Muchos creen que el libre mercado va aparejado a la modernidad y al progreso, como si emanara de alguna ley natural. La legalización de drogas participaría de tales beneficios, con las consecuentes ventajas para toda la población. Sin embargo, un breve análisis de los procesos del mercado deja ver que la solución no es tan fácil como se pinta. Al legislar hay que tomar en cuenta no sólo la economía, sino también la salud de las personas y su seguridad a corto y a largo plazo.
Algunos países como Holanda, Suiza y Canadá han dado los primeros pasos al despenalizar el consumo de drogas blandas y liberalizar su mercado. Pretenden con ello disminuir el narcotráfico, la delincuencia y el crimen organizado. No obstante, los resultados aún están lejos de ser satisfactorios.
El creciente problema de la drogadicción, fuertemente relacionado con la delincuencia y la mafia, no puede pasar desapercibido, como tampoco la tendencia mundial a legalizar cierto tipo de drogas. México no quiere quedarse atrás: en la Cámara de Diputados existen ya propuestas concretas para despenalizar las drogas blandas [1] , pero tanto a los políticos como a la sociedad civil nos falta mucho por aprender acerca de los problemas y mecanismos del mercado para entender qué pasaría en los mercados con una medida así.
Argumentos atractivos… pero utópicos
El debate sobre la liberalización de las drogas blandas parte del argumento de que el comercio ilegal se restringirá a través del mecanismo del mercado y su libre competencia. Las ganancias extraordinarias, aparentemente asociadas a la ilegalidad y corrupción, desaparecerán al reducirse drásticamente los precios y, al disminuir los beneficios, se desestimulará la producción y comercialización de la droga, desmotivando a las organizaciones criminales, hasta eliminar al narcotráfico.
Este tipo de argumentos se inserta en una corriente de pensamiento que asigna a la oferta y la demanda un poder extraordinario e infalible para lograr el bienestar social. Sin embargo, el razonamiento esconde varias falacias.
Ciertamente, una cosa es la drogadicción y otra el narcotráfico -así como el alcoholismo y la comercialización de bebidas alcohólicas-, aunque ambos fenómenos están íntimamente relacionados. Cuando en Estados Unidos se liberalizó la venta de bebidas alcohólicas se acabaron las mafias y la violencia asociada al poder sobre el mercado, pero derogar la prohibición no terminó con el problema del alcoholismo ni con la venta ilegal de bebidas adulteradas.
De cárteles indeseables a respetables trasnacionales
El problema de la drogadicción comprende múltiples dimensiones; se encuentra estrechamente vinculado no sólo al crimen organizado, la corrupción y la pérdida de valores morales y sociales de la comunidad, sino también a problemas culturales, psicológicos y emocionales.
Que el libre mercado terminará con el narcotráfico es enteramente cierto, por el sólo hecho de que dicha actividad dejará de ser ilegal - como la venta de tabaco, bebidas alcohólicas, solventes, etcétera- . En realidad, será únicamente un cambio de nomenclatura de tráfico ilegal de drogas a comercialización y distribución de drogas o, para eliminar el concepto peyorativo, de «productos biofarmacéuticos».
La actividad pasará de la informalidad a la formalidad. Se suprimirá el concepto despectivo que se le ha asignado y los ahora narcotraficantes serán «respetables hombres de negocios». Así de simple acabaremos con una dimensión del problema. La corrupción en esa área desaparecerá por la magia de la semántica; los narcopolíticos, el narcoejército y todos sus secuaces pasarán al lado de los buenos.
Por lo demás, los juegos de palabras siempre son clave para el logro de objetivos. Los interesados descontextualizan un concepto y encubren a discreción aquellos elementos que lo hacen difícil de manejar para influir en la opinión pública.
Un término alternativo para «drogadicción» es «farmacodependencia», mucho más sugerente y explícito sobre el probable comportamiento de la oferta y la demanda de drogas, sobre todo por las implicaciones relacionadas con su dependencia y el consecuente consumo compulsivo, recurrente y sistemático.
En la cuestión económica, otra socorrida falacia es que aumentará la recaudación fiscal y el gobierno tendrá nuevos contribuyentes para aliviar sus problemas de ingreso. A pesar de ello, el gasto público no disminuirá. Todo lo contrario, el problema de déficit público persistirá pues será necesario incrementar el gasto en salud pública, programas de prevención, rehabilitación, comunicación social, investigación y establecimiento de instituciones que luchen contra las adicciones, entre otros.
Clientes cautivos en un mercado libre
El mercado se define comúnmente como un mecanismo de negociación social que determina precios y cantidades de productos sujetos a intercambio. Sin embargo, la delimitación de precios no es un mecanismo puro, donde dos fuerzas impersonales (oferta y demanda) actúan sin relación alguna con elementos de poder económico, político, social y cultural.
El tipo de producto impone condiciones y restricciones para la negociación y, por lo tanto, para el mercado - conjunto de procesos de este tipo- . Los bienes perecederos, por ejemplo, deben negociarse rápidamente y de acuerdo con la saturación del mercado, la disponibilidad y la existencia o no del bien y de sustitutos cercanos.
Los bienes suntuarios responden a otro tipo de lógica y estructura de negociación: precios y cantidades no se determinan, en lo fundamental, por el ingreso o restricción presupuestal del comprador, sino por caprichos, moda, emulación, estatus, etcétera.
Por su parte, las drogas son bienes enteramente distintos: generan placer y dependencia, y la adicción imprime otra lógica en el comportamiento del mercado y en el proceso de negociación. La adicción provoca conductas de búsqueda y consumo compulsivos en respuesta a los cambios neuroquímicos y moleculares ocasionados en el cerebro. La reducción abrupta de la sustancia causa síndrome de abstinencia con grandes molestias.
Un factor que influye en la negociación es el conocimiento de las condiciones existentes de la oferta y la demanda; es decir, las fuerzas y poder de negociación de oferentes y compradores.
Como se ha visto, el mercado no sigue un proceso único para negociar y determinar todos los productos y servicios, su operación presenta tantas particularidades como agentes involucrados en la negociación, productos y condiciones de estructura de mercado. De manera que el proceso para fijar los precios no es homogéneo, porque en él se involucran factores con pesos diversos, y por lo tanto, sus efectos en la economía y la sociedad tampoco son homogéneos.
Liberalizar los mercados significa que el gobierno intervenga lo menos posible en el proceso de formación de precios, pero también implica dejar que predominen elementos de poder económico y político de determinados grupos sociales -a nivel agregado- o agentes económicos -a nivel individual.
Cuando el producto que se libera genera adicción, el proceso de negociación se invierte a favor del oferente, dada la cautividad psíquica o física del consumidor. No estamos hablando de un proceso de negociación en que productores y consumidores se encuentren en igualdad de circunstancias; uno de ellos depende en forma acuciante del producto. De hecho, en ningún proceso de negociación hablamos de igualdad de circunstancias, la dotación de factores y la disponibilidad de ingreso generalmente son diferenciadas.
Sin duda, el proceso del mercado en la determinación de precios, en la última etapa de la negociación social, fomenta la competitividad, eficiencia, productividad y asignación óptima de los recursos; pero es un proceso excluyente y no supone justicia social.
Las nuevas empresas «biofarmacéuticas» serán rentables, eficientes y productivas, a la par que tendrán un mercado cautivo (dada la dependencia generada) con condiciones de negociación sumamente ventajosas. Un cierto poder monopólico u oligopólico impedirá la caída de la rentabilidad del negocio.
Demanda: experimentar y consumir
El inicio en el consumo de alcohol, tabaco u otras drogas ocurre en su mayor parte durante la adolescencia y juventud temprana. Los adolescentes quieren parecer mayores, autosuficientes, independientes, intrépidos, valientes y rebeldes, lo que los motiva a asumir actitudes de riesgo que, junto con las características específicas de cada droga, generan un comportamiento de uso y abuso.
Antes de que los adolescentes se vuelvan dependientes del alcohol, tabaco u otras drogas, han sido experimentadores.
Según el Consejo Nacional para las Adicciones (Conadic) de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, existen diversas teorías que tratan de explicar el uso experimental de sustancias enervantes atendiendo a las causas más próximas del consumo.
Teoría de la acción razonada: de acuerdo con ella, experimentar con drogas depende de las creencias de la persona respecto al uso de enervantes y de la evaluación positiva/negativa de cada creencia. «Esta evaluación es el componente afectivo de la actitud, que determina la motivación y fuerza de la intención en el uso de drogas» [2]. Los adolescentes pueden tener una actitud positiva hacia el consumo si sus expectativas de beneficio son más altas que las del costo (a menor costo mayor expectativa de beneficio). También si perciben que los amigos, su familia o la sociedad en general apoya su consumo (resultado directo de la liberalización de las drogas blandas), o si creen que sus amigos y los adultos en general las consumen.
Teoría de la acción planeada: agrega a lo anterior un tercer factor que determina la intención de experimentar con drogas: «el control percibido». Cuando existe una actitud favorable hacia el uso de drogas, la probabilidad de experimentarlas depende de la percepción de control; es decir, de la confianza del adolescente sobre sus habilidades para obtener la sustancia. A menores obstáculos para llevar a cabo su intención de adquirirla y consumirla, mayor probabilidad de lograr la acción de consumo.
Despenalizar y liberalizar el mercado favorecerá, en consecuencia, el consumo de drogas, dado que la sociedad percibirá esta costumbre como favorable y se asociará, además, a un menor rechazo social.
Teoría de la autoeficacia: en este caso, el autor [3] se refiere no sólo al conocimiento del riesgo, sino a la percepción del sujeto sobre su capacidad para enfrentarlo o resolverlo. En un entorno donde es legal la producción, distribución y consumo de drogas, el riesgo es necesariamente menor y, consecuentemente, los adolescentes se sentirán con mayor capacidad para enfrentarlo, lo que sin duda reforzará el consumo de drogas. Por ejemplo, según encuestas realizadas en Estados Unidos, la percepción de riesgo asociada con el alcohol y el tabaco es muy baja entre los adolescentes y esto ha favorecido su consumo y adicción.
En palabras de un drogadicto recuperado, «la marihuana es la puerta de entrada a drogas más fuertes». La legalización de drogas blandas será el acceso al consumo de drogas duras, generando un buen mercado y garantizando su rentabilidad, pues aún no se plantea su despenalización y liberalización, por las implicaciones sociales y económicas. El consumo de drogas duras como heroína, morfina, cocaína y éxtasis -cuya posesión está penalizada en la mayoría de los países- seguirá rindiendo frutos para el narcotráfico.
La revista del Conadic concluye que «lo más conveniente para reforzar la prevención del consumo de drogas en nuestro país es que las intervenciones preventivas promuevan de manera intensa la percepción del riesgo que conlleva el uso de drogas para desalentar la posible intención de los jóvenes por experimentarlas». [4]
Oferta continua, creciente y altamente rentable
Conviene destacar que todo tipo de droga genera adicción en mayor o menor grado. El organismo se adapta a la presencia de la droga por lo que es indispensable aumentar la dosis para lograr los efectos placenteros iniciales. [5]
No es la misma dependencia que la de los alimentos, de los que existe mayor variedad de sustitutos o complementos. El grado de saturación muchas veces está desligado de la necesidad natural del cuerpo y se asocia más a una necesidad psicológica, cuya satisfacción es dañina o desequilibrante para el metabolismo.
Quienes piden liberar el mercado de las drogas como una estrategia para combatir el narcotráfico piensan que el mercado es homogéneo y la competencia que surja en el ámbito legal ejercerá su benigna influencia sobre la estructura de la oferta, disminuyendo así las ganancias estratosféricas.
Sin embargo, están lejos de la realidad. Si bien los ahora narcotraficantes pasarán a ser comercializadores y los productores grandes empresarios, los consumidores no dejarán de ser drogadictos. Tendremos grandes multinacionales de la droga legalmente establecidas que harán importantes contribuciones al fisco de los gobiernos y veremos grandes procesos de fusiones y adquisiciones. Por sus utilidades, la nueva rama de la «industria farmacéutica» estará entre las más grandes empresas del mundo.
Pero el problema de la drogadicción no acabará ahí, por el contrario, sufrirá una especie de metástasis y se extenderá hacia otros sectores de la población. Los precios ciertamente disminuirán y ello facilitará su acceso. Niños, ancianos y mujeres se incluirán en el segmento de mercado deseado. Y como sucede con las bebidas alcohólicas, la mercadotecnia y la publicidad se enfocarán a captar nuevos consumidores, con la enorme ventaja de que generarán adicción como lo hacen ya los cigarros y refrescos de cola, sólo que con un grado psíquico y físico de mayor dependencia.
El negocio será redondo y el mercado cumplirá con la parte que le corresponde -porque no estoy negando su eficiencia en lo que a precios, reducción de costos, competitividad y productividad le corresponde-, pero la sociedad habrá perdido otra batalla, como la ha perdido al permitir que la lógica de los intercambios mercantiles trastoquen los valores humanos - morales, civiles, sociales y espirituales.
Existe la racionalidad económica, pero esto no significa que los mercados sean racionales en cuanto al uso correcto de los recursos -desequilibrio ecológico, contaminación, extinción de recursos no renovables e incluso renovables-. Tampoco el comportamiento económico (sin olvidar que es el comportamiento de un conjunto de personas negociando bienes y servicios) es del todo racional -crisis cambiarias y financieras, pánicos bancarios, fuga de capitales, ventas de pánico.
¿Qué podemos esperar del mercado?
Lo que no hará:
El mercado no quedará exento de prácticas comerciales distorsionadas, como son actualmente la venta de bebidas alcohólicas o inhalantes a menores de edad.
Tampoco evitará el uso y abuso de drogas.
La rentabilidad no disminuirá necesariamente, la adicción del consumidor es garantía de poder de mercado para ciertas drogas y legalizar las drogas blandas será la puerta de entrada para consumir otros productos más fuertes e ilegales, reforzando el poder del narcotráfico en ese segmento.
El mercado no es, pues, el mecanismo equilibrador, en el sentido amplio que se acostumbra utilizar; no es equitativo ni justo. El equilibrio se refiere al acuerdo sobre un determinado precio de un determinado bien o servicio. Y el óptimo de Pareto es exclusivo de magnitudes económicas, de variables cuantificables mediante números, pero nunca hace referencia al bienestar de una sociedad que se desmorona al perder su conciencia de solidaridad, comunidad, justicia y libertad en aras de un individualismo de racionalidad exclusivamente económica.
Lo que sí hará:
Disminuirá el riesgo de producir, comercializar y consumir ciertas drogas -las «legales»- lo que inducirá a mayor número de jóvenes a su consumo, disminuyendo incluso las edades en que las experimentarán por primera vez.
El número de consumidores aumentará sensiblemente motivando el incremento de productores. Quizá existan actitudes monopólicas y de colusión entre ellos.
Los drogadictos que queden fuera del mercado, por carecer de recursos, buscarán satisfacer su dependencia y recurrir a la violencia será la constante. La dimensión del problema quizá no será entre mafias, pero sí entre drogadictos, comercializadores y distribuidores.
Habrá necesidad de más campañas, instituciones e investigaciones contra la drogadicción, incrementando el gasto público y estrechando la diferencia con los nuevos ingresos fiscales que supuestamente generará la legalización de drogas.
El ser humano es mucho más que fuerza de trabajo, más que consumidor, empresario o gobernante. Es un ser con valores que superan a los estrictamente económicos. Es perfectible, sociable, con capacidad de amor, de sacrificio, orientado hacia el bien común, la verdad y el bienestar. Las drogas distorsionan con facilidad el equilibrio mental y con ello el equilibrio de los valores.
No pensemos de acuerdo con la lógica del mercado, impongamos al mismo una lógica personal. Esto no significa eliminar un mecanismo que resulta eficiente para «ciertos fines», sólo quiero recordar que su eficiencia no es aplicable a todos.
Recuadro:
Drogas: entre lo social y lo económico
Dimensión social
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Adicciones:
1. De 1993 a 1998 se incrementó el consumo de drogas de 7.32% a 11.9%.
2. Alrededor de medio millón de mexicanos consume habitualmente algún tipo de droga, en tanto que 2.5 millones la han ingerido alguna vez. Comparativamente, en un mercado liberado existen 5 millones de personas alcohólicas y 13 millones de adictos al tabaco en México.
3. La marihuana es la principal droga consumida en todos los grupos de edad y en ambos sexos; más de 2 millones de personas dijeron haberla usado alguna vez (4.70% de la población).
4. El uso de la cocaína es tres veces menor que el de la marihuana. Ocupa el segundo lugar de importancia en ambos sexos -usada alguna vez sólo por 1.45% de la población, casi 700 mil personas-, excepto entre los individuos de 12 a 17 años, quienes consumieron esa droga en proporciones similares a los inhalables.
5. Los inhalables son la tercera droga de consumo en importancia y la que se ha usado mayor número de veces (50). Su comercialización es legal, aunque la venta a menores no debería serlo.
6. Los alucinógenos y la heroína son las drogas con menores índices de uso (0.36% y 0.09% respectivamente); quienes las han probado tienden a ser varones y de mayor edad.
7. Las ciudades con mayor incremento en el consumo de drogas ilícitas son: Tijuana con 14.73%, Ciudad Juárez con 9.20%, Guadalajara con 7.50%, Ciudad de México con 7.28%, Monterrey con 4.19% y Matamoros con 3.62%.
8. Aunque los hombres jóvenes siguen siendo los mayores consumidores de drogas ilegales, la proporción de mujeres también va en aumento. De los encuestados que han consumido drogas alguna vez, 15.61% son hombres entre 18 y 34 años de edad, y 1.18% son mujeres.
9. De los niños, niñas y adolescentes que consumen drogas, 28% no vive con su familia y 4.5% sí. Entre menores de 12 a 17 años, el consumo es más de tres veces superior en los que han abandonado la escuela que en los que siguen estudiando.
Dimensión económica:
Estudios del gobierno de Estados Unidos denuncian que los cárteles mexicanos de la droga gastan 4 millones de dólares semanales (208 millones anuales) en «mordidas» y extorsiones a funcionarios del gobierno que, junto con policías, gatilleros, lugartenientes, espías, prestanombres y servidores domésticos suman más de 636 mil mexicanos que trabajan para esta industria.
Datos tomados de El Financiero. 8 de julio de 2002. p. 66.
«Proponen diputados despenalizar el consumo de drogas suaves»
[1] «Proponen diputados despenalizar el consumo de drogas suaves», El Financiero. 8 de julio de 2002. p. 66.
[2] «Percepción de riesgo y consumo de drogas en jóvenes mexicanos». Conadic informa. Edición especial. Junio, 2002. p.9.
[3] A. Bandura. «Self-efficacy: toward unifying theory of behavior change» en Psychological Review, n. 84. 1977. pp.191-215.
[4] Op. cit. p. 11. Además, algunos especialistas en el tratamiento de adicciones sugieren a los padres de jóvenes la intimidación como un antídoto frente a este grave problema. Se refieren a que deben establecer límites claros para que los hijos conozcan y respeten las reglas del juego y comentarles, por ejemplo, que cualquier día, cuando regresen a casa después de algún «reventón» se les practicará una prueba antidoping. La empresa Premeditest lanzó ya al mercado un producto (autorizado en Estados Unidos por la Federal Drug Administration y en México por el Instituto Mexicano del Seguro Social) At home drug test, similar a la prueba de embarazo con la que los padres podrán detectar si su hijo consume cocaína, marihuana o éxtasis. «Antidoping a domicilio». Expansión, n. 828. 14 de noviembre de 2001. p. 180.
[5] Las drogas más peligrosas, como la heroína, producen grados profundos de tolerancia y dependencia física que actúan como poderosos motivantes en las conductas compulsivas de consumo o abuso.
Fuente: Istmo 266 |