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Pornografía, violencia y medios de comunicación social

Por José Mª Poveda Ariño
En el nº 1 de la revista ATLÁNTIDA

Viejas realidades de la condición humana.

Recuerda el documento que “la pornografía y la exaltación de la violencia son viejas realidades de la condición humana”.

Escribir, mostrar, insinuar de cualquier modo lo que fomenta la prostitución -por antomasia: “la acción y efecto de exponer públicamente a todo género de torpeza y sensualidad”-, eso es la pornografía.

Desde que la criatura humana perdió el estado de justicia original, y con él la integridad del sentir, conocer y actuar, la condición sexual de la pareja tiende a reducirse al mero placer sensible, sencillamente, porque la sensación es lo primero y simple, dado ahí, sin más, por nuestra condición corpórea. Cuando asi sucede, se producen tres consecuencias inevitables.

La pareja deja de ser pareja. Hombre y mujer dejan de relacionarse en el sentido más eminentemente personal de la acción para convertirse en cosa, mejor dicho, en objeto capaz de suscitar y satisfacer (no siempre) el apetito sensible. La relación se convierte en reacción -algo más propio de la naturaleza material que de la racional que caracteriza a la persona -.

De otra parte, semejante reducción, parece importante subrayarlo, ha dado lugar, de manera progresiva hasta la confusión, a una paralela restricción del significado y alcance de la sexualidad. Habría que recordar aquí la esclarecedora doctrina de Juan Pablo II sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano y denunciar las formulaciones inconsecuentes del psicoanálisis sobre lo sexual, el placer, la represión, la sublimación, etc. Semejantes formulaciones corresponden a esquemas donde “lo psicológico” está concebido no como principio y efecto de formalización, sino como mecanismo (el aparato psíquico decía Freud), que elimina, a favor del llamado subconsciente, lo más eminentemente psíquico y operativo: la conciencia.

En castellano, “sexo” significa, desde el Diccionario de Autoridades (1737) a la última edición del de la Real Academia (1984), lo que naturalmente distingue a los individuos de una especie en orden a la reproducción. Utilizar el término (tercera acepción) para denominar los órganos correspondientes, no sólo no modifica, sino que precisa su propio significado. Cuando Gómez de Tejada, una de las autoridades del Diccionario, dice en el León prodigioso aquello de “... a quien la ignorancia consagró templos, erigió altares, abrasó aromas, mudó sexos”, lo dice todo. Es menester ser muy precisos y parcos al hablar o escribir sobre las ahora llamadas “relaciones sexuales”, “educación sexual”, y similares. Por mi parte he decidido evitar tales expresiones en los dictámenes facultativos y los informes forenses. En el citado documento no aparecen. El punto 24 dice: “Se invita a los padres a que multipliquen sus esfuerzos en orden a una completa formación moral. La cual supone una educación en favor de una actitud sana hacia la sexualidad humana...”. Antes, en el p. 16, había dicho: “La pornografía, además, cuestiona el carácter familiar de la sexualidad humana auténtica”.

Tercera consecuencia, telegráficamente expuesta: Placer sensible. Material. Comerciable. El objetivo de los productores es servir al cliente: el “cliente” es la cadena. Rara vez las ideas para la confección de un serial (revista, cine, TV, vídeo) proceden de “puntos” ajenos a la industria. Anunciable, con diversificación de objetivos. Público y publicable. Negocio, dinero, poder que, como la culinaria pescadilla, se muerde la cola ¿Qué mejor medio que los mass-media? Volveremos enseguida sobre los “medios”.

La violencia como exceso

La violencia es, como propiedad de la acción, tan antigua como circunstancialmente conveniente. Hay cosas y realidades que sólo se alcanzan con determinada fuerza o ímpetu en las acciones. “La determinada determinación” de Santa Teresa implica esa cualidad que radica en el fondo del ánimo y que, como acción y efecto de violentar o violentarse, contraría nuestras precarias tendencias. Pero, más allá de esta precariedad cada criatura tiene su propia naturaleza, y si se violenta queda expuesta al peligro de no ser lo que está llamada a ser.

La persona dice, ante todo, relación; lo que de reactivo (espontáneo, no pensado) aparece en nuestros actos procede de lo irracional que constituye el fondo, nunca del todo ordenado, de la criatura humana. Es precisamente en el comportamiento reactivo-irreflexivo donde la violencia, como exceso anómalo de la fuerza de la vida, se hace patente, revelando así la natural deficiencia, la imperfección de la humana naturaleza.

Paradójicamente, los grandes misterios de nuestra dimensión trascendental son los que, si vale decirlo así, disparan la violencia. Véanse, si no, las ecuaciones psicodinámicas del fenómeno verdad-mentira, amor-odio, vida-muerte. En rigor, la verdad, el amor y la vida, para los que el hombre fue creado, no pueden ser apresados desde nuestra condición temporal. No aceptar nuestra radical deficiencia es ya un principio de rebelión, es decir, de actitudes y comportamientos atentatorios contra el orden natural.

Violentar. Violar. Infringir o quebrantar una ley, acceder carnalmente a una mujer por fuerza, profanar algo sagrado. No pueden ser más claras las conexiones. Desde la vulgar y rutinaria prostitución hasta el aborto, pasando por toda especie de perversiones sexuales y crímenes. Es bien conocida la brutalidad de los homicidios cometidos por individuos sujetos de perversiones sexuales. ¿Qué es la perversión sexual, dentro o fuera de la patología, si no la formalización de la falta de amor?

Todo, como decíamos, tan viejo como el hombre y sus miedos: miedo de la vida y de la muerte, miedo del amor, miedo de la verdad.

El ecosistema audiovisual

Sin embargo, lo que realmente confiere al fenómeno sus caracteres alarmantes es, como anota el documento en el p. 5: “la difusión de la pornografía y la generalización de la violencia en los medios de comunicación social”. Esta es ahora la cuestión.

Decía Cervantes que en todo libro, por malo que sea, puede encontrarse algo bueno. Podría decirse lo mismo, pero al revés, de los actuales medios de comunicación social. Es su forma, allende los contenidos, lo que degrada la comunicación.

El problema deriva del esfuerzo mutuo de los diversos elementos fundantes de su finalidad. Destacaré desde mi punto de vista los dos que estimo principales.

Primero. Los medios de comunicación social son preferentísimamente medios audio-visuales. No discutimos el valor didáctico de estos medios hasta determinada edad y luego, a lo largo de la vida, según las materias que hayan de enseñarse o las noticias o hechos objeto de información. Pero por las mismas razones que son útiles, tales medios bloquean inevitablemente el proceso de desarrollo de la inteligencia por ideas y juicios.

Resultado: dislexias, disgrafías, ausencia de hábitos reflexivos, de capacidad de abstacción, de recogimiento interior, etc. El actual deterioro universitario se debe principalmente a estos resultados.

Pensamos, sobre todo, en los niños y adolescentes, pero no perdemos de vista a los adultos.

La presión del ecosistema audiovisual está fuera de toda duda. El mundo actual es un mundo de imágenes. Hace ya más de veinte años que en los EE.UU. los hogares americanos adquirían un televisor antes que ningún otro aparato eléctrico y había más familias con televisor que con instalación sanitaria. Allí entonces, y aquí ahora, un joven de 18 años ha pasado más horas frente al aparato de TV que en cualquier otra actividad. Buena parte de la psicopatología de la vida de las ciudades responde a esta etiología. Pero hace años también que el campo ha sido invadido por los mass-media: cuando el tractor era un sueño, el televisor centraba la atención de los bares y tabernas. Lo que ha generalizado el fenómeno ha incrementado su gravedad.

No se lee, no se escribe, no se piensa... No hay reflexión, no hay relación auténtica... Se vive y se actúa reactivamente. Y la reacción es tanto más eficaz cuanto más violenta; cuando con mas rapidez destruye lo esencial del contrario.

Se compite, o uno se inhibe para que no le vean: es lo primero de las “reacciones biológicas de sobresalto y sobrecogimiento” comunes a todos los seres vivos frente a situaciones de alarma; desde el infusorio hasta el hombre. Lo que como hiponoico e hipobúlico Kretschmer demostró ser el núcleo de la histeria. ¡No se comparte nada!..., se contagia el mal humor, la crispación con todas sus consecuencias.

Segundo. El objetivo es incrementar la clientela. Ampliar la base es tanto como alejarse de la persona concreta. Como mucho se divulga; pero como interesa el negocio, acaba por no interesar otro asunto que el negocio: el negocio del dinero, el negocio del poder. Del clásico aforismo ars longa, vita brevis las gentes se van quedando con que hay que aprovechar la vida, la vida como conjunto de sensaciones. Es más fácil invertir no favoreciendo la verdad, es más fácil invertir suscitando lo elemental y primario.

Hace ya más de cuarenta años me decía el director de una importante emisora de radio que su ideal, problemático entonces en España, era estar las veinticuatro horas en el aire. Pues sí. Inevitablemente nuestros mass-media propenden a la mediocridad.

La imagen y el sujeto

Bloqueo del desarrollo intelectual, desinhibición de lo primario, relativización de hechos e ideas, mercado abierto, mercancía averiada, producción mediocre...

Vistos los ingredientes, no es menester darles muchas vueltas para advertir la nocividad del combinado. He aquí, muy en síntesis, el proceso: La imagen de suyo enajena al sujeto de dos maneras: por su fácil penetración y por su potencial capacidad de actuarse. Cualquiera ha experimentado con qué facilidad se le quedan los ojos en la patalla del televisor; aunque la imagen represente la llamada “carta de ajuste”. Y en las imágenes profusas y corporalmente promiscuas de los grandes carteles-vallas, y las más pequeñas de las portadas de revistas que envuelven los quioscos. Y cualquiera sabe también que la ejecución del lance en el juego, en la caza, en el deporte, va precedida de un “acto de concentración” que no es otra cosa que su prefiguración imaginaria (es la vieja ley del péndulo de Ebbinghaus).

Este dinamismo de la imaginación se nutre de su facilidad asociativa. En consonante o a la contra, lo mismo da. Las variables secuenciales son mínimas. En cualquier caso menores en número y calidad a las del discurso intelectual. La imagen acaba secuestrando a la palabra. Los residuos verbales ya no son portadores de ideas, sino de emociones y sentimientos sensoriales. El léxico se reduce; voces extrañas, de significado ambiguo o forzado, meras referencias indicadoras de cosas y cantidades, sustituyen a las propias; abuso de interjecciones, onomatopeyas; deliberado descuido de las mas elementales reglas del lenguaje, sin distinguir el nivel de la comunicación...

Recordaba José María Desantes, hace ya años, en un cuidadoso estudio sobre el tema, la denuncia de que el lenguaje para la técnica de los medios de comunicación colectiva “debe mirarse más como modo de acción que como contrapartida del pensamiento”. Así se atrofia la conciencia (slogan presentado en televisión a las tres de la tarde: “todo lo que puedas imaginar”).

La imagen iguala por debajo, por lo irracional. Lo irracional, ya se ha indicado, es el tópico de la violencia. No estamos, evidentemente, en contra de la imagen y de la imaginación. La imaginación tiene su papel indispensable en la sustantiva operación formalizadora del psiquismo, como tránsito del proceso y como moderadora del excesivo o deficiente uso de la razón. La imagen es necesaria en toda pedagogía. Ahí está, estuvo, precisamente, para fijar la imaginación, la gran catequesis de los retablos de nuestras iglesias, y los lienzos, tablas y esculturas en los museos y fuera de ellos.

Pero adviértase la diferencia: aquellas imágenes expresan en su hierática disposición la eminencia de la majestad, en su sosiego el invariable y supremo valor de lo sagrado, el carácter del personaje y el interés histórico o estético de lo representado. Aún cuando escenifiquen tal o cual acción, el resultado es el mismo: concentrar la atención disponiendo el sosegado entender sobre lo significado. Por el contrario, las imágenes de nuestro mundo, o son imágenes en movimiento o lo suscitan. Aquéllas había que mirarlas, ir a verlas. Estas vienen a nosotros provocando con su movimiento real o incoado, el dominio y dependencia de lo fugaz. Vita brevis : hay que aprovecharla.

La aceleración de la vivencia del tiempo histórico, denunciada por Ortega hace décadas como elemento de masificación, es por eso mismo inseparable del progresivo incremento de noticias. Todo se convierte en noticiable: la masacre de cualquier acto terrorista y la marca del bolígrafo de cualquier estrella de cualquier firmamento “naturalmente” prefabricado. Es una agresión continua desde ese ambiente técnicamente prefabricado por los mass-media con sus incesantes demandas contradictorias, desconcertantes, agotadoras: la noticia, el anuncio, el mensaje directo o sesgado. Ansiedad, fatiga... La agresión engendra agresión, violencia.

Violencia ¿contra qué? Ya se ha dicho: contra lo esencial. Lo esencial de las realidades. Lo esencial de la persona, lo que la compromete y dignifica, en su existencial condicion corporea y en su dimensión social. No es que el hombre tenga un cuerpo o que seamos un cuerpo con alma. Nuestra realidad es la de seres corpóreos. Tampoco somos algo así como lo último individualizado o indivisible del cuerpo social, sino que la sociedad es una derivación y exigencia fundamental de la vida humana: el hombre tiende a la vida social por razón de su propio ser personal.

Volveremos sobre ello. Veamos antes lo relativo a la corporalidad.

El pudor inmanente a la vida

Entiende el documento referido por pornografía la violación, merced al uso de las técnicas audiovisuales, del derecho de la privatidad del cuerpo humano en su naturaleza masculina y femenina. Ese derecho emerge de la propia conciencia como tendencia espontánea al pudor; un pudor inmanente, en cierta forma inseparable de lo biológico, como puede advertirse ya en las especies animales: en el campo, en la selva, los animales se reproducen, nacen y mueren cuando no son violentados, como a escondidas, revelando así el misterio esencial de la vida y de aquello que le concierne de manera inmediata.

Es un hecho palpable que el sentimiento del pudor se ha modificado de manera extremada en las tres últimas décadas. Se ve. Sin salirnos de los medios de comunicación social, bastaría comparar cualquier película de las que fueron famosas por sus ingredientes eróticos y las de ahora. El hombre que llamaríamos normal acepta, sin reacciones morales, manifestaciones de erotismo inconcebibles hace treinta años. Y los códigos al uso, tratando de acomodarse a los nuevos usos y costumbres: ¿cómo no aprovechar el bienestar cada vez más amplio, en medios, y difundido con tanta facilidad? ¿Quién piensa hoy privarse de nada?

La pérdida del sentimiento de pudor invade el lenguaje y las imágenes. No hay una sola palabra del diccionario que no se pueda pronunciar, ni escribir... ni una parte del cuerpo que no pueda ser expuesta al público. Más todavía: se condena en cierta manera ética el pudor como algo anormal. Y esto es grave: como si la pornografía fuera la contrapartida del puritanismo. Nos invade un tumulto de publicaciones, fomento y efecto a la vez de la revolución sexual que, bajo especie literaria, no son sino especies de la industria cultural.

Esto no ha surgido al azar. Hay un ataque a la persona en su singularidad y en su dimensión social.

El pudor sexual revela el carácter suprautilitario de la persona.

La persona es más que un objeto de placer. La misma relación sexual está constituida por cosas que requieren naturalmente cierta discreción. Hay una atracción instintiva, deseada, consentida, pero lo que de hecho va sucediendo no es, en rigor, una serie de actos conscientes de la voluntad: de ahí la vergüenza -natural- que, de ordinario, se siente en ello, como se siente también cuando el mal genio o el miedo -lo reactivo en definitiva- se apodera de uno. El pudor no es una huida frente al amor, sino la manera de personalizarlo.

Todo atentado contra el pudor, es por eso mismo, atentado contra lo más profundo del ser personal, contra la intimidad. Lo íntimo es el principio de la conciencia, espacio virtual y momento, a la vez, de su entidad operativa. Ahí llega todo y de ahí sale todo. En la más radical intimidad, escondido y sin palabras, se fragua el amor. Lo sabemos pero no somos capaces de decirlo. Lo recuerda Guitton en su último libro breve y sustancioso: “no cabe duda de que hay una necesidad de callarse sobre la esencia: por un pudor extremo, se respeta la zona de lo inefable... En las familias más unidas, en los amores más tiernos hay temas de los que no hay que hablar”. “Nadie puede considerarse inmune a los efectos degradantes de la pornografía y la violencia” (punto l0 del Documento) que deprecian la sexualidad misma, el amor auténtico, que “destruyen el matrimonio y la vida familiar, inspiran actitudes antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad”.

Destruida toda referencia metaempírica -la represión para qué, la familia para qué-, ni pasado como tradición, ni futuro como posibilidad; lo que priva es el aquí y ahora.

No me corresponde la reflexión metafísica. Insistiré, desde mi experiencia como psicólogo, en el hecho de la aceleración del tiempo histórico, de la individual vivencia de lo temporal, como motivadora del temor a lo posible en grados de tan difusa como real patología personal y colectiva.

Hace muchos años que los psiquiatras tratamos de evitar la palabra “neurosis”; porque el concepto ha evolucionado y porque la literatura de la industria cultural se empeña en secuestrarla.

Hablamos de “trastornos afectivos menores” y “anomalías de la personalidad”. Pues bien, ahí, en una de las especies de los recientes códigos de diagnóstico, se describe esa patología, producto indiscutible de la sociedad permisiva y consumista: el “trastorno límite (borderline) de la personalidad”. Gentes que rehuyen el compromiso, que reclaman la libertad pero que prefieren la seguridad a ultranza, sin responsabilidad, sin iniciativa, con graves crisis acerca de su propia identidad personal y sexual, incapaces de resistir a las manipulaciones.