Las declaraciones del actor cubano-norteamericano Andy García en una entrevista hecha por un semanario español merecen ser resaltadas. Es como una corriente de aire fresco en medio de tanta intoxicación de la atmósfera mental y tanta idea falsa sobre el arte. Se ve, afortunadamente, que está inmune a las consignas de los manipuladores de lo sexual para masas despersonalizadas.
Por Luis Fernández Cuervo, profesor de Historia de la Cultura de Occidente en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN) de San Salvador y de Ética Médica en la Universidad salvadoreña USAM
Andy García está casado desde 1982, tiene cuatro hijos con su mujer, Marivi, y dice: “La paternidad es la actividad de la que más orgulloso me siento”. No está dispuesto a sacrificar su vida familiar por su trabajo en el cine y lo remarca así: “Cuando uno es padre, no puede llevar una vida de gitano ambulante. Si hubiera aceptado todos los buenos papeles que me han ofrecido, habría fracasado como padre, y eso es lo último que desearía”. Cuando le preguntan por qué no quiere interpretar en las películas escenas de desnudo, demuestra tener un alto sentido de la dignidad humana que contrasta fuertemente con lo que tantas películas, revistas, fotografías y la Internet se empeñan en meternos por los ojos… y más abajo. “Prefiero interpretar las escenas de amor” –nos dice- “de la manera más elegante posible. Creo que el cine de hoy es demasiado obvio y prosaico. No es mi estilo y nunca lo será. Ver a dos personas desnudas haciendo el amor en una película carece de todo romanticismo”.
Pero la entrevistadora insiste en qué pasa si “lo exige el guión”. Andy contesta: “No, el guión no exige nada, es sólo una guía, y los escritores fallan a menudo cuando escriben esa parte. La tensión de los personajes, el juego de miradas, esa tensión es lo que debe mostrarse” (…) “La industria del cine de Los Ángeles tiene la falsa idea de que las secuencias eróticas venden, pero en realidad lo que vende es una buena película. A la gente no le hace falta eso; es más, personalmente me sobra”. El éxito de películas como “The Lord of the Rings”", “Brave Heart” y tantas otras confirma la verdad de esas palabras.
Pero los que trabajan en meter la pornografía en las costumbres de la sociedad actual suelen acudir al recurso de que no hay que confundir erotismo —cosa buena y artística— con pornografía, lo verdaderamente degradante. La verdad es que las fronteras entre una y otro son bastante borrosas. Además, suelen tener el añadido negativo de clasismo social. Se califica de pornográfico lo barato, de baja calidad y bajo precio. La pornografía de lujo, cara, mejor adornada de cualidades técnicas, es lo que se presenta como “erotismo”. Pero precisamente es más perjudicial lo que disimula el mal bajo capa de arte; como el veneno, si está escondido en un pastel delicioso. No hay dónde perderse: son obras pornográficas aquellas que se hacen, se comercializan y se consumen como excitantes sexuales; que estén adornadas de mayor o menor aditamento estético, no cambia su especie.
Sobre lo pornográfico en literatura, los escritores de calidad, como Antonio Machado o como el genial Claude Magris, lo desprecian abiertamente. Machado la definía como “esa baja literatura que halaga no más que la parte inferior del centauro humano”, y Magris, con ironía, lo llama “el bidet lírico”. Otro escritor, el novelista norteamericano Walter Percy, en su obra “Signposts in a Strange Land” (N.Y., 1991), explica: “Hay novelas que aspiran a entretener, a decir cómo son las cosas, a crear personajes y aventuras con los que el lector pueda identificarse. En cambio, la pornografía hace algo completamente diferente: trata de modo deliberado de excitar sexualmente al lector” (…) “Entonces ¿qué es lo permitido? Quiero decir lo permitido por un escritor serio y un lector serio. La única regla que sigo es la de permitir todo lo que sirva al propósito artístico de la novela” (…) “Si tengo una determinada verdad o una forma artística para una novela y escribo una escena que es tan explícitamente violenta que el lector se distrae, sea por estimulación, es decir, por excitación sexual, sea por asco y disgusto, he perdido entonces al lector o lectora y he fallado como novelista”.
Dado el nivel que lo pornográfico, ya sea “heavy” o “light”, va adquiriendo en nuestra decadente cultura, no es extraño que cada vez se escriba con más fuerza y desde muy distintos puntos “el derecho a la desinformación” sobre la intimidad sexual de otras personas y sobre las perversiones y barbaridades de tantos. Por eso, en la última década, va tomando fuerza en EE.UU. un movimiento originado en Canadá para ir eliminando lo pornográfico en el cine, al comprobar que ese tipo de filmes causa daño a las mujeres, no sólo a las que toman parte en la filmación, sino también a las que sufren violencias por parte de los hombres excitados por esas películas. “Cuando los venenos se ponen de moda” —como escribió C.S. Lewis— “no por eso dejan de matar”.
Pienso que, de todos modos, el mejor antídoto es la educación personal con un conocimiento claro del ser humano, de su dignidad total, de su espíritu, pero también de su cuerpo. El desnudo, si es verdaderamente artístico, no tiene nada de pornográfico.
Es revelador que el actor Andy García tenga fama de elegante y que, al ser preguntado sobre eso mismo, responda: “Mi abuelo, mi padre y mi tío eran muy elegantes. Ellos pensaban que es un deber serlo. Y lo reflejaban en dos ámbitos: su manera de ser y su manera de vestir. Como padre, me siento responsable de seguir esa tradición de generaciones que es la imagen de una cultura”. Qué pena que eso no sea lo que más abunda, ni en Hollywood ni en nuestro medio.
El Diario de Hoy, El Salvador