Creo que estamos de acuerdo en cuanto al hecho de que la tóxicodependencia y el alcoholismo constituyen realidades que no conviene «condenar» según una vieja mentalidad; más bien deben ser incluidas en el cuadro de las circunstancias morbosas que, como tales, son objeto de oportunas intervenciones preventivas y terapéuticas.
Asistimos, en cambio, a un retardo de concepciones, de estructuras, de hombres y, por lo tanto, se verifica una fuerte contradicción entre la atención que, en los diversos niveles sociales y políticos, se presta al problema y la insuficiencia o carencia de remedios: un vacio que solo en parte es colmado por la suplencia del «voluntariado».
Es hora de reaccionar a la inercia y a la ausencia de estrategias de fondo, especialmente por parte de los órganos públicos, removiendo las situaciones de consentimiento y de pasividad hoy existentes.
Los datos observados como estimación del fenómeno constituyen por si mismos una denuncia social. Hoy habría en Italia más de 300.000 drogadictos y bastante más de 3 millones de alcoholizados.
Las muertes causadas por el consumo de drogas, en el periodo 1986-1990, se han cuadruplicado. Los muertos por droga en 1990 han sido en un 89% varones y en edad comprendida entre los 26 y los 29 años.
Añádase a esto el hecho de que el 70% de los enfermos de SIDA está constituido por drogadictos. En Italia, las estadísticas atestiguan que se dan 40.000 muertes al año por alcoholismo. Tales entidades numéricas no dan señales de retroceso; más aún, incluyen ya categorías de sujetos que antes eran estadísticamente sin importancia: mujeres y niños.
Los datos ponen en evidencia que el alcohol causa muchas más muertes que la droga: por cada fallecido por heroína hay 100 personas muertas por vino y por licores.
Y sin embargo, acerca de la plaga social del alcoholismo hemos de registrar una desatención general y alarmante. Varias son las explicaciones que pueden darse sobre esta actitud evasiva: ante todo, una de carácter histórico.
Si la tóxicodependencia es fruto de los tiempos actuales, el alcoholismo es vicio antiguo y halla una especie de justificación en esa antigüedad suya. Otra explicación posible es de origen económico: el alcohol toca intereses que abarcan un amplio arco de actividades. No hay que olvidar que Italia ocupa el primer puesto entre los productores de vino (casi el 25% de la producción mundial) y que exporta el 10% del producto nacional bruto de bebidas alcohólicas. En cuanto al consumo de alcohol, Italia está en el tercer puesto entre los países europeos, después de Francia y Países Bajos, siendo las regiones del Norte las que acusan el mayor consumo. Tercera explicación posible es la de fondo psicológico, relacionada con los diversos resultados de uno y otro consumo: muerte violenta en el caso de la droga y lenta agonía para los alcoholizados.
En definitiva, el alcohol acaba presentándose como dotado de una aureola de legitimidad aun en los casos de abuso, dado que los confines entre este y el consumo normal son inciertos y variables según los sujetos y las costumbres. Todo esto ha contribuido en Italia, a diferencia de otros países, a no introducir una normativa de reglamentación del consumo de bebidas alcohólicas y, en consecuencia, se asiste a una verdadera falta de educación cívica en este campo, causa y efecto, al mismo tiempo, de la falta de interés legislativa.
Por el contrario, la cuestión droga ha figurado siempre en el centro del debate y ha sido objeto, desde diversas partes, de una eficaz acción de sensibilización de la opinión pública.
El Estado, a nivel legislativo y administrativo, ha actualizado diversas veces sus instrumentos de presencia y, por último, al cabo de un vivo debate, se ha adoptado la ley n. 162/90. Las indagaciones sociológicas han hecho observar que muchas veces alcohol y droga son correlativos y que va en aumento el número de personas que frecuentan el uso de ambos tanto la droga como el alcohol, ya sea por separado, como en combinación, conquistan un número creciente de clientes en el mundo del trabajo. Esto debe constituir en el presente y en el futuro objeto de continuas y especificas observaciones y controles para tener pleno conocimiento del fenómeno y estar en condiciones de enfrentarse a él.
Desde este punto de vista, la situación italiana es muy precaria.
Supuesto que el ciclo productivo, especialmente en las grandes industrias en las que existe la especialización del trabajo, incide ciertamente sobre la persona del trabajador, desgastándola progresivamente (baste pensar en el factor ambiental, en las técnicas de trabajo, en las contaminaciones de diversos tipos, en el puesto no apetecido, en las expectativas no satisfechas, en la retribución insuficiente, etc.) es razonable creer que el trabajador se siente impulsado a «evadirse», refugiándose en la desastrosa alternativa de la droga y/o del alcohol. Sin embargo, debe subrayarse también la condición de paro y el típico status de paro retribuido (es decir de quien ve el propio trabajo remunerado pero reducido o suspendido por razones de crisis de la empresa) induce con fuerza al abuso de estas sustancias. Los porcentajes estimados dicen que el 65% de los alcoholizados y drogadictos se encuentran en paro, mientras que el 35% tiene ya un trabajo o espera encontrarlo.
Así pues, si el trabajo puede llevar al individuo a la perdida de la propia subjetividad y, por lo tanto, inducirlo al uso excesivo de aquellas sustancias, el paro representa ya en el punto de partida, la negación de las posibilidades laborales del sujeto y, por ello, de la parte quizá más importante de su dignidad personal y social.
El paro retribuido, en cambio, hace vivir la contradicción de ser retribuido sin trabajar, es decir, de no ser considerado parado, aun no trabajando, con lo que acentúa sentimientos de dependencia, de inutilidad, de pérdida significativa de su papel en familia y fuera de ella.
El uso anómalo de drogas y de bebidas alcohólicas, en último termino, como es sabido, atrofia el cerebro hasta comprometer el ejercicio de sus correspondientes facultades. El proceso es progresivo y prolongado y durante el pueden verificarse comportamientos reprobables del trabajador: de la simple ausencia (a menudo motivada por enfermedad) a la insuficiencia o falta de rendimiento, hasta actos que deterioran la producción, los cuales a su vez pueden dar lugar a procedimientos disciplinares y a la aplicación de diferentes sanciones.
Es un fenómeno complejo, sobre el que aun no se ha indagado bien, cuyos reflejos llegan mucho más allá del ambiente de trabajo para repercutir en la familia y en el contexto social en general. Al final, el drama puede concluir en el suicidio. El número de suicidios esta en expansión. Especialmente en las regiones italianas en las que es más elevado el uso per capita del alcohol. Se ha observado que el 25% de los suicidios y el 35% de los accidentes de trabajo se debe al alcoholismo. La plaga ataca sobre todo a los trabajadores manuales y especialmente a los que realizan trabajos pesados en contacto con polvos o a temperaturas muy elevadas (albañiles, mineros, siderúrgicos).
De todos modos, no pueden trazarse líneas de demarcación precisas en cuanto se refiere a la distribución del fenómeno entre las clases sociales: es verdad que se da entre los trabajadores, pero «el mal es igual para todos».
En cuanto a las intervenciones correctoras, que aquí interesa particularmente, nuestro país ha visto en los últimos años un despliegue no reducido de fuerzas, públicas y privadas, que tienen por objeto, ante todo, a bajar el nivel de ignorancia y la indiferencia sobre problemáticas tan hirientes. El intento ya no es sólo el de proyectar, sino el de materializar una serie de servicios aptos a ofrecer informaciones y al mismo tiempo crear canales más justos de introducción en el trabajo y de mantenimiento del puesto de trabajo. En un contexto de relativo fermento, el legislador italiano ha cristalizado una serie de compromisos bien concretos en la citada ley 162/90. Rasgo saliente de esta normativa en cuanto a la droga es el haber hecho muy frágil el confín entre el consumidor y el vendedor, suplantando el concepto de «pequeña cantidad» con el de «cantidad que no exceda la dosis media diaria».
Los sujetos institucionales resultan implicados en estrategias, además de represivas, de carácter educativo e informativo, dirigidas a atacar esta dramática realidad.
La prevención no puede ser llevada a cabo sino con una atención particular al mundo del trabajo, realizando sobre el territorio las bases de una política pedagógica de recuperación y reinserción en el ciclo productivo. Un modus operandi que ve ampliamente implicados los Organismos locales: las Regiones, con la previsión de cursos de formación para agentes de servicios para drogadictos, y los Municipios con proyectos financiados a través del Fondo Nacional de lucha contra la droga (art. 127 del T.U. n.309/90). Las estrategias institucionales, además de exigir una coordinación entre los Ministerios competentes, necesitan un dialogo cada vez más claro y constructivo con las estructuras privadas que operan en el sector. La normativa prevé, entre otras cosas, la obligación del trabajador drogadicto de quedarse en casa en determinadas horas y de prestar trabajo no retribuido a favor de la colectividad. En esta óptica entra la importante previsión (art.124) del mantenimiento del puesto para el trabajador drogadicto y un periodo de expectativa no retribuida no superior a tres años, cuando el trabajador está decidido a desintoxicarse. Análogo periodo de expectativa y goce de especiales permisos son previstos, además, para los familiares.
Igualmente importante es la disposición (art.134) que contempla «proyectos para la ocupación de drogadictos», sobre los que el Ministerio del Trabajo está llamado a expresar un parecer ante la Comisión instituida en la Presidencia del Consejo de Ministros.
Actualmente han llegado y están en fase de examen 260 proyectos.
Debe señalarse que el Ministerio italiano del Trabajo está presente en el Comité nacional de coordinación antidroga, precisamente en función de intervenciones que mejor respondan a las peculiares condiciones del mundo del trabajo.
Por lo que se refiere a compromisos e iniciativas, se debe reconocer a las organizaciones sindicales un papel no desdeñable. Los sindicatos, tanto a través del contrato colectivo cuanto mediante la información, siempre han procurado tutelar a los trabajadores drogadictos o alcoholizados, primero defendiendo para ellos el puesto de trabajo y después consintiendo mayor flexibilidad en el trabajo y el goce de permisos especiales.
La preocupación del sindicato no se ha limitado a una visión puramente individual del problema, sino que se ha dirigido al fenómeno en su complejidad y articulación. Es convicción de las fuerzas sindicales italianas que para obtener los mejores resultados se necesita una continua interacción entre mundo laboral, entendido en todos sus componentes, familia, servicios públicos y voluntariado.
No tengo dudas acerca de la eficacia de recursos y estructuras validas en el plano terapéutico. Los poderes públicos deben tener conciencia de ello. Pero creo que nada es más eficaz que un contexto de solidaridad, de testimonios auténticos y en condiciones de modificar profundamente jerarquías de valores y prioridades, que se han hecho tan frágiles a causa de un camino colectivo frenético, consumístico, efímero hacia donde ni siquiera se sabe. Una vez más es el subjetivismo personal, el hombre de trabajo, el parámetro interior del verdadero rescato
Dr. Franco Marini
Ministro del Trabajo (Italia)
Dolentium Hominum n. 19