Autor: Joaquín Lorda
Símbolos y marcas de distinción
Los miembros de la sociedad tienen diferentes funciones que determinan la condición social de cada miembro de la sociedad. Hay signos que evidencian las jerarquías.
En las ceremonias, el rey lleva corona con tréboles y diadema, el duque con tréboles y sin diadema; el marqués, con tréboles alternados, etc. El funcionario lleva toga y medallón; los jueces, peluca grande, etc.
El rey Felipe II reservó para los sujetos de la familia real el empleo de grandes encajes en los vestidos; o Felipe V, el tiro de caballos de más de dos órdenes, los llamados "tiros largos". En los dos casos trataban de impedir -sin éxito ninguno- que sus súbditos hicieron gastos excesivos. Las llamadas leyes suntuarias trataron repetidamente de atajar los dispendios por pura ostentación; reservando el lujo como signo exclusivo de la realeza y nobleza.
Esas marcas de distinción son símbolos y tienen un poder efectivo convencional para otorgar prestigio.
Buen gusto
Pero la mejor manera de distinguirse no es por los símbolos sino por algo que sólo puede aprenderse con una esmerada, y generalmente temprana educación. El buen gusto tiene un origen eminentemente cortesano. De hecho, la expresión española se localiza en sus primeras veces en la corte de Isabel la Católica, en boca de la misma reina. Luego pasará a ser patrimonio de los burgueses, un gusto pequeño-burgués.
No se trata sólo de esconder lo que resulta impúdico o repugnante. El vestido ha de ocultar las partes pudendas. Y el mencionarlas exigirá un eufemismo. La evacuación de heces y orina se hace en secreto, y se evita referirse a ello en la conversación.
Los ejemplos abundan también en la comida. El uso de la cuchara evita los ruidos que produce sorber un líquido. Se pretende disimular las funciones animales del hombre. La comida se convierte en un acontecimiento social, donde es casi lo de menos es comer. Se evitan las alusiones directas a la comida, mientras se come : la visión del trozo mordido, del ruido de la masticación, etc. Es de mal gusto manifestar hambre, recibir la comida con excitación, servirse en exceso, dar muestras de satisfacción etc.
El buen gusto exige todo lo contrario: hacer de la comida algo sumamente agradable, con un placer que es distinto del atracón elemental, de saciarse de los alimentos más grasientos. Todo ello obliga a un cierto dominio de sí, y manifiesta una imposición civilizadora.
La palabra Civilización dada a la ciudad -civitas latina., como nosotros la entendemos, se creó en las ciudades, siendo ciudades su primer fruto. Palabras estrechamente relacionadas con la ciudad son también civilidad y civismo, que en castellano califican el comportamiento que se espera -se da por descontado- en un ciudadano. Otra palabra -urbanidad- que alude igualmente a la ciudad -la urbs latina-, y designa más claramente todavía las formas de comportamiento que se estiman adecuadas en un ciudadano. Incluso la palabra "policía"- de la polis griega -significó en su tiempo un comportamiento aseado.
Cortesía, urbanidad, civismo, policía, designan en definitiva las formas del trato social que recibieron formalización -quedaron muchas de ellas fijadas entre los cortesanos del siglo XV, y posteriormente se difundieron -aumentaron y corrigieron- convirtiéndose en patrimonio común de los burgueses -habitualmente de los burgos : ciudades- durante el siglo XIX.
Al natural
Y esa educación otorgaba una base objetiva al reparto de funciones. El ciudadano adquiría destreza en las armas, comportamiento cívico, conocimientos políticos. Pero además, se le habituaba a los mínimos gestos que le identificaban como de condición dorada : cosas que aprendería en su ambiente, como el cuidado del cuerpo, el hablar elegante, buen gusto y un larguísimo etcétera que alcanzaba incluso al modo de colocarse el manto.
La naturalidad es mucho más eficaz que una marca física; al contrario de los hombres de oro : El gesto y el porte bastarían para revelar una persona de alta condición. La Odisea presenta continuamente ejemplos: “¡no podrá un villano engendrar semejantes varones!", exclama el rey Menelao al ver al hijo de Ulises, que llega a Esparta sin ningún signo externo. "Bien se ve que en vosotros perdura la raza de aquellos descendientes de Zeus, portadores de cetro, los reyes”. Y efectivamente, Atenea debe ocultar a su padre Ulises cuando regresa a Ítaca, pues inmediatamente después de bañarse recupera de tal modo su gracia y hermosura, que sería inmediatamente reconocido por los pretendientes de Penélope. Por supuesto, todavía se distinguen más de los demás mortales los dioses, inigualables "en cuerpo y porte".
Comportamiento relajante
La elegancia tiene una vieja historia. En la Roma antigua esta palabra tuvo idéntico significado que el actual. El término se difundió en España al mismo tiempo que la expresión "buen gusto"; tomándolo directamente del latín. La elegancia es, en efecto, el buen gusto puesto por obra; cabe pensar que se dan muchos modos y grados de elegancia; y se dice no sólo de las personas físicas, sino también de las cosas.
La elegancia brota allí donde las formalidades están de tal modo incorporadas, que el obrar espontáneo se prolonga en ellas sin esfuerzo ninguno. Por supuesto, existirá una elegancia perfectamente hipócrita; en la medida en que las formalidades son convencionales y no aciertan a transparentar lo más íntimamente humano. Sea como fuere, la elegancia es el punto de perfección; y constituye la mayor y mejor de las distinciones; sólo quien ha nacido y crecido rodeado de formalidades, adquiere para ellas la connaturalidad envidiable, que no substituirá nunca una educación posterior.
En un contexto así, no tiene sentido hablar propiamente de normas de urbanidad; no hay ningún patrón normativo suficientemente firme. Aunque existan reglas, son más flexibles de lo que pudiera imaginarse. Las formas urbanas pierden la condición de ritos; no son secos ritos; son formas vitales de dignificación. Y el utilizarlas con acierto es una cuestión de tacto; de un tacto que sólo puede adquirirse con una relación prolongada con los círculos donde se barajan las formas prestigiadas.
El dominio de las formas proporciona una característica desenvoltura, que es gracia femenina en las mujeres, y desparpajo varonil en los hombres. Cicerón apuntó sus posibilidades: “hay algo que es la negligencia cuidadosa,” que resulta infaliblemente agradable, tanto en al talante de las personas, como en los estilos de oratoria.
Sprezzatura
Locus classicus : Plinio y Apeles. Ovidio sabía que “a los hombres les va bien un aspecto descuidado” y que en las mujeres “un peinado como al desgaire hermosea a muchas.”
En la tradición moderna sería Baldassare di Castiglione quien impondrá definitivamente la idea de que el caballero ideal aparentará una suerte de "sprezzatura" de gentil desdén; y erasmus diez años después recomendando a los niños a llevar el cuerpo “blandamente derecho”, con “una vestidura un tanto negligente.”
Sólo en nombre de esa "sprezzatura" es posible la licencia, un término retórico que se refiere a las figuras del lenguaje, pero que se puede aplicar a una cierta libertad manifiesta. En el vestido, esta cierta libertad ha dejado un surco reconocible. El griego libre debería saber colocarse el manto con señorío. No tenía una forma ajustada, se trataba de un rectángulo de tela, que se sujetaba con broches y cinturones; y permitían una gran libertad. En un contexto limitado las mismas piezas de tela, vestidas por todos los ciudadanos, todos los días, las formas de ajustarlas, su plegado, acaban adquiriendo, por el proceso que he descrito, un refinamiento auténtico. Y se convirtieron en un medio altamente expresivo.
La fluencia del vestido, ni mucha que se levante, ni poca, que ahogue, según Quintiliano, proporcionaba la imagen idónea de la libertad, de la elegancia.
No son modas: son constantes que se dan en todas las épocas. En nuestra época, nos disfrazamos de aviadores, vaqueros, leñadores y exploradores polares; el “jersey”, el “sweater”, el “Barbour” echado sobre los hombros, sucede al capotillo, a la capa española, o a la casaca de los Húsares; y la camisa flotante bajo el “jersey” tiene antecedentes renacentistas. Además abundan "déshabillés" fosilizados : el cuello vuelto de la camisa, que representa el paño que asoma y cae al descuido; las solapas que son también cuellos dejados libremente, o el último botón, que no se abrocha, etc.
Notas
BOWRA, Cecil Maurice, Sir, La Atenas de Pericles, F.163.198, XXX
ARISTÓTELES, La Política, 1302a. No obstante Aristóteles cree en la desigualdad.
PLATÓN, Teeteto, 175e.
HOMERO, Odisea, canto III. Véase también el canto VI.
HOMERO, Odisea, canto VI.
Así opina Calipso, HOMERO, Odisea, canto V.
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