertes por hambre y enfermedades crecen, en especial en África y América latina. Pero, ¿qué diría hoy Thomas Malthus, que en un mundo con 900 millones de personas avalaba las guerras y las muertes que producían pues decía que de seguir creciendo la población no habría comida suficiente para todos? ¿Qué método sugeriría ante una realidad que indica al presente una población mundial de 6.300 millones y que espera para 2025 llegar a los 11.000 millones…? Karl Marx despreciaba profundamente a Malthus, tanto que lo rebautizó como “sicofanta desvergonzado de la clase dominante”, porque sus teorías, argumentaba, sólo podrían ser válidas mientras gobernase la clase privilegiada. La impresión es que hoy la amenaza malthusiana se cumple.
—¿Qué fuerza empuja las ideas malthusianas otra vez a la superficie, cuando parecían archivadas hacía mucho?
—Los negocios, ni más ni menos. La ganancia está por encima de la gente, en especial de aquella cuya vida resulta descartable. Las prácticas sesgadas de los empresarios han hecho de los ámbitos sociales un inmenso campo para el juego de apropiación de beneficios. Al bien común lo han transformado en su propio interés. Sólo se trata de acumular ganancias a cualquier costo. De seguir esta senda llegaremos a una sociedad cerril, donde triunfe tan sólo el individualismo, lejos del bien común y la justicia a que aspiran las sociedades democráticas.
—Neoliberalismo y malthusianismo van necesariamente de la mano, entonces…
—Los postulados del Estado de Bienestar y aun del propio capitalismo industrial, que admitía la lucha por el mejor ingreso per cápita, han pasado a mejor vida con el neoliberalismo. Se produjo un profundo cambio en el sentido y el sentimiento ético de la vida humana. Y cientos de millones de personas han dejado de importar. Han quedado excluidas socialmente y sin chance. Sus vidas, su dignidad, ya no importan. Y es habitual la criminalización de su pobreza. Si esto no es malthusianismo…
Usted sabe, la implantación del neoliberalismo, en especial en los países marginales, se logró mediante el temor absoluto de los ciudadanos. En Latinoamérica fueron las sangrientas dictaduras militares de la década de 1970, que hicieron de la muerte y desaparición de personas su lenguaje cotidiano. ¿Por qué no seguir explotando el miedo mediante la inseguridad social cuando, por añadidura, sirve a la perpetuación del sistema? Eso hicieron.
—¿La vulnerabilidad de tantos –me refiero a aquellos que, con suerte, acceden a las comodidades de la vida burguesa a través de la tevé– se transforma para la sociedad burguesa en paradigma de peligrosidad? ¿Para los pobres el único destino es la criminalización, entonces?
—Al neoliberalismo no le ocupa ni le preocupa la problemática de los pobres. Para ellos, por ejemplo, la seguridad no existe. Es una prestación institucional a la que no arriban, aunque aspiren a ella. Es un derecho que han perdido. ¿Ante quién invocarlo?, ¿ante la policía…? Además, es sinónimo corriente que los delitos provienen de abajo, de allí que la seguridad social se ejerce a favor de las clases medias y altas.
Antes se moría naturalmente de viejo, de enfermo, por accidentes y aun por suicidio. Hoy se muere de miseria, de frío, de intemperie, de desinterés y de abandono. La pena de muerte ha pasado a ser extrajudicial, en las calles o en las cárceles, de la mano de controles formales del poder punitivo: policía y carceleros. ¿Qué otro puede ser el destino de los oprimidos, personas victimizadas con la exclusión social y ligadas a la abrumadora miseria? Además, el temor estatal por la posibilidad de movimientos de insumisos que se rebelan frente a la opresión no resulta absurdo. Se nutre en la historia y en la condición humana la aspiración profunda de liberación. Para estas personas, el Estado está en fuga.
—Un grupo social especialmente expuesto es la juventud. ¿Qué ocurre con ella en una sociedad dominada por el consumo y a la vez generadora de exclusión?
—Los jóvenes son expulsados por y del sistema. En la Argentina, a mediados de los años 80 del siglo pasado, comienza a advertirse este fenómeno que se proyecta hasta hoy. Se hallan expulsados y no se advierte ni interés ni trabajos plausibles para hacerlos retornar de tal expulsión. No hay proyecto educativo y de esparcimiento para ellos porque no hay, en sentido trascendente, justicia social. Fíjese, el Estado, sin programa alguno que ofrecer, se ausenta de los más pobres y así adopta una actitud cómplice con su exclusión.
Es posible que el Estado y los políticos en funciones adviertan que ya no podrán integrarlos. Los jóvenes pasan a ser potencialmente insumisos y rebeldes, y el Estado y sus gobernantes no lo ignoran. Entonces hay que proveer con urgencia a su control social. Y ese control se ejercerá, más allá de las agencias punitivas del propio Estado, de manera incruenta e informal pero astuta, mediante las drogas, el alcohol, la música, en especial el rock. Se sabe de antaño que la adicción a esos formas legítimas o ilegítimas –para el caso es lo mismo– de formas atrapantes no permiten pensar ni rebelarse, acaso tampoco dialogar. Los jóvenes van a compartir con otros la misma situación de acatamiento, de sumisión, a veces placentera, pero sumisión al fin.
—La inseguridad parece ser el tema del momento, instalado centralmente en una sociedad que aún no pudo reparar el daño causado por gobiernos dictatoriales y neoliberales, y que ya está siendo azuzada hacia la derecha por el discurso apocalíptico de ciertos medios interesados.
—¡Es que la inseguridad es el paradigma que ayuda a perpetuar el sistema neoliberal! Mire: el neoliberalismo requiere de mecanismos y controles que aseguren el cumplimiento de paradigmas que sirvan a su reproducción. Y la inseguridad es uno de ellos. Le voy a dar una pista. En nuestro país, pero también en otros tanto centrales como periféricos, se advierte un pacto silencioso y cómplice entre el gobierno y la policía. Mediante un lenguaje sobreentendido, la policía, órgano principalísimo del poder punitivo del Estado, sabe que debe prestar absoluta y rápida respuesta represiva frente a cierto tipo de delincuencia pero, muy especialmente, ante la protesta de grupos organizados y aun grupúsculos y personas insumisas. La contraprestación que recibe por ese servicio de parte de los políticos en funciones, es cerrar los ojos y sellar los labios, lo que permite el anclaje corruptivo de los “negocios” policiales.
—Pero la policía entonces hace negocios y además desatiende su misión…
—En el sistema, la policía está dedicada casi exclusivamente a los delitos callejeros y urbanos, que son sinónimo de lo que se denomina “violencia”. No se ocupa de la investigación de ilicitudes penales no convencionales. Los policías suelen señalar que las armas de los delincuentes son más sofisticadas y efectivas que las utilizadas por ellos. Aseveración que parece propiciada para hacerse de armas de todo tipo, incluidas ametralladoras de mano, mejores patrulleros, helicópteros y tanquetas capaces de desbrozar cualquier obstáculo. Se habla de la represión a delitos como quien va a la guerra. Y no es otra cosa la represión que cobra vidas en los llamados enfrentamientos policiales con delincuentes. Muchas veces son emboscadas y casos del llamado “gatillo fácil”. Frente a esta pena de muerte sumarísima –pena de muerte extralegal producida por el organismo formal del poder punitivo del Estado que la lleva a cabo– el delincuente no se disuade ni intimida. Reprime y ataca a policías que también mueren.
—¿Por qué se instalan ideas como la pena de muerte o de justicia por mano propia?
—Volvemos a la ausencia del Estado, que es central en este tema. La ausencia del Estado no es simplemente la falta total de acción, sino esa misma falta de acción como garante de la ley. El Estado está presente, figura y posee capacidad de coerción pero es preciso considerarlo ausente por omisión en el ejercicio de la legalidad que debe imponer. La ausencia se refiere a la incapacidad manifiesta que demuestra el Estado al no asegurar la aplicación de la ley.
Y es igualmente ausencia aquella que produce las muertes por hambre o por enfermedades curables en excluidos sociales. Es que cuando el Estado se ha retirado o no comparece para dar protección y seguridad, puede provocar que el ciudadano, por instinto de conservación, agitado por sus propios miedos, regrese al estado de naturaleza de Hobbes. Si el Estado no atina, se autoexcluye, desaparece, se halla en fuga, produce la escisión del contrato social y las personas retoman aquellos derechos que habían cedido.
-¿Y cómo juega el mercado en este caso? ¿Es su dinámica la que crea las condiciones y a la vez impone los criterios acerca de las políticas de seguridad de los Estados?
-Si prestamos atención se advertirá una suerte de complicidad entre el mercado y el Estado y la gruesa corrupción que liga el soborno al apetito irracional de maximización de la renta empresaria. La ausencia del Estado implica casi siempre complicidad corruptiva y el quebranto de la ley. Lo ocurrido en Cromañon es un ejemplo rotundo de esto. Lo que demuestran tragedias de este tipo es la miseria humana y la ausencia del Estado ligada al veneno del puñal corruptivo, permítame decirlo así. De tal modo se viene aceptando que la solución del conflicto social que implica la falta de seguridad y el delito, por ausencia del Estado, se soluciona mediante la violencia. Los vecinos, hartos de la inseguridad, asumen el rol de la antigua vindicta, de modo directo. Así como portan armas o las tienen en sus casas o en la guantera de sus automóviles, bajo la almohada o en la cintura, para sentirse seguros respecto a delitos contra la propiedad, se producen nuevos homicidios, que una forzada jurisprudencia asume como “defensa propia”. Pero también ocurren linchamientos, golpizas frente a la sospecha de que se trata de un delincuente. Si el proceso continúa no sería difícil que se incendien villas miseria en una vorágine de crueldad necrófila en la pretendida defensa por mano propia. Ya ha ocurrido.
El Estado no puede estar ausente porque, si no, deja a la intemperie el mandato y la potestad de las leyes y también la resolución de los conflictos sociales mediante el funcionamiento de sus instituciones. Si a ello se une el miedo de las personas, que las hace proclives casi siempre a la búsqueda del represor, entenderemos por qué alcanza su mayor auge la idea de una política de la mano dura y de tolerancia cero.
—¿A qué se debe que el Estado haya abandonado su misión?
—La falta de seguridad, y su estrecha concesión con la impunidad, no puede ni debe ligarse a desidia, negligencia, inoperancia, falta de aplicación u otras desmesuras por el estilo. Es preciso advertir que en el modelo neoliberal el concepto de Estado y el Estado en sí, ha pasado a ser un simple órgano que queda fagocitado por los grandes consorcios financieros y sirve a esos grupos de privilegio. Se ha diluido el sentimiento ético con respecto a la vida y la seguridad y, por ello, de protección de ambas cosas.
La inseguridad social por ausencia del Estado puede parangonarse, y también compatibilizarse, con la pérdida de la soberanía política, del patrimonio cultural y de los derechos humanos: dignidad, trabajo, salud, educación, vivienda. Por eso le decía: la inseguridad social constituye un paradigma del modelo de sociedad preconizado por el neoliberalismo de la mano de la globalización y el capitalismo financiero, que requieren en su voracidad debilitar al Estado.
—Es indispensable recobrar la presencia y la acción del Estado, entonces.
—Es claro. El Estado, o mejor dicho su ausencia, es responsable directa de la falta de asistencia a la exclusión social. El Estado ausente de la vida de las mayorías excluidas y sin chance, hace abortar de modo violento la aspiración de justicia y deslegitima a la democracia. La sociedad argentina debe atenerse al hecho de haber prestado, directa o indirectamente, apoyo al robustecimiento de las políticas neoliberales de la época de los años 90 y a los políticos que la propusieron y llevaron a cabo.
Si algo debería sacralizarse en los tiempos que corren es a la persona humana, a hombres y mujeres aherrojados, devaluados por el sistema neoliberal. Pero, lo que se sacraliza en realidad, es al mercado por sobre la dignidad humana. Por eso la dialéctica social y jurídica de los Derechos Humanos, parece metafísica o un simple adorno en los discursos.
—¿Se podría resolver la inseguridad?
—Sí, si existiese un programa político estructural de política criminal o criminológica; porque se regularía el funcionamiento de las instituciones para recobrar la presencia del Estado. Sólo bastaría que los ciudadanos supiesen dónde deben reclamar y que se oigan esos reclamos, que sean asistidos y obtengan respuestas útiles y satisfactorias. Bastaría que la policía se dedicara a cuidar a las personas y no a torturarlas como herramienta de trabajo ni tampoco a extorsionarlas o ejercer connivencias con delincuentes. De tal modo el ciudadano no tendría que asumir ningún tipo de autodefensa.
[i]*Doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Profesor de Criminología, Victimología y Control Social en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Profesor en la maestría de Derecho Penal y Criminología de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Es autor de más de una veintena de libros.
**Periodista y escritor
Fuente: El Arca Nº 63-64 |