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La vigorexia, żel nuevo mal del culturismo?

Que el culturismo no ha sido, ni será jamás, un deporte popular ya nadie puede discutirlo. Incluso, perdimos la gran oportunidad de ser como mínimo respetados y aceptados como deportistas de pleno derecho durante la década de los 80, cuando se popularizó el uso de las pesas y se incrementó notablemente el número de gimnasios y clubes deportivos que ofrecían, entre sus muchos servicios, salas de musculación magníficamente equipadas. Claro que debido a la mala imagen que de los culturistas se tiene, en general, hubo que buscar un nuevo concepto que pudiera satisfacer los intereses y necesidades del usuario medio, evitando toda connotación que pudiera relacionar la musculación o el uso de las pesas con el culturismo. Y así nació el fitness que curiosamente, retoma la concepción original de lo que fue el culturismo de principios del siglo XX. La célebre frase: "quisiera hacer pesas, pero no quiero parecerme a esos de las revistas", refleja un rechazo cuyas causas hay que buscar en la nula proyección social y escaso reconocimiento a nivel oficial que tiene este deporte. El tema resulta curioso porque cualquier practicante de un deporte acostumbra a admirar y respetar a los deportistas más destacados de cada especialidad aunque sepa que jamás podrá emular sus gestas. Incluso a veces, se deja escapar un "...pero ya me gustaría, ya...". Aun en el caso de que se trate de un deporte que no nos gusta especialmente, no podemos por menos que admirar a un atleta que se supera a sí mismo y establece nuevas marcas. A mí, personalmente, no me gusta el ciclismo, pero admiro a los ciclistas por su entrega, su valor, su dedicación y jamás me atrevería a decir que me dan asco, calificativo que sí suele aplicarse a los culturistas con cierta frecuencia.

Está claro que durante los últimos 20 años, no hemos sabido acercar nuestro deporte a la gente y explicarles que existe tanta diferencia entre un practicante de culturismo y un culturista de competición como entre Miguel Indurain y los miles de practicantes de ciclismo que jamás competirán o los que simplemente, salen a pasear en bicicleta con su familia los fines de semana. Yo pienso que a nadie, en su sano juicio, se le ocurriría nunca decir que quiere aprender a montar en bicicleta pero que no quisiera parecerse a esos del Tour de Francia.

En los últimos años, el fantasma del doping ha planeado sobre el mundillo culturista con más fuerza que nunca. Ya nadie puede creer que un ser humano pueda conseguir desarrollos musculares tan espectaculares tomando únicamente batidos de proteínas. Valga decir que tampoco ya nadie puede creer que un ser humano pueda correr los 100 m. en menos de 9"9 por muchos filetes de guepardo que coma o ganar un Tour de Francia comiendo pasta italiana. El hecho de que los culturistas hagan cierta ostentación del uso de esteroides y de que se haya perdido por completo el miedo a consumirlos en grandes dosis, haciéndose tan evidente su abuso, ha terminado por desplazar al culturismo al último lugar de la lista de deportes que un padre aconsejaría practicar a su hijo.
Recuerdo que cuando yo empezaba a practicar culturismo, hace ya 25 años, corrían ciertos rumores, a cual más curioso, a cerca de los peligros inherentes al uso de las pesas. Uno de ellos decía que los culturistas morían jóvenes porque la masa muscular del tórax, al alcanzar cierto grado de desarrollo, oprimía los pulmones y entonces se producía la muerte por asfixia. Otro decía que los culturistas morían jóvenes porque el corazón, sometido a esfuerzos tan descomunales, estallaba en el pecho. Tampoco olvidemos a los que decían que todos los culturistas eran homosexuales, narcisistas, tontos, violentos, etc. Lo malo no era que el gran público creyera esas tonterías, lo peor era que los entrenadores de la mayoría de deportes afirmaban ¡sin lugar a dudas! que el uso de las pesas volvía lento y torpe a cualquier deportista que las usara. Ni que decir tiene que estaban rigurosamente prohibidas en la práctica deportiva.

Con el paso del tiempo, médicos deportivos pusieron las cosas en su sitio y con la sagacidad que les caracteriza comenzaron a demostrar, tras arduas investigaciones, algo que los culturistas ya sabían hacía décadas, que el uso de las pesas podía mejorar la fuerza, la potencia, la velocidad y el desarrollo muscular, amén de ser beneficiosas en el tratamiento de desequilibrios musculares ocasionados por la práctica de ciertos deportes o acelerar la recuperación después de una lesión. Parecería, pues, que por fin el culturismo gozaría de un merecido reconocimiento y se ganaría el respeto, tanto de los deportistas, como de los médicos y entrenadores. Pero no ha sido así. No obstante, hay que reconocer que gran parte de la culpa la tenemos nosotros como colectivo y nuestros dirigentes, más preocupados por figurar y ganar dinero con el floreciente mercado de la suplementación dietética que por regir los destinos de nuestro deporte. Aunque también debo decir que el movimiento olímpico no ha sido un modelo que precisamente se haya caracterizado por su altruismo y sano espíritu deportivo. Estando así las cosas, solo quedaba que una vez aceptado el valor del entrenamiento con pesas y sus múltiples aplicaciones, los entrenadores y preparadores físicos se "apropiaran" del culturismo, le cambiaran el nombre y se dedicaran a criticar a los culturistas diciendo que lo que hacen no puede ser considerado como un deporte y que tan solo obedece a un enfermizo deseo de desarrollar los músculos sin ninguna finalidad práctica. Vamos, pura vanidad. Me vienen a la memoria nombres como: musculación, máquinas, fitness, modelaje o aparatos, que vienen a suplantar el verdadero nombre por el que debería conocerse la práctica con pesas y que no es otro que Culturismo. Así pues, el futbolista que no quiere volverse patoso hace musculación deportiva, la señora mayor que no quiere que le crezcan los músculos hace máquinas, el socio de un club de moda que quiere tener un cuerpo de modelo hace fitness y la chica que quiere eliminar la grasa de las caderas hace modelaje. Pero todos ellos, aun sin saberlo, están practicando culturismo, aunque no de competición por supuesto.

Ahora, por si todo ello no fuera suficiente, se añade un nuevo estigma a la ya larga lista que soporta el culturismo, la vigorexia. Parece ser que algunos culturistas (muchos o casi todos, según algunos "expertos") sufren una rara enfermedad que les impide contemplar la realidad de sus cuerpos tal como la perciben el resto de mortales. Más concretamente, parece ser que sufren una distorsión de su esquema corporal que les hace percibir su cuerpo siempre pequeño y les empuja a aumentar más y más de tamaño muscular. La cosa parece seria y los psiquiatras ya están lanzando las primeras voces de alarma. ¡Cuidado, usted puede ser un vigoréxico y no saberlo! Los síntomas son claros: afán de superación, necesidad de romper barreras y establecer nuevos límites, poseer un ideal personal de belleza física, comer más que los demás y tratar de descansar todo lo posible, desear un cuerpo fuera de lo normal y que en no pocas ocasiones, despierta el deseo o la envidia. El enfermo de vigorexia se pasa el día pensando en el entrenamiento, la dieta, los suplementos y el descanso, mirándose al espejo para controlar sus progresos, se depila y se aplica cremas hidratantes y aceites balsámicos, lo cual, dicho sea de paso, no deja de ser muy sospechoso...

Estos enfermos están atrapados en un tipo de práctica que se desarrolla bajo claros signos de obsesión compulsiva con episodios de euforia histérica y depresión galopante. Y ante todo este negro panorama, uno que practica el culturismo desde los 15 años y ya tiene 40, no puede por menos que asustarse y gritar: ¡cielos, he estado 25 años enfermo de vigorexia y yo sin saberlo!

Yo, que leía y releía cada día las pocas revistas que tenía la suerte de poder comprar y me deleitaba con las fotos de mis ídolos hasta gastarlas de tanto mirarlas, que buscaba con ansia toda fuente de conocimiento que pudiera acercarme a mis objetivos, que llegué a pesarme 12 veces al día, a anotar en un diario todo lo que comía, el peso que movía en cada sesión, mis medidas corporales, que me hacía fotos y me grababa en vídeo, ¿habré estado enfermo sin saberlo?; ¿quizás soy inmune a la enfermedad?; ¿habré desarrollado anticuerpos?.

Podría explicar punto por punto el motivo de cada procedimiento, pero no lo necesito. Sin embargo si creo necesario llamar la atención sobre un hecho que inexplicablemente, ha pasado desapercibido para los descubridores de la enfermedad e inventores del término vigorexia. Mucho me temo que se trate de una enfermedad altamente contagiosa y si mis datos son ciertos hace tiempo que los culturistas contagiaron a otros muchos deportistas de otras especialidades y desde entonces, se ha estado expandiendo sin el conocimiento de la clase científica y médica. Para que os hagáis una idea del peligro real de lo que puede haberse convertido ya en una pandemia, voy a hacer públicos mis descubrimientos en relación al grado de contagio que se ha alcanzado en la actualidad, gracias a la mutabilidad de esta enfermedad y su habilidad para pasar inadvertida.

Futbolexia. Obsesión que se caracteriza por llevar a cabo entrenamientos diarios de varias horas de duración con el objeto de introducir más pelotas que el contrario entre tres palos llamados portería. Jugar hasta cuatro competiciones oficiales al año, sufrir por ello constantes presiones que alteran el equilibrio emocional hasta el extremo de creer que lo más importante es ganar, aunque para ello haya que dejarse las rodillas o los tobillos por el camino, fingir caídas (preferiblemente en el área de castigo), fingir agresiones para que expulsen al contrario, provocar reacciones violentas en el público y tratar de engañar al árbitro. Esta enfermedad no afecta solo a los futbolistas, sino que también se ha extendido entre muchos aficionados causando pérdida de objetividad, pasión desmedida, agresividad, odio, rencor, envidia y violencia hasta el extremo de causar muchas muertes. Lo peor de todo es que esta enfermedad tiene el futuro asegurado ya que los padres, ignorantes del peligro, animan a sus hijos a practicar este deporte e incluso les llevan a presenciar partidos. A la vista de los hechos, cabe afirmar que la futbolexia se ha implantado de tal modo en la sociedad que su erradicación resulta ya imposible, siendo su principal elemento difusor los medios de comunicación y en especial la televisión.

Alpinexia. Obsesión que se caracteriza por querer subir a sitios donde no se nos ha perdido nada, para luego tener que volver a bajar. Se caracteriza también por una inevitable tendencia a quedarse colgado de una pared de piedra con la única ayuda de unos clavos y unas cuerdas. Resulta especialmente curiosa la fijación de algunos enfermos por querer regresar a lugares donde otros compañeros perdieron la vida en un pedante intento de "vencer" a la montaña y "vengar" tan lamentable pérdida.

Empresarexia. Síndrome enfermizo que ataca a muchos empresarios que se obsesionan en ganar más y más dinero aún a costa de sacrificar familia, amigos e incluso a ellos mismos. Normalmente esta enfermedad se agrava por el abuso de algunas drogas como el alcohol y la nicotina y la falta de actividad física, todo unido a una alimentación desequilibrada y pobre en nutrientes. Suelen desaparecer alrededor de los 45 ó 50 años por culpa de algún infarto provocado por el estrés, con lo cual se hace difícil estudiar la evolución de la enfermedad a largo plazo.

Ciclismorexia. Variante que afecta gravemente a muchos practicantes de ciclismo y que se caracteriza por pretender pedalear en una bicicleta tres o cuatro horas diarias durante la mayor parte del año, en un intento por ganar un Tour, un Giro o una Vuelta. El enfermo es capaz de sacrificar su salud en pocos años no importándole las consecuencias a largo plazo. En ocasiones también se desencadenan brotes de violencia que ofrecen un espectáculo bochornoso. Uno de los rasgos más llamativos de esta enfermedad es la insensibilidad que desarrollan los afectados con el paso del tiempo y que les permite levantarse después de una caída y continuar la carrera a pesar de sangrar copiosamente y resistir temperaturas extremas o condiciones ambientales insoportables para la mayoría de los seres humanos. Curiosamente, esta capacidad para soportar el sufrimiento despierta gran admiración entre el aficionado y es reconocida incluso por el no aficionado.

Podría seguir en clave de humor con la politicorexia, musicorexia, psicolorexia, etc. Pero creo que el mensaje ya está claro. No puede negarse que algunas personas desarrollan (o nacen) una marcada tendencia obsesiva y que todo lo que hacen acaba resultando enfermizo. Puede ser un deporte, una relación amorosa, una afición, un proyecto empresarial, etc. Pero tendríamos que ser más cuidadosos a la hora de inventar enfermedades y empezar a encajar perfiles conductuales de forma tan alegre e irresponsable como están haciendo algunos psiquiatras que a lo mejor están temiendo perder campo de actuación terapéutica.

A lo largo de mi carrera como culturista habré conocido cientos de practicantes de todas las edades, condición social y formación académica, todos con un denominador común, su pasión por el entrenamiento con pesas. Debo decir, en honor a la verdad, que entre todos ellos he podido conocer algún caso aislado que mostraba claros signos de obsesión, pero esas personas no fueron capaces de continuar entrenando y abandonaban la práctica del culturismo. El motivo es evidente, nadie que no sea capaz de mantener el equilibrio emocional, puede practicar una actividad que exige disciplina, entrega, pasión y al mismo tiempo, serenidad, paciencia, inteligencia, ponderación y equilibrio interno. No podemos negar que haya personas que encuentran en la práctica del culturismo un vehículo para canalizar su naturaleza obsesiva, pero de ahí a afirmar que los culturistas como colectivo y todos los que ansían un cuerpo hipertrofiado sean enfermos en potencia me parece descabellado, poco riguroso desde el punto de vista científico y hasta ofensivo para todos aquellos que como yo, conocen la realidad del deporte del hierro y han hecho del culturismo su filosofía de vida.

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