EDITORIAL OCTUBRE 1999
Un reportaje que ocupó la primera plana del diario Washington Post, el día 24 de abril, con el título "What kind of choice is that?" (¿Qué clase de opción es esa?), escrito por el periodista David Finkel, recogía los testimonios de parejas estadounidenses que se sometieron a tratamientos de fecundación artificial sin sospechar que su decisión les ocasionaría penosos sufrimientos en vez de obtener de forma fácil y sencilla el bebé deseado.
Dawn y Michael Gross de Maryland relataron como tras un duro tratamiento engendraron cinco bebés que sobrevivieron al embarazo, pero murieron poco después del parto. Previamente habían recibido la presión de los médicos para que abortaran tres niños y aumentar las posibilidades de vida de los otros dos. Denis Aymond de Louisiana tuvo quintillizos que nacieron aparentemente sin problemas, pero seis años después uno sufre ceguera, dos padecen retraso en el habla y uno ha desarrollado problemas de atención. Denis afirma: "nadie se da cuenta de que por cada caso exitoso, hay cuatro o cinco mujeres que nunca llegan a procrear". Mary de Tennessee, embarazada de trillizos, es presionada por los médicos para que decida abortar a uno de sus hijos para aumentar las posibilidades de supervivencia de los otros dos. Kathleen De Luca de Baltimore lleva cuatro años sometiéndose a todo tipo de técnicas de fertilización sin que todavía vea resultados. Mary y Lee de Filadelfia esperaban trillizos y debieron decidir entre un aborto o el riesgo de perder a sus bebés. Tomaron la primera opción y ahora saben que fue la incorrecta. Mary nunca pensó que al aferrarse al deseo de ser madre terminaría enfrentándose al trauma de haber decidido la muerte de uno de sus hijos.
Según el Post, mientras los medios de comunicación de todo el globo elogian y se maravillan por los partos múltiples, producidos por las técnicas de fecundación asistida, resulta que abortos, partos prematuros, bebés con peso crítico, largos meses en hospitales, desarrollo de retrasos crónicos, parálisis cerebrales, ceguera y muerte son los frecuentes finales de este tipo de embarazos. De acuerdo con el Washington Post, que nunca ha tenido simpatías por la causa pro-vida, este aspecto de las técnicas artificiales de reproducción no suele ser publicado por el poder financiero de las clínicas que brindan los tratamientos. A los especialistas no les importa necesariamente cuantos bebés nazcan sino que alguno nazca y para ello inducen superovulaciones con tratamientos hormonales en la mujer e introducen hasta cinco cigotos en el útero de la mujer para llegar a un 37% de probabilidades de que nazca un niño.
Este aspecto de la fecundación in vitro y la transferencia de embriones ya ha sido tratado en otro editorial (ver nº 13, abril de 1999) desde un punto de vista más técnico, desde el propio punto de vista de los documentos que manejan los especialistas, de su lógica y de su lenguaje. Este editorial, por el contrario, aborda el mismo aspecto de la reproducción artificial desde el lenguaje de las parejas que han sufrido su lado oscuro, normalmente ocultado a los potenciales clientes antes de ser iniciado un tratamiento que otorga grandes beneficios económicos a los centros que los practican.
Todo esto ocurre porque la fecundación in vitro establece, entre quienes realizan el proceso, una relación de "producción de un objeto" y la persona, el ser humano, no es un objeto producido por el trabajo humano, sino un ser querido por un acto personal de amor. Sólo un acto de amor en el cual toda la persona de los cónyuges está implicada es digno de dar origen a una nueva persona humana. Toda persona, y por tanto, también la persona humana que va a nacer, debe ser querida en sí misma y por sí misma: es decir, por amor. Por desgracia, el deseo de tener un hijo propio, no adoptado, es tan fuerte en algunas parejas con la imposibilidad de procrear que llegan a ver al hijo deseado no como un bien en sí mismo, sino como un bien para ellos, un bien del que carecen y que necesitan poseer a toda costa, tan a toda costa que olvidan o no les importa que en el proceso de obtención del hijo deseado mueran otros hijos igualmente suyos. Es una lastimosa trampa o error del instinto de paternidad. La paternidad es una entrega y para una pareja que sufre con la imposibilidad de tener descendencia la forma adecuada de entrega sería la adopción o la dedicación al servicio de otros.
La condición todopoderosa que se atribuye a la ciencia hace insoportables nuestras frustraciones. El deseo se convierte en un absoluto: un hijo cuando quiera, como quiera y al precio que sea; ningún hijo si no quiero y a ningún precio. Es una gran incoherencia de nuestra sociedad que dedica grandes energías a la reproducción artificial, mientras que permite el aborto de miles de niños y considera ambas prácticas como un progreso.