Introducción
En esta exposición nos proponemos apelar a los recursos de la filosofía contemporánea para comprender mejor los efectos destructores que la droga ejerce sobre el tejido social. Emplearemos primero los datos ofrecidos por la antropología filosófica contemporánea, especialmente en sus corrientes personalista y existencialista; después recurriremos a las luces de la filosofía política, que ha profundizado la reflexión sobre el fenómeno totalitario.
Expondremos en primer lugar, brevemente, esos dos tipos de recursos filosóficos. Después mostraremos como permiten comprender mejor los efectos disolventes de la droga sobre el yo, la familia y la sociedad. Precisemos desde ahora que usamos el término «droga» en su acepción más general: sustancias naturales o artificiales que pueden modificar el psiquismo humano. En fin, veremos que esta aportación de la filosofía refuerza los fundamentos de ciertas prácticas terapéuticas actualmente practicadas para poner remedio a las situaciones creadas por la droga. Esta última parte nos permitirá superar la óptica filosófica para acoger la luz que derrama sobre la droga.
La aportación de la filosofía contemporánea.
La antropología
a) El personalismo, al que va unido el nombre de Mounier (1905-1950), sensible a la doble amenaza del fascismo y del comunismo, denuncia todos los totalitarismos cuyos costos paga la persona. Exalta la «vocación personal» de cada uno, explora los temas de la opción, de la libertad, del compromiso. El hombre debe liberarse de la existencia anónima, mas no por ello llega a ser el mismo. No es el mismo más que en la apertura a los demás y en la participación. Es el otro el que me despierta a mi mismo, mientras que la masa uniformiza. En el contacto con el otro yo percibo las exigencias morales que son a la medida de mi singularidad. Esas exigencias comportan fundamentalmente el reconocimiento del otro en su originalidad. Con respecto a mí, el otro representa el papel del revelador: me enseña mis límites, pero también mi valor. Me interpela; me hiere; me hace comprender quien soy yo.
b) El existencialismo subraya que la intersubjetividad se vive en el mundo y en la historia. La conciencia humana es intencional: es apertura a la otra. De ahí las reflexiones sobre el mundo y la corporeidad, sobre la historia y la cultura. Primeramente, el hombre tiene una comprensión pre-cognitiva de la naturaleza y del otro. Primitivamente, hay familiaridad y a la vez extrañeza entre el hombre y el mundo, entre el hombre y sus semejantes. El hombre no se introduce «estúpidamente» en la naturaleza; se introduce por su trabajo, como «ser-obrero». Imprime su timbre en la naturaleza, la humaniza. Tal es la razón de que se reconozca en ella y en ella reconozca a los otros.
Así pues, toda obra cultural se orienta al otro, es realizada a la intención del otro. El reconocimiento de esa intención hace a la obra significativa para quien la percibe.
c) El personalismo y el existencialismo han estimulado, por lo tanto, la vigilancia frente a todas las amenazas que pesan sobre la persona. Sus análisis se prolongan en la reflexión sobre el totalitarismo conducida por la filosofía política contemporánea.
La filosofía política
Estudios recientes han puesto a la luz que el totalitarismo ataca al «yo» en todas sus dimensiones: física, psicológica, espiritual. Exige de los individuos una sumisión sin fallos. El Estado totalitario somete el matrimonio, la procreación, la familia, la educación a un control muy estricto. La familia, en particular, queda sometida a una vigilancia rigurosa, porque en su seno se forman las bases de la personalidad del niño.
El Estado totalitario inhibe la capacidad personal de juicio y de decisión: instaura una policía de las ideas; culpabiliza y adoctrina, deshace programas y vuelve a programar. Ataca las inteligencias, paraliza su capacidad crítica, les inculca pret-a-porter ideológicos, las aprisiona en un «gulag del espíritu». Porque la ideología es un opio de la inteligencia y de la voluntad. Desposee a los hombres de toda responsabilidad, los sustrae a la sanción positiva o negativa de sus conductas. Generaliza la enajenación. En tales condiciones, el «yo» se desprecia. Pierde dignidad a sus propios ojos y puede inclinarse a la autodestrucción. En pocas palabras, el totalitarismo se funda en el instinto de muerte.
El interés de estos contribuíos
El análisis del totalitarismo en filosofía política presenta para nosotros un gran interés, porque pone a la luz la fragilidad y la vulnerabilidad del «yo». La personalidad humana se constituye lentamente y su integración nunca está totalmente asegurada. Esta expuesta a heridas e incluso a la destrucción. Dependiendo de los demás para ser el mismo, el individuo se halla también a la merced de los otros, que pueden llegar a desasirlo de sí mismo. El otro puede llegar a ocupar en mí el «trono», a vaciarme de mi mismo, a «poseerme» totalmente, a hacerme prisionero. Puede malar mi capacidad de relación. Tras haberme hecho despreciable a mis propios ojos, me representa a los demás odiosos y a mí ante ellos. Destructor de mí, el totalitarismo es igualmente, por este mismo motivo, destructor del tejido social. Así pues, el análisis del totalitarismo sugiere desde ahora que hay una real analogía entre los efectos producidos por las «maquinas totalitarias» y los efectos producidos por la droga.
Por el contrario, la antropología filosófica da, con razón, un gran relieve a las potencialidades del «yo»; subraya no sólo la eficacia de sus mecanismos de defensa, sino también su capacidad de tomarse en sus propias manos y de cooperar en la «edificación» del otro. Por esto, la antropología filosófica consolida, en su nivel propiamente filosófico, el fundamento de ciertas terapias actualmente realizadas tanto a nivel de individuos como al de grupos.
La droga destructora
La destrucción del yo
Una cosa resalta casi siempre en los estudios sobre las drogas y es que el drogadicto o el futuro drogadicto se halla enfrentado a una imagen quebrada de sí mismo y al lazo fusional con su madre. Es esta quiebra y ese «yo» incompleto lo que, más tarde, colmara la droga «hasta que, a su vez, los efectos del producto se agotan por razones a la vez neuropsicologías y psico-afectivas ». (1)
Este enfoque psiquiátrico subraya la fragilidad del individuo. Procediendo de disciplinas diferentes, otros autores confirman esta interpretación. El (candidato) drogado, que muy a menudo es un adolescente, ya no se ama, no es amante, no es amado. Atravesado por una crisis de confianza en sí mismo, despreciando su «yo», el drogado puede ser conducido al suicidio. (2)
Lo que el sujeto inmaturo encuentra en la droga es una respuesta a su insatisfacción. «Pero el excesivo placer hace su ausencia insoportable y mantiene la necesidad de reencontrarlo urgentemente: tal es la dependencia. El drogado puede ser comparado a un bebe con respecto a su madre. La droga asume la función de necesidad; la función de nutrición esta esencialmente asegurada por el grupo marginal. Desde ese momento, el pariente puede ser llevado a considerar la dependencia y la vida marginal que la acompaña como una fatalidad, un fenómeno padecido, por lo que se debe admitir que la dependencia es considerada por el intoxicado como algo deseable, tranquilizador, y buscado ». (3)
De este modo, entregado a sí mismo por el mismo, el drogado destruye lentamente su yo. Disminuye su capacidad de relación. Se hace rápidamente incapaz de relaciones interpersonales. Esta destrucción lleva a veces a situaciones paradójicas. Es relativamente raro, en efecto, que se procese a un drogado; si se le condena, es el mismo víctima del delito que se le reprocha...
La destrucción de la familia
a) Esta claramente establecido que las patologías familiares predisponen al hijo a la toxicomanía precoz. Nada hay en ello de sorprendente, en la medida en que es precisamente en la red de las relaciones familiares donde el niño comienza a personalizarse y socializarse.
Sin embargo, si la familia problemática es un motor para el consumo de droga, es sobre todo verdad que la droga es un factor de destrucción de la familia.
La droga conduce rápidamente al consumidor a violar las normas de la vida familiar. Se ha descrito muchas veces la escalada: el drogado roba primero en su propia casa, después en otros lugares, para obtener dinero. Pelea, puede llegar a ser violento. Por su conducta, se margina cada vez más de su familia, se convierte en la vergüenza de los suyos.
Porque al mismo tiempo que el drogado se hunde en el infierno, sus parientes tienen la sensación de haber fracasado; se sienten culpables. Se convierten en «parientes del drogado». Desde ese momento conciben rencor contra la sociedad que ha hecho posible tal naufragio, o que no ha podido hacer nada para evitarlo.
Sabido es cuál es la solución más frecuente de esta compleja situación: entre el drogado y lo que le rodea se establece una alianza objetiva. Es el infierno para toda la familia, un infierno fatal. Al término de esta evolución, la situación inicial ha sido en cierto modo invertida. El drogado entreveía bien o mal un modus vivendi con su familia. En adelante, es la familia la que adaptara su modo de vivir al drogadicto, que es su huésped. El temor de desgracias cada vez mayores impide poner término a la escalada.
Los desastres de la droga en la célula familiar han sido descritos a menudo, y desgraciadamente son confirmados por innumerables casos, de los que todos nosotros sabemos. El rasgo dominante de esos desastres es que destruyen las relaciones interpersonales en la primera comunidad humana, aquella en la que toman forma, primordialmente, todas las formas de solidaridad natural.
b) Pero debemos a un medico el haber abierto el camino a una reflexión más profunda acerca del papel de la droga en la destrucción de la familia. Lo que ya hemos visto mas arriba muestra que la droga puede transformar el ambiente familiar en un infierno, pero de ello no se deduce necesariamente que la existencia de la célula familiar sea amenazada. Ahora, mostrando la correlación entre la píldora y la droga, el medico cuyo pensamiento vamos a resumir, muestra que esa alianza (píldora-droga) puede desembocar en la destrucción de la familia. Ese medico ha sido condenado por hechos relacionados con el ejercicio de la medicina; actualmente aún está detenido y por esta razón no podemos revelar su identidad. ¿Qué dice, en 1991, este practicante muy experto? «1960, año de la puesta en comercio de la píldora anticonceptiva. Acontecimiento que trastornara las costumbres de todo el Occidente. Se producirá una verdadera revolución en el comportamiento sexual de los jóvenes. A partir de ese momento se asistirá al aumento del uso de la droga entre los jóvenes. El miedo al embarazo, esa barrera a las relaciones sexuales fuera del matrimonio, cae y desaparece. Las relaciones entre compañeros de clase y de escuela se multiplican.
En cuanto a las consecuencias nefastas de la píldora, desciende el silencio completo a todos los niveles. Hay que saber que existen enormes intereses económicos en juego (sigue una relación de las enfermedades relacionadas con la contra concepción hormonal).
Veamos las instrucciones del Colegio de Médicos (de Bélgica) a propósito de la píldora. El médico puede prescribir la píldora a las jóvenes que lo piden y tienen 16 años de edad. Obligado al secreto profesional, el médico no puede advertir a los padres de la prescripción hecha a su hija.
Así pues, las relaciones sexuales son autorizadas a partir de los 16 anos, con la muda bendición del cuerpo médico, pero... porque hay un pero...
En Bélgica hay, por una parte, la obligación escolar hasta los 18 años; y por otra parte, el municipio no es accesible a las parejas sino a partir de los 18 años. De aquí el doble problema para los jóvenes: ¿el dinero? ¿el local? — ¿el dinero? La única solución: ¿robarlo? En la ciudad, robar en banda organizada es fácil. Existen los grandes almacenes, los coches aparcados, se pueden robar monederos y, ocasionalmente, se puede recurrir a la prostitución.
¿El local? Las casas vacías. Hacer en ellas squatter estivo es agradable; en invierno, hay que encontrar un local con calefacción. El piso de los padres cuando están en el trabajo, la habitación de un camarada mayor (...). Un grupo de parejas en un mismo local, cosa que lleva fácilmente a los intercambios (...). Bastante a menudo, con la ayuda del alcohol, hay posibilidad de entregarse a diversos excesos. Y siempre hay en medio quién conduce el juego, los instigadores del uso de excitantes, los creadores de ambiente. Evidentemente, lo mejor de todo es la heroína. El producto fascinante para cuya obtención se mentira a la familia, se robara, se prostituirá.
Y una vez que se ha gustado la droga, uno se convierte en su esclavo ».
El médico que tan ampliamente estamos citando, recuerda algunas etapas de esta esclavitud: inhalación, inyecciones, flash, «speed-ball», «tiradas», así como la «completa decadencia física y mental» en la que mueren los drogados, «las mas de las veces, antes de los cuarenta y cinco años». Y concluye: «La píldora, por lo tanto, parece haber estado en el origen de la expansión del uso de la droga, sobre todo de la heroína, la droga que produce euforia y que es afrodisíaca por excelencia».
Resulta, de este estudio preliminar a la creación de un centro de cura para drogadictos, que la asociación píldora-droga potencia los efectos de la píldora en la familia. Sabemos ya que la píldora puede provocar, directa o indirectamente, efectos nocivos en la célula familiar. Estos efectos, ligados a la separación entre procreación y satisfacción de los cónyuges, no deben ser expuestos de nuevo en este lugar. La novedad que nuestro medico pone de relieve es la radicalización de los efectos nocivos de la píldora, que arranca de la asociación entre píldora y droga. La droga exaspera la atracción por el placer individual, multiplicado y amplificado. Un individuo esclavo del placer y de la droga que a él conduce, se encierra en sí mismo y ya no es verdaderamente capaz de abrirse libremente a otro, ni de estar plenamente «unido» en una comunidad familiar estable.
La destrucción de la sociedad
Debemos constatar aquí una primera cosa. Lo mismo que la familia, la sociedad puede empujar a ciertos individuos al consumo de droga. Uno que sufre profundamente por no poder cambiar la sociedad, puede estar tentado de cambiar su «yo» refugiándose en la droga. Igualmente, una sociedad que ya no respeta ninguna norma y que hace relativos los valores, acaba creando un clima favorable a la droga. Del informe establecido por el médico que hemos citado antes, resultados que una sociedad sexualmente permisiva empuja al uso de la droga. Y lo mismo se diga cuando una sociedad se muestra tolerante para con la droga en sí misma: cuanto más disponible es la droga en una sociedad, tanto más se abusa de ella.
Pero si la sociedad contribuye al aumento del número de drogados, en revancha estos constituyen un temible factor de disolución para la sociedad en la que viven.
Efectivamente, las drogas conducen rápidamente a violar las normas de la convivencia en sociedad. Socialmente hablando, el drogado es un desviador que se instala, por decirlo así, en el desvió mismo para seguir drogándose. Y por ese mismo hecho, contribuye a la expansión de la toxicomanía. Su conducta desviante de drogadicto se hace contagiosa y se propaga. Se propaga con bastante rapidez: algunos estudios han demostrado que apenas nueve meses separan el momento en que un individuo es iniciado y el momento en que el mismo inicia a otro individuo. (4)
Este proceso de contagio conduce rápidamente al drogado a integrarse en un grupo marginal. Tal grupo se separa de la sociedad global. El grupo al que pertenece el drogado se aleja de las comunidades naturales, como la familia, y de la comunidad del trabajo. Se distancia, se margina, y esta marginación arrastra al drogado a sentirse rechazado por toda la sociedad. Los grupos de drogados crean sus propias fronteras; tienen su jerga; organizan sus ceremonias iniciativas, sus partouzes, sus fumaderos más o menos sórdidos. Ciertos grupos se caracterizan por el uso de tal droga más que de tal otra. Todos tienen su estilo peculiar, pero todos ellos tienen la misma configuración de un «circulo vicioso». Un va y viene se instala entre la delincuencia, incluso el crimen, y el uso de la droga. Pues para adquirir la droga hay que entrar en la delincuencia.
Con todo, se observa que las fronteras del grupo acaban por ceder. Los estudios nos enseñan que círculos cerrados en los que se encontraban, por ejemplo, artistas, o criminales, acaban rápidamente abriéndose. Sus prácticas se diseminan en el conjunto de la población. Uno de los ejemplos más celebres es el del cannabis. Por cierto tiempo, su consumo estaba limitado al círculo de los músicos de jazz. Pero a partir de estos el uso de esa droga se ha extendido, con la música pop, a la juventud occidental. (5)
Bien sabido es lo que entonces ocurre. A medida que se difunde el uso de la droga, la transgresión se hace banal. El que un individuo sea drogadicto ya no basta para considerarlo un «desviante».
Se concluirá, entonces, que la droga es destructora del tejido social porque destruye las normas de conducta social y pervierte la percepción de los valores.
Contra la desesperación, la esperanza
De cuanto precede fluyen algunas conclusiones: unas, reconfortantes, las otras preocupantes. Mas sean cuales sean las dificultades, y sobre todo donde acecha la tentación de la desesperación, hay que hacer surgir la esperanza.
La comunidad familiar
Lo que ante todo alivia a los terapeutas (entendido este término en su más amplio sentido) es comprobar que la antropología filosófica confirma lo bien fundado de algunas de sus iniciativas. En un terreno tan austero y rico en fracasos como la lucha contra la droga, esa constatación debe ser un motivo de esperanza, primero para los drogados, y después para todos aquellos que cuidan de ellos.
Efectivamente, se deduce de lo antes dicho que la dependencia patológica del hombre con respecto a la droga es la expresión de un mal uso de la libertad. La prevención de la toxicomanía pasa por una educación de la libertad y para la libertad. Ahora bien, la libertad humana no gira en el vacío, se ejerce teniendo en cuenta ciertos límites, normas y valores. Una sociedad no puede vivir sin normas morales objetivas. Las normas morales no impiden la transgresión, pero los hombres deben saber cuando las normas son transgredidas y los valores burlados. La prevención de la toxicomanía pasa, por lo tanto, por la restauración de más moralidad en la vida social. El hedonismo que ha invadido nuestras sociedades occidentales debe ser rechazado, porque lleva al uso de la droga.
Pero esta prevención pasa también por el hecho de que el hombre se haga cargo de su condición humana. La droga sume al hombre en la irrealidad. Es evasión, «viaje», enajenación: la droga es ajena a la realidad de su yo, a la realidad de cuanto le rodea, a la realidad de la sociedad. La prevención de la toxicomanía pasa por la aceptación consciente y libre de nuestra condición de seres de carne. El ejercicio de nuestra responsabilidad en el mundo es realizado irremediablemente sin objeto desde el momento en que evadimos mentalmente. Contra esta desmovilización, hay que devolver el honor a nuestra condición de seres de carne.
La lucha contra la droga pasa, por lo tanto, por el conjunto complejo de redes de educación que forman la personalidad y la preparan a ejercer todas sus responsabilidades.
Hay que reafirmar a continuación el papel capital de la familia en la prevención de la toxicomanía y la lucha contra la misma. De hecho, si la patología familiar inclina al niño y al adolescente al consumo de la droga, puede esperarse en que una familia sólidamente estructurada y amante sea una defensa contra el uso de la droga. En la familia se encienden por primera vez todas las luces de alarma. El afecto permitirá a los miembros de la célula familiar discernir las señales de peligro. Se ha dicho con razón que la familia era un ancora que manifiesta disposiciones para la droga: aquella puede hacerle menos frágil. Esto quiere decir que, donde es necesario, una de las medidas prioritarias, socialmente hablando, para prevenir la toxicomanía es cuidar la célula familiar.
En fin, es necesario que en toda situación, y a pesar de lo que pueda suponer de sufrimiento, la familia evite a toda costa hacerse cómplice del drogado que es su huésped. Esta complicidad no puede si no precipitar la perdición del drogado en cuestión, y arrastrar a la ruina a toda la comunidad familiar.
La comunidad política
a) Las conclusiones más importantes de nuestra breve exposición conciernen, con todo, a la vida política y social. Ante todo, es evidente que la sociedad debe defenderse enérgicamente contra la droga y ahogar esa epidemia. El laxismo en tal materia conduce siempre al fracaso y las leyes deben ser más severas.
Sin embargo, hay que plantear aquí ciertas cuestiones a un nivel muy amplio. Según el parecer de un oficial superior especializado en estas cuestiones, la droga constituye actualmente el peligro más grande y la mayor amenaza que pesa sobre la seguridad de la sociedad humana. Se pone en primer lugar, delante del SIDA, delante de las hipotecas que gravan sobre el ecosistema, delante de los peligros que comportan las armas nucleares y bacteriológicas. Los elementos filosóficos hemos recordado al inicio de nuestra exposición y el breve análisis al que hemos procedido después, nos permiten comprender lo bien fundado de esta afirmación.
b) Los estudios de filosofía política sobre el totalitarismo muestran que la finalidad misma de los regímenes totalitarios es la destrucción del «yo». Los regímenes totalitarios clásicos —comunismo, fascismo, nazismo— que han hecho estragos en nuestro siglo tienen esta característica común: la voluntad de destruir el «yo». Con tal objeto, explotan la inclinación del nombre a someterse a la autoridad, porque esa sumisión precipita la descomposición de la persona. Esos diversos regímenes utilizan medios idénticos: educación al odio, destrucción de la familia, lucha contra la vida intelectual y artística, supresión de la responsabilidad en la vida económica, supresión de la variedad, naufragio en el anonimato, culto gregario del jefe, colonización mental del yo por la ideología, etc.
De nuestro análisis de la toxicomanía, resulta que la destrucción del yo se obtiene más rápidamente y con mayor eficacia por el uso de la droga que por los mecanismos totalitarios clásicos.
Ahora bien, las maquinas totalitarias clásicas están siempre al servicio de un Jefe, de un Partido o de una Raza conocidos o que pueden identificarse. Mi «yo» se destruye en beneficio del Jefe, del Partido o de la Raza.
En la nueva máquina destructora del «yo», cuya pieza maestra es la droga, es muy difícil saber en beneficio de quien se opera la destrucción del «yo». Pero hay una cosa cierta: y es que quien o quienes controlaran esta máquina tendrían al alcance de la mano un poder totalitario sin precedente alguno en la historia. Este poder seria decuplicado sí, con dominio o eliminación de las drogas naturales, se las sustituyera con drogas artificiales o de síntesis, presentes y futuras.
Un precedente nos ofrece una pálida idea de lo que podría ser este uso político de la droga. La guerra del Opio (1839-1842) fue desencadenada por los ingleses porque el gobierno manchú prohibía la droga en China, cuando los comerciantes extranjeros importaban fraudulentamente el opio procedente de la India. Este opio, por lo demás, era utilizado ya en China para corromper a funcionarios.
Nada impide imaginar que, en la mentalidad colonial de la época, impregnada de sospechoso liberalismo, la droga era vista no sólo como una fuente de ganancias gracias al comercio al que daba lugar, sino también como un medio de ablandar a poblaciones enteras y en particular a sus jefes, para tenerlos mas dócilmente bajo el yugo imperial.
Más allá de las repercusiones que se derivan de los resonantes procesos por droga, por nuestra parte — en una perspectiva de moral social y política — debemos plantearnos algunas preguntas acerca de la droga: ¿Cui prodest? ¿A quién aprovecha? ¿Es un arma de los países pobres? ¿Es un arma de países ricos? ¿Contra quién va dirigida? ¿Quién la utiliza?
En todo caso, la droga es sin duda una de las mayores amenazas que pesan sobre la sociedad humana. Pone a disposición de quienes la controlan un arma absoluta: la que puede destruir la humanidad del hombre; la que puede destruir no solo a los individuos, sino los tejidos mismos de la comunidad humana.
Ojala podamos, durante este coloquio, ver mejor la gravedad de esta situación.
Michel Schooyans
Profesor de Filosofía, de Ideología contemporánea y de Moral social, en la Universidad de Lovaina
(Bélgica)
Notas
1. C.Olievenstein, Evolution...,p.104s.
2 J. P. Soubrier, Conduites suicidaires..., p. 118.
3 G. Mormin, Familles...
4 N. Bejerot, Un modele..., p. 88.
5 N. Bejerot, Un module..., p. 89.
Bibliografía
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-Schooyans Michel, Dèmocratie et liberation chretienne, Paris, Ed. Lethielleux, 1986.
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