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Anorexia: cuando alimentarse mata
Beatriz Quintanilla Madero

La sociedad posmoderna exalta la idea de que ser bella es ser delgada. Pero entre la juventud, ser delgada implica además tener voluntad, autoestima, afecto, ser aceptada… Esto desata malentendidos y padecimientos, como la anorexia, enfermedad capaz de confundir la mente —verse gorda cuando se está en los huesos— y la naturaleza física —el organismo pierde las claves de hambre-saciedad—. ¿Se trata de una simple cuestión de vanidad?


Ilustración: Leticia Irene Barradas

Es alarmante cómo crece el número de mujeres que sufren anorexia. Este fenómeno se ha relacionado, por una parte, con el cambio de concepto de belleza femenina desde los años sesenta y, por otra, con la confusión que este cambio ha provocado en el significado de «comer normal».
La psiquiatría considera que la anorexia nerviosa —su acepción clínica— es una enfermedad mental que requiere una atención especializada. Junto con la bulimia, la anorexia se ha convertido en una verdadera plaga de finales del siglo XX y principios del XXI, especialmente entre la población femenina de adolescentes y jóvenes (aparece también en varones pero en una proporción de uno o dos varones por cada 10 mujeres).
El problema es complejo y exige un análisis desde sus causas.

¿Malestar físico o psíquico?

La anorexia no es una novedad dentro de la medicina. Ya hacia 1689, en Inglaterra, Richard Morton describe una enfermedad a la que él llamó Phtisie Nerveuse (tisis nerviosa), caracterizada por falta de apetito, rechazo al alimento, amenorrea en las mujeres (suspensión de la menstruación), hiperactividad, constipación y caquexia (un estado de extrema delgadez que se presenta en los casos de desnutrición grave). La tisis nerviosa se presentaba libre de fiebre, tos y disminución de la respiración, por lo que se podía diferenciar de los estados avanzados de tuberculosis o tisis.
Aunque la anorexia se ha vuelto más común en los países industrialmente desarrollados y entre mujeres jóvenes, no se ha encontrado una causa física que la explique. Por eso la respuesta psicológica cobra fuerza.

La anorexia es, junto con la bulimia, un Trastorno de la Alimentación. Tal vez los términos enfermedad mental y trastorno psiquiátrico suenen aterradores, pero si analizamos qué significan en estos casos pueden resultar menos terribles.
Algunos estudios y testimonios de personas que salieron de la anorexia mencionan que al caer en la enfermedad el objetivo primario no es simplemente lograr estar delgada, sino saciar el hambre de afecto a través de la aceptación física.

Esta necesidad natural puede convertirse fácilmente en obsesión. «Lo más obvio de la enfermedad es su carácter obsesivo. La enferma piensa constantemente en comida, peso, figura y talla».

La obsesión empieza, en la mayoría de los casos, del modo más insospechado y aparentemente normal, por una dieta. ¿Qué mujer por arriba de los 14 años, o incluso antes, nunca ha hecho una dieta, muchas veces a iniciativa de su propia familia, quienes la ven «gorda» cuando empieza a desarrollarse?
Aunque a esa edad el aumento de talla de las mujeres sea normal —y pasajero—, los padres se preocupan. Si la madre, por ejemplo, está continuamente a dieta, transmite esa preocupación por el peso y la figura corporal a la hija, quien aún desconoce cómo manejar su nuevo cuerpo e imagen —decisivos en la adolescencia para ser aceptada en un grupo de amigos.

Síntomas de una obsesión

No todas las adolescentes o mujeres jóvenes en régimen alimenticio sufren anorexia. Pero ésta puede presentarse cuando, después de haber estado a dieta, se pierde el control. Es decir, al bajar tanto de peso el organismo pierde las claves de hambre-saciedad que existen en un individuo sano. La persona ignora qué es «comer normal», por lo que prefiere seguir a dieta.

Por otra parte, mientras más peso se pierde, más se altera la percepción de la propia imagen corporal: la niña se ve «gorda» aunque esté como un esqueleto. Se establece así un círculo muy difícil de romper, al sentirse todavía gorda, la mujer no deja el régimen.
Además de las dietas bajas en calorías, algunas anoréxicas presentan otros síntomas que agravan el problema, como vómitos autoinducidos, ejercicio excesivo, utilización de laxantes y diuréticos, todos ellos estrategias para bajar de peso y mantenerse así.

Estas personas se encuentran eternamente preocupadas por la comida. Sobre todo al principio de la enfermedad sí sienten hambre, pero su resistencia a comer llega al grado de no percibir la necesidad de alimento por la excesiva pérdida de peso. En ocasiones beber aunque sea un poco de agua les da verdadero pánico, pues piensan que aquello les va a engordar. Los mecanismos fisiológicos para la regulación hambre-saciedad se han alterado.

En otras ocasiones presentan episodios de bulimia, caracterizados por la necesidad imperiosa de ingerir grandes cantidades de comida en una sola vez, vorazmente, sin poderse contener. Estos lapsos de bulimia suelen seguirse de remordimientos por haber perdido el control, con el consecuente aumento de los esfuerzos para perder peso, como inducir el vómito o laxarse.

La continua alteración de los modos de comer provocan poco a poco una desnutrición grave que, aunada al trastorno en otros sistemas corporales, sobre todo en el endocrino, puede llevar a la paciente a la muerte.

Además de los síntomas físicos, las anoréxicas presentan a menudo tristeza, depresión, aislamiento social y otros problemas psiquiátricos. Y a pesar de estas alteraciones y de encontrarse en un grave estado de desnutrición siguen perdiendo peso, porque una de las principales características de la enfermedad es un miedo intenso, casi delirante, a engordar.

Delgada, poderosa y atractiva

Basta mirar cualquier revista de modas para darnos cuenta del ideal femenino. Ser una mujer delgada, deportista, bella y atractiva es requisito indispensable. Este «ideal» se introdujo lentamente en la sociedad desde los años sesenta.

El concepto de lo que era la mujer «bella» empezó a cambiar. Muchos asocian la introducción de este nuevo concepto en la cultura contemporánea a través de la moda, y específicamente a raíz del éxito que obtuvo la modelo Twiggy, una mujer pálida, alta y extremadamente delgada, que se convirtió en la modelo ideal: esbelta, activa, dinámica.
Desde entonces hubo un cambio en el concepto de belleza femenina y lo que significaba ser una mujer moderna. La figura femenina se estilizó paulatinamente, adelgazándose cada vez más.

En la sociedad contemporánea, una mujer pasada de peso —aunque no sea gorda— se siente por completo fuera de lugar. No está a la altura de los tiempos que corren y por lo tanto debe recurrir a la parafernalia de moda para eliminar esos «kilitos de más». Hacer una dieta combinada con el ejercicio para mantenerse «en forma».
Ser delgada quiere decir mucho más que poseer un cuerpo bello. En el fondo, una mujer esbelta envía un mensaje a quienes la rodean. «Yo soy moderna, deportista, actual. Yo sé conservarme delgada porque tengo fuerza para ello. Y si tengo fuerza para ello tengo fuerza para todo».

Esta idea habita el inconsciente de nuestra sociedad contemporánea. Es fácil comprender entonces cuáles son los sacrificios a los que está dispuesta la mujer del siglo XXI con tal de ser considerada una triunfadora hermosa.

En efecto, la mujer moderna debe cumplir determinados cánones de belleza para ser vista así. De este modo, la mujer bella y atractiva ha de vivir una «ascética de lo físico» que consiste, sobre todo, en mantenerse delgada a cualquier precio. Esto implica ejercer un continuo «auto-control» o, lo que es lo mismo, obtener y mantener la delgadez.

Y ello conlleva la proyección de la imagen deseada: salud y poder. Aquella que no cumpla con los requisitos queda excluida del núcleo privilegiado de mujeres bellas, modernas, poderosas y atractivas, lo que se resume en un único concepto: estar delgada.
Es evidente que, ante tales planteamientos, lo «normal» para una mujer sea una preocupación constante por mantener su peso en el estado «ideal» que demanda el contexto social.

Comer, ¿para qué?

Esta preocupación por mantener el aspecto en «óptimas condiciones» explica la enorme gama de dietas que se ofrecen en el mercado y la proliferación de una gran variedad de medios al alcance de todos, especialmente de la mujer.
Centros de masaje, gimnasios, clínicas para reducir de peso, homeopatía y alopatía para conseguir «en una semana» bajar 10 kilos. Dietas nutritivas y «balanceadas» y otras no tanto. Cirugía plástica, vendas, gel de algas marinas, cremas reductoras y anticelulitis, y un largo etcétera ponen de manifiesto cuál es una de las mayores preocupaciones de la sociedad: el cuerpo y su apariencia.

Los hombres no escapan a esta tendencia, también preocupados por su imagen física buscan aumentar su fuerza y, por lo tanto, su masa muscular, lo cual no les impide comer de manera más sana.

La obsesión por el peso produce una relación especial con la comida. Los alimentos pierden su función habitual para convertirse en algo que debe pesarse, medirse, evitarse y regularse siempre. Entender así esta relación deja de lado los aspectos más importantes de la comida, cuya primera función es nutrir al cuerpo y, además, permitirle al ser humano el intercambio con la naturaleza.

Por otra parte, la comida tiene un significado social que posibilita interactuar con los demás. En la familia, por ejemplo, la hora de la comida facilita la comunicación en un ambiente diferente al que se da en una oficina, aula o cualquier otra situación. Así, la función alimenticia adquiere un matiz cultural, manifestado en usos y costumbres culinarios diversos según las diferentes sociedades.

Prueba de ello es la relación entre comida y persona, tan íntima que los acontecimientos importantes en todas las culturas se celebran con un festín. En una celebración, el tipo de comida, su preparación, el lugar en el que se realiza, la vajilla en que se sirve, etcétera, son reflejo sensible de la importancia que damos a ese evento.

Escuchar al cuerpo

Evidentemente el significado de «comer normal» es muy subjetivo. Varia según la parte del mundo en donde se esté e incluso entre personas de la misma sociedad. Sin embargo, aunque cantidad, tipo de alimentos y el modo de prepararlos difiera en las distintas culturas, podemos decir que «comer normal» es el comportamiento alimenticio que ocurre en repuesta a claves de hambre y saciedad que existen en el individuo sano. Es decir, el organismo de cualquier persona sana cuenta con unos receptores que le indican cuándo tiene hambre y cuándo está satisfecha.

En condiciones normales, comemos y dejamos de comer según percibimos las señales producidas por la presencia o ausencia de alimento. Estas claves, sin embargo, pueden ser modificadas por los hábitos e incluso destruidas cuando las manipulamos con dietas constantes o el uso de sustancias o medicamentos que las desdibujan.

«Comer normal» no quiere decir únicamente comer lo «suficiente» —ya que esto probablemente no sea tan normal o aceptable para los estándares fisiológicos—, sino también aquello que es conveniente para el organismo, manteniendo una dieta sana y equilibrada de acuerdo a la edad, estado de salud, tipo de clima, etcétera, de cada persona.

Hay que tener en cuenta que aunque ha variado el concepto de lo que es un cuerpo «sano» y una talla corporal «aceptable», y que para mantener este «cuerpo sano» a veces es necesario hacer alguna dieta o modificar algunas costumbres, el modo de comer de algunas personas presenta unas características especiales, en las que podemos detectar algunos o muchos rasgos que pueden por sí mismos ser tenidos como patológicos. Estos rasgos patológicos son precisamente los que se presentan en los Trastornos de la Conducta Alimentaria.

Romper con la imagen dominante

Aunque por diversos factores es imposible que las mujeres alcancen el ideal femenino propuesto por la industria de la imagen, la única aspiración de no pocas adolescentes es tener un cuerpo de esas dimensiones.

El problema social que implica la anorexia es grave y evidente. La enfermedad empieza a extenderse a niñas púberes y prepúberes de 9 ó 10 años.

Ante la enorme presión cultural y de los medios de comunicación, ¿qué procede para atacar esta plaga que afecta especialmente a las jóvenes?

La presión social no es excusa para no iniciar una campaña contra el modelo femenino propuesto hoy como ideal. Lo que aparentemente puede resultar ilusorio cobra trascendencia al ver la odisea que significa para una adolescente vestir a la moda si no está flaquísima.

El primer paso es hacer ver a las niñas, desde pequeñas, que su valor como personas no depende de un cuerpo delgado. Es necesario que entiendan que en la adolescencia se suele engordar, que no es malo o nocivo no parecer una modelo. La tarea no es fácil si tomamos en cuenta los modelos que presenta la sociedad contemporánea y con los cuales se identifican las jovencitas.

Detrás de todo el esfuerzo por mantener esa imagen de mujer actual existe un entramado de intereses económicos. ¿Cuántos charlatanes no han hecho «su agosto» a base de hacer que las mujeres bajen de peso? ¿Cuántos productos hay en el mercado para conseguir el mismo fin? No es fácil, pero la sociedad debe tomar consciencia del problema tan grave que produce, sobre todo en las niñas que aún no se han identificado con un esquema corporal estable.

En efecto, para una adolescente cuyo esquema corporal aún no está terminado, el hecho de verse confrontada de modo continuo entre lo que exige la sociedad y la realidad que ella tiene puede llevarle a tener tanta preocupación por su imagen que intente cambiarla por todos los medios, aunque éstos le lleven a la enfermedad, y en los casos más severos a la muerte.

Sin dobles mensajes

La anorexia nerviosa se debe considerar un problema médico grave. No debe permitirse que una anoréxica mantenga alterados sus hábitos alimenticios.

Se ha comprobado que, aunque la enfermedad suela descubrirse mucho después de haber empezado —hay niñas que llevan vomitando largo tiempo antes de que los papás se den cuenta, lo que dificulta una curación total—, una ayuda relativamente oportuna puede controlar la anorexia por períodos prolongados y evitar un mayor deterioro.

También es importante que en la familia de la enferma se evite de manera tajante hablar de dietas, peso, cuerpo, moda, etcétera. Es curioso y preocupante ver cómo muchas veces son las propias mamás quienes inician la preocupación por el peso y no ayudan a que su hija anoréxica salga de la enfermedad.

Sin querer, muchas madres envían a sus hijas enfermas un doble mensaje. Por un lado insisten en que deben comer, en que no es necesario que bajen de peso porque están en pleno desarrollo y necesitan nutrirse. Y por otro viven preocupadas por su propia apariencia. Siguen todo tipo de dietas —y hablan todo el tiempo de eso—, hacen ejercicio extenuante, lucen su «cuerpazo» con ropa entallada (a veces tallas más chicas que las que usan sus hijas) e incluso han recurrido a la liposucción u otro tipo de tratamiento para mantenerse «en forma».

Si no se evitan estos incitadores dentro del seno familiar, que mantienen a la niña insistentemente afligida por su peso y apariencia, es casi imposible que, a pesar de la atención adecuada, la anoréxica pueda salir adelante.

Los padres y hermanos varones también deben aprender a ser prudentes en sus comentarios, que podrían herir a su hija o hermana.

Los comentarios que se deben evitar son todos los relacionados con la imagen corporal, el peso, la moda, etcétera. Es difícil porque lo habitual, en la familia, es decir lo que uno piensa, pero una observación «chistosa» puede bastar para desencadenar su preocupación por el peso y es suficiente para que empiece una dieta y no quiera dejarla a pesar de todas las consecuencias.

Y por último, recordar que para aceptar la propia condición corporal se requiere tener un mínimo de autoestima, misma que se consigue al saberse querida y aceptada por lo que uno es, no sólo por la imagen.

Istmo 257


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