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Susana Martín: «Mi récord está en veinte porros al día»

«He vivido autoengañada nueve años. Los tres primeros por consumir cocaína. Cuando lo estaba superando, empecé con los porros para calmar la ansiedad y el estrés; hasta que encadené uno tras otro sin ser consciente del daño que me hacía. Así han sido estos últimos seis años. Mi récord está en 20 al día». La evasión inicial se convirtió en depresión, ansiedad, dejadez, violencia... Tocó fondo, y ha pedido ayuda para salir del pozo. Así resume su historia Susana Martín (nombre ficticio), de 39 años, casada y con dos hijos de 13 y 17 años.

Su caso, aunque inusual por su perfil de mujer madura con una familia estable, es un ejemplo más del incremento del consumo de esta sustancia y de los daños que ocasiona. Prueba de ello es que, sólo en los últimos seis años (2000-2005), han crecido un 64% los pacientes atendidos por la Agencia Antidroga de la Comunidad por su adicción a la marihuana. Y un 11 % en lo que respecta a los últimos 12 meses.

«Borrachera sin resaca»

Asociada a diversión, esta sustancia está de moda y su consumo hace estragos entre los más jóvenes. Las razones de esta «epidemia» son: su precio, su accesibilidad y el que se la considere no sólo inocua sino terapéutica. Así, en la última década se ha doblado el consumo habitual (en el último mes) de porros en chavales de entre 14 y 18 años, según datos de la red regional que dirige Manuel Molina.

¿Sus efectos? Los de una borrachera sin resaca: euforia, evasión, confianza... «Me relajaba mucho al principio, pensaba que él hachís era como un calmante o una aspirina. No era consciente de los problemas que me iba a ocasionar. Comencé para tranquilizarme del estrés del trabajo y de la ansiedad que me provocaba mi anterior adicción. El primer porro que fumé me sentó fatal, aunque me hizo reír. Ya no. Ahora, en cuanto pasa su efecto, el dolor que siento es cada vez mayor», subraya Susana. ¿Por qué? Por su elevada dependencia. «Te engancha. El falso bienestar cada vez dura menos y necesitas fumar más para obtener los mismos efectos», agrega Susana. De ahí que los 20 porros al día, se convirtieran en la norma. Y, con ello, su depresión y sus sentimientos de culpabilidad, que crecían, a medida que su adicción.

«Droga muy engañosa»

Su vida se convirtió en una especie de «montaña rusa»: arriba o abajo, en función de la dosis. Cuando se queda sin la «china», surge el «síndrome de abstinencia» y se siente frustrada, irritable, agresiva y violenta. «Es una droga muy engañosa: estoy  asustada; quiero tranquilizarme, pero cada vez estoy más alterada».
«Sentía vergüenza por mi irresponsabilidad, por hacer estas tonterías a mi edad, porque mis hijos me vieran en ese estado, por el que dirán... Estaba nerviosa, angustiada y me peleaba constantemente con los míos», explica. Vio las orejas al lobo al ser consciente del estado de abandono en el que se hallaba, de lo descuidado que tenía su hogar, de su aislamiento y de que vivía escondida, refugiada en su caparazón. «Me pasaba el día en pijama y salía a la calle para lo esencial: comprar comida para prepararla a matacaballo antes de que llegara mi familia a casa», recalca.
Tocó fondo cuando comprobó que su relación se iba a «pique»y corrió a un CAID a pedir ayuda. «Mi marido siempre ha estado ahí, pero ya no aguantaba más».

ABC. 1-6-2006