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  En  el presente trabajo se reseñan los aportes de las investigaciones realizadas  durante las últimas cuatro décadas al campo del bienestar psicológico. El  bienestar tiene tres componentes básicos: 1) el afecto positivo; 2) el afecto  negativo y 3) los juicios cognitivos sobre el bienestar. Se comentan los  modelos teóricos básicos que explican el bienestar (teorías universalistas,  situacionales, personológicas, adaptativas y de las discrepancias) y las diferentes  metodologías para su medición, tanto en sus componentes afectivos como  cognitivos. Se explicitan también las concepciones alternativas que toman en cuenta  el flow y los aspectos sociales relacionados con el entorno. Se reseñan también  los resultados de estudios culturales sobre el bienestar psicológico y las  intervenciones psicológicas destinadas a su mejora. 
  Palabras  clave : Bienestar, Felicidad, Satisfacción vital. 
                                    Introducción 
  Clásicamente  la psicología se ha ocupado de estudiar temas ligados a las carencias humanas,  los aspectos patológicos y su posible reparación, en suma con todo aquello que  tenía que ver con la infelicidad (Veenhoven , 1991). A lo largo de los años se  descuidó el estudio de aquellos individuos con un funcionamiento mental óptimo.  Dado que los individuos felices superan en tres a uno a los infelices, tienen  mejores apreciaciones de sí mismo, mejor dominio del entorno y mejores  habilidades sociales (Argyle , 1987), resulta interesante saber por qué las  personas están más o menos felices, qué es lo que hace variar ese nivel y cómo se  mejora la calidad de vida de las personas. Por otro lado, algunos  investigadores han verificado que la felicidad es útil. Una persona feliz tiene  mejor funcionamiento psicológico, vive una mayor cantidad de años, tiene una  mejor salud física, obtiene mejores trabajos y establece relaciones  interpersonales de alta calidad (Diener y Biswas -Diener , 2008; Lyubomirsky ,  King y Diener, 2005). 
  La  felicidad comenzó siendo un tema filosófico ligado a la pregunta de cuál era el  supremo bien y cuáles eran los caminos más adecuados para su logro, luego pasó  a ser considerado un tema sociológico ligado a la calidad de vida de las  naciones. Los sociólogos encontraron que una mejora objetiva de las condiciones  materiales de la vida de las personas (salud, educación, economía) no traía  aparejado un avance en los niveles de felicidad (Veenhoven, 1995). Las  variables sociodemográficas tenían, por tanto, poco peso en la explicación de  la felicidad de las personas. Un cambio en las circunstancias (más dinero, más inteligencia,  más atractivo físico) explica solo el 10% del bienestar de las personas (Diener,  1984; Lyubomirsky , 2007). Las razones de por qué las personas eran más felices  pasó así al territorio de la psicología a mediados de los años ’70, ya que se  consideró que la respuesta residía en causas más internas. Sin embargo, los  estudios empíricos sobre la felicidad, la satisfacción y el bienestar  comenzaron a aparecer con mayor fuerza en la década de los ’80, pero nunca en  número suficiente para igualar o superar aquellos que tenían como objeto de  estudio la infelicidad. 
                                    Afecto positivo, afecto  negativo y bienestar 
  Según  Andrews y Withey (1976), el bienestar tiene tres componentes básicos: 1) el  afecto positivo (AP); 2) el afecto negativo (NA), y 3) los juicios cognitivos  sobre el bienestar. Lucas, Diener y Suh (1996) demostraron que la satisfacción  vital (el juicio subjetivo sobre el bienestar) es un constructo diferente e  independiente de los afectos positivos y negativos. 
  Las  investigaciones pioneras de Bradburn (1969) demostraron que la satisfacción  está integrada por dos dimensiones (afecto positivo y negativo) que no se  correlacionaban entre sí y que eran independientes. El autor hipotetizó que las  personas efectuaban un juicio global de su satisfacción en vista de un balance entre  afecto positivo y negativo. Esto es, que la cantidad de afecto positivo que sentían  las personas no correlacionaba con el afecto negativo que experimentaban. Hasta  esa fecha los investigadores conceptualizaban el afecto como una dimensión hedónica  unidimensional, en los polos de la cual se encontraban el AP de un lado y el AN  del otro y que podían ser fácilmente medibles a través de opuestos bipolares  (Russell, 1980). Toda la literatura de las emociones hasta los años ’80 daba  soporte a esta última postura. Hoy en día existe suficiente evidencia empírica  mediante diferentes métodos que sostiene la independencia de estas dos dimensiones  (Bryant y Veroff, 1982; Diener y Emmons, 1985; Zevon y Tellegen, 1982). 
  Diener,  Larsen, Levine y Emmons (1985) encontraron que el AP y el AN correlacionaban  negativamente si se evaluaban durante períodos breves, pero en el largo plazo,  esas dimensiones tendían a ser independientes. Kammann, Farry y Herbison (1984)  sostenían asimismo la independencia del AP y AN, y concluían diciendo que el  bienestar es en realidad una “gradación” que las personas experimentaban, un  continuo entre la completa felicidad y la extrema miseria. 
  Las  conclusiones de las investigaciones realizadas por los autores denotan que la  intensidad con que las personas experimentan el AP afecta el juicio que  realizan sobre su satisfacción. Las personas que experimentan las emociones  positivas más intensamente son aquellas mismas que experimentan el AN más  intensamente también. Si bien es raro que las personas experimenten afecto  positivo o negativo muy intensamente en alta frecuencia (a lo largo del  tiempo), ésta es la responsable de la experiencia del alto o bajo grado de  satisfacción experimentado por los individuos a lo largo de sus vidas. Estos  hallazgos reconcilian los resultados de los investigadores de las emociones por  un lado y del bienestar por otro: la experiencia emocional del bienestar  depende del marco temporal utilizado (Diener y Emmons, 1985). Diener, Colvin,  Pavot y Allman (1991) sostienen que la alta intensidad en la experiencia de los  afectos trae un coste psíquico, ya que aquellas personas que experimentan  intensamente AP están condenadas a experimentar muy negativamente el AN  también, es decir, en igual intensidad. Estos estudios suponen que el mecanismo  latente que causa el AN intenso es el mismo que el del AP. 
  Por  lo tanto, una persona tiene alto bienestar si experimenta satisfacción con su  vida, si frecuentemente su estado anímico es bueno y sólo ocasionalmente experimenta  emociones poco placenteras como tristeza o rabia. La literatura de investigación  señala que la satisfacción es un constructo triárquico. Por un lado tenemos los  estados emocionales (afecto positivo y afecto negativo), y por el otro, el  componente cognitivo. Los estados emocionales son más lábiles y momentáneos, al  mismo tiempo son independientes. El tener una alta dosis de afectividad  positiva no implica tener una alta dosis de afectividad negativa. El componente  cognitivo de la satisfacción se denomina bienestar, y es resultado de la  integración cognitiva que las personas realizan acerca de cómo les fue (o les  está yendo) en el transcurso de su vida. 
                                    Modelos teóricos del  bienestar 
                                    Teorías  universalistas 
                                    Este  grupo de teorías son también llamadas teorías télicas (Diener, 1984), y proponen  que la satisfacción se alcanza con el logro de ciertos objetivos o cuando se  han satisfecho ciertas necesidades básicas. Dado que las necesidades están moderadas  por el aprendizaje, el ciclo vital y los factores emocionales, solo para nombrar  algunos, el logro del bienestar resultará de alcanzar diferentes objetivos, para  diferentes personas, en diferentes etapas de la vida (Diener y Larsen, 1991).  Estas necesidades pueden ser de corte universal, como las propuestas por  Maslow, o pueden estar basadas en las más íntimas necesidades psicológicas personales,  como las planteadas por Murray. 
                                    Ryan,  Sheldon, Kasser y Deci (1996) postulan tres necesidades básicas universales  (autonomía, competencia y relaciones) y consideran que en la medida en que las  personas cubran esas necesidades estarán más satisfechas. La idea básica del  modelo es que la satisfacción de necesidades más intrínsecas (por ejemplo,  crecimiento personal, autonomía, etc.) trae aparejado un mayor bienestar psicológico.  Las personas más felices son aquellas que tienen metas vitales más intrínsecas,  con mayor coherencia y que otorgan mayor significado personal. 
                                    Ryff  (1989) critica los estudios clásicos sobre satisfacción diciendo que en general  se ha considerado el bienestar psicológico como la ausencia de malestar o de  trastornos psicológicos, ignorando las teorías sobre la autorrealización, el  ciclo vital, el funcionamiento mental óptimo y el significado vital. La autora  plantea serias dudas sobre la unidimensionalidad del constructo bienestar  psicológico, señalando su multidimensionalidad (Ryff y Keyes , 1995).  Clásicamente, el bienestar psicológico fue identificado con la emocionalidad  positiva y la ausencia de emociones negativas. Una persona se siente feliz o  satisfecha con la vida si experimenta durante más tiempo y en mayor frecuencia,  mayor cantidad de afecto positivo. Implícitamente el bienestar está  identificado con los afectos o la personalidad (Schumutte y Ryff , 1997). Los  rasgos de personalidad básicos hacen alusión a la emocionalidad positiva como  característica estable de la personalidad, de allí que no resulte extraño que  el bienestar esté correlacionado negativamente con el neuroticismo, según  aseveran los teóricos de los cinco factores. 
                                    El  estudio del bienestar debe tomar en cuenta la autoaceptación de sí mismo (Maslow  , 1968), un sentido de propósitos o significado vital (Buhler, 1935), el  sentido de crecimiento personal o compromiso (Erickson , 1959) y el  establecimiento de buenos vínculos personales. El bienestar es un constructo mucho  más amplio que la simple estabilidad de los afectos positivos a lo largo del tiempo,  denominado por la sabiduría popular como felicidad (Schumutte y Ryff , 1997). 
                                    El  bienestar psicológico es una dimensión fundamentalmente evaluativa que tiene  que ver con la valoración del resultado logrado con una determinada forma de  haber vivido. Ryff ofrece una interesante perspectiva uniendo las teorías del desarrollo  humano óptimo, el funcionamiento mental positivo y las teorías del ciclo vital.  Para la autora, el bienestar tiene variaciones importantes según la edad, el sexo  y la cultura; pudo verificar en diferentes estudios que el bienestar  psicológico está compuesto por seis dimensiones bien diferenciadas: 1) una  apreciación positiva de sí mismo; 2) la capacidad para manejar de forma  efectiva el medio y la propia vida; 3) la alta calidad de los vínculos  personales; 4) la creencia de que la vida tiene propósito y significado; 5) el  sentimiento de que se va creciendo y desarrollándose a lo largo de la vida y 6)  el sentido de autodeterminación. Se pudo verificar mediante técnicas de  análisis factorial confirmatorio, en población general norteamericana, la  existencia de estas seis dimensiones del bienestar (Ryff y Keyes , 1995). 
                                    Existe  una importante cantidad de evidencia empírica que señala que las prioridades  que tienen las personas están en gran medida relacionadas con el bienestar que  experimentan, y estas prioridades están a su vez determinadas por los objetivos  vitales en el corto, mediano y largo plazo. Según algunos autores, la  estructuración de determinados objetivos de vida, por tanto, serían los  responsables del mantenimiento del bienestar en el largo plazo (Emmons, Cheung,  Tehrani, 1998). 
                                    Algunos  autores piensan que tanto necesidades como objetivos difieren en tanto tengan  cierta significación dentro del proyecto vital de una persona (Chekola , 1975).  A su vez, es posible diferenciar entre objetivos en el corto plazo y en el largo  plazo. El logro de objetivos en el corto plazo se estima que tiene diferente significación,  respecto del logro de objetivos vitales de una persona a lo largo de su vida.  Más aún, los diferentes objetivos vitales entrarán en conflicto unos con otros de  acuerdo a la significación global dentro del plan vital de una persona. 
                                    El  éxito de las personas para alcanzar sus metas depende en gran medida de las estrategias  utilizadas y de cómo pueden afrontar los inconvenientes que les plantea el  ambiente. Al mismo tiempo, no todas las estrategias son igualmente útiles para todas  las personas y para todos los ambientes (Cantor , 1994; Cantor et al., 1987;  Norem y Cantor, 1986). 
                                    Diferentes  autores han trabajado el bienestar desde la perspectiva de los objetivos  vitales para la explicación del bienestar, con metodologías propias (Cantor ,  1994; Emmons, 1998; Klinger, 1977; Palys y Little, 1983). 
                                    Modelos  situacionales (Bottom up) vs modelos personológicos (Top Down) 
  Los  modelos situacionales consideran que la suma de momentos felices en la vida da  como resultado la satisfacción de las personas (Diener, Sandvik y Pavot ,  1991). Una persona que esté expuesta a una mayor cantidad de eventos felices  estará más satisfecha con su vida. Este tipo de teorías otorga alta importancia  a las circunstancias que las personas tienen que vivir. Sin embargo, la  investigación ha demostrado que las variables sociodemográficas son malos predictores  de la satisfacción vital (Lyubomirsky , 2007). Por otro lado, los enfoques  top-down suponen que el bienestar es una disposición general de la personalidad,  y dado que la personalidad es estable, el bienestar también lo es. Según este  enfoque, las personas “felices por naturaleza” son aquellas que disposicionalmente  experimentan mayor satisfacción en el trabajo, en la familia, con amigos, en su  tiempo libre, etc. En resumen, en las teorías situacionales la satisfacción es  un efecto del bienestar percibido en cada una de las áreas vitales de las  personas, mientras que en los enfoques top-down la satisfacción es esclava de las  variables temperamentales. 
  Los  teóricos de la personalidad Costa y McCrae (1980) demostraron que los rasgos de  personalidad que correlacionan más con la satisfacción son Neuroticismo (N) y  Extroversión (E). Estos rasgos están relacionados con la experiencia del afecto  negativo y positivo respectivamente. Las personas que tienen mayormente rasgos correspondientes  al factor N (emocionalidad, impulsividad, rabia y temor) están predispuestas a  sufrir más agudamente los infortunios de la vida y a experimentar un mayor  monto de afecto negativo, aunque no necesariamente disminuye la tendencia a  experimentar afecto positivo (es decir, ambas dimensiones son independientes).  Por el contrario, aquellas personas que poseen más el componente E (vigor,  tempo, sociabilidad), experimentan más afecto positivo; asimismo, esta disposición  no reduce la experiencia de afecto negativo. El balance cognitivo que hace la  persona entre afecto positivo y negativo, “dispuesto” por estos dos grandes rasgos  de la personalidad contribuye a la experiencia de la satisfacción con la vida. Los  autores afirman que las personas a lo largo de la vida tienden a experimentar la  misma satisfacción ya que los rasgos de personalidad son los principales predictores  del bienestar subjetivo, es decir son muy estables. 
  Los  trabajos de investigación que siguen esta metodología tienden a replicar los  resultados originales encontrados por Costa y McCrae (1980) ya sea mediante estudios  correlacionales o experimentales (Larsen y Ketelaar , 1991). En general es  aceptado que las dimensiones del afecto positivo y negativo son independientes  y responden a las disposiciones de N y E (Costa y McCrae , 1984; Hotard et al.,  1989). 
  Investigadores  europeos como Eysenck y Gray afirman que las diferencias de comportamiento  entre los extravertidos e introvertidos se deben a las estructuras neurológicas  (Avia y Vázquez , 1998). Los extravertidos serían más sensibles a las señales  de recompensa y los neuróticos más sensibles al castigo. Las investigaciones  experimentales de Larsen y Ketelaar (1991) probaron lo fácil que es producir  estados de ánimo negativos en los más neuróticos y estados de ánimo positivo en  los más extrovertidos; parecería, dicen los autores, que los neuróticos estuvieran  preparados para reaccionar con fuertes emociones desagradables y los extrovertidos  con un intenso afecto positivo. 
  Por  otro lado, los hallazgos de investigaciones realizadas con gemelos separados al  momento del nacimiento indican que tanto el afecto positivo como negativo  tienen un fuerte componente temperamental. Los investigadores demostraron que  alrededor del 50% de la variación entre individuos, era atribuible a  diferencias temperamentales, es decir, hereditarias, y el resto se debía a  componentes ambientales (Lykken y Tellegen, 1996; Tellegen et al., 1988).  Costa, McCrae y Zonderman (1987), haciendo un estudio longitudinal verificaron  que aquellas personas que cambiaban de estado civil, residencia, empleo, etc.  comparadas con las que mantenían estas condiciones estables no mostraban  cambios importantes en su bienestar. Estos eventos podían alterar momentáneamente  su nivel de bienestar, pero al poco tiempo volvían a la línea de base. Este  argumento sugiere que el bienestar está muy relacionado con los componentes  temperamentales de las personas. 
  Si  el bienestar está ligado a los rasgos psicológicos entonces es estable a través  del tiempo y generalizable a otros contextos. Si una persona experimenta alta satisfacción  en el trabajo, debe experimentar alta satisfacción en su tiempo libre también.  Las contribuciones de las teorías del bienestar a la personalidad, más lo comentado  acerca del poco peso de las variables ambientales, darían evidencia suficiente  de que el bienestar es un rasgo psicológico difícil de modificar (Costa , McCrae  y Zonderman, 1987).  
                                    Teorías  de la adaptación 
  Estas  teorías consideran que la adaptación es la clave para entender la felicidad (Myers  , 1992). Ante el impacto de eventos altamente estresantes las personas simplemente  se adaptan y vuelven a su nivel de bienestar previo –set point–. Brickman,  Coates y Janoff-Bulman (1978) evaluaron un grupo de personas que habían ganado  importantes sumas de dinero en la lotería; al poco tiempo del suceso, este  grupo experimentó un aumento en su nivel de bienestar, pero algo más tarde, el  nivel de bienestar volvió a su línea de base. En otro estudio, Allman (1990)  verificó que personas confinadas a vivir en sillas de ruedas, contrariamente a  lo que podría suponerse, no registraban un menor nivel de satisfacción  comparadas con su grupo control. En la misma línea se encontraban los niveles  de satisfacción de personas que tenían severas discapacidades motoras como  consecuencia de lesiones medulares (Silver , 1982). El autor verificó que estas  personas, al tiempo de tener el accidente que había ocasionado la lesión, volvían  a estar tan satisfechas con sus vidas como en el período anterior al suceso.  Esta teoría se basa en un modelo automático de la habituación en el cual los  sistemas reaccionan a las desviaciones del nivel de adaptación actual. Estos procesos  automáticos de habituación son adaptativos porque permiten que el impacto del  evento simplemente se diluya. Por lo tanto, las fuentes de recursos personales  permanecen libres para poder hacer frente a los nuevos estímulos que requieren  atención inmediata (Fredick y Loewenstein , 1999). La idea de que las personas  son relativamente estables en su bienestar y que éste no es demasiado sensible  a las circunstancias cambiantes del entorno –especialmente las desfavorables–  resulta altamente atractiva. Asimismo estaría explicando las pocas diferencias  existentes en el bienestar percibido de personas con muchos recursos personales  y de otras con problemas severos. La evidencia empírica de que las condiciones  externas no explican el bienestar da considerable soporte a esta teoría. Tanto  el ganar más dinero, el atractivo físico o las condiciones objetivas de salud explican  alrededor de un 15% en la variación del bienestar (Diener, Lucas y Scollon ,  2006). 
  Algunas  correcciones originales al modelo de la adaptación consideran que las personas  no retornan exactamente a un nivel neutral, sino que este nivel de bienestar previo  es generalmente positivo. Este nivel previo varía considerablemente según los  individuos, y las diferencias interindividuales se deben principalmente al temperamento  y a la personalidad (Diener y Lucas , 1999). Este set-point en términos  generales es regulable en función de los eventos vitales de las personas y  varía según como sea evaluado el bienestar, si a nivel de los componentes de afecto  positivo y negativo o como una evaluación de la satisfacción global con la vida  (Easterlin, 2005). En términos generales, el afecto negativo tiende a ser más  estable que el positivo. Las investigaciones más recientes demuestran que las personas  no se adaptan a todas las circunstancias que les toca vivir. Por ejemplo, estudios  hechos en naciones más y menos desarrolladas verificaron diferencias en los  niveles de bienestar percibido a favor de las naciones más ricas. Generalmente aquellos  países que no tenían satisfechas sus necesidades básicas registraban menor  bienestar, siendo éste un indicador de que las personas no se terminan de  adaptar a las circunstancias muy desfavorables (Diener y Biswas -Diener , 2008).  Si bien los set-points varían según las personas, éste puede registrar una variación  en función de un evento vital de alto impacto. Según las investigaciones, aquellos  eventos que afectan más los niveles basales de bienestar de las personas son el  haber perdido un esposo/a y el haber sido despedido del empleo (Lucas et al.,  2003; Lucas , Clark , Georgellis y Diener, 2004). En otro estudio, Lucas (2005)  estudió personas con discapacidades severas de nacimiento y en todos los casos  encontró niveles de bienestar inferiores a los de la población normal. Estos  estudios demuestran que los niveles de bienestar pueden variar y que, en  general, en circunstancias adversas, si bien las personas se adaptan, no lo  hacen del todo (Diener, Lucas y Scollon , 2006). Nuevas teorías de la adaptación  señalan que las personas prestan atención a las circunstancias que les toca  vivir de manera selectiva atendiendo a la última sensación que percibieron del  evento (Kahneman y Thaler, 2006; Wilson y Gilbert, 2005). Esta percepción  sesgada afecta el juicio sobre la valoración del mismo y su recuerdo (peak-end  theory). Estos hallazgos son los que iniciaron una línea de investigación sobre  intervenciones dirigidas a elevar el nivel de bienestar de las personas (Lyubomirsky  , 2007). 
                                    Teorías  de las discrepancias 
  Esta  teoría fue propuesta por Michalos (1986) y es en realidad una integración de  enfoques divergentes dentro del campo de la satisfacción. El autor considera que  la autopercepción del bienestar está multideterminada y no tiene una única causa.  El autor, resumiendo las teorías sobre la satisfacción, identificó seis tipos  de teorías basadas en hipótesis de comparación (gap), entendida como la  distancia entre dos términos:  
  a-  Aquello que las personas tienen y el objetivo que quieren lograr (teoría del objetivo-logro). 
  b-  Aquello que las personas tienen y su ideal a lograr (teoría del  ideal-realidad). 
  c-  Aquello que se tiene en el momento y lo mejor que se obtuvo del pasado (teoría  de la mejor comparación previa). 
  d-  Aquello que uno obtiene y lo que otro grupo social significativo tiene (teoría de  la comparación social). 
  e-  Adaptación entre medio y sujeto (teoría de la congruencia). 
  Dentro  de la teoría de las Múltiples Discrepancias el autor toma varias hipótesis en  combinación, basándose en los trabajos de Campbell, Converse y Rodgers (1976).  El bienestar se explica por la comparación que hacen las personas entre sus  estándares personales y el nivel de condiciones actuales. Si el nivel de los estándares  es inferior al nivel de logros, el resultado es la satisfacción. Si el estándar  es alto y el logro es menor, el resultado es la insatisfacción. 
  En  la revisión de la literatura que el autor realiza, es posible apreciar que el 90%  de las investigaciones que explican la satisfacción mediante hipótesis de comparación  obtienen resultados positivos. El autor concluye que es prometedora la  utilización de este marco teórico, relacionando asimismo estas teorías con la concepción  social del bienestar (welfare) los enfoques naturalísticos y las teorías pragmáticas  de los valores. 
  Unas  de las teorías más clásicas está en relación con la comparación social. En estos  modelos se utiliza a las otras personas como estándares (Diener y Fujita , 1995).  Si un individuo se siente mejor que los demás, entonces el resultado es la  satisfacción, caso contrario, la infelicidad. Las comparaciones sociales en sí mismas  no producen directamente la satisfacción, sino que las personas eligen selectivamente  con quién compararse (Taylor , Wood y Lichtmen , 1983). En algunos casos se  puede incluso crear imaginariamente alguien con quien compararse. Lyubomirsky y  Ross (1997) encontraron que las personas más felices tienden a usar  comparaciones “hacia abajo” (compararse con alguien que se encuentra en peor  situación), mientras que las personas infelices utilizan comparaciones en las  dos direcciones. 
  Por  otra parte, Wills (1981) formula la teoría de las comparaciones sociales “hacia  abajo”. Esto es, las personas pueden mejorar su satisfacción comparándose con  otras personas menos afortunadas. Según el autor, esta teoría puede ser puesta  en práctica activa o pasivamente. En este último caso, las personas se comparan  con aquellos desafortunados que son accesibles a su experiencia. En el sentido  activo, las personas intentan “denigrar” a los demás para acrecentar la distancia  psicológica entre ellos y los otros. En el caso extremo esta distancia puede ser  acentuada mediante la inducción del daño físico de modo activo. 
  Otros  autores trabajaron con el nivel de aspiraciones. Las teorías más modernas señalan  que el proceso de dirigirse hacia el logro de alguna aspiración afecta de alguna  manera el bienestar más que el logro en sí mismo (Carver, Lawrence y Scheier ,  1996; Csikszentmihalyi , 1998). En este caso, personas con altas aspiraciones y  bajos logros pueden mantener alto su nivel de bienestar si sienten que están  haciendo algún progreso hacia el objetivo guía. El logro de objetivos resulta  central como regulador del sistema afectivo. El tener objetivos hacia los que  dirigirse provee un sentido agéntico y otorga estructura y significado a la vida  diaria. Las personas obtienen mayor bienestar si tienen como estándar un objetivo  que sea coherente con sus necesidades y motivaciones (Brunstein, Schultheiss y  Grassman, 1998). 
  Indudablemente  la comparación con algún estándar afecta el nivel de bienestar (Emmons y  Diener, 1985). El problema reside en establecer por qué las personas eligen ese  estándar y no otro en diversas situaciones (Diener y Fujita , 1995). 
                                    Concepciones modernas  sobre el bienestar 
  Csikszentmihalyi  (1998) considera que el mundo ha progresado económicamente a pasos agigantados.  Sin embargo, esta mejora en las condiciones materiales de las personas no se  vio reflejada en claros beneficios emocionales. El énfasis desmedido en el  dinero y en la valoración económica de las condiciones de vida hizo que las  personas colocasen como primer objetivo el bienestar económico. Aspirar a mejores  condiciones materiales no trajo una mejora en los niveles de bienestar, sino  todo lo contrario. Pareciera que las personas que alcanzan sus objetivos  económicos no parecen estar felices, o al menos, si lo están, no tanto como se  supone que deberían estar. 
  Un  enfoque más espiritual o psicológico considera que la felicidad no reside en  cuestiones materiales, sino que es un estado mental, y como tal, las personas  pueden controlarlo o estimularlo mediante estrategias cognitivas. El funcionamiento  por defecto de la conciencia es una revisión caótica de miedos, deseos y  situaciones que fenomenológicamente podemos llamar entropía psíquica (Csikszentmihalyi  , 1999). Fluyen a la conciencia de forma descontrolada pensamientos y  sentimientos que interfieren con nuestras metas y objetivos. El control sobre  este flujo psíquico es lo que nos da serenidad y permite alcanzar la felicidad.  Las tradiciones ancestrales del Yoga y del Zen han diseñado técnicas que permiten  reemplazar estos contenidos mentales mediante el control y la disciplina mentales.  La psicología contemporánea, por su parte, ha diseñado técnicas que permiten  cambiar los contenidos mentales, apaciguar el flujo mental o desmantelar los  pensamientos negativos, interviniendo en las actitudes, los estilos preceptúales  y las atribuciones, entre otras. 
  Csikszentmihalyi  (1998) ha realizado investigaciones a lo largo de más de 20 años con personas  que vivían estados plenos de felicidad, aquello que el autor llama flow. El  flow o flujo, es el estado en el cual las personas se hallan tan involucradas  en alguna actividad que ninguna otra cosa parece tener importancia; la  experiencia es tan placentera que incluso se pagaría un alto coste para poder desarrollarla.  Las actividades artísticas, la música, los deportes, los juegos y los rituales  religiosos son actividades en las cuales las personas entran frecuentemente en  estado de flow. El autor llega a la conclusión de que la felicidad no es algo que  sucede, no es producto del azar, sino que es una condición vital que hay que cultivar  para alcanzarla. Aquellos más felices son los que supieron cómo controlar sus  experiencias internas para determinar la calidad de sus vidas. El estado óptimo  de la experiencia se alcanza cuando hay orden en la conciencia, es decir,  cuando las personas pudieron focalizar su energía psíquica en una meta. Esta  meta tiene que cumplir con el requisito de retroalimentación constante para que  se alcance la condición de flujo. Cuando la conciencia está organizada de esta  manera a través de experiencias de flujo, la calidad de vida mejora y la  personalidad se diferencia y complejiza. Esto es lo más cerca que estamos,  según el autor, de la felicidad. Csikszentmihalyi estudió las experiencias de  flujo en una gran cantidad de situaciones, condiciones y personas. 
  El  estado de flow tiene que ver con la clásica distinción entre el placer hedónico  y eudaemónico de los griegos. Mientras que el placer hedónico consiste en el aumento  de emociones positivas la mayor parte del tiempo para ser feliz, el placer eudaemónico  consiste en que el logro de la felicidad no se alcanza de primera mano, sino  que exige esfuerzo y trabajo, no solo para conseguirlo, sino para mantenerlo.  La psicología positiva considera que la capacidad de experimentar flow es una  vía regia de acceso a la felicidad (Peterson et al., 2005). 
                                    Metodologías para la  medición del bienestar 
  En  las investigaciones sobre bienestar podemos determinar dos líneas de trabajo (Keyes  y Magyar -Moe, 2003). La primera está en relación con la evaluación de las emociones  positivas y la percepción de la satisfacción general con la vida. En el primer  caso, se evalúa el afecto momentáneo predominante, tanto positivo como  negativo, en el segundo –satisfacción con la vida– se confía en el juicio cognitivo  que establece el evaluado acerca de su satisfacción con la vida como un todo. A  esta línea se la denominó bienestar emocional, y es la que derivó la mayor cantidad  de investigaciones (Diener, Suh, Lucas y Smith, 1999). 
  Una  segunda línea de trabajo considera que el bienestar es multidimensional y que  es necesario considerar los aspectos sociales y del entorno para la evaluación del  bienestar (Keyes , 1998; Ryff , 1989; Ryff y Keyes , 1995). Esta línea toma en  cuenta las teorías del desarrollo humano óptimo, el funcionamiento mental positivo  y las teorías del ciclo vital. Para estos autores el bienestar psicológico está  diferenciado en seis dimensiones: 1) una apreciación positiva de sí mismo; 2)  la capacidad para manejar de forma efectiva el medio y la propia vida; 3) la alta  calidad de los vínculos personales; 4) la creencia de que la vida tiene  propósito y significado; 5) el sentimiento de que se va creciendo y  desarrollándose a lo largo de la vida; y 6) el sentido de autodeterminación. 
  En  resumen, la línea de investigación del bienestar emocional considera que éste  reside en variables individuales, tanto de afectos positivos y de la evaluación  cognitiva de la satisfacción vital que realizan las personas. La segunda,  incluye los aspectos relacionales. En cualquier caso, los autores coinciden en  que se trata de diferentes componentes del bienestar y que deben ser evaluados  de forma separada (Diener et al., 2009). 
  En  cuanto a la línea del bienestar emocional, encontramos instrumentos diseñados  especialmente para evaluar las emociones positivas (Lucas , Diener y Larsen,  2003). La idea subyacente es que una mayor frecuencia de emociones positivas  (por ejemplo, alegría, energía, interés) indica que la vida es satisfactoria (Diener,  Sandvik y Pavot , 1991). Asimismo, las emociones positivas juegan un papel  importante en el logro de resultados positivos. La investigación actual demuestra  que una persona con mayor cantidad de emociones positivas amplifica su  repertorio de conductas y pensamientos y puede construir recursos  intelectuales, sociales y personales más sólidos (Fred Rickson , 2000). 
  Los  instrumentos para evaluar emociones tanto positivas como negativas son en general  autoinformes con un bajo número de ítems. Se le pregunta al evaluado la frecuencia  o intensidad de alguna emoción en un período de tiempo determinado (Lucas ,  Diener y Larsen, 2003). 
  Estas  técnicas se administran una sola vez y se pregunta a las personas acerca de cuán  favorable evalúan sus vidas de modo general y en áreas específicas (Diener, Suh,  Lucas y Smith, 1999). Este tipo de escalas en términos generales tienen una  buena consistencia interna, estabilidad moderada y son sensibles al cambio en las  condiciones de vida (Eid y Diener, 2004; Headey y Wearing, 1989). Esta clase de  instrumentos tienen un nivel moderado de convergencia con los informes diarios  de estados del ánimo, el reporte de otros informantes y el recuerdo de eventos  positivos y negativos (Sandvick , Diener y Seidiltz , 1993; Seidiltz , Wyer y  Diener, 1997). 
  Entre  los instrumentos del tipo de autoinforme más utilizados se encuentran el PANAS  (Positive and Negative Affect Schedule) de Watson, Clark y Tellegen (1988), que  cuenta con 20 ítems para evaluar los afectos positivos. En su versión expandida  consta de 55 ítems (Watson y Clark , 1994). Algunos autores han criticado a este  instrumento diciendo que los descriptores de emociones positivas y negativas son  limitados y que se omiten emociones positivas que se consideran centrales (por ejemplo,  orgullo, celos, envidia, alegría), dando lugar a la construcción de nuevos instrumentos  (Diener et al., 2009). El grupo de investigación de Diener construyó dos nuevos  instrumentos, el SPANE P y N (positive and negative experience) para evaluar  tanto emociones positivas y negativas. Las escalas derivadas presentan una buena  confiabilidad y validez. Otros instrumentos son del tipo checklist, en el cual para  evaluar una dimensión se consideran varios ítems y el evaluado tiene que consignar  si esa emoción en cuestión está presente o no. Uno de los más conocidos en este  terreno es el Multiple Affect Adjetive Checklist-R (Zuckerman y Lubin, 1985).  Consta de 155 ítems y tiene como ventajas –al igual que otros instrumentos del  tipo inventario– una mayor confiabilidad y una mejor cobertura del contenido del  constructo evaluado. Otros cuestionarios que evalúan la afectividad positiva son  en realidad cuestionarios de personalidad, dado que la alta emocionalidad positiva  está en relación con bajo neuroticismo y alta extroversión. En este caso tenemos  el Multidimensional Personality Questionnaire de Tellegen (1982). 
  Otras  metodologías para evaluar emociones positivas no utilizan el autoinforme. Entre  estas encontramos los métodos on-line en los que la persona lleva un beeper o  alarma y debe completar un cuestionario de emociones predominantes cuando le es  indicado (Fredrickson y Kahneman, 1993). Esto llevaría a evitar el sesgo en el  recuerdo retrospectivo y permite capturar la variación en un período de tiempo,  debido a la labilidad que presentan las emociones. Algunos autores consideran  que este es el mejor método para evaluar mociones (Kahneman, 1999). Un problema  muy frecuente es la gran cantidad de datos que produce este muestreo de la  experiencia subjetiva de las personas, resultando en una metodología muy complicada  para su análisis (Scollon , Kim-Prieto y Diener, 2003). En otro caso, algunos  investigadores consideran útil evaluar los rasgos faciales como marcadores de  las emociones. Ekman y Friesen (1978) idearon un método para codificar imágenes  de caras basadas en los movimientos musculares faciales. Este método, si bien  lleva mucho tiempo y entrenamiento, fue utilizado para evaluar las imágenes de  caras en los álbumes de estudiantes (Harker y Keltner , 2001). Finalmente, otro  método bastante utilizado para evaluar las emociones positivas consiste en el  recuerdo de eventos placenteros en un período de tiempo dado. La mayor  frecuencia de eventos recordados es un indicador de afecto positivo (Seidlitz y  Diener, 1993). 
  En  cuanto a la línea del bienestar psicológico, los autores consideran que además  de las variables individuales relacionadas con el afecto positivo/negativo y la  satisfacción con la vida es necesario tomar en cuenta la relación entre la persona  y el entorno (Keyes y Magyar -Moe , 2003). Los autores dentro de esta corriente  comentan que la mayoría de las investigaciones sobre el bienestar no han tenido  un marco teórico claro como respaldo. En este campo existe una cantidad de  datos empíricos, pero muy pocos modelos teóricos que guíen la construcción de  los instrumentos y la interpretación de los resultados de las investigaciones.  Los investigadores del bienestar psicológico critican la operacionalización  exclusiva del bienestar a través de los índices de afecto positivo o negativo o  las escalas unidimensionales de satisfacción, ignorando la adjudicación de  significado de los actos humanos, entendido como el sentido de orden o  coherencia en la existencia personal. Algunos autores proponen que el oficio de  vivir, en un determinado momento, supone desarrollar un sentido de integridad,  una apreciación de por qué y cómo uno ha vivido (Reker, Peacock y Wong , 1987).  En esta línea se ubican los trabajos de Pychyl y Little (1998), quienes  estudian los constructos relacionados con las metas personales y proponen que  los proyectos tienen dos funciones: una instrumental relacionada con la  eficacia y el alcance de la felicidad y otra más simbólica, relacionada con la  consistencia y que da por resultado el significado asignado al proyecto de  vida. 
  En  la misma línea, Ryff (1989) critica los estudios clásicos sobre satisfacción diciendo  que en general se ha considerado el bienestar psicológico como la ausencia de  malestar o de trastornos psicológicos, ignorando las teorías sobre la autorrelización,  el ciclo vital, el funcionamiento mental óptimo y el significado vital. La  autora plantea serias dudas sobre la unidimensionalidad del constructo bienestar  psicológico, señalando su multidimensionalidad (Ryff y Keyes , 1995). Clásicamente,  el bienestar psicológico fue identificado con la emocionalidad positiva y la  ausencia de emociones negativas. Una persona se siente feliz o satisfecha con  la vida si experimenta durante más tiempo y en mayor frecuencia, mayor cantidad  de afecto positivo. Implícitamente el bienestar está identificado con los  afectos o la personalidad (Schumutte y Ryff , 1997). Los rasgos de personalidad  básicos hacen alusión a la emocionalidad positiva como característica estable  de la personalidad, de allí que no resulte extraño que el bienestar esté correlacionado  negativamente con el neuroticismo, según aseveran los teóricos de los cinco  factores. 
  La  mayoría de los instrumentos para evaluar la satisfacción con la vida, entendida  como el componente cognitivo del bienestar –tanto total como por áreas–  (independientemente de la afectividad positiva y/o negativa) son en general autoinformes.  Si bien existen metodologías más sofisticadas, la mayoría de las investigaciones  utilizan datos de estudios transeccionales basados en este tipo de técnicas  (Diener et al., 2009). 
  La  escala más utilizada para la evaluación de la satisfacción con la vida es la SWLS  (Satisfaction With Life Scale) (Diener, Emmons, Larsen y Griffin, 1985). Fue  traducida a varios idiomas y ha sido internacionalmente utilizada para  diferentes estudios de evaluación del bienestar. La misma tiene buenas propiedades  psicométricas (Pavot y Diener, 1993). Una alteración en el formato de consigna  dio como resultado una escala de 15 ítems, la TWLS (Temporal Life Satisfaction  Scale), dando lugar a la evaluación de la satisfacción pasada y futura (Pavot  et al., 1998). Para la evaluación de la satisfacción en poblaciones mayores, un  instrumento muy utilizado es el Life Satisfaction Scale (Neugarten, Havighurst  y Tobin, 1961), multifactorial, que evalúa la satisfacción con la vida por  áreas. Otro instrumento de uso muy corriente para evaluar la satisfacción con la  vida conjuntamente con las dimensiones emocionales del bienestar es el Oxford Happiness  Inventory (Argyle , Martin y Lu, 1995), de 29 ítems. Algunas de las dimensiones  que lo componen son: nivel energético, optimismo, control percibido, salud  percibida, congruencia entre objetivos alcanzados e ideales, así como nivel general  de satisfacción y felicidad. Se trata de un test ómnibus que permite evaluar afectividad  positiva y negativa conjuntamente con el juicio cognitivo del bienestar. Otro  instrumento muy utilizado es el Fordyce Happiness Measures (Fordyce , 1977). Es  un instrumento de 11 ítems que pregunta al evaluado el grado de satisfacción  global con la vida y en tres ítems adicionales; encuesta sobre el tiempo en que  las personas están muy felices, neutrales y poco felices. Si bien es muy utilizado,  no se pueden calcular las propiedades psicométricas del mismo, dado que reposa  en la metodología del ítem único. 
  A  pesar de que los autoinformes son la metodología más utilizada para evaluar la  experiencia subjetiva del bienestar, no están exentos de críticas. El primer problema  de evaluar la satisfacción percibida reside en el carácter subjetivo de la misma.  Solo el evaluado conoce su nivel de satisfacción en el momento en que se le  pregunta. Los evaluados difícilmente se hayan preguntado previamente cuál es su  nivel de bienestar, y al mismo tiempo resulta en extremo difícil determinar la  validez del juicio que emiten. Andrews y Robinson (1991) ya señalaban que el autoinforme  no correlacionaba demasiado elevado con el juicio que efectuaban otros  informantes, tales como pares o amigos, y remarcaban el carácter subjetivo del  bienestar. Otras investigaciones también señalan que los reportes subjetivos de  satisfacción no siempre correlacionan con los estados de ánimo medidos en diferentes  ocasiones (Schimmack , 1997). Algunas investigaciones señalan incluso que  aquellas personas en las que predomina un alto bienestar subjetivo percibido, exhiben  al mismo tiempo indicadores de distress en medidas de reactividad fisiológica y  en calificaciones de la satisfacción obtenidas por observadores externos en  entrevistas (Shedler, Maymann y Manis, 1993). 
  Otro  problema de las medidas del bienestar es la deseabilidad social al emitir el  juicio, ya que difícilmente las personas expongan que no están satisfechas con sus  vidas. Asimismo, cuando las personas autoperciben su propia satisfacción están  influyendo muchas variables en la constitución de ese juicio. Veenhoven (1995)  asevera que intervienen mecanismos defensivos que filtran la información que  las personas vierten, apareciendo distorsionada. Strack, Argyle y Schwartz (1991)  comentan que en realidad la persona no está emitiendo un juicio acerca de su  satisfacción sino que está respondiendo en función del afecto momentáneo predominante,  siendo esta emoción la que modula el juicio cognitivo. Estas aseveraciones  fueron probadas y replicadas con experimentos de laboratorio (Schwartz y Clore  , 1983). Otros autores sostienen que es imposible aislar en un instrumento el  juicio cognitivo del componente afectivo de forma total. Larsen, Diener y  Emmons (1985) sostienen que las medidas del bienestar apuntan a los juicios  cognitivos y son por tanto más estables que el componente afectivo. Diener  (1994) sostiene que los investigadores han confiado en extremo en el etiquetamiento  cognitivo que efectúan las personas de sus emociones, cuando en gran parte se  ignora cómo se produce dicho proceso, ya que los autoinformes no dan un fiel  reflejo de aquello que realmente sucede en el sistema afectivo de la persona. 
  Veenhoven  (1995) enfatiza que los criterios externos como medida de validez correlacionan  bajo con los autoinformes, por lo tanto, para solucionar el problema de la  validez de la medida recomienda la utilización de diferentes medidas del mismo  constructo, y en sus trabajos cita los avances realizados con el uso de tecnologías  multirasgo-multimétodo. 
  La  revisión comentada no pretendió ser exhaustiva, solo se han aclarado algunos de  los métodos más utilizados en el campo de la evaluación del bienestar.  
                                    Diferencias culturales  y bienestar psicológico 
  La  felicidad es la meta más deseada para la mayoría de las naciones. La investigación  empírica ha demostrado que si bien las naciones difieren en su nivel de  felicidad, en todas ellas las personas consideran que ésta es deseable y por lo  tanto constituye una meta importante (Diener y Biswas -Diener , 2008). En términos  generales, las investigaciones demuestran que no solo la felicidad es deseable  sino que la mayoría de las personas de todo el mundo a grandes rasgos se  consideran felices, sin importar demasiado las condiciones de vida. Solamente un  porcentaje muy pequeño de las personas se sienten extremadamente felices o en  extremo miserables. La mayoría de las personas de todo el mundo se consideran  moderadamente felices. Estos resultados emergen una y otra vez con diferentes  tipos de metodologías, muestras e instrumentos. 
  En  un estudio llevado a cabo por la Organización Gallup en el 2006 y 2007 en más  de 130 naciones, se pudo llegar a la conclusión de que los países más felices eran  aquellos económicamente más desarrollados, con democracias estables, que  respetaban los derechos humanos y la igualdad de oportunidades para las mujeres.  En contraste, las sociedades menos felices eran aquellas extremadamente pobres  con contextos políticos inestables y generalmente en conflicto con los países  vecinos. Este hallazgo demuestra que es necesario tener cubiertas ciertas necesidades  básicas para ser felices. Aquellos contextos en los que predominan los bajos  ingresos, la inestabilidad política y la corrupción del estado no favorecen la felicidad.  Clásicamente la felicidad ha sido considerada un tema individual, pero este  hallazgo lleva a repensar que la felicidad es también un asunto social y que los  gobiernos deberían tomar una participación más activa para su logro (Diener y  Biswas -Diener , 2008). 
  Otro  descubrimiento de investigación interesante consiste en que las diferentes sociedades  derivan su felicidad de diferentes fuentes, según se trate de sociedades más  colectivistas o más individualistas. En las primeras predomina más el grupo por  sobre el individuo, por lo tanto, las personas que viven en estas sociedades  serán más felices en la medida en que el grupo de pertenencia se lleve bien. Es  decir que la felicidad aquí estaría basada en la armonía y la calma. Las  personas que viven en China o India por ejemplo se sentirán más felices a  través de la armonía y la serenidad. En las sociedades más individualistas  (e.g., la norteamericana) la importancia recae sobre el individuo y la  felicidad es considerada más personal y constituye una emoción intensa y  energética, valorándose el componente de alta activación que traen las  actividades placenteras. En función de esta consideración, los predictores de  felicidad son diferentes. La autoestima predice la felicidad más para las  sociedades individualistas que para las colectivistas (Diener y Diener, 1995).  El orgullo predice la felicidad más para las sociedades individualistas y la disposición  hacia la amistad más entre las sociedades orientales como la japonesa (Kitayama  , Markus y Kurosawa , 2000). 
                                    Intervenciones para  mejorar el bienestar 
  En  la última década hubo una proliferación de programas para mejorar el bienestar.  La mayoría de ellos no están cimentados en una base teórica integradora, sino  que se basan en microteorías o en datos empíricos de líneas de investigación sencillas  (Vázquez , Sánchez y Hervás , 2008). La estrategia empleada consiste en  detectar las variables psicológicas que diferencian a los individuos con alto y  bajo bienestar mediante estudios correlacionales y longitudinales y luego se verifica  la eficacia de las intervenciones de forma experimental en diversos grupos de  pacientes y en población general no clínica. 
  Uno  de los programas pioneros para elevar la felicidad de las personas fue el de  Fordyce (1977, 1983), quien utilizó una metodología muy cuidada para valorar la  efectividad de las intervenciones diseñadas. Su programa consistía en catorce actividades  entre las que se contaba el empleo en actividades sociales, el desarrollo del  pensamiento positivo, el empleo de actividades físicas, la conservación de relaciones  íntimas, entre otras. El programa de Fordyce duraba dos semanas y demostró ser  eficaz para elevar la felicidad medida por un instrumento creado a tal efecto.  Fordyce demostró que la felicidad podía ser modificada mediante intervenciones  específicas y que era necesario el uso de actividades intencionales sostenidas  de los participantes para elevar dicho nivel. 
  Los  estudios de Pennebaker y Seagal (1999) sobre la escritura de sucesos traumáticos  demuestran que esta técnica narrativa permite elaborar dichos eventos. Burton y  King (2004) demostraron experimentalmente que la escritura de hechos positivos  mejora las emociones positivas y por ende eleva el bienestar. Estas  investigaciones verificaron que la utilización de técnicas narrativas provoca un  aumento de las emociones positivas y un menor riesgo de enfermedad en los meses  siguientes de instrumentado el protocolo. 
  En  la misma línea, Lyubomirsky (2007) diseñó una serie de actividades con el  propósito de mejorar el bienestar. Estas tareas estaban basadas en contar cosas  buenas que les habían sucedido a las personas, escribir cartas de gratitud, visualizar  el mejor self futuro mediante técnicas narrativas y utilizar técnicas de saboreo  (savoring) respecto de los buenos momentos. En todos los casos, los grupos  experimentales a los que se les instruyeron las tareas obtenían ganancias significativas  en los niveles de bienestar psicológico. 
  Bono  y McCullough (2006) demostraron que el incremento de las experiencias de  gratitud están asociadas con el bienestar psicológico. Las investigaciones de intervenciones  trataron de inducir experimentalmente actividades de gratitud mediante técnicas  escritas (e.g., escriba una carta para alguien con el que se siente agradecido)  o instrucción de actividades específicas (e.g., acciones de gratitud reales) demostraron  en todos los casos un mayor aumento de bienestar de las personas (Lyubomirsky ,  Sheldon y Schkade , 2005; Emmons y McCullough , 2003; Watkins et al., 2003). Al  respecto, Seligman (2003) comenta que el motivo por el cual la gratitud mejora  el bienestar es porque amplía los buenos recuerdos sobre el pasado en cuanto a  su intensidad y frecuencia, así como al etiquetado de los pensamientos,  amplificando los recuerdos positivos. Otras intervenciones basadas en la hope  theory (Snyder , 2002) estuvieron dirigidas hacia la activación del componente  esperanza. Este modelo plantea como elemento fundamental el logro de metas,  teniendo en cuenta además de las expectativas del futuro, la motivación y la  planificación necesarias para conseguir dichos objetivos. Los trabajos de  Irving et al. (2004) demostraron en un formato de tratamiento breve focalizado  en la esperanza antes del tratamiento clínico propiamente dicho, la eficacia de  intervenciones dirigidas a la esperanza en un grupo de pacientes clínicos. Otra  investigación que tenía como objetivo verificar la eficacia de intervenciones  basadas exclusivamente en la esperanza demostraron que las actividades  relacionadas con la formulación de metas, el uso de vías múltiples para  alcanzar los objetivos, la utilización de recursos motivacionales y la monitorización  de progresos era muy útil para mejorar la esperanza (Cheavens et al., 2006). 
  Fava  (1999) diseñó un programa de intervenciones positivas para promover el  bienestar de modo complementario a otros tratamientos farmacológicos o psicológicos.  El programa se basaba en el reconocimiento de recuerdos de eventos positivos y  en la identificación de obstáculos que dificultan dichos recuerdos. Tiene como  base teórica la teoría del bienestar de Ryff (1989). Se ha demostrado la eficacia  de esta intervención en pacientes depresivos y con trastornos de ansiedad generalizada  (Fava y Ruini, 2003). En todos los casos, el módulo de terapia del bienestar  combinada con otro tratamiento clínico potencia la eficacia de los resultados  de las terapias convencionales. 
  Frisch  (1998, 2006) plantea un tipo de intervención clínica llamada terapia de calidad  de vida, que integra una teoría del bienestar, instrumentos de medida específicos  y recursos de intervención especialmente diseñados para cultivar aspectos  positivos y aumentar el bienestar. Si bien esta terapia es prometedora porque  integra un modelo completo de intervención, aún no tiene suficiente validación  empírica que avale sus resultados (Vázquez, Sánchez y Hervás , 2008). 
  Finalmente  merecen un comentario las intervenciones de Seligman, Steen, Park y Petereson  (2005) con el propósito de incrementar la capacidad hedónica de las personas.  Seligman y su grupo diseñaron intervenciones positivas que las personas debían  realizar y que eran monitoreadas a través de un sistema de Intranet. En uno de  los estudios realizados con población general, los autores pudieron demostrar que  las personas que realizaban los ejercicios del bienestar (visita de gratitud, identificar  las fortalezas, reconocer lo mejor de Ud. Mismo) mejoraban su nivel de bienestar  inmediatamente después de la intervención y mantenían las ganancias del  bienestar a los 3 y 6 meses después de terminada ésta. Asimismo, disminuían sus  niveles basales de depresión. 
  Seligman,  Rashid y Parks (2006) realizaron dos estudios de validación empírica de la  psicoterapia positiva con grupos de pacientes con depresión severa y depresión  unipolar. En todos los casos, el grupo de tratamiento con psicoterapia positiva  solamente mejoró la sintomatología depresiva en grado mayor que el tratamiento  convencional. Aquellos pacientes que registraban depresión moderada mejoraron  más en los síntomas y en su bienestar. Estos resultados se mantuvieron al menos  después de un año de tratamiento. 
                                    Comentarios finales 
  La  ciencia del bienestar, como algunos autores contemporáneos la llaman, es una  disciplina joven, que cuenta con solo cuatro décadas de existencia (Vázquez, Sánchez  y Hervás , 2008). En estos años obtuvimos una firme evidencia de aquello que hace  feliz a las personas, ya que una gran parte de las investigaciones sobre el  bienestar estuvo centrada en el estudio de las diferencias individuales. Sin  embargo, en las investigaciones más recientes, se planteó que el bienestar no es  un mero resultado de otras variables psicológicas, sino que es un importante predictor  de la salud física, de la longevidad, de las relaciones interpersonales y del funcionamiento  psicológico óptimo de las personas (Diener y Biswas -Diener , 2008). Si bien  mucho se ha hecho, especialmente en la medición del bienestar, se nota la  ausencia de teorías psicológicas comprensivas que puedan explicar por qué las  personas están felices. Las intervenciones psicológicas, muchas de ellas en su  fase exploratoria, dan cuenta de que el bienestar se puede modificar y que es  posible elevar la capacidad hedónica (set-point) de las personas mediante la actividad  intencional. Algunos autores proponen que el bienestar general de las personas  es un indicador útil para evaluar la marcha de las políticas públicas, convirtiéndose  así en un marcador psicológico de las acciones concretas que realizan los  organismos de gestión y administración. Como hemos visto, el bienestar es útil,  es deseable y, hasta cierto punto, modificable. Quizá el desafío de los  investigadores sea diseñar un armado teórico que permita integrar el constructo  de bienestar a otros conceptos de la naciente psicología positiva. En este  sentido, el reciente constructo de capital psicológico es un importante avance.  De este modo, la psicología positiva resultará en una disciplina integrada,  haciendo surgir nuevas prácticas y modelos teóricos. 
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