Para saber más / Matrimonio
Imprimir

Hombre y mujer: sin esquemas rígidos

Blanca Castilla Cortázar
Nueva Revista N°130
Noviembre 2010

¿Qué significa ser “hombre” o “mujer”? ¿En qué se diferencian los sexos entre sí? En la historia de la humanidad no se han dado siempre respuestas sensatas y constructivas a estas cuestiones. Últimamente es corriente ridiculizar al hombre. Otras veces (con bastante más frecuencia) se ha limitado a la mujer, a través de clichés, y se la ha humillado en la teoría y en la práctica. En verdad, cada sexo tiene los rasgos que le caracterizan: lo propio de cada uno ha sido pensado para complementarse con el otro.

Si un gran número de personas se aparta de las ideas tradicionales sobre el matrimonio y la familia, quiere decir que éstas se han vuelto demasiado estrictas. El hecho de que muchos estén descontentos con la vida familiar significa que en ella habrán de cambiar muchas cosas, pero ello no indica que la familia esté pasada de moda en sí misma.

No deben contrarrestarse los retos actuales con un espíritu burgués de miras estrechas, antes bien hace falta urgentemente una nueva orientación. Hemos de encontrar un modelo para la familia que integre la tendencia contemporánea a sentimientos profundos y veraces, y que posea a la vez una fuerza enderezadora, que no se deje capturar por la sombra, sino que levante la mirada hacia la luz.

Comunidad de amantes  

La communio personarum -concepto de familia para Juan Pablo II- significa que, en el matrimonio, hombre y mujer son personas libres, autónomas y con igualdad de derechos. El ser humano no es absorbido completamente por ninguna asociación, ningún grupo y ninguna sociedad, ni siquiera por el matrimonio o la familia. Por eso es importante reconocer la necesidad de una sana distancia, incluso dentro del matrimonio. Un cónyuge no debe privar al otro de la posibilidad de desenvolverse y desarrollarse, de iniciativas, pensamientos y proyectos propios. Para alcanzar la unidad, debe permanecer la individualidad.

Según este concepto de persona, el hombre está orientado, en su misma esencia, hacia la relación. Particularmente significativo es que el ser humano exista en dos sexos. Por tanto, la sexualidad humana no es algo exclusivamente biológico: significa la disposición personal e integral hacia otra persona. La persona sólo llega a realizarse si es un don para el otro.

Communio se puede traducir como “comunidad de personas amantes”, y es la relación entre personas que alcanza más profundidad. La communio es siempre acción y reacción, llamada y respuesta al mismo tiempo. Es desinteresada en sí misma, es decir, no tiene más objetivo que la otra persona en cuanto que es tal.

Abolir esquemas  

La familia como communio exige una responsabilidad compartida frente a todos los problemas que se presentan. Al principio esto concierne solamente a los padres, pero también a los hijos cuando se hacen mayores. La enojosa problemática relativa a la distribución de competencias -si la mujer debe trabajar en casa y el hombre fuera de ella, o al revés- parece, a este respecto, superficial y ociosa. Las perspectivas de nuestro tiempo consisten precisamente en la abolición de toda clase de esquemas. En el centro de la atención ya no están el hombre y la mujer, sino más bien “este hombre concreto” y “esta mujer concreta”. La situación de cada persona, matrimonio y familia, es compleja y, después de todo, única e irrepetible.

Hoy en día existen en la vida familiar menos asignaciones unilaterales de deberes que en tiempos anteriores. Así, por ejemplo, es muy laudable que el amo de casa haya obtenido una razón de ser al lado del ama de casa. Una razón puede ser el hecho de que hay mujeres para las que psicológicamente sería casi imposible no trabajar fuera de casa, a pesar de su deseo natural de tener una familia. Si estas mujeres están casadas con hombres a quienes gusta quedarse en casa, la solución del problema será fácil. Para los hijos, de todas maneras, es mejor tener una madre contenta con una profesión fuera del hogar que una madre que sea resignadamente ama de casa.

Pero si aquellas mujeres están casadas con hombres tan deseosos como ellas de participar activamente en la vida pública, tendrán que llegar a un compromiso. Lo que se logrará hoy en día con mayor facilidad, dadas las circunstancias laborales y la mayor flexibilidad en cuanto a las concepciones vitales.

Sin embargo, a pesar de toda la comprensión para las situaciones concretas, no parece que hoy la mayoría de las mujeres sean más felices en su profesión y más infelices en casa que la mayoría de los hombres. Por eso, el amo de casa seguramente seguirá siendo más bien una excepción. Además, la llamada inversión de papeles entre hombre y mujer nunca es realizada plenamente. Pues en la vida práctica hay tareas para ambos, padre y madre, que no son intercambiables, aunque sea indiscutible que cada uno tiene que encontrar su propia manera de ser padre o madre.

Las aptitudes para el trabajo del hogar, que de hecho existen en el hombre, se manifiestan sobre todo cuando surgen necesidades apremiantes. Por ejemplo, cuando un padre saca adelante a sus pequeños hijos él solo. En esa dolorosa situación saca fuerzas extraordinarias que le permiten atender sus tareas.

Lo positivo de los nuevos tiempos 

Ahora bien, normalmente es la mujer la que percibe de manera más aguda, ama más los contactos sociales y manifiesta mayor sensibilidad en su modo de relacionarse con las realidades concretas. Su felicidad al crear un hogar y su interés por lo espiritual y lo personal no son simplemente frutos de la educación. Por eso, con frecuencia, no deseará en absoluto que su marido ocupe su puesto en el hogar.

Pero, en principio, se puede decir que la mujer actúa hoy en día con mayor frecuencia en campos que por tradición estaban reservados al sexo masculino, mientras que el hombre se atreve más y más a emprender tareas denominadas femeninas. (Hoy es casi natural que también los padres cambien los pañales a sus hijos). Esta nueva situación no debe ser observada con desconfianza, escepticismo o recelo; antes bien quisiera mostrar su balance positivo: significa, en la convivencia privada y también en la profesional, un gran alivio para el hombre y para la mujer; desaparece una gran dosis de hipocresía y doblez moral; se dan mejores posibilidades de conocerse y de demostrar comprensión mutua. Así, la nueva situación significa, bajo muchos puntos de vista, una ganancia para los interesados.

La aspiración de la mujer a trabajar fuera de casa comporta otra ventaja más: la mujer ya no depende de su esposo, ni en el aspecto económico, ni en el jurídico ni en el social. Algunos lamentan esta nueva situación porque ven en ello un peligro para la persistencia del matrimonio: si se facilita a la mujer hacerse independiente, dicen, entonces se romperá la comunidad conyugal a la menor dificultad. Pero para la communio vale todo lo contrario. Una de sus condiciones previas es justamente que ambos cónyuges sean libres y, en cierto modo, autónomos, y que se sepan unidos por el amor y no por la necesidad.

Además, el deseo de anular todas las convenciones ha dejado de constituir, a mi juicio, una meta tentadora. Hoy en día reconocemos más y más nuestra tarea de desarrollar soberanamente nuestras libertades; y reconocemos igualmente que hemos de descubrir de nuevo nuestra responsabilidad, también y especialmente en el matrimonio y la familia.

Viejos clichés masculinos  

Es evidente que ante todo los niños pequeños necesitan un hogar protegido y una persona de inalterable confianza, que les dé amor y seguridad. Por regla general, será la madre. Empero, esto no significa necesariamente que la mujer se ocupe exclusivamente del hogar y los hijos. Muchas mujeres desean, además, hacer algo diferente y no quieren experimentar por ello remordimientos de conciencia.

Ahora bien, si se esfuerzan por lograr una communio, el bien de la familia será también para estas mujeres el objetivo supremo. Y su trabajo fuera de casa podrá, efectivamente, redundar de muy diversas maneras en beneficio de la familia: en primer lugar porque esto facilita el diálogo abierto y la comprensión con el marido y los hijos.

Hoy en día no sólo se requieren madres que sepan llevar perfectamente la casa, sino ante todo madres que sean capaces de ser amigas; y si para ello las mujeres precisan de una cierta distancia respecto del hogar, esto bastaría para justificar plenamente el trabajo fuera de casa.

Pero también los hombres han de liberarse de los clichés pasados de moda. Así por ejemplo, los varones han considerado desde siempre el éxito como obligación, por ser un símbolo de masculinidad. Sin embargo, lo más importante para la familia no son ni el éxito profesional ni el aumento constante en los medios económicos. Mucho más decisivo es que el esposo tenga tiempo para sus hijos, que sepa sustraerse del estrés de nuestra sociedad competitiva. Para el hombre -tanto como para la mujer- será indispensable atender siempre de nuevo a la relación entre trabajo y tiempo libre, que no es simplemente el tiempo que sobra: el tiempo libre se deberá crear, pues nunca se encontrará por sí solo.

“A muchos padres ocupados por su profesión les es más fácil dar dinero que darse a sí mismos -observó un conferenciante suizo en un Congreso Internacional de la Familia en Bonn- . Y hoy, muchos padres sacrifican las familias a su propio éxito profesional. Un empresario prestigioso dijo una vez: He subido la escalera del éxito. Al llegar al último escalón me di cuenta que había apoyado la escalera en una pared equivocada”.

No hay soluciones hechas  

De la misma manera que hoy en día ya no es monopolio del hombre ganar el sustento, no debe ser la mujer la única que lleve el peso de la responsabilidad en el hogar. Me refiero aquí a algo más que una ayuda ocasional en la cocina. Se trata de un acto interior de solidaridad por parte del esposo frente a la mujer. La disposición positiva de ambos cónyuges frente a la familia es más importante que una repartición externa de las tareas. Ambos pueden demostrar esta actitud individualmente y de modos muy diversos. Pero siempre debe quedar clara la voluntad de compartir -sea como sea- las preocupaciones del hogar.

Se habla poco de tantas cosas que hoy día pueden hacer juntos hombres y mujeres, hijos y padres, en comparación con lo que era posible hace pocos decenios. La diversidad de las circunstancias vitales ha originado variaciones completamente nuevas.

Actualmente, solemos vivir muchas cosas simultáneamente. Ya no conocemos definiciones unívocas de tareas “masculinas” y “femeninas”. Tampoco seguimos diferenciando con nitidez entre acciones reservadas exclusivamente a la juventud y otras permitidas solamente a los mayores de edad. Ya no existe casi ningún deporte ni ninguna moda reservada a los jóvenes, y ya sólo hay pocas preocupaciones que los padres no confíen a sus hijos adolescentes. Los padres de hoy con frecuencia tienen menos distancia hacia sus hijos y permiten que se acerquen más a ellos. La organización de la vida se ha hecho más flexible, no sólo en lo referente a los diferentes sexos, sino también referente a las distintas generaciones.

En todo esto, naturalmente, no podemos pretender que todos hagan lo mismo y de la misma manera. Por el contrario, se trata de reflexionar de nuevo todos juntos cómo se podría vivir sensatamente la diversidad, dando por sentado que existen muchos puntos en común.

Cuando hombre y mujer estén dispuestos a sacrificarse por su matrimonio y su familia, su amor habrá llegado a la madurez. En la realidad concreta, este amor maduro puede originar situaciones muy distintas, y hasta contrarias. Para algunas mujeres, por ejemplo, puede significar un sacrificio quedarse en casa con los hijos; para otras puede ser heroico hacer compatibles, por amor a su familia, una profesión fuera de casa y los deberes del hogar. Ni hay soluciones hechas para la organización individual de la vida familiar cotidiana, ni es apropiado juzgar desde fuera sobre una situación concreta. No se puede exigir lo mismo a todas las personas.

 

**************

La estructura esponsal de la persona

Quizá sea en las Cartas a las mujeres donde Juan Pablo II ha expuesto lo más radical de la realidad humana, concluyendo sus más originales propuestas de la “Teología del cuerpo”, la aportación que según sus biógrafos dejará más huella en el pensamiento y que Weiger ha descrito como “una bomba de relojería preparada para explotar bien entrado ya el tercer milenio”. Bastaría recordar pasajes de la Mulieris dignitatem como el de la Unidad de los dos (n.6), el de la reciprocidad como novedad evangélica (n.24), o aún más, el del “orden del amor” en el nivel “ontológico” del ser (n.29).
 
La Carta a las mujeres es como una “vuelta de tuerca” que llega sorprendentemente hasta el final. Volviendo a indagar en la Creación acerca de  los hilos que entretejen la abigarrada estructura humana, redescubre en el libro del Génesis las claves para responder preguntas pendientes. He aquí algunas de sus palabras:
 
«En la creación de la mujer está inscrito desde el inicio el principio de ayuda: ayuda –mírese bien-, no unilateral sino recíproca. La mujer es el complemento del varón, como el varón es el complemento de la mujer: mujer y varón son entre sí complementarios… Cuando el Génesis habla de “ayuda”, no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser… (Ambos) son entre sí complementarios no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad (sexuada)… lo humano se realiza plenamente… Dios les da el poder de procrear… y les entrega la tierra como tarea…, en la que tienen igual responsabilidad. En su reciprocidad esponsal y fecunda…, su relación –interpersonal y recíproca-, es la “unidad de los dos”, o sea una “unidualidad relacional”» nn.7-8.
 
¿Qué quieren decir estas sorprendentes intuiciones, recogidas en documentos del Magisterio? Su desarrollo requiere un replanteamiento de toda la cosmovisión occidental y una ampliación de la metafísica que, válida para explicar el Cosmos, se queda corta para esclarecer el núcleo del ser humano: ser persona, ser libre, ser relacional, ser sexuado y esponsal, ser familiar –originado y originador-: hijo, padre o madre. En esta línea el personalismo propone que, además de la subsistencia, la persona encierra un aspecto relacional constitutivo, que le hace un ser abierto, no sólo “esencia abierta” (Zubiri), sino  apertura desde su acto de ser, y es descrito como: ser-con (Heidegger), ser-para (Levinàs) o co-existencia (Polo). Sin embargo, desde la Unidad  indiferenciada –que desde el platonismo funda la filosofía-, donde la Dualidad es pobreza y el Otro está jerarquizado, no es posible concebir esa originaria «Unidad de Dos» seres iguales y diferentes del mismo nivel ontológico. Esta «Unidad de los dos» está pidiendo una ontología peculiar para la antropología.
 
La reciprocidad, ‘novedad evangélica’

Respecto a la identidad de ser varón o mujer, ni el pensamiento ni la praxis aciertan a conjugar igualdad y diferencia. Para articularlas el Papa funda la igualdad en la mutua reciprocidad: en su hermenéutica de la «ayuda adecuada» (Gen 2,18), deja claro que cada uno es ayuda para el otro. Y si la reciprocidad dice igualdad, la complementariedad explica la diferencia. En efecto, la ayuda de uno a otro no es igual en ambos sentidos: cada uno tiene algo peculiar que aportar en cuanto varón o mujer. La masculinidad y la feminidad se reclaman mutuamente, pues una no tiene sentido sin la otra. Eso significa que la diferencia entre ambos es relacional, como explicó Julián Marías. Al tratarse de una relación lo mismo que les diferencia les une  -«Unidad de los Dos»-. El papa habla de reciprocidad y también de complementariedad y, dando un paso más, concluye en que lo que recíproca es la complementariedad. La complementariedad sin separarse de la reciprocidad –diferencia e igualdad conjuntamente-, permite la Unidad gracias a la pluralidad.
 
Esta armonía entre igualdad y diferencia, prevista por el Creador, se estropeó por la rebeldía humana, pero la Redención la vuelve a hacer posible. Sin embargo, la reciprocidad no ha cristalizado en las estructuras sociales. La igualdad varón-mujer viene a ser la verdad más difícil de reconocer, pues la mentalidad humana tiende a jerarquizar las diferencias. Ni siquiera el Cristianismo ha conseguido aún inculturar esa nueva visión superando la subordinación, pues hasta en algunos textos apostólicos quedan restos de esa «mentalidad antigua» (MD, 24). El logro de este objetivo está siendo más lento y arduo que la dura marcha de la humanidad para erradicar la esclavitud. La dificultad aumenta cuando al afirmar la igualdad se ha puesto en entredicho la diferencia y el igualitarismo ha devenido en ideología dominante: la ideología de género.
 
El papa redescubre la «novedad evangélica», según la cual, en la Unidad de los Dos, la reciprocidad complementaria puede vivirse como un “regalo” enriquecedor y responsabilizante, donde la igualdad no es “estática y uniforme” ni la diferencia “abismal e inexorablemente conflictiva” (n.8). Como se advierte, esta cuestión incide en el núcleo de los grandes retos teóricos y prácticos de todos los tiempos.
 
La construcción de la historia

Esta Carta a las mujeres resalta la transcendencia de la contribución de la mujer a la cultura y a la construcción de la historia. Esta verdad, recogida en el Génesis, se ha redescubierto socialmente en el s. XX, por fortuna,  a pesar de los efectos colaterales producidos por haber encontrado apoyo sólo en mentalidades lejanas de los principios cristianos. El papa lo reconoce como un avance de la humanidad, que se ha logrado por la “valiente iniciativa” de mujeres de buena voluntad, considerada en su tiempo como “falta de feminidad”, “transgresión”, “exhibicionismo e incluso pecado” (n.6).
 
El protagonismo y responsabilidad de la mujer en el dominio del mundo –dadas por el propio Creador-, manifiestan que las relaciones de reciprocidad complementaria no se limitan al matrimonio, que aún siendo la primera dimensión, no es la única. Todas las obras humanas, también las de la historia de la salvación, para ser fecundas, requieren la integración complementaria de lo masculino y de lo femenino (MD, 7).
 
En el Génesis cultura-historia y familia aparecen como una doble misión a realizar de un modo compartido. Sin embargo, no se ha logrado conciliar mundo y familia. Más bien, se han presentado como esferas antagónicas y asignadas según el sexo y se ha creado un desarrollo unilateral y desequilibrado: una familia sin padre y una cultura sin madre. La familia y las naciones han perdido al padre y la cultura se torna inhóspita, huérfana de maternidad. 
 
El drama se evidencia más cuando se empuja a las mujeres a abandonar la familia y rechazar la maternidad, como incompatibles con la actividad externa y no se advierte el valor creativo del cuidado para la ecología humana. Teniendo en cuenta su ontológica reciprocidad, si hoy está en riesgo la maternidad es porque la paternidad estaba ausente desde hace tiempo. La emancipación propuesta por la Modernidad que supuso la “muerte del padre” pretende ahora abolir la maternidad –último reducto del amor incondicionado-. El papa buen conocedor de la influencia de las mujeres -ya sean madres, hermanas, esposas, hijas, amigas o compañeras de trabajo-, advierte en el mundo la necesidad de lo que denomina “genio femenino” ( n.10) , fundado en la misión de la mujer, inscrita en su mismo ser, al confiarle Dios de un modo especial a cada ser humano, (MD,30) .
 
Estructura esponsal de la persona

Juan Pablo II deduce de la exégesis del Génesis: 1) que la diferencia es “ayuda”; 2) que la ayuda no es sólo para el obrar -procreación y la construcción de la historia-; 3) que hay una ayuda constitutiva, ontológica, en el ser; 4) que por ontología no se entiende aquí la esencia humana: lo físico y psíquico. 5) Un nivel ontológico más profundo que el de la esencia es el nivel del ser de la persona. 6) La diferencia es relacional 7) la relación y ayuda es recíproca; 8) la reciprocidad es esponsal, luego la diferencia es esponsal. Ahora bien, ¿qué quiere decir esponsal más allá del matrimonio, la procreación y la historia?
 
La respuesta habría que buscarla en el conjunto de su antropología y teología, donde profundiza en la imagen de Dios,  plasmada no sólo en el alma sino también en el cuerpo. Su teología del cuerpo abarca el cuerpo resucitado, donde la condición sexuada tiene un significado ultra-histórico. El cuerpo lo considera «expresión de la persona» y partiendo del cuerpo sexuado afirma que «el sexo es constitutivo de la persona». En esta línea esta Carta a las mujeres supone un paso más en la irrevocable afirmación del carácter ontológico de la diferencia sexuada, de donde se deduce que la identidad sexuada no sólo se “crea” cultural e históricamente, ni es algo que pertenezca únicamente al aspecto formal o esencial del ser humano. Esa diferencia, tan escurridiza filosóficamente, al ser ontológica y recibida, viene a ser una estructura antropológica universal, relacional, dual y esponsal. Por ser relacional es también transversal –tiñe todas las dimensiones corporales y anímicas-,  y originaria, por lo que su explicación más profunda tiene que estar fuera de la naturaleza.
 
El personalismo afirma que la naturaleza se distingue de la persona, paralelamente a como el tomismo advierte una diferencia real entre esencia y acto de ser. Si estas dos distinciones se leen juntas (Polo), la diferencia sexuada se   podría encontrar en el binomio diferente a la naturaleza o esencia, es decir, en la persona o acto de ser. Ciertamente desde la doctrina tomista el acto de ser no determina, solo actualiza, pero no es ajeno a la relacionalidad. Así, la teología describe a las Personas divinas como Relaciones subsistentes, es decir, relaciones distintas que se resuelven en Unidad. De aquí se deduce que lo que parece estar proponiendo el papa es que la diferencia sexuada y esponsal,  tratándose de una diferencia constitutiva de la persona, está anclada en el ser personal, nivel trascendental respecto a la esencia humana.
 
La teología de Juan Pablo II se adentra en la “estructura esponsal” de la persona, al advertir que la plenitud de la imagen de Dios, no está tanto en una persona aislada sino en la “comunión de personas”. De ahí la descripción ontológica de la imago Dei como «uni-dualidad relacional». Esto supone una ampliación de la noción de persona y de la teología de la imago. La “Unidad de los dos”  es una peculiarísima imagen de la intimidad divina  porque la relacionalidad que los distingue también los une, haciendo “visible” en cierto modo la “Unidad trinitaria” entre Personas cuya diferencia estriba en su respectiva relacionalidad. La imago Dei en Juan Pablo II es una imago Trinitatis y el significado más profundo de la diferencia varón mujer se encuentra en orden a la Comunión de Personas.

***************

''La institución del matrimonio demuestra la alianza entre las diferencias''

El matrimonio postmoderno, ¿una unión débil? Jornada de trabajo en la Universidad Gregoriana

Rocío Lancho García
23-IV-2013
Zenit.org

 

La postmodernidad se ha caracterizado por un pensamiento "débil" y uniones "líquidas". La sociedad líquida parecer prever una cada vez más frecuente dificultad no tanto para concebir el matrimonio "para siempre" o "para toda la vida" cuanto, en realidad, para reconocer un cierto atractivo.

Una cultura diversa de la unión de pareja fluye en la crítica hacia el matrimonio, como unión y promesa delante de la sociedad.

Parecen estar en crisis las cifras de matrimonios, tanto que la relevancia social y cultural de una alianza entre un hombre y una mujer es frágil, a punto, en "crisis de liquidez" relacional y responsable.

En este contexto ¿qué estabilidad puede pretender la unión conyugal? Para responder a estos interrogantes, el departamento de Teología Moral de la Universidad Pontificia Gregoriana ha realizado una tarde de reflexión abierta.

En la primera parte han participado María Cruciani que ha abordado el tema ¿Cuál es la fisonomía de la unión conyugal? A continuación el profesor Ivo Stefano Germano ha expuesto "Uniones líquidas": ¿crisis o final del matrimonio?". Y para finalizar, el profesor Miguel Yáñez SJ, ha hablado sobre "¿Qué responsabilidades afectan a la dimensión afectiva de la unión conyugal?".

A continuación se ha dejado un tiempo para el debate en grupo y más tarde se realizará un puesta en común de las conclusiones.

El hombre posmoderno mira a la autenticidad de cada unión, viendo en ello la expresión de algo afectivo. En este contexto cultural la pareja absolutiza una dimensión que, por otra parte, tiende a escapar, porque "al corazón no se le ordena". Se convierte así en mayoritaria la mentalidad de cuantos mantienen que no es posible una "estabilidad a largo plazo".

El decano de la facultad ha comenzado presentando la tarde de trabajo y recordando que el futuro del mundo y de la Iglesia dependen sobre todo del matrimonio y la familia.

María Cruciani, ha abierto el turno de ponencias. Se ha doctorado en la Universidad Pontificia. Actualmente es profesora de religión católica en la escuela secundaria y junto con su marido realiza un servicio eclesial en el ámbito de la pastoral familiar y de la espiritualidad conyugal.

Ha comenzado su charla afirmando que la antropología posmoderna pone en el centro la afectividad, con un rol fundamental, pero ha cuestionado si esto debe ser siempre así. Ha recordado lo que el papa Francisco dijo el Jueves Santo en el centro de menores: "me vino del corazón venir aquí". En la vida en pareja debe suceder algo similar. "¿Dónde te lleva el sentimiento de la vida en pareja?".

A continuación se ha centrado en el trabajo de la terapia familiar, y ha analizado aspectos intrapsíquicos de la terapia. Ha destacado la importancia de proteger y dejarse proteger, la complementariedad en la pareja. Ha señalado como significativo el 'mito familiar', las historias familiares que se transmiten de una generación a otra. No son sólo descripciones de sucesos sino una explicación del estilo de vida de la familia. Y es en la relación conyugal donde se construyen los propios mitos familiares. La transmisión del propio guión familiar de padres a hijos.

San Pablo en la carta a los corintios pone en primer lugar la paciencia, no es casual porque es fundamental "esperar los tiempos de la pareja". No es una espera pasiva sino activa. En el sistema familiar hay un dinamismo interno. La pareja es una sola carne, no sólo dos personas que se unen. Hay que cuidar del otro y aceptar que el otro te cuide.

Además ha comentado que hay que cuestionarse si la crisis de natalidad no sea en realidad una crisis de la intimidad de la pareja. Es fundamental para la intimidad y la afectividad de la pareja que el otro encarne la caricia de Jesús.

En segundo lugar ha participado el profesor Ivo Stefano Germano, profesor agregado de sociología de los procesos culturales y comunicativos en la Universidad de los Estudios de Molise. Enseña comunicación social e institucional en la licenciatura magistral en Servicio Social y Políticas Sociales y Sociología de la Familia en la Licenciatura trienal en Ciencias del Servicio Social.

Su ponencia se ha centrado en la "Unión líquida". El individualismo está marcando la sociedad moderna, ha afirmado. Es necesario ver, en este contexto, cómo el matrimonio habla y genera diferencias en las diferencias.

Ha presentado la institución del matrimonio en una cultura posmoderna en la que se tiende al "hasta que me sea útil". Sin embargo esta institución promueve el para siempre y sobre todo hace asumir roles diferentes.

Es fundamental mostrar el "respeto al matrimonio como unión fuerte para toda la vida". La cultura nace en la familia, y donde hay cultura hay vida. "La institución del matrimonio demuestra la alianza entre las diferencias".

El profesor Miguel Yañez SJ es director del departamento de Teología Moral y profesor extraordinario de Teología Moral.

Ha desarrollado la pastoral familiar en el Centro de Investigación y Acción Social (Buenos Aires, Argentina). Ha recordado que primero hemos escuchado la aportación de la psicología desde la terapia familiar y de la sociología familiar. La comunidad cristiana es parte de esta sociedad. En la sociedad actual se puede percibir la sensación de soledad y carencia afectiva. Aquí aparecen signos de desorientación, vacío existencial.

Ha hablado de la dimensión de experiencia personal. Ha proseguido diciendo que no podemos ser jueces de esta generación, como si hubiera aparecido sin ninguna relación con el pasado. Hoy no se cree en la idea de mantener una institución si ya no se basa en los principios en los que se basaba al principio. Poner en el centro de la preocupación a la persona humana en un contexto relacional. Capacidad de convertir las crisis en oportunidades. Ha interpelado a ser creativos. Para el debate posterior ha propuesto algunas preguntas sobre la libertad, la autoconciencia, la libre responsabilidad y el desafío de ser uno mismo.

 

Jutta Burggraf
Revista Istm


.