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Slow food, la diversidad
Lourdes Hernández Fuentes

México se volvió moderno en muy poco tiempo. Se asimiló al mundo moderno, comenzó a vivir lo moderno y hoy es un país escindido de su interior. Por su misma modernidad tiene problemas para defender sus cocinas tradicionales, sus productos típicos, la biodiversidad. 

Somos un país más amenazado por la homologación de los gustos, la comida rápida, la ingeniería biológica, los organismos genéticamente modificados. Por éstas y otras razones, México fue convocado a participar en el Primer Premio Mundial de Slow Food, que se otorgó en la ciudad de Boloña, Italia.

Según palabras de Carlo Petrini -presidente del Premio Slow Food 2000-, trataron de reconocer a "esos hombres y mujeres que poseen una bella historia que contar; agradecerles los años y meses y días ocupándose cariñosamente de este nuestro planeta y de sus especies animales y vegetales… Ellos son investigadores, campesinos, pescadores, criadores, personajes, la mayor parte de las veces, con un oficio difícil de precisar".

Se recibieron 400 trabajos de 82 países (México envió seis candidaturas). La idea era premiar a aquellos productores, pequeños artesanos, que estuvieran dedicados a sostener e impulsar algún producto o ingrediente amenazado por el diluvio de la globalización y la fast food.

Fueron 13 los finalistas que recibieron mil euros, y entre ellos calificaron dos candidatos mexicanos: el pez blanco de Pátzcuaro -amenazado por su bondad y con serios problemas en su conservación-, y la vainilla y su cultivo, un trabajo de paciencia y delicadeza casi olvidado.

El premio especial del jurado (10 mil euros) lo recibieron cinco candidatos:
-De Mauritania, la comercialización de la leche de camello; un proyecto de mujeres enfocado a corregir la desnutrición de los niños, pues la leche se tiene por sagrada y hubo que romper el tabú religioso y enfocar el consumo diario del producto.
-De Rusia una doctora genetista, dedicada a la recuperación de genoplasma de una planta autóctona.

-De Turquía, el cultivo de la miel de abejas silvestres.
-De España, un pastor de ovejas, Jesús Garzón, entregado a la tarea poética de recuperar el sentido ecológico de la trashumancia y.
-Raúl Antonio Manuel, chinanteco, mexicano, que al frente de una pequeña comunidad tropical, cálida y húmeda, decide cultivar la vainilla, convencer a su gente de un cultivo mucho más minucioso y lento que el del café, apostarle al futuro y a un trabajo absolutamente artesanal.
Por eso no sorprende la carta de Darío Fo en la que escribe que el trabajo y la vida de cada uno de los participantes podría dar para una novela, una obra de teatro; entregados por completo a una tarea de origen espurio, de sobrevivientes; que viajaron a Italia para decir esta boca es mía, por el puro convencimiento del amor a la aventura, al riesgo, a la búsqueda de la identidad.

Una receta con vainilla

Se calientan 48 malvaviscos chicos con un cuarto y medio de café no muy cargado, en baño maría, hasta que se fundan. Se perfuman con media cucharadita de vainilla. Se dejan enfriar y se revuelven con cuarto y medio de crema dulce (la que conocemos como crema para batir), que habrá sido batida a punto de nieve. Se vacía en un platón y se mete durante tres horas en el refrigerador.
Se sirve adornado con cerezas

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