NUEVA YORK, ( ZENIT.org ).- Las Naciones Unidas celebraron del 28 de febrero al 11 de marzo, en el décimo aniversario de la Conferencia de Pekín sobre la mujer, una sesión especial convocada por la Comisión para el Estatus de las Mujeres. Su nombre en clave es «Pekín+10».
Mary Ann Glendon, profesora de derecho de Harvard, consideraba el tema de la discriminación y las mujeres.
Observaba que el pasado 18 de diciembre se cumplía el 25 aniversario de la Convención de Naciones Unidas sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés). Reflexionando sobre este evento, Glendon reconocía la contribución realizada por Naciones Unidas al proclamar la dignidad e igualdad de las mujeres, comenzando con la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948
No obstante, la aplicación del principio de igualdad en la sociedad y en el derecho ha presentado difíciles desafíos, añadía. Glendon observaba que Eleanor Roosevelt, que presidió la comisión que redactó la declaración de 1948, defendía la igualdad de oportunidades para las mujeres. «Pero sostenía con igual firmeza que había ciertas áreas, como el cuidado de los hijos y el servicio militar, donde se debían tener en cuenta las diferencias entre los sexos». Asimismo, Roosevelt indicaba que el hogar familiar es donde «hombres y mujeres viven como hombres y mujeres y se complementan unos a otros».
Pero Glendon observaba que cuando se redactó el borrador de la CEDAW, dominaba otra visión de las mujeres. El documento estaba influenciado por la tirantez del feminismo que estaba marcado por actitudes negativas hacia los hombres, el matrimonio y la maternidad. Por eso, el CEDAW «contiene algunos caracteres problemáticos», observaba Glendon.
Entre los elementos negativos de la convención de 1979 hay fragmentos que se han interpretado de forma que se desalienta la especial protección para las madres. Además, favorece la promoción de la igualdad de forma que se crean graves tensiones con otros derechos básicos, como la libertad de expresión y de creencias.
El comité constituido para supervisar el cumplimiento del CEDAW ha seguido esta línea. Critica, por ejemplo, a los países que no proporcionan un acceso abierto al aborto y condena que se celebre el Día de la Madre.
Mientras tanto, la mayoría de las mujeres ha abandonado este «feminismo anticuado», sostenía Glendon. Aunque todavía defienden activamente la campaña por la igualdad, se sienten ajenas a las actitudes anti hombres y anti familia de la primera generación del feminismo.
El tema del papel de los hombres y las mujeres en la sociedad fue objeto de un artículo de Janne Haaland Matlary, profesora del departamento de ciencias políticas de la Universidad de Oslo. La profesora noruega mantiene que la diferencia entre los sexos va más allá de lo biológico; la divergencia se extiende a los niveles psicológicos y ontológicos. De esta forma, la antropología evita el error del reduccionismo biológico, que reduce a las mujeres a un papel de criadoras de niños. También deja a un lado el error de adoptar una visión basada en factores sociales, que reduce las diferencias entre los sexos a una «construcción social».
Matlary busca sobre todo enfocar la relación entre los sexos basándola en el ideal de darse uno mismo, lo cual tiene especial relevancia para las mujeres, que a través de la maternidad tienen y crían a los hijos.
Sobre el tema del trabajo frente a vida familiar, Matlary explica la prioridad de la familia. Por eso, no es suficiente con aprobar leyes que aseguren la igualdad para las mujeres en su puesto de trabajo. «Se ha permitido a las mujeres que imitaran a los hombres», observa Matlary. «Pero las mujeres no han logrado políticas que tengan en cuenta realmente la maternidad y que reflejen el hecho de que las mujeres, si son fieles al ideal de servicio, trabajan y ejercitan su liderazgo de una forma muy diferente a los hombres».
Cambiar actitudes
Matlary afirma que las actuales actitudes se oponen con mucha frecuencia a la vida familiar así como a las mujeres que quieren dedicarse a sus hogares. El feminismo se ha concentrado en una visión individualista de los derechos, reduciendo radicalmente la importancia de la familia como unidad.
En este individualismo basado en derechos, la familia, y el papel de la mujer en ella, no cuentan para nada, escribe Matlary. En su lugar, lo que se vuelve importante es que las mujeres tengan al menos el 50% de todos los puestos públicos de la sociedad. Desde esta perspectiva, la vida familiar obstaculiza a las mujeres que desarrollen sus talentos, y tener hijos es una carga.
Esta actitud ha comenzado a cambiar en algunos países, se da más énfasis a ayudar a las mujeres a lograr un equilibrio entre trabajo y familia, observa Matlary. Sin embargo, normal y erróneamente, se da mayor prioridad a la igualdad de las mujeres en el puesto de trabajo, en vez de a la familia.
Hay que considerar el trabajo como un servicio a los demás, no como una forma de buscar el poder en el puesto de trabajo. En la vida familiar, defiende la complementariedad de hombres y mujeres, que significa dar el valor suficiente al papel de la madre para con los hijos cuando son pequeños. Y el Estado, en vez de asegurar sólo derechos individuales, tiene la obligación de apoyar la familia y la maternidad, puesto que la familia es el bloque constructivo fundamental de la sociedad.
El feminismo, continúa Matlary, debe tener como su principio básico la convicción de que la familia es lo primero en orden de importancia personal y social. Combinar esto con la visión del trabajo como un darse uno mismo y un servicio permitirá que se dé al papel de la mujer en la familia la importancia que merece.
|