La primera oleada de mujeres engañadas salió de Asia. Respondieron avisos del diario, de la radio o de la televisión que prometían un trabajo bien pagado en el extranjero. Ilusionadas, dejaron países como Tailandia o Filipinas y, una vez afuera, donde ya no tenían familia ni amigos a quienes recurrir, los organizadores del viaje les quitaron el pasaporte y las obligaron a prostituirse. La segunda gran oleada de jóvenes salió de África, y la tercera, de América Latina. La cuarta y última proviene de la ex Unión Soviética. Las mujeres altas de piel clara tienen una gran demanda en países donde el comercio sexual está desarrollado y los clientes ofrecen buen dinero.
Las engañadas tienen en común que son jóvenes - incluso adolescentes- y quieren salir adelante. The Angel Coalition, una ONG que intenta detener el tráfico de mujeres, ha detectado víctimas con pocos estudios y universitarias, campesinas, solteras y casadas, con o sin hijos. Caen con facilidad porque sus familias se empobrecieron y la oportunidad de viajar al extranjero a trabajar es una tentación irresistible. Rusas y ucranianas se convierten en las esclavas modernas de Turquía, Israel, Grecia, Bosnia, Alemania, Italia, España, China, Siria, los Emiratos Árabes, Holanda, Estados Unidos, Canadá, Holanda, Japón y varios sitios que componen una larga lista. En el mundo, las eslavas están de moda y a la venta, como si fueran ganado.
Es difícil rescatarlas. En Rusia, por ejemplo, los encargados de enganchar a las mujeres operan libremente. Una vez afuera, las jóvenes no se atreven a pedir ayuda porque las amenazan. Silenciadas por los traficantes, miembros de una poderosa mafia internacional, es difícil contarlas. Todavía más impensable es saber cuántas han muerto golpeadas, violadas, mal alimentadas y enfermas de sida. Pero hay indicios. En 1998, el ministro del Interior de Ucrania estimaba que en los diez años anteriores 400 mil mujeres salieron del país para terminar siendo esclavas sexuales.
El éxodo al infierno continúa. Los traficantes se mueven tranquilamente, los anuncios-anzuelo aparecen hasta en el Metro, y nadie persigue a los clientes que pagan por sexo, culpables de generar la demanda de esclavas. El consejo clave es que desconfíen de los avisos de trabajo en el extranjero que no exigen experiencia laboral. Frente a la mafia mundial de tráfico de mujeres, las jóvenes altas y de piel blanca de Rusia y Ucrania están apenas protegidas por un poco de sentido común.
El Mercurio, Chile, 2003-11-12