«Podemos revertir el camino de destrucción y construir la paz practicando el perdón»
Roland Joffé
El Mundo 11 abril 2011
La pregunta que más me han hecho en las últimas dos semanas es qué me motivó a hacer la película Encontrarás dragones, y cuál es mi visión de la Guerra Civil española. Escribí Encontrarás dragones porque no me resigno a vivir en un mundo como el que me ha tocado vivir. Diría que, a mi edad, es una señal de salud mental pensar como el Padre Gabriel —protagonista de mi película La misión—, que «si la fuerza es lo que vale no hay lugar para el amor en el mundo».
Por eso he vuelto a España, a una historia que me fascina desde hace tiempo y que ejemplifica como pocas la espiral de violencia omnipresente en la Humanidad. Una lucha fratricida, la Guerra Civil española, que cinco años antes de su inicio nadie podía adivinar y que se prolongó en el tiempo, como se ha podido ver por las reacciones de unos y de otros hacia la película, arrastrando sus ecos hasta el debate de la historia, ecos que siguen resonando fuerte, tanto que a veces parecen reproducir las voces de la aquella época, y desde fuera a veces producen miedo. La primera línea del guión de esta película es «Todas las guerras comienzan mucho antes de disparar la primera bala y continúan mucho después del efecto de la última».
Aunque lo más cómodo sería seguir viviendo en la tranquilidad intelectual de aposentarse entre el rumor y el mito, en una división entre buenos y malos que exonera de mayores esfuerzos, he querido profundizar en lo que sucedió en España durante la Guerra Civil. Sin elegir un bando. Lo que sucedió en España fue una herida que realmente desgarró a familias de la manera más dolorosa y atroz. Hermanos lucharon contra hermanos, ¿pero significa esto que ya no fueran hermanos? Si estamos dispuestos a matar a nuestros hermanos a causa de aquello en lo que creemos, entonces ¿qué dice eso de nosotros, de nuestros valores o principios?
Y es aquí donde las historias de los hombres y mujeres que vivieron la Guerra Civil apelan a cualquier persona, en cualquier lugar del mundo.
Los procesos históricos no son más que el conjunto de opciones personales de cada uno, las decisiones que tomamos ante los retos y decisiones que la vida nos presenta, y que determinan las opciones personales de otros muchos. Esos retos se agrandan en tiempos de guerra. Cómo respondemos al odio y al rechazo, o al deseo de venganza y justicia. Estos dilemas son, en cierto sentido, los dragones de mi nueva película, momentos de inflexión en nuestras vidas en los que afrontamos opciones decisivas. Opciones que afectarán a nuestro futuro y al de muchísimas personas.
Encontrarás dragones habla de las diferentes opciones que asumimos las personas en esos momentos de inflexión ¿tentaciones, si usted quiere? y de lo difícil —¿y al mismo tiempo necesario?— que es salir de los círculos viciosos del odio, el resentimiento y la violencia. Al final, todos nos encontramos ante estas opciones. Todos tenemos que elegir entre el amor y el odio. Optar entre dejarnos vencer por nuestros resentimientos o encontrar la manera de conquistarlos, de superarlos. Ver la vida como una serie de injusticias, de rechazos y heridas, o como una serie de oportunidades, para vencer a esos dragones a través del poderoso deseo de sustituir el odio por el amor.
En ese Madrid convertido en infierno en 1936, Josemaría Escrivá —como había hecho el ficticio Padre Gabriel en la selva amazónica de 1756— escogió «hablar sólo de amor y de Dios» y así lo recogen sus diarios íntimos a los que he tenido acceso. Elegir el amor, él diría el Amor (con mayúsculas) es comprender que el odio es una prisión, optar por la libertad, por ser libres, por el camino de la libertad. Nadie que odia puede ser libre.
Han pasado algunos años de todo eso y las cosas no han cambiado mucho, los conflictos violentos siguen estando presentes en todo el mundo: Israel-Palestina, Coreas, Libia, Uganda. Rene Girard lo expone de forma clara en su teoría mimética. Imitamos los deseos de otros —deseos de poder y riquezas— y eso convierte a los otros en nuestros rivales, en nuestros enemigos. Esa competitividad que reina en nuestra sociedad genera una espiral de violencia omnipresente en la que Ulrich Beck denomina la «sociedad del riesgo», donde el peligro viene sobre todo de los otros, que desean lo mismo que nosotros deseamos.
Elegir el amor no es la opción más fácil, no puede serlo. A veces, incluso, puede parecer inhumano. Al final todo se reduce a una pregunta: ¿Este amor es más grande que mi amor propio? Esta es una pregunta importante, y de alguna forma determinó el destino de buena parte de la política de los inicios del siglo XX. A esta pregunta no se puede responder con una actitud de superioridad ni de superficialidad, sólo es posible darle respuesta desde la humildad y la humanidad.
Junto a ésta se plantea otra cuestión de una gran complejidad. Si este amor apasionado se basa en un ideal, o en una idealización, si consiste en la aceptación de un solo modelo de comportamiento humano, ¿cómo se puede evitar caer en el fanatismo o la demonización? Desde tiempos de la Ilustración, ésta ha sido una cuestión fundamental. ¿Cuántos actos inhumanos, cuántos crímenes se han cometido en nombre del amor por un bien más grande, por un ideal?
Me parece que sólo si se comprende la trágica falibilidad de todos los seres humanos y de todos los comportamientos humanos podemos encontrar la senda del entendimiento y de esa profunda empatía, un verdadero sentido de identificación con el otro, que puede liberarnos de la demonización del otro y de las espirales de violencia en las que se encuentran metidos tantos, sin esperanza de salir. Por eso, la escena crucial en Encontrarás dragones es la que sigue a un asesinato atroz. Al instar a sus seguidores a cambiar su ira y su dolor por el amor a cualquier ser humano, Josemaría les permite salir del ciclo de violencia y venganza al que el resto de España está encadenado.
La capacidad de perdonar de los demás perdona a uno mismo. Su belleza es poderosa. El perdón deshiela lo que ha quedado congelado. Toca lo humano en el interior de quien pide perdón y de quién perdona. La fortaleza de ser perdonado. El perdón tiene siempre dos caras y quien no ha aprendido a pedir perdón nunca sabrá perdonar. El que renuncia a pedir perdón se convierte en un hombre que huye, un cobarde. A ellos, a los que pensaron alguna vez como Diego Mendoza —en La misión— que «no hay redención posible», a los que piensan que no hay nada en el mundo capaz de perdonar sus atrocidades les diría, con el Padre Gabriel, que «hay vida, hay una salida». Existe siempre un momento clave donde el perdón es posible. Sí, existe espacio para la esperanza, incluso en las circunstancias más dolorosas, trágicas y terribles, en las que la esperanza parece imposible.
Con Encontrarás dragones no he querido dar lecciones de moral ni de historia, sólo recordar que frente a los que se escudan bajo el «no teníais elección… Tenemos que trabajar en el mundo y el mundo es así», sigo respondiendo que «no, nosotros lo hemos hecho así, yo lo he hecho así». Basta con no perder de vista que podemos ser protagonistas del mundo en el que nos toca vivir pero sólo cuando seamos conscientes de que también podemos ser responsables de su camino de destrucción. Y que podemos revertir ese ciclo de destrucción y construir la paz, practicando el poderoso y bello arte del perdón.
Fuente: almudi.org |