Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. 
                                      
                                    Resumen 
                                    En el desarrollo de la investigación  “Creer en la reconciliación”, el contacto directo con las víctimas de masacres  y desplazamientos forzados en Colombia ha servido para constatar la importancia  que tienen las teorías de los sentimientos morales en la preparación de un  posible proceso de reconciliación, que pase por la experiencia liberadora del  perdón por parte de las víctimas y de la solidaridad por parte de la sociedad  civil. Estos problemas ocuparon la atención de Guillermo Hoyos durante los  últimos años de su actividad filosófica. Este artículo se apoya en las teorías de  los sentimientos morales para valorar las contribuciones del filósofo  colombiano y subrayar la importancia que tiene la memoria en la lucha contra la  impunidad y la superación de la indiferencia, elementos necesarios en los  procesos de reconciliación. 
                                    Palabras  clave:  memoria, víctimas, sentimientos morales, perdón, reconciliación. 
                                    Introducción 
                                    Al conocer directamente los testimonios  de las víctimas de la violencia en Colombia, al reparar en la crueldad con la  que han sido perpetradas muchas masacres y el horror con que muchas comunidades  han sido obligadas a abandonar su tierra, el observador es afectado  emocionalmente al sentirse invadido por la tristeza, la rabia y la impotencia.  Escuchar narraciones llenas de dolor y reconstruir terribles escenas ponen en  evidencia el sufrimiento que los grupos armados han causado a la población  civil. En esta experiencia, la primera pregunta que surge indaga por la  aparente irracionalidad con que los perpetradores pudieron actuar con tanta  crueldad contra sus semejantes pero, pronto se hace evidente que tal sevicia  corresponde a la búsqueda instrumentalmente racional de intereses políticos y  económicos que les permiten relativizar la dignidad humana. 
                                    La segunda pregunta que emerge inquiere  por la indiferencia con la que la vida de muchos sectores del país ha seguido  adelante como si las víctimas de estos crímenes no fuesen miembros de la  comunidad nacional. 
                                    Una indiferencia que ha hecho posible la  ausencia de reparación para las víctimas y la impunidad para los victimarios.  Se trata de una extendida falta de solidaridad que termina por deshumanizar a  las mayorías. Es difícil comprender cómo la desdicha de tantas comunidades y  personas parece significar tan poco para la vida de una nación. El genocidio  impune de la Unión Patriótica, en el que murieron más de 5.000 personas; la  continuación de la masacre sin fin en Trujillo (Valle del Cauca), iniciada al  final de la década de los años ochenta; los permanentes desplazamientos de  comunidades negras e indígenas en el Chocó, son sólo tres ejemplos de las  tragedias que viven más de cinco millones de colombianos, mientras otros  llevamos adelante nuestras vidas con parcial o total indiferencia. 
                                    Entonces surge una tercera pregunta,  esta vez por las condiciones de posibilidad para que las personas y las  comunidades que han sufrido estos horrores puedan perdonar a quienes han  llenado de tanta pena su existencia. 
                                    Esta pregunta apunta a las posibilidades  que tienen estas personas y comunidades de superar el dolor que se prolonga en  el tiempo amenazándolas con reducir su existencia a la de ser sólo víctimas de  los hechos perpetrados. 
                                    El perdón aparece como posibilidad de  liberación al terminar con la acción del victimario sobre la víctima, que  entonces es capaz de incorporar su doloroso pasado a una biografía que se  proyecta sobre un presente de lucha por la justicia y un futuro que puede estar  cargado de esperanza. 
                                    En su artículo “El perdón es de lo  imperdonable”, publicado en el diario El Tiempo el 22 de octubre de 2012,  Guillermo Hoyos presenta el perdón como una virtud política necesaria en  Colombia, pero lo asimila a la reconciliación entre víctima y victimario: “Es  el perdón mismo el que cura y éste se da entre dos, el causante del dolor y el  que lo ha sufrido y lo sigue sufriendo” (Hoyos, 2012). Esta visión condiciona  el perdón a la voluntad de encuentro entre la víctima y el victimario,  situación poco probable en el contexto colombiano y quizás inconveniente para  las víctimas. De ahí la necesidad de hacer una diferenciación fundamental entre  perdón y reconciliación, que permita ver el perdón como una capacidad que puede  tener la víctima para liberarse del sufrimiento, sin depender del  reconocimiento de culpa, del arrepentimiento, de la reparación o del propósito  de no repetición por parte del victimario. 
                                    Luego de que las víctimas no tuvieran  ningún papel relevante en el proceso de desmovilización de los grupos  paramilitares al final de la primera década del siglo XXI, ahora en medio de  los diálogos del gobierno colombiano con las FARC-EP y la posibilidad de un  diálogo similar con el ELN, la perspectiva de las víctimas debe cobrar especial  importancia para comprender las implicaciones que tiene un proceso de  reconciliación social en Colombia y para reconocer el papel que juegan en él la  virtud política del perdón y el recurso profético de la memoria. 
                                    Las víctimas son quienes mejor ponen de  manifiesto los diversos sentidos complementarios de la tolerancia. Son ellas  quienes efectivamente toleran el crimen, lo soportan, y son, también ellas  quienes ofrecen la clave fundamental para la reconciliación (...) Su  experiencia del mal es reclamo permanente no sólo para los victimarios sino  para la sociedad en general (Hoyos, 2007: 11). 
                                    Desde la perspectiva de las víctimas la  explicación de la crueldad en el proceder de muchos victimarios, que pisotean  sin pudor la dignidad humana, se da no sólo desde el uso instrumental de la  razón que justifica los medios a partir de fines estratégicos, sino desde la percepción  de una falta de sensibilidad que hace posible obrar en contra de todo sentido  de humanidad. De igual modo, la indiferencia de las mayorías ante los crímenes  de lesa humanidad es vista desde esta  óptica como ausencia de una adecuada formación del sentido moral en la  reciprocidad y en la solidaridad. Son las víctimas, con su capacidad para  perdonar y mediante el cultivo sano de su memoria, las que pueden salvar a la  sociedad de la crueldad violenta y del olvido indiferente. 
                                    A partir del asombro generado por el  dolor de las narraciones, la crueldad de los hechos narrados y la inexplicable  indiferencia generalizada, este artículo se apoya en la teoría de los  sentimientos morales para mostrar la importancia que tiene el sentido de  humanidad en la valoración moral de los hechos violentos padecidos por muchas comunidades  colombianas. El artículo también pretende subrayar la relevancia que tienen el  resentimiento de las víctimas y la indignación de la opinión pública como  condiciones de posibilidad para llevar adelante un proceso de liberación, mediante  las experiencias del perdón por parte de las víctimas y de la solidaridad por  parte de toda la sociedad civil. 
                                    Ante la posibilidad de superar el  conflicto armado en que Colombia se halla atrapada desde hace más de medio  siglo, ahora se presenta la encrucijada de optar por una justicia transicional  en la que no sean procesados todos los crímenes o por la aplicación de ley para  que de todos los culpables de ellos sean castigados. En este dilema entre una paz  sin justicia punitiva plena y una justicia que no anticipe la paz, conviene  reivindicar el papel profético de la memoria para poner la lucha legítima  contra la impunidad a salvo de su asociación con la venganza y prevenir, a la  vez, la indiferencia que viene del olvido. 
                                    Desafortunadamente, entre quienes están  por la reconciliación que nos lleve a la paz, la mayoría piensa que la memoria  que buscamos y la verdad que reclamamos son solamente para la reparación de las  víctimas y para que se castiguen todos los delitos. Pero resulta que memoria y  verdad también pueden llevar a reconocimiento de culpa por el victimario, a  justicia transicional acompañada de perdón, que no siempre significa olvido,  como piensan algunos al identificar perdón y olvido (Hoyos, 2012). 
                                    En su comprensión del proceso de reconciliación  por el que debe transitar la sociedad colombiana, Hoyos señala la importancia  de la verdad y la memoria más allá del castigo y la reparación. La memoria aparece  entonces como recurso profético que mantiene vigente la exigencia de conocer la  verdad de los hechos dolorosos en la lucha por la justicia. 
                                    Ahora bien, es preciso advertir cómo el  cultivo de la memoria y la búsqueda de la verdad se nutren de las emociones  humanas que funcionan como sensores ante la presencia del mal y posibilitan una  reacción efectiva ante él. El repudio generado hoy en Colombia al escuchar las  narraciones sobre la crueldad con que los victimarios han violado, y continúan  violando, los derechos fundamentales de las víctimas, pone en evidencia la  importancia de los sentimientos morales como instrumento de juicio moral ante  la gravedad de estas acciones y como fuente de razones para buscar una justicia  transicional en la lucha contra la impunidad. 
                                    Razón tenía Hume al mostrar cómo la  falta de atención a las emociones en la ética puede conducir a la indiferencia  y a la anomia. “Extinguid todos los sentimientos y las predisposiciones a favor  de la virtud, y toda repugnancia o aversión al vicio: haced a los hombres  totalmente indiferentes hacia estas distinciones; y la moralidad ya no es un  estudio práctico, ni tiene tendencia a regular nuestras vidas y acciones”  (Hume, 1993: 35). En el mismo sentido, ponerse en el lugar del otro es un  mecanismo propuesto por Adam Smith que sirve como puente entre el bien privado  y el bien público. 
  “Tratamos de examinar nuestra conducta  tal como concebimos que lo haría cualquier espectador recto e imparcial. Si al  ponernos en su lugar podemos asumir cabalmente todas las pasiones y  motivaciones que la determinaron, la aprobamos por simpatía con la aprobación  de este juez presuntamente equitativo. En caso contrario caemos bajo su desaprobación,  y la condenamos” (Simth, 1997: 228). Se trata de dos formulaciones distintas  del mismo principio de humanidad formulado por la ilustración escocesa. 
                                    Son los sentimientos suscitados al  contrastar las acciones con los parámetros bajo los cuales se ha sido educado  los que permiten establecer la bondad o maldad de una acción. “Sea el caso de  una acción reconociblemente viciosa: el asesinato intencionado, por ejemplo  (...) Mientras os quedéis a considerar el objeto, el vicio se os escapará  completamente. Nunca podréis descubrirlo hasta el momento en que dirijáis la  reflexión a vuestro propio pecho y encontréis allí un sentimiento de  desaprobación que en vosotros se levanta contra esa acción” (Hume, 1988:  632-633). Es la desaprobación moral derivada de los sentimientos la que  conmueve, la que conduce a identificarse con las emociones de quienes han  padecido la crueldad del mal como miembros de la misma comunidad moral. 
                                    Desde la perspectiva de los sentimientos  morales no se puede estar al margen de la felicidad o la miseria de otra  persona; los sentimientos de los demás determinan los propios y viceversa. En  esto consiste el sentido de humanidad propuesto por la tradición escocesa que  lleva al mismo resultado de la moral kantiana: el respeto de la dignidad humana  en la propia persona y en la de los demás. Así lo propone Kant en su tradición  fuertemente cognoscitiva: “Obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu  persona como en la persona de cualquier otro siempre a la vez como un fin,  nunca meramente como medio” (Kant, 1996: 189). 
                                    Para los dos autores escoceses  mencionados, la reciprocidad se basa en la simpatía y en el sentido de lo  agradable, mientras la moral se funda en una determinada forma de vivir que es  compartida por un grupo social. Se trata de pasar del interés privado al  interés de la comunidad y, desde allí, al respeto de la humanidad entera. En la  ética escocesa de los sentimientos morales la búsqueda del propio bienestar trae  bien común y hace posible la obtención de la justicia. Esto ha hecho falta en  Colombia, pensar de modo recíproco en la necesidad de obrar rectamente haciendo  coincidir los intereses individuales con los intereses generales de la comunidad-así  se construye la justicia-y ser solidarios con el sufrimiento de las víctimas a  través del mecanismo de la simpatía -así se vive la solidaridad-. 
                                    En el pensamiento ético contemporáneo,  el enfoque clásico de la ilustración escocesa de los sentimientos morales ha  sido enriquecido por algunos autores bajo la influencia de la filosofía del lenguaje  y de la fenomenología. Es el caso de Peter Strawson y Ernst Tugendhat,  interlocutor de Hoyos en varios escenarios, y no pocas veces contradictor suyo.  La teoría contemporánea de los sentimientos morales constituye una oportunidad  para fijar la atención en la función que estos sentimientos reactivos tienen en  las experiencias de perdón, por parte de las víctimas, y de solidaridad con  ellas, por parte de la sociedad civil. En Colombia hace falta reflexionar sobre  el papel positivo del resentimiento y la indignación en la construcción de la justicia. 
                                    Las actitudes y los sentimientos con que  se responde ante la actuación propia y ajena constituyen un equipamiento mental  “condicionado por el sistema de demandas sancionadas por la sociedad en que los  individuos han sido educados y por el lenguaje, única dimensión en que es  posible hacer públicas tales demandas” (López, 2004: 35). La fenomenología que  hace Strawson de la vida moral comparte la plataforma empírica de las teorías  de Hume y de Smith; su análisis del mundo moral pone en evidencia que la  condena y la aprobación ante las acciones observadas dependen a la vez de la  emotividad y de la configuración social del comportamiento. Las actitudes  aprobadas por la sociedad devienen en normas que le dan forma a ésta y es esa  misma sociedad la que sanciona las normas que la configuran. “En esta  dialéctica aparecen la aprobación y la desaprobación moral como elementos  constitutivos de la sociedad” (López, 2004: 36). 
                                    En continuidad con la tradición escocesa  de los sentimientos morales, Strawson afirma que el orden de justicia y de  libertad se sostiene en la sociedad gracias a los sentimientos relacionados con  la aprobación o el rechazo hacia ciertas acciones. Entre los miembros de una  sociedad existe una expectativa recíproca de buena voluntad, entendida ésta  como una actitud benevolente que debe darse entre los individuos. En medio de  las relaciones interpersonales, se demanda de los demás un grado de buena  voluntad y se reacciona emocionalmente de diversa manera, dependiendo de la  respuesta que se obtenga a esta demanda. En la interacción humana se da una  amplia gama de manifestaciones que van desde la gratitud hasta el  resentimiento, desde la admiración hasta la indignación, y que responden a las  actitudes e intenciones que los demás presentan hacia cada persona, incluso la propia. 
                                    Sufrir una violación de los derechos  fundamentales y no experimentar resentimiento hacia el agente de esta ofensa es  un indicador de que algo anda mal con la subjetividad de la víctima o de la  configuración social de la comunidad que ha sido violentada. 
                                    Del mismo modo, presenciar una violación  de este tipo sin indignarse también indica una grave ausencia de sensibilidad  moral. No se puede permanecer indiferente ante la vejación de la que se es  objeto o ante la injusticia que se tiene delante. La actitud pasiva de quienes  han sido víctimas y la actitud indiferente de quienes son incapaces de solidarizarse  con éstas sólo sirven para que la violencia se prolongue en el tiempo gracias a  la ausencia de la justicia. La memoria revela entonces su carácter profético al  mostrarse como referente para que las comunidades morales y las sociedades en  las que éstas se inscriben superen la impunidad y la indiferencia. 
                                    En la fenomenología del mundo moral,  mediada por el análisis del lenguaje, aparece la comunidad moral como elemento  central de la vida en sociedad. Strawson pone en evidencia que compartir una determinada  forma de vida humana, un juego de lenguaje moral, es lo que permite activar las  actitudes reactivas ante la conducta propia y ajena. 
                                    Los afectados por una falta moral deben  experimentar resentimiento frente al agente, como reacción ante la  transgresión. La indignación y la desaprobación, al igual que el resentimiento,  evidencian una limitación reactiva de buena voluntad hacia el agente que ha  incumplido la demanda conscientemente y ha roto la dinámica de reciprocidad. A  este agente se le sigue considerando miembro de la comunidad moral, pero un  miembro en deuda con ella (López, 2004: 40). 
                                    Esto es muy importante en el caso  colombiano, pues en diversas comunidades las víctimas se ven obligadas a  convivir con sus victimarios, a compartir la vida cotidiana, muchas veces en  medio del silencio y el temor. 
                                    Es necesario resaltar que las relaciones  entre víctimas y victimarios no es un asunto exclusivamente suyo. Al extender  los alcances de la reciprocidad más allá de las relaciones entre primeras y segundas  personas para mostrar la importancia que tiene en el caso de terceros, el  análisis de Strawson permite apreciar la importancia que tienen la desaprobación  y la indignación en la apreciación de las masacres, la siembra de minas, los  secuestros, los desplazamientos y otros crímenes de los que no se ha sido  víctima ni perpetrador. Las reacciones actitudinales ante la abundancia o  ausencia de buena voluntad entre terceros también determinan el mundo moral. 
                                    La experiencia del perdón corrobora la  mutua implicación de los planos morales del sujeto agente y paciente, pero  también la interdependencia de los sentimientos que cualquier miembro de la sociedad  debe poder experimentar a partir de lo que se espera por parte de los otros o  de uno mismo. Los sentimientos reactivos y autoreactivos hacen que se pueda  aceptar la sanción social, en caso que haya responsabilidad, sin dejar lugar  para que surja el resentimiento, pues se considera que se trata de una sanción  merecida. “Sentir vergüenza moral, aceptar la indignación de los demás y  renunciar al resentimiento dispone para esperar la sanción o para pedir el  perdón” (López, 2004:40). Es así como el resentimiento y la indignación pueden abrir  el camino para el reconocimiento de la falta y la confesión de la verdad por  parte de los victimarios; pero, una sociedad incapaz de resentimiento y de  indignación, no cuenta con las fuerzas suficientes para exigirlo a los  perpetradores de crímenes atroces ni para exigir al Estado que haga justicia. 
                                    No obstante, debe recordarse que si bien  el reconocimiento de la propia responsabilidad por parte de quienes han violado  los derechos fundamentales allana el camino para el perdón, no lo determina.  Más allá de lo que se espera de los victimarios, la historia colombiana muestra  que muchas veces el camino del perdón debe ser emprendido por parte de las  víctimas en ausencia del arrepentimiento de los victimarios y en medio de la  impunidad. Si se condiciona el perdón al reconocimiento público de los crímenes  por parte de los perpetradores y al castigo que debe ser aplicado, es posible  que las comunidades y las personas que han sido víctimas de los grupos armados  prolonguen su sufrimiento a causa del mal recibido, sin poderse reponer y sin abrirse  a un futuro mejor. 
                                    El perdón de las víctimas y la  transición de una sociedad hacia la paz anhelada no implican necesariamente  impunidad, pero exige el ejercicio profético de la memoria. “Perdón, para que  valga la pena y pueda ser por tanto de lo imperdonable, ya que lo perdonable  será perdonado sin problemas por alguna compensación como castigo o reparación,  no puede significar olvido; todo lo contrario, exige que haya a quién y qué  perdonar” (Hoyos, 2012). 
                                    El perdón que brota desde el  resentimiento ante la ofensa recibida no es algo que se imponga desde fuera a  las víctimas en forma ideológica; se trata de una necesidad vital de las  comunidades y las personas que deben seguir viviendo, muchas veces al lado de  los victimarios. Tampoco está asociado a la impunidad, pues perdonar no es  olvidar a los seres queridos cuya vida fue segada, tampoco es olvidar el mal  sufrido. Perdonar implica recordar para tener a quién perdonar por algo que  hizo. 
                                    Hoyos señala que el perdón es una virtud  cívica y política, pero además es una virtud moral. Tal virtud no riñe con el  ejercicio de la memoria, sino que se alimenta de él y puede conducir a que los victimarios  asuman una actitud crítica ante su propia acción. 
                                    El perdón de lo imperdonable, como se  ve, es una virtud moral, relacionada con la política y lo jurídico, pero no son  lo mismo. Hay un perdón político, amnistía, indulto y figuras semejantes, que  puede articularse en perdón legal, rebaja de penas. Mientras el perdón como  virtud moral exige una actitud sincera de querer perdonar y de saber ser  perdonado, la virtud política reconoce públicamente la culpa (Hoyos, 2012). 
                                    Por lo anterior, en el artículo  mencionado al comienzo de esta presentación, Hoyos señalaba: Lo más importante  es que los colombianos nos preguntemos qué tan alta tenemos la virtud cívica de  la cultura del perdón. Si llegamos a la actitud de querer poder perdonar lo  imperdonable o si pensamos que el tema de la impunidad es asunto de justicia,  no como equidad, sino como castigo, traducida en años de cárcel. Virtud cívica  sin cultura del perdón, sin actitud moral de perdonar y solicitar ser  perdonado, termina por marchitarse (Hoyos: 2012). 
                                    En la superación de la violencia la voz  de las víctimas debe ser privilegiada, y su cultivo de la memoria, muy  apreciado, pues son ellas las que encaman la posibilidad de la reconciliación.  Su voz debe ser escuchada ahora por los grupos armados, el gobierno y la  sociedad civil. Al final de su vida acertadamente afirmaba Hoyos: “El proceso de  reconciliación, como el que pretende poner en marcha el Gobierno, sin memoria,  es ilusorio” (Hoyos, 2012). En la misma línea, en un trabajo anterior, también  había advertido: No se puede pensar en una paz negociada ignorando el punto de  vista de las víctimas. Ellas son tolerancia visible. Si se las tiene en cuenta  y se les reconoce su punto de vista, es decir, su exigencia de verdad, se puede  muchas veces constatar que su reclamo de justicia no es tanto el de un castigo  ejemplar, sino el de la urgencia de crear condiciones que eviten, en el futuro,  la repetición de actos violentos (Hoyos, 2007: 11). 
                                    Antes que nada, a las víctimas se les  debe escuchar. Son ellas las que tienen la posibilidad de perdonar y suyo es el  derecho de no olvidar el mal que padecieron y que no puede repetirse. Pueden perdonar,  olvidar no. 
                                    Referencias 
                                    -Hoyos, G. (2012). El perdón es de lo  imperdonable. Periódico El Tiempo. Bogotá. 22. 10. 12. 
                                    -Hoyos, G. (Ed.) (2007). Las víctimas  frente a la búsqueda de la verdad y la reparación en Colombia. (Prólogo).  Bogotá: Editorial Javeriana. 
                                    -Hume, D. (1993). Investigaciones  sobre el entendimiento humano y los principios de la moral. Madrid: Alianza  Editorial. 
                                    -Hume, D. (1990). Disertación sobre  las pasiones y otros ensayos morales. Madrid: Anthropos. 
                                    -Hume. D. (1988). Tratado de la  naturaleza humana. Madrid: Tecnos. 
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                                    -Smith, A. (1997). Teoría de los  sentimientos morales. Madrid: Alianza Editorial. 
                                    -Strawson, P. (1995). Libertad y  resentimiento. Barcelona: Paidós. 
                                    -Strawson, P. (1975). Los límites del  sentido. Ensayo sobre la crítica de la razón pura de Kant. Madrid: Revista  de Occidente. 
                                    -Tugendhat, E. (1997). Lecciones de  ética. Barcelona: Gedisa. 
                                    -Tugendhat, E. (1988). Problemas de  la ética. Barcelona: Crítica. 
                                    Universitas  Philosophica 61, Año 30, 85-96 
                                  julio-diciembre  2013, Bogotá, Colombia  |