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Telenovelas: Entre lágrimas te veas

Autor: Daniel Innerarity

No pienso negar el hecho de que el hombre esté compuesto de alma y cuerpo, pero a lo mejor es más verdadero decir que el hombre de hoy está compuesto de televisión y tarjeta de crédito, es decir, que es una amalgama de racionalismo estricta y emotivismo histérico.

Un programa televisivo puede tener más densidad ontológica que una piedra y desafiar a la razón tanto o más que los viejos enigmas de la metafísica.

Pornografía de sentimientos

La telenovela es el registro más auténtico de los verdaderos movimientos de la sociedad actual y de cultura rosa.

Artesanos del éxito han conseguido mezclar con habilidad infidelidad matrimoniales, intrigas económicas y dramas en torno a la salud (el descubrimiento de un cáncer en la protagonista tiene un efecto infalible sobre el espectador ansioso de emociones).

Esta empalagosa pornografía de los sentimientos tiene consumidores asegurados en una sociedad dominada por la sensiblería. Y es que no corren buenos tiempos para los colores nítidos, los sonidos austeros o la emoción controlada. Vivimos en una época desmedidamente sentimental.

Quien crea que la nuestra es una cultura fría, cruda, implacable, no ha visto más que una cara de la realidad. Su reverso es un sentimentalismo infantil, la inmadurez emotiva, una gigantesca ampliación de la minoría de edad. Pessoa decía: <<Soy un técnico, pero sólo tengo técnica dentro de la técnica. Fuera de eso, estoy loco, con todo el derecho a estarlo>>.

Estos versos han dado con la clave de una extendida esquizofrenia: la razón y la pasión se reparten, sin mezclarse, las horas del día y los días de la semana: se puede ser, sucesivamente, un yuppie y un niño, ocuparse unas horas del espíritu (eso es lo que se hace en un banco, pues el dinero es lo más espiritual que existe) y dedicar otras a la formación del cuerpo en un gimnasio, ser un luchador implacable ante la computadora y derretirse de emoción ante el televisor.

Así conviven hoy la seriedad de los negocios y la irresponsabilidad sentimental, the economic man y the man of feeling.  Hemos logrado un doblez más estricta que el dualismo teórico cartesiano.

Una intriga tras un deseo

Los programas televisivos de sobremesa y las revistas sentimentales nos han proporcionado un nuevo género literario que era prácticamente desconocido en otras épocas: las pseudotragedias.

La novedad es muy elocuente. Las tragedias eran el conflicto en torno a un ideal de difícil realización y las telenovelas son la intriga que acompaña a la persecución de un deseo; de aquéllas nos sobrecogía la dureza de un carácter, en las pseudotragedias nos ablandamos ante la falta de carácter, en un caso se nos invitaba a la compasión, en el otro se comercia con ella.

Quien ha borrado de su horizonte existencial la estructura dramática de la vida el riesgo, el compromiso y la seriedad puede compensar con una serie televisiva su nostalgia de emoción. La trivialidad propia se consuela con una seriedad imaginaria.

Estos son los actuales <<paraísos artificiales>>, el consuelo onírico de lo que carecemos: peligro, intriga, entusiasmo, decepción. También es imaginario el beneficio moral que este comercio de la compasión pura son gestos de simpatía universal (el actor o la actriz que nos dan lástima son estrictamente universales), tan sinceros como vacíos de consecuencias prácticas. No hay buena acción, pero sí buena voluntad, y esto basta para la conciencia.

Educar el buen gusto

En cuestiones de arte no hay más solución que educar el gusto y sobre esto hay pocas cosas escritas, pero las hay.

Es posible encontrar alguna que otra indicación para distinguir el buen estilo de la cosmética. Por ejemplo, que el buen arte no se nos pega, no anula nuestra libertad, permite la distancia, se ofrece pero no seduce, no es deslumbrante ni halagador, se alcanza por caminos ásperos, no actúa inmediatamente sobre nuestro espíritu, no roba la conciencia de que nos las habemos con una ficción y, por lo tanto, no miente.

Vico hablaba de la <<ficción del ánimo conmovido>> y Verlaine de hacer fríamente versos estremecedores>>, Wordworth definía la experiencia estética como <<una emoción recordaba en la tranquilidad>>.

En ningún caso aparece el arte como una estrategia para doblegar al espectador; se miente con elegancia, sin pretender sustituir al mundo real el de la frialdad y la tranquilidad, y por eso la mentira del arte serio es moralmente irreprochable.

No es éste caso del arte sentimental, que es celoso y nos expropia la conciencia, que nos hace perder el control de la propia actividad.

El canto de las sirenas

Decía Camus que los artistas son los únicos que no han hecho mal al mundo. Si se refiere a los artistas verdaderos es válido. Pero no hay conciencia en quienes trafican con el prestigio ajeno del arte.

El arte es cualquier cosa menos trivial e inofensivo. Ocurre que nos hemos acostumbrado a considerarlo únicamente como fuente de placer inmediato. No insistimos suficientemente en algo que me parece apremiante a la vista de tanta belleza fingida (lo kitsch): la ascética es condición de posibilidad de la estética.

En su escrito acerca del entusiasmo en el arte, Shaftesbury recomendaba guardar siempre los sentidos porque el buen gusto es un tesoro que se puede perder a chorros por los ojos y los oídos si no hay discriminación en lo que vemos u oímos.

Ulises se tapaba los oídos para no oír el canto de las sirenas y Wagner se enfurecía por su incapacidad para extirpar de sí el involuntario tarareo de las espantosas melodías de una opereta contemporánea.

Lo peor de Platón es su intolerancia ante la duplicación poética del mundo; lo mejor, la seriedad con la que se enfrentó al hecho literario. Una seriedad que deberíamos defender como un tesoro frente a la ganga que se exhibe, impúdicamente, en el mercado.

Amor de saldo

Autor: Manuel Ramón O. Escasa

“Hoy, un singular compañero de viaje es la diversión, lo espectacular, la novedad o la perversión, que reducen todo ocio al entrenamiento momentáneo. Por ejemplo, la muerte especialmente la violenta se ha convertido en un ingrediente común de los medios de comunicación, para hacer un parón y examinar la propia vida y juzgar su dirección y su valor. Por el contrario, la muerte se ha convertido en un motivo cinematográfico, un efecto especial, un truco de cámara; hecho todo con espejos, para dar emoción a algún producto Hollywood.

Y el amor, no menos que la muerte, se ha trivilizado. El amor se ha convertido en una pelota de tenis golpeada de un lado a otro entre un sentimentalismo romántico y un erotismo total. En el nuevo lenguaje, la palabra <<corazón>> encubre una sensación superficial que reclama satisfacción inmediata. En un mundo definido por las relaciones provisionales y alimentando con erotismo, no hay lugar para que la fidelidad, la responsabilidad y la generosidad entren de modo silencioso y profundo en las preocupaciones  diarias de la gente.
La indiferencia con que el amor y la muerte han sido atropellados es un síntoma lamentable de lo barato que la vida humana ha llegado a ser. Esta actitud no considera ya al amor y la muerte como un misterio que reverenciar. ¿Qué cuestión hay más urgente que nuestra fragilidad y mortalidad? Hoy día, el amor y la muerte no son sino juguetes en manos de los medios de diversión. Entonces, ¿construiremos nuestro sistema de valores basándose en lo que ofrecen los medios de comunicación? ¿O buscaremos una fuente de sabiduría, una visión integral de la vida?

Cuando el pragmatismo y el hedonismo arraigan en el corazón, lo más probable es que el corazón rechace toda experiencia espiritual belleza, sabiduría, valor, por ejemplo al igual que el cuerpo humano rechaza un órgano trasplantado que le es incompatible.”

Istmo N° 202