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El lente marxista del feminismo de género

(Por: Viviana Endelman Zapata, Colaboradora de Mujer Nueva, 2005-02-22)

Para comprender una corriente de pensamiento es central detenerse en qué entiende sobre el hombre, qué concepto tiene de él. Por ejemplo, si se intentara resumir lo medular de las ideas del marxismo, tendría que partirse de la pregunta: ¿qué (aunque lo ideal sería decir quién) es el hombre?

Y sorprenderá ver cómo la respuesta a dicha pregunta mostrará muchos puntos que delatan el trasfondo de la perspectiva de género y que evidencian la central fragilidad e insensatez de sus argumentos: la visión reductiva del ser humano y por tanto de su capacidad de relación con los otros y con el entorno.

Veamos: antes que nada, en el marxismo, el hombre no es considerado en sí mismo, sino parte de una determinada sociedad. El fundamento de esta sociedad es la estructura económica, y cualquier otra estructura es un reflejo de ella. Los factores principales que determinan la historia humana son materiales. Y desde esta base, la opción liberadora pasaría por la opción materialista, centrada en el hombre como ser histórico, inserto en unas determinadas relaciones económicas de producción.

Marx ve al hombre desde este punto de vista: inserto en las relaciones de producción. Es decir, reduce al hombre. El ser del hombre depende de su posición de proletario o propietario. Solamente cuando no haya clases sociales (final esperado de la revolución) se podrá hablar del reino de la libertad, del verdadero humanismo. El hombre será hombre cuando se dé la liberación económica y social, cuando se derriben los mecanismos de las relaciones de producción propios de la sociedad capitalista.

El materialismo de Marx es a la vez evolucionista: toda la realidad está en un proceso de evolución perfectiva, que se da en forma de dialéctica. Toda perfección se logra por la contraposición de dos tendencias opuestas. Una de esas fuerzas es la tesis; la opuesta, antítesis, y de ellas se logra la síntesis, que es un paso adelante en el proceso evolutivo. Hasta que se logre la perfección humana, sin clases sociales, sin conflictos, el proceso dialéctico será necesario e inevitable.

Lo colectivo será el fruto de la victoria final del comunismo. Y el hombre se realizará perfectamente tan sólo en la última fase de la historia humana, es decir, en la sociedad comunista perfecta.

Claro que a primera vista parece muy positivo que Marx analice y delate la opresión del obrero (división de las relaciones de producción en propietarios y proletarios; extrañeza del trabajador ante su actividad; la vida como simple medio de subsistencia; el estado como instrumento de los propietarios: alienación política de los ciudadanos sometidos). Pero ¿qué fuerza puede tener este intento de reivindicación cuando se parte de una visión del hombre totalmente reducida y oscura?

Es evidente la semejanza entre esta visión marxista de la sociedad y la ideología del género; hay un "enfrentamiento dominador-oprimido" que se resolverá con la lucha de poder, con una pretendida e inalcanzable homogeneidad anuladora de las diferencias.

Otra gran confusión de la filosofía marxista y que se puede vislumbrar en el esquema de pensamiento del feminismo de género es que: la referencia última, el problema de la verdad, esta siempre en el obrar humano, en la praxis, en la "terrenalidad", quedando excluida toda normativa trascendente. El hombre mismo es praxis a través de la cual logra la autocreación de sí mismo y la transformación de la naturaleza: el hombre, trabajando, transforma el mundo, se redobla a sí mismo, crea el mundo a su propia imagen. Cuando el hombre con su trabajo crea un mundo nuevo, se crea continuamente a sí mismo.

En este "humanismo" de la liberación, el hombre es señor del hombre; y esto es una exigencia para "hacer práctica" su autonomía. Su felicidad, el bien, la ética, la libertad, estarían restringidos a este horizonte. Es un humanismo cerrado a la trascendencia, donde el ateísmo se presenta como una exigencia. El hombre es reducido a un producto de las relaciones de producción.

La doctrina de que el hombre es la esencia suprema para el hombre lleva al imperativo categórico de invertir todas las relaciones en que el hombre sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable...

Algunos sucesos de la historia han hecho evidente que la alienación, la humillación y el desprecio por el hombre son, al contrario, frutos de la misma absolutización del hombre, que es -paradójicamente- su más grande desvalorización.

"Claro que habría que empezar por definir qué es lo progresivo y qué lo que se camufla tras la palabra 'progreso'. También los cangrejos creen que caminan cuando marchan hacia atrás.

De todos modos hay cosas bastante claras: es progresivo todo lo que va hacia un mayor amor, una mayor justicia, una mayor libertad. Y desgraciadamente no todos los avances de nuestro tiempo van precisamente en esa dirección."

(José Luis Martín Descalzo, de su libro "Razones para vivir")

Mujer Nueva