Autor: Ikram Antaki
No nos acostumbramos todavía a que la mejor crítica puede salir de uno mismo. No se trata de ceder a los aires del tiempo y ver en los medios un mundo de podredumbre: su vitalidad es signo exterior de riqueza democrática. Es tarea urgente delimitar las fronteras y delimitar los poderes, en un momento en que la comunicación parece erigirse como una nueva ideología.
Atrás quedó la discusión sobre el control de los medios de difusión masiva por parte del Estado. Hoy, los medios audiovisuales tienen más poder que aquel que, muchas veces, pretenden combatir. Poseen poder a costa de la escuela, ejército, religión, sindicatos, partidos, parlamentos... La televisión, por ejemplo, se ha transformado en la principal fuente de conocimiento, reemplazando una parte de la vida familiar, transformando el mundo en una escena audiovisual, en un espectáculo permanente. Por otro lado, la instantaneidad de la información, acrecienta el lado escenográfico de esta información.
Cualquier camarógrafo o locutor que disponga de una capacidad de familiaridad con la nación, de una notoriedad, de un ascendente, sobrepasa a los mejores representantes de la inteligencia.
La comunicación se ha industrializado. Los medios de comunicación parecen llamados a resolver todos los males de la sociedad, a ser los sustitutos de la ideología. Se trata de crear un consenso que ya no existe, y esta pretensión -querámoslo o no-, es totalitaria. No es un azar el llamar medios de comunicación a lo que antes se conocía como medios de información. Existe una enorme degradación, y una ganancia de inmenso poder, con este paso de la información -que es esencialmente servicio público- a la comunicación -que es esencialmente poder y manipulación-.
Los medios no suscitan ni distancia ni crítica. Después de creer vivir en directo todas las experiencias del mundo, a través de la televisión, que proporcionaba a todos, el don de ubicuidad, el hombre -mediante esta "comunicación", ya no información- piensa que tiene la verdad, lo auténtico, lo irrefutable. Pero en estos medios el error va, generalmente, mucho más rápido que la verdad.
*Conferencista de radio y televisión. Conductora del programa radiofónico "El banquete de Platón". Columnista del periódico "El Nacional". Autora de 21 obras que abarcan poesía, novela y ensayo.
Resumen de la ponencia presentada en el IV Encuentro Internacional de la Publicidad, AMAP.
La imaginación jamás ha sido concebida como algo inocente. Todas las civilizaciones empezaron por ser civilizaciones de la imagen. Lo que sucede es que, en nuestros días, lo que llamamos comunicación, está llevando a una desinformación: se pasó a vender la información. Y entonces tuvimos que suscitar una motivación de compra. Para ello es necesario delimitar la demanda, proponer una oferta más atractiva, y así, pasar de las necesidades económicas de urgencia a la simple manipulación.
La información debería ser más moral que las otras mercancías. Pero la irrupción de los recursos publicitarios cambió el panorama: todo se volvió "vendible"...
Cultura de chismes y curiosidades.
Estamos poniendo espectáculos de la realidad. El mensaje ya no es: "compren nuestro producto para ser bello como en nuestra publicidad es bella", sino: "ésta es su realidad, la conocemos porque somos usted". Hay un simulacro de la democracia real que acaba por destruir la creencia en el Estado, en la justicia, en la policía, en la medicina... en todo lo que hemos creado. Todo esto está floreciendo sobre las ruinas de las instituciones.
El espectáculo de la realidad se está volviendo el nuevo parlamento.
La autoridad se rechaza porque llama a la razón. En su lugar, la demagogia fácil sustituye a las administraciones que dejaron de merecer la confianza del pueblo. Creamos la ilusión del diálogo y de la proximidad, y lo real se vuelve verdadero. Todo paso a la idea, a unas aspiraciones más generales, está siendo combatido. Aparece el pueblo tal y como se quiere que sea, con su conducta reducida a chismes y curiosidades.
Hay una exaltación de las emociones individuales sobre un fondo de crisis del Estado, de crisis de la autoridad. A esto llamamos populismo, y la televisión juega aquí un papel esencial; de ser reina de las comunicaciones pasa a ser reina de los poderes: hace autoridad, justicia, conciencia y sueños. Esto que podría parecer muy severo, no es menos real. Nadie mejor que nosotros quienes estamos dentro de los medios, podemos saberlo.
Los medios son la cereza del pastel democrático, la flor más bella del ejido de la libertad, la hija predilecta de la modernidad. Los medios se están transformando, gracias a la tecnología, en los sepultureros de la democracia, a la vez que son la condición de su triunfo.
Cualquier camarógrafo o locutor que disponga de una capacidad de familiaridad con la nación, de una notoriedad, de un ascendente, sobrepasa a los mejores representantes de la inteligencia.
El poder ha mareado a los medios.
Debemos ser capaces de definir, para enmarcar, una moral pública conciliable con la libertad. Es decir, pasa de una ética de la oferta -basada sobre el rechazo de la censura- a una ética de la demanda, donde cabe la responsabilidad y a veces, por qué no, el silencio.
¿Cómo enseñar (a quienes trabajan en los medios) a tomar su tiempo, a verificar sus fuentes, porque la palabra no es gratuita y puede ser destructora de vidas y naciones?
Acabo de pronunciar la palabra mágica: tiempo. Aquí está el problema esencial de nuestra evolución. Por primera vez podemos vivir el mundo en su tiempo real y tener, ahí mismo, el don de ubicuidad con los medios electrónicos. Más allá de los periódicos, la información en vivo, el life, a la hora de la gran revolución del tiempo, el medio electrónico se ha colocado en el corazón de todas las luchas de poder. Es él quien decide lo que debe existir o lo que puede caer en el olvido: cine, deporte, guerra, emoción, parecen existir sólo a través del medio.
¿Cómo conjurar estas nuevas formas de totalitarismo? ¿Cómo investir en él a la inteligencia y darle complejidad, evitando a la vez el elitismo y el populismo? ¿Cómo otorgar el estatuto de artillería pesada del pensamiento, que los visionarios del siglo XV, habían otorgado a la imprenta? El futuro es ineludible. A la hora de la planetarización de los problemas, reina este tipo de comunicación electrónica.
Desarmados frente a la inmediatez.
La reflexión sobre el tiempo de circulación de la información debe volverse una tarea esencial si queremos entender lo que está pasando, y podría pasar a muy corto plazo, ya que nos enfrentamos a un límite histórico. Somos la primera generación de la humanidad que experimenta la velocidad absoluta de una información que recibimos, a la vez que se nos otorga la posibilidad de actuar simultáneamente en ella. Con el life, el "en vivo", los espacios, distancias entre personas, entre sucesos y hombres, están siendo nulificados. El espacio real del mundo se disuelve dejándonos desarmados frente a la inmediatez.
La información debería ser más moral que las otras mercancías.
Estamos creando la tele-ciudad inscrita en los medios, ya no en la geografía, y al hacerlo, logramos la primera urbanización del tiempo real, ya que las antiguas urbanizaciones eran del espacio real. Este límite histórico, alcanzado con la velocidad absoluta, podría autorizarnos a pasar al rechazo; por primera vez, el rechazo del progreso se encontraría inscrito dentro del progreso. La liquidación de las distancias podría ser sentida como un encierro insoportable para los hombres; hace la Tierra más chica (como se nos puede decir de una manera simplona) sólo en un primer nivel, pero pasado éste, la relación real de los hombres sigue siendo con un horizonte bien determinado, con seres concretos, con intercambios reales.
Ninguna de esas condiciones se encuentra resuelta con el fin del aquí y del ahora, que representa la inmediatez.
Hemos pretendido vivir las distancias del mundo, volvernos más sensibles a lo lejano, pero nuestra emoción misma se está erosionando. El problema debe ser visto a partir de una revisión política, no envuelto en el entusiasmo tecnológico que muchas veces nos gana. Es necesario pasar ya este infantilismo del entusiasmo tecnológico.
En el medio electrónico no hay tiempo para demostrar, sólo nos queda, en un minuto y medio, la posibilidad de señalar una idea, jamás desarrollarla. En el mejor de los casos, los medios mantienen una ecuación: un cuarto para la idea contra tres cuartos para la emoción.
¿Acaso en esas condiciones, en esas circunstancias, el oyente o el espectador pueden ser críticos? Yo digo que no. Además, la llegada del "en directo", del "en vivo", ha sido confundida con un mejor acceso a la verdad cuando directo y verdad no pertenecen siquiera a un mismo género.
Extraña cosecha.
Se cosecha lo que se cultiva. Tome usted a un niño de tres años de edad. Colóquelo diariamente seis horas frente al aparato de televisión encendido. Deje pasar el tiempo y examínelo a la edad de quince años. Antes de cumplir los dieciocho, habrá sido expuesto -además- a unos 350 mil anuncios comerciales. Con estos antecedentes, ¿qué ideales podrá haberse forjado? Le han dicho que si quiere destacar debe manejar tal o cual coche; le han amenazado con desterrarlo socialmente si no cuida su caspa o los cuellos de sus camisas; le exigen que pertenezca a un grupo "muy exclusivo" de gente, siempre y cuando, se aplique una determinada loción o fume determinados cigarros. Tendrá éxito con las mujeres hermosas si responde a determinada moda en peinados o vestidos. Le han exaltado su egoísmo.
Jose Luis Ortíz G.
"Amaestrar" la imagen.
Por eso hay que tener una actitud equilibrada. Las consideraciones catastróficas sobre la civilización de la imagen, la llamada videósfera, que hemos escuchado por parte de pensadores lúcidos y respetados -pienso en el cineasta Fellini, en el escritor Kundera...-, deben ser tomadas y relativizadas. Debemos comprender lo ineluctable de esta transformación; es decir, su fatalidad. La pregunta es ahora, no cómo destruirla -no es posible-, sino cómo amaestrarla.
La acusación que se hace a los medios de comunicación masiva de jalar el espíritu hacia abajo es cierta; pero también hubiera podido hacerse esta crítica a la escuela pública, gratuita y obligatoria.
Era mayor el nivel educativo otorgado por los preceptores de los nobles, por la simple razón de que la demostración se hacía frente a cinco personas, no frente a cincuenta millones... Es una ironía de la historia que el mayor logro de la república, que es la enseñanza para todos, sea también la vuelta ineludible hacia un menor nivel de pensamiento. Como es una ironía de la historia, que uno de los mayores logros de la modernidad -que eso es la democratización de la información-, sea a la vez el punto de su vanalización: sabemos más, no sabemos mejor. Y si hemos querido cocinar este alimento que se llama democracia, comámoslo con todo y huesos.
Una vez aceptada esta ineludibilidad, hay que dejar de despreciar la pantalla de televisión o la onda de radio, bajo el pretexto de defender el espíritu. Haciéndolo, estaríamos oponiendo el verbo del libro a los diálogos republicanos de Platón. Y es que estamos nadando en pleno mal entendido; tenemos la memoria muy corta. En su tiempo, el filósofo ateniense, Platón, rechazaba la difusión de lo escrito por temor a que asesinara el debate y redujera la cultura; lo escrito parecía una decadencia, como la pantalla lo es para nosotros.
Los medios crean la ilusión del diálogo y la proximidad: lo real se vuelve verdadero. Aparece entonces el pueblo tal como se quiere que sea: con su cultura reducida a chismes y curiosidades.
La civilización sólo sobrevivirá si logra conciliar sus dos polos culturales -hermanos y enemigos-, esta fascinación por el progreso, que representan los medios, y el rigor de la cultura a largo plazo.
Lo escrito debe aprender a interpretar la imagen. La ruptura entre los dos mundos tiene que terminar. Ha durado demasiado, dañando tanto a la escritura como a la ilustración. El problema entre lo escrito y lo no escrito es todo el problema del tiempo diferido, del tiempo real.
Educar el oído y la mirada.
La prensa escrita es siempre diferida, es lo que le da su fuerza y espesor; la prensa audiovisual no puede, no tiene, que esperar, pero no tiene espesor. En la superioridad del tiempo real que representan los medios electrónicos, está la amenaza para el pensamiento. Es lo que decía Moliere del teatro: lo que estamos dando a la gente es lo real verosímil.
Hacia esta verosimilitud debe dirigirse el espectáculo del conocimiento de los medios electrónicos. En ellos nada es exacto, nada es preciso, ni colocado en su justa dimensión. No es la representación de lo real lo que damos a la gente que nos escucha y nos ve; sólo es una formalización de lo verosímil. Corremos siempre el riesgo de caer en la parodia del conocimiento. A ésta se suman el sentimiento, la imaginación, la memoria, mezclando así la impresión y la reflexión. El resultado es la pérdida de rigor. ¿Cómo dar profundidad al tiempo real? ¿Cómo permitirse retroceder en él para
luchar contra la instantaneidad?
Los medios son la cereza del pastel democrático, la flor más bella del ejido de la libertad, la hija predilecta de la modernidad. Pero, gracias a la tecnología, se están transformando en los sepultureros de la democracia.
Sólo existe una manera: educando el oído y la mirada, así nos hemos educado para enseñar a leer un libro. No se acaba la teoría con la alfabetización. Después de sendos programas de alfabetización, descubrimos que el iletrismo subsiste aun en quienes habían recibido una educación honesta: saben leer técnicamente pero no saben leer; son iletrados, no son analfabetas. Así, el escuchar debe seguir al oír; el mirar, al ver. Esta educación está por realizarse.
Reforcemos los demás medios que permiten el conocimiento de la realidad. Decimos "los medios electrónicos sólo podrán nivelar por el nivel más bajo". Es cierto. Pero olvidamos agregar que esta nivelación por abajo sólo es posible por los programas, no por la información. La información, más bien nivela hacia arriba. Esta finura del análisis es lo que debemos empezar a hacer hoy. Frente a la pregunta, "¿acaso existe una contradicción entre el carácter masivo de los medios y la excelencia del espíritu?", jamás debemos olvidar esta evidencia: el medio debe gustar, su instrumento principal es el encanto. Y es que hay que tomar muy seriamente la expresión mass media. No se trata de un grupo de gente, ni de una familia, una aldea, una clase social o un nivel cultural, se trata literalmente de una masa.
La agresión de la ignorancia.
La barrera de la mercantilización de la información no es fácil franquearla sin apariencia y, sobre todo sin profesionalidad. Hoy todavía, desgraciadamente, no se considera para nada el trabajo informativo como un trabajo creativo, ni el conocimiento sobre información y comunicación como un conocimiento específico. Sin profesión y sin ciencia, ni la sociedad en su conjunto, ni cada ciudadano en particular, estará salvaguardado de la información-mercancía, de la peor agresión que se puede sufrir, la agresión de la ignorancia.
Javier Fernández del Moral.
La lógica del consumo.
La televisión, el medio masivo, comienza allí donde la relación social se rompe. En este sentido, la función del medio es contraria a la función de educar, ya que ésta se dirige a un público definido; pero también es contraria a la función política, ya que ésta se dirige a un pueblo real. En el medio masivo, el pueblo es indeterminado, no es real. Frente a esta obviedad del mass media, la cuestión real es, ¿de qué depende que este público se interese en futilidades, en bobadas o en cosas realmente importantes? Mientras los oyentes y el espectador sean percibidos únicamente como consumidores, el cambio cualitativo no será posible. Así, las finanzas y el comercio se mezclan a las presiones políticas para resultar en una imagen deformada del pueblo.
La lógica del consumo degrada al ciudadano, promueve la ignorancia, pervierte la realidad, y no es del todo evidente que la audiencia -este rating que nos fascina-, que las partes del mercado sean los únicos criterios de juicio. La función del Estado, en este renglón, sería defender aquellos medios públicos que escapan, aunque sólo sea en parte, a la lógica del mercado.
Al dar información sin análisis, se restablece la zanja que encierra a la gente en sus reacciones irracionales y se les proyecta al sinsentido.
Los grandes debates de nuestro tiempo tienen lugar en la televisión, no en los parlamentos, no en los partidos, no en los sindicatos, ni siquiera en los diarios. La palabra "comunicación" -que ha destronado a la palabra "información"- y sus orquestadores, se han vuelto más poderosos que los tres poderes.
El "comunicador", es decir, el maestro de las nuevas relaciones sociales, es este ser poderoso. Sólo que se necesitan años para formar a un maestro que enseñará a veinticinco alumnos, en el mejor de los casos, mientras que unos meses bastan para "formar" a un comunicador que hablará a millones de personas.
Para estar a la altura de su poder deberá ser visionario, culto, ético, responsable, etcétera. Pero, ¿cuál será el visionómetro, el cultómetro, el eticómetro y el responsabilómetro que lo medirán? No existen. Estamos confundiendo acción política y circo mediático. La única y verdadera legitimidad en una democracia, la confiere la elección, no la popularidad mediática, no el sondeo, no el rating.
En una media hora, un buen "comunicador" puede convencer a su público de una cosa o de su contraria, todo depende de la ética de este individuo. ¿Hay algún medidor de ética en el mundo? ¿Hay algún medidor de ética en este país?
Somos gigantes en información. Nuestra ebriedad no nos lleva ni a la eficacia ni a la sabiduría, sólo puede conducirnos a la equivocación si no nos volvemos extremadamente vigilantes para defender el pulimento político y humano que tanto nos ha costado elaborar.
Istmo N°217
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