Por María Carolina Astarloa de Cancelliere, Presidenta de Fundación Argentina para la Mujer
De acuerdo con la acepción que algunos están aplicando a la palabra “género”, se está afirmando el concepto de que las diferencias entre varón y mujer, sus funciones, vocación y roles, no provienen realmente de su naturaleza sexual, sino que son construcciones sociales creadas artificialmente por la sociedad a través de la cultura y que son la causa de la discriminación que ha sufrido la mujer.
La ideología del género, como estrategia, pretende instaurar una cultura sin sexos, pero sí con orientaciones sexuales, en la que cada persona, independientemente de las características biológicas con las que nace, pueda escoger libremente la orientación sexual por la que sienta inclinación. Así, todos los individuos serán iguales, sea cual fuera la orientación sexual asumida.
Las evidentes diferencias anatómicas no se cuestionan. Más bien se ataca el concepto de naturaleza humana y, por lo tanto, también la familia, considerándola el espacio donde se transmiten los <<estereotipos>> de conductas asumidas, que rotulan al niño asignándole lo que es femenino y masculino. Por considerar que la familia es un espacio jerárquico y autoritario, lo definen como un ámbito natural de violencia.
Por lo expuesto, la ideología de género se presenta como estrategia de deconstrucción social que busca sustituir la sociedad tradicional, basada en la familia, por un nuevo concepto de sociedad. Se trata de una sociedad sustentada en una concepción diferente de la naturaleza del hombre, de su sexualidad e identidad humanas, que lo enfrentan consigo mismo y con su familia.
La trama de la naturaleza humana estorba al género
Es cierto que histórica y culturalmente se han dado situaciones de discriminación hacia la mujer por parte del hombre, pero afirmar que ha sido una situación generalizada a lo largo de la historia es deformar la realidad. La biología evidencia que entre varón y mujer se da una relación natural de atracción, que invita a la unión, no al conflicto. Esta unión natural es indispensable para la continuación de la especie humana y para la realización de ambos.
El fin de la vida del ser humano es el amor y la relación entre hombre y mujer es la relación humana que, por excelencia, posibilita el ejercicio del amor en todas sus facetas. Negar que lo natural entre hombre y mujer sea la atracción y el amor, es llamar anormal a cientos de generaciones precedentes de hombres y mujeres, que vivieron satisfactoriamente una donación total y amorosa.
Igualdad no es sinónimo de identificación total, ni lo diferente tiene que considerarse desigual y, por tanto, sinónimo de injusticia.
La verdadera igualdad entre hombre y mujer se refiere a su naturaleza humana. Ambos son una unidad personal sexuada, de espíritu y cuerpo; con una inteligencia y una voluntad libre. Sólo existen dos formas de ser persona humana: varón y mujer, iguales en dignidad y, naturalmente, complementarios, gracias a sus evidentes diferencias.
Eliminar las diferencias es un imposible. Es la aceptación de la diferencia natural el principio de una igualdad justa. Admitir las diferencias entre hombres y mujeres no sólo es cuestión de realismo y evidencia, sino de justicia y de respeto. Las políticas de género que no respetan la diferencia que proviene de la sexualidad acaban provocando las mismas situaciones de discriminación, que buscaban evitar u otras peores.
La sexualidad humana no es simplemente una actividad del hombre y la mujer, sino una dimensión fundamental de la personalidad, porque el componente sexual se da en todos los niveles: genético, morfológico, gonádico, psicológico y espiritual. Por ello, la sexualidad no es característica accidental ni accesoria, sino fundamental para la definición de lo que es un ser humano, como también, por ejemplo, su libertad inteligente.
Cada célula del cuerpo lleva el sello de su sexo. Sólo existen dos sexos: XX, femenino, y XY, masculino. Las distintas orientaciones sexuales son prácticas elegidas, pero esto no significa que sean el comportamiento natural del hombre y de la mujer.
Si la homosexualidad, la transexualidad o el comportamiento bisexual fueran inclinaciones naturales, no sería necesario luchar para que estas prácticas se vieran como normales. Justamente se busca imponerlas culturalmente, forzando la homologación a la heterosexualidad, porque naturalmente no se dan.
La familia es el ámbito natural donde se acepta y ama al ser humano por sí mismo y se lo educa en el bien, el amor y la justicia. No es cuestión de redefinir la familia natural, sino de fortalecerla para que pueda realizar su cometido propio: educar éticamente al ser humano y enseñarle a amar. Del mismo modo, la maternidad y la paternidad no son realidades que se construyen socialmente, sino realidades biológicas y psicológicas, parte de la identidad misma del ser mujer y del ser varón.
La cultura se construye sobre la realidad humana: varón-mujer. Los roles que cada uno ejerza pueden intercambiarse, pero cada quien los vivirá desde su identidad masculina o femenina. Una mujer puede manejar un camión, pero lo hará de un modo indiscutiblemente femenino así como un hombre cambiará pañales de manera ciertamente masculina. La posibilidad de que estos roles puedan intercambiarse no implica el derecho a exigirlo.
Todos concordamos que debemos construir una sociedad más sana, con auténtica libertad, con trabajo y sueldos justos, permitiendo conciliar el cuidado de los hijos y la familia con las obligaciones laborales, tanto para el varón como la mujer, sin violencias, ni abusos.
Pero disentimos de los enunciados de la ideología de género y sus posibles caminos de solución a los problemas sociales, básicamente, por tres motivos:
1.- Por su concepción reductiva del hombre y diferente de la real, lo que la convierte en una construcción teórica.
2.- A partir de su errado concepto de hombre, su visión del desarrollo no abarca a toda la persona. Por lo tanto, aunque solucione alguna parte del problema, sigue sin ser una propuesta definitiva.
3.- El análisis que hacen de las causas de los problemas de la mujer y de los problemas sociales está muy sesgado por una línea ideológica basada en el conflicto, que le resta objetividad para ser una alternativa viable.
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