15 de Abril 2011
Sin memoria no hay verdad, sin verdad difícilmente habrá justicia y sin perdón, sería imposible la reconciliación. Es tan axiológicamente jurídico, como humanamente necesario el perdón en una búsqueda de la verdad y su consecuente manifestación de justicia y reconciliación.
El derecho al perdón rebasa los límites de la justicia. Estamos hablando de derecho natural, no de derecho positivo y es justo ahí donde encuentran su lugar, el perdón y la reconciliación; esto para hablar de lo humano porque frente a lo divino, quedaríamos mudos.
Es claro que los victimarios y/o perpetradores de la violencia tienen sus derechos; no obstante haber generado el derramamiento insensible de sangre; es más sobra escribirlo, pero vale la pena esclarecer algunos puntos sobre lo que he llamado el “Derecho a Pedir Perdón”. En el contexto del conflicto “en la guerra se vale todo” y entonces, por eso también valdría que se reconozca el derecho a pedir perdón. Para algunos -que tiene una verdad sesgada- podría sonar estruendoso que un defensor de DD.HH y DIH como yo, hable de los derechos de los victimarios, pero la consecuencia sería gravísima, pues ahí se desdibuja el concepto “Derechos Humanos”.
Bien por activa o por pasiva, el tema humanitario debe ser neutral y objetivo y es así como en una globalidad pluralista se pueden encontrar los actores de una ensangrentada historia, para hacer de ella, a través de una nueva generación, una menos mala patria. El 31 de marzo pasado asistimos al foro de Ley de Víctimas “Oído a las voces que silenciaron las armas” que se llevó a cabo en Puerto Boyacá, la llamada capital antisubversiva. Al mismo asistimos, el Ministro del Interior y de Justicia, ponentes del proyecto de ley, importantes representantes de la vida pública, directores de ONG´s, líderes comunales y esta lista de hijos de víctimas de la narco violencia: María José Pizarro, Juan Manuel Galán Pachón, Bernardo Jaramillo Zapata, José Antequera Guzmán, Edgar Pulido, Rodrigo Lara Restrepo y este servidor. Estuvimos ahí para demostrar que cuando se tiene un mismo objetivo trazado, las tendencias, filiaciones y colores de las banderas políticas, se destiñen en la búsqueda de una verdad verdadera y en aras de la materialización de un propósito unificado: la verdad, la justicia y la reconciliación.
Del primer pilar fundamental, verdad –génesis de no impunidad– se deriva el perdón. Nosotros queremos la verdad ante todo. Sin ella sería prácticamente imposible pensar en el perdón y en consecuencia sería aun más utópica la reconciliación. Excluir a los hijos de los victimarios de la Ley de Víctimas es, en primer término, desconocer el DIH que aplica para todos, y en segundo lugar, mantener lineamientos más cercanos a la aplicación de la Ley del Talión que a la de los democráticos. Lo anterior lo sostengo siempre y cuando el hijo del victimario (que muchas veces ha sido víctima), no haya incurrido en conductas delictivas, ni participado en actos victimizantes, por supuesto. Esto desemboca, en que no tendemos hacia una política de perdón ni reconciliatoria en torno al eje de los protocolos y tratados internacionales sobre el tema humanitario.
¿Tienen acaso concebido el DD.HH y el DIH medidas distintas y reglas diferenciales para dar trato a las víctimas? ¿Por qué no podría un hijo de un victimario, en aras del perdón y la reconciliación ser destinatario de políticas de reparación apropiadas y proporcionales a la gravedad de la violación de sus derechos al ser víctima también? Si la respuesta es afirmativa, en la perspectiva de los DD.HH ¿por qué desconocerlo en la escena local cuando se supone que debemos estar en consonancia y perfecta armonía? Pues esto no opera así en Colombia. De la lista arriba mencionada, sería evidente que con la aprobación del último bloque de artículos de la Ley de Víctimas, que se hizo el lunes pasado a “pupitrazo”, la hija de Carlos Pizarro Leongómez quedaría por fuera de cualquier tipo de reparación, hasta de la simbólica. Es fácil ver cómo esto es desigual, discriminatorio y alejado de los derechos fundamentales. Si no hay claridad en la necesidad del concepto Verdad, como la de algunos instrumentos internacionales, que sin hacer mención expresa al derecho a la verdad implícitamente se encausan hacia el punto del reconocimiento de las víctimas a tener acceso a las resultas de una investigación juiciosa y seria y a contar con los recursos y garantías que cumplan con los principios de celeridad y efectividad, pues la tarea del perdón y la reconciliación cada vez se hará más compleja.
Ahora bien, desde la otra perspectiva (sujetos pasivos), el perdón no es un derecho sino una opción; pero una opción que trasciende lo estrictamente jurídico y se fundamenta más en lo axiológico y ontológico, ya que la víctima tiene la posibilidad de escoger libremente si perdona o no. Ojalá optáramos siempre por la primera.
Sintamos: una sociedad que ha vivido por casi dos centenarios la insensatez de los conflictos, encubiertos, por fuerza necesita verdad y el reconocimiento derecho a pedir perdón, con sus consecuencias.
Fuente: kienyke.com |