Artículos de Prensa / Afectividad
Imprimir

No creo en el amor eterno
Enrique Rojas

Vende libros al por mayor en España y Latinoamérica, pero se disgusta cuando los catalogan como obras de autosuperación: “Mis libros no son recetas de cocina”. Y es verdad. Detrás de cada renglón palpita una idea rica, sembrada de vetas profundas.
No sin razón, este español – catedrático de Psiquiatría en Madrid y director del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátrica- pertenece a la generación de médicos humanistas que tanta tradición ha tenido en el viejo continente.
Sus obras (Una teoría de la felicidad; Remedios para el desamor; El hombre light; La conquista de la voluntad; Psicología de la depresión, entre otras) componen un tejido fino y claro donde es posible encontrar la vitalidad gozosa, contrastante, compleja del ser humano.
 
La crisis de pareja, ¿es un problema de salud pública?
Creo que sí, ya que en este momento afecta a una gran masa de población. Hay tres epidemias modernas que cierran este final de siglo: el SIDA, una epidemia que nace en África y se extiende por todo el mundo, es hoy un problema gravísimo; en segundo lugar, una epidemia juvenil contagiosa: las drogas; y en tercer lugar, las rupturas conyugales. Clinton, el presidente norteamericano, decía hace poco tiempo que Estados Unidos tenía clavada en el alma una espina y es que de cada dos niños norteamericanos sólo uno vive con ambos padres.
 
¿De verdad influyen tanto los modelos de amor que nos presentan los medios de comunicación?
A las “revistas del corazón” – publicaciones con noticias sobre la vida de los famosos- , les suelo llamar los cómics de los mayores. Sus lectores, mujeres y hombres, las devoran. Y aunque no lo parece, ejercen un enorme influjo negativo en dos aspectos: crean un modelo de mujer y de hombre epidérmico, superficial, light, inconsistente; y, por otra parte, estimulan la tendencia inconsciente a copiar esos modelos rotos.
En la intención de estos lectores hay un fondo morboso. Interesa la vida desgarrada de los famosos. No importa cuando esta vida ajena es estable. Existe un cierto regusto de ver que también a la gente que triunfa en la vida, de alguna manera, le pasan cosas negativas.
En cuanto a la televisión, por todo el mundo presenta escenas de sexo a lo grande, sin ningún sentido, recreándose la cámara una y otra vez. Y cuando uno tiene 18 ó 20 años busca imitar esos modelos, pues le parece necesitarlos; la educación en el sexo fácil se da a través de este gran deseducador.
La televisión es para mí el gran deseducador moderno. El 90% de su programación es mala, salvo excepciones; por todas partes violencia, sexo a todas horas, concursos triviales casi oligofrénicos, debates truncados donde parece que sólo importara que el número de quienes apoyan una idea esté equilibrado: tres de un lado y tres del contrario, pero se sale de estos debates como se salía de las conferencias de Unamuno: con los pies fríos y la cabeza caliente.
El hombre moderno es bastante inculto porque está sometido a la televisión, la gran máquina para fabricar hombres en serie.
 
Usted afirma que la ternura es un ingrediente fundamental contra la rutina. En una familia, ¿se puede “educar” en la ternura?
La palabra educación posee dos etimologías interesantes: educare y educere. Educar es acompañar y sacar lo mejor que alguien lleva dentro.
Una de las grandes educaciones por hacer es la educación sentimental. ¿Quién la hace, dónde se explica, en qué universidades se habla de esto? Nos encontramos muchísima gente preparada en el terreno profesional, con grandes fracasos sentimentales porque no conoce la gramática de la vida conyugal y afectiva.
Mi libro Remedios para el desamor -que va en la 16ª edición en España- , si tiene algún valor, es el de explicar y poner sobre el tapete una metodología de la vida conyugal.
Educar en la ternura significa que si a la vida afectiva y a la vida sexual, que se complementan, se les quita la delicadeza en el modo de mostrar afectividad, se les da un golpe terrible y todo queda reducido a un cuerpo a cuerpo. La sexualidad es un lenguaje del amor. Hoy, en muchos casos, la relación sexual no tiene afectividad; son relaciones sólo de apasionamiento. A una edad en la que el sexo pide paso y se le da, si no logra enfocarse y orientarse de manera adecuada, el resultado es dramático.
La sexualidad, a diferencia de otras parcelas de nuestro patrimonio psicológico, debe educarse, de no hacerlo, uno vive con un tirano dentro que obliga, empuja y arrastra a una conducta degradante. A eso se le puede llamar amor, pero eso no es amor.

¿Y cuando el amor se acaba en un matrimonio, qué?
Lo que hace falta es evitar que el amor se acabe. No creo en el amor eterno, en el amor ideal; no creo en el príncipe azul, que no existe: creo en el príncipe valiente.
La convivencia es lo más difícil que existe; en ella todos quedamos retratados en lo que somos y sale a la luz la calidad, anchura y profundidad de nuestra forma de ser, de nuestra personalidad.
No creo en el amor eterno sino en el amor construido día a día, en el esfuerzo personal por mejorar la relación afectiva. El amor es como un fuego y hay que alimentarlo diariamente de cosas pequeñas, si no se apaga. No se puede acabar el amor porque uno está sobre él, pendiente de él, se le cultiva.
Además, necesita protección. Con la incorporación femenina al trabajo profesional, tradicionalmente masculino, muchas mujeres están en posibilidad de conocer un hombre distinto al suyo, y en algunos aspectos, mejor; si no se protege ese amor, si uno permite que se cuelen en esa vida otros amores, uno desprotege el amor.
 
En alguno de sus libros señala que la vida es argumento que cada quien debe escribir, pero ¿no es utópico, para millones de personas que viven desgarradas por las circunstancias, el planear la vida?
Un chico que nace casi en la calle, que no sabe quiénes son sus padres, será difícil que pueda planear su vida. Necesitamos unas mínimas condiciones de salida. Cuando esas condiciones son adversas en el momento de partir, habrá ahí un menos en el desarrollo de la persona.
Más que planear la vida en un sentido estricto, seco, serio, hay que planificarla de forma elástica, amplia, liberal, sin encorsetarla. La vida no se improvisa: se estructura, se vertebra hacia adelante; eso significa que uno tiene diseñados los principales contenidos: la vida afectiva, la vida profesional y la cultura. Creo que son los tres grandes argumentos que la llenan.
La vida afectiva significa tener respuesta a lo que debe ser el amor, pues hoy la palabra amor está falsificada, pisoteada.
Nos pasamos la vida trabajando, ¿qué sentido tiene? ¿cómo se puede mejorar? Es vital disfrutar con el trabajo, saborearlo, estar en lo que uno hace.
Y en tercer lugar, la cultura. El hombre culto no es manipulable, se resiste a que lo lleven y lo traigan de acá para allá. La cultura es libertad.
 
¿Cómo salpica la vida diaria, el pesimismo que sobre el mundo contemporáneo derraman los medios de comunicación?
El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas. El realismo es importante pero con un tono positivo.
Los medios de comunicación social se dedican permanentemente, con detalle minucioso, a dar cuenta de todo lo malo que ocurre en el mundo. Esa lluvia de información no es positiva, no forma, no ayuda ni enriquece al hombre, más bien, lo vuelve indiferente. Hay que ver la televisión y recibir las noticias con mucho espíritu crítico; es la manera de protegerse frente a ese aluvión de noticias. Uno no puede estar tranquilamente en su casa tomando un café mientras ve la realidad de la guerra en Bosnia o a las personas que en ese instante sufren, víctimas de los terremotos.
Vivimos en una aldea global, la gente en México sabe lo que está pasando en España con la ETA… Eso no ocurría hace cincuenta años, tanta información y tan negativa provoca lo que he llamado en mi libro El hombre light, una indiferencia por saturación de contradicción.
 
Como traductor social, ¿cómo interpreta la omnipresencia del sexo por el sexo en nuestra sociedad?
Es un nuevo dios. Y esto parte por un lado del siglo XIX, a finales de la época victoriana en Inglaterra: una sociedad hipócrita en donde una cosa eran las formas y otra los contenidos.
Freud, el padre del pensamiento psicológico, tuvo un gran éxito y un gran fracaso. Su gran éxito es descubrir la oceanografía del inconsciente, del mundo de los sueños. Freud es un explorador de la intimidad y descubre la maravilla del inconsciente que brota en el mundo o­nírico. Pero su gran error es la entronización del sexo. Freud afirma que la neurosis se produce como consecuencia de la represión sexual, iniciándose un intento de liberación de la sexualidad que llega a ser en Freud casi una religión, fenómeno que todavía vivimos.
Esto es un fallo grande. Creo que una persona madura es aquella que sitúa la sexualidad en tercero o cuarto plano de sus intereses, salvo que se trate de un adolescente o de un joven. Antes, debería situarse la vida afectiva, profesional, las ideas, las creencias…
Socialmente, existe una invitación permanente al sexo en plan divertido y descomprometido. Yo diría: “no eres más libre cuando haces lo que se te antoja, sino cuando eliges aquello que te hace más persona”. Señalaba antes que estar sometido al sexo significa vivir con un tirano dentro, y esa tiranía empuja a una conducta que reduce toda relación humana a relación sexual y, así, es difícil que un hombre se encuentre con una mujer, sin verla como mera posibilidad sexual, llamándole a eso amor, cambiando las palabras.
Hay que estar muy alerta porque en esas brumas muchas vidas se disuelven, se pierden.

¿Está desahuciado el hombre que no sabe amar?
El hombre necesita amor, pero auténtico, verdadero. Falta amor. El amor es la respuesta a todos los grandes temas de la vida.
La palabra amor en el lenguaje clásico del mundo grecorromano se decía prima mutatio apetitus, “movimiento de inclinación”, eso es amar. Amar es la tendencia a buscar el objeto amado. Hay muchos amores: a los muebles antiguos; a la literatura medieval; a los conceptos ideales ¾ justicia, bien, belleza¾ ; el amor entre un hombre y una mujer; de padres a hijos; el amor a Dios.
Desde el punto de vista humano no hay amor como el de madre, no hay nada que lo pueda hacer perder; es un amor sin condiciones, el amor humano más puro, más desinteresado.
Entre un hombre y una mujer tiene una característica: no hay amor sin sacrificio. No existe. No se da. ¿Por qué? Porque la condición humana es así. El amor sin sacrificio sólo se da en la televisión, en el folklore, en las canciones de moda… y en las personas inmaduras que ignoran que todo amor, a la larga, implica negación de uno mismo. El que no quiera aceptarlo que no lo haga, pero esto es así. Decía un verso anónimo del Siglo de Oro: “Corazón que no quiera sufrir dolores, pase la vida libre de amores”.

Istmo n° 222
Año 1996


.