El tabaco es una planta de origen mexicano, que nuestros pobladores autóctonos aportaron a la cultura universal con un éxito sorprendente, pues en menos de cinco siglos se logró, gracias a sus virtudes, que se convirtiera no sólo en un artículo ligado a la alegría de vivir, sino en un tema de debate mundial.
El hábito de fumar, que inicialmente fue visto con desconfianza en la aristocracia europea, pronto se convirtió en un toque de distinción y elegancia, así como en un elemento de gratificación en la vida cotidiana de los fumadores.
En el siglo XX y con el avance de los medios de comunicación, se incrementó la difusión del hábito de fumar, pues todos los personajes relevantes en todos los países se distinguían por esta acción, fuese el simple cigarrillo o el muy envidiado puro.
Y todo iba en paz hasta la década de los años 50 del siglo XX, en la cual el general Surgeón, de Estados Unidos, decidió enviar el mandato imperialista en el sentido de que fumar era nocivo para la salud de los fumadores, para después exagerar su posición hasta convencer a quienes no fuman de que el fumador pasivo es igualmente víctima de los males que el fumar puede causar.
Nadie puede negar el mandato imperialista estadounidense en contra del consumo de tabaco, puesto que es obvio que los gobiernos de países tan desarrollados como Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, etcétera, siempre han estado atentos y al cuidado de la salud de sus pobladores, pero ninguno de esos países inició la campaña mundial en contra del consumo de tabaco, sino por el contrario, la han sufrido en sus relaciones internacionales con Estados Unidos y en sus ciudadanos, a quienes se ha limitado su derecho y su libertad a fumar.
Los gobiernos de EU y de muchos otros países han utilizado un instrumento claramente violatorio de los derechos humanos para controlar el consumo de tabaco, y este instrumento ha sido la discriminación, por medio del cual se separa a los fumadores de los no fumadores y se les aísla en términos de que no puedan estar en contacto.
Discriminar tiene como primer sentido etimológico separar, y eso es lo que se pretende en el combate al consumo de tabaco.
Si el gobierno considera que el consumo de tabaco es letal para fumadores y no fumadores, no hay alternativa más que prohibir su consumo, pero de ninguna manera violar los derechos humanos de unos y de otros, por medio de la discriminación.
Si armonizamos la libertad y la salud con los derechos humanos, aparece obvio que la solución es bien simple: el empresario que quiera instalar un café, bar, restaurante, hotel, etcétera, en el que se permita fumar, los que asistan podrán fumar o no fumar y tolerar el humo; si el empresario quiere instalar un café, bar, restaurante, hotel, etcétera, en el que no se permita fumar, los que asistan no podrán fumar, porque así lo deseen o porque así lo establezcan las reglas del local.
En esta forma, se respeta la libertad de empresarios y consumidores y se evita la flagrante violación de los derechos humanos que implica la discriminación.
*Abogado litigante, ex ministro de la Corte, ex diputado y ex senador. Como diputado, solicitó un amparo para poder fumar en el recinto legislativo.
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