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El precio del perdón
Josemaría Carabante

7 Enero 2009

 

          Nicolaus Mills, historiador norteamericano, ha definido la época actual como la “cultura global de la disculpa”. Se refiere a un movimiento común a gobiernos, partidos, instituciones, grupos sociales, etc., que piden perdón por hechos históricos perpetrados por quienes consideran antecesores. Pedir perdón es, como se indica en The Economist (4-10-2008), algo muy positivo: sirve para pacificar una situación, eliminar la agresividad… El problema es que también puede convertirse en táctica propagandística.

          ¿Cuáles son las razones por las que se pide oficialmente perdón?En el caso de un líder político o de un gobierno, puede servirle para distanciarse de un pasado que le perjudica y le impide conseguir sus objetivos. El gobierno de Italia, por ejemplo, ha pedido disculpas por su pasado colonialista y ha previsto indemnizaciones; con ello busca mejorar las relaciones con Libia y la cooperación en materia de inmigración.

          Para Melissa Robles, historiadora del MIT, existen distintos motivos que animan a pedir disculpas. Por un lado, puede servir para dar respaldo oficial a una interpretación histórica, sin necesidad de recurrir a leyes, cuyos trámites de aprobación son más polémicos.

Además, ayuda a contener las quejas y las recriminaciones de quienes se consideran víctimas porque al pedir perdón puede parecer que se tienen en cuenta.

          Como se recuerda en The Economist, sin embargo, las peticiones de perdón nunca vienen solas, porque con ellas se lleva a cabo un proceso de “victimización”. De esa forma, se acompañan en ocasiones de compensaciones económicas: Alemania a Israel, EE.UU. a los residentes japoneses durante la II Guerra Mundial...

          Otras veces, las reparaciones pueden canalizarse a través de un trato distinto y beneficioso, una discriminación positiva. En cualquier caso, el acto oficial de contrición puede ocasionar una riada de demandas judiciales y procesos que podrían atascar los juzgados y destinar esfuerzos y recursos públicos para revisar hechos del pasado. Es el precio que hay que pagar por politizar la historia.

Fuente: Aceprensa