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Locos por comprar

Los especialistas estudian si se debe introducir el término «comprador compulsivo» como un diagnóstico más de la psicopatología
Gonzalo Casino

La fiebre de las compras alcanza estos días uno de sus picos más elevados.

Quien más quien menos se deja caer por las tiendas y los grandes almacenes para dar rienda suelta a su condición de consumidor. La ocasión es perfecta para regalar y regalarse cualquier cosa, y son muchos los que pierden el control de sus gastos en esta orgía de consumo. Para la mayoría de la gente, se trata sólo de unos días de exceso, pero algunos siguen comprando sin control durante todo el año.

Estos consumidores desbocados o compradores compulsivos son capaces de dilapidar más de lo que tienen y poner en peligro su trabajo y familia para satisfacer su ansia de comprar sin parar.

Un comprador compulsivo acude a esos templos contemporáneos que son los grandes almacenes no por necesidad, sino por el puro placer de comprar, de sacar la tarjeta de crédito y sentir la excitación de la caja registradora, de recibir la atención de los dependientes, de creerse, por unos instantes, en lo más alto del mundo, sin problemas ni preocupaciones, según describen algunas personas que lo han vivido.

La excitación ha sido comparada con el placer sexual o con el «subidón» que provoca una dosis de cocaína. Pero se apaga pronto, antes de llegar a casa con las compras. Por eso, lo de menos es lo que se haya comprado, normalmente cosas inútiles o repetidas: media docena de camisas iguales de distinto color o una docena de zapatos que nunca se llegarán a usar.

Al efímero placer le siguen los remordimientos, las peleas familiares por los gastos desmedidos, el sentimiento de culpa, la depresión y una ansiedad que sólo se apaga con un nuevo atracón consumista. Esta conducta tiene cierta similitud con la bulimia, de ahí que a estos compradores feroces e insaciables se les ha llamado «compradores bulímicos». La compra compulsiva comparte algunos rasgos con las conductas adictivas (se les llama también adictos a comprar o «shopaholics»), particularmente con la ludopatía o adicción al juego, pero sobre todo se parece a los llamados trastornos del control de los impulsos, como la cleptomanía o la piromanía. De hecho, prácticamente en lo único que se diferencian los cleptómanos y los compradores compulsivos es en que los primeros no pagan y éstos últimos sí, aunque a la postre muchos no puedan hacer frente a sus deudas.

Pero éste es sin duda un detalle importante, pues comprar está mucho mejor visto socialmente que robar. Por ahora la «shoppingmania», «compra compulsiva», «adicción a la caja registradora» o como quiera llamarse esta conducta no figura en los libros de psicopatología, quizá porque -como dicen algunos científicos sociales- en esta sociedad consumista todos somos no sólo compradores, sino compradores excesivos. El psicólogo José Luis Graña, que acaba de publicar el libro «Conductas adictivas», en el que no aparece esta nueva modalidad, reconoce que cada vez se están describiendo más conductas adictivas y que la compra compulsiva podría ser una más. Pero advierte que «conviene no patologizar demasiado los problemas» y que en este caso es preferible hablar de «hábitos inadecuados».

Conducta patológica

¿Cuándo puede hablarse de conducta patológica? La frontera que traza este profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid es bien clara: «Cuando el individuo compra de forma compulsiva y reconoce que ha perdido el control sobre su conducta, se preocupa y todo ello afecta a su vida personal, familiar y laboral.
Los expertos en la conducta apenas han empezado a rascar la superficie del problema, pero enseguida han comprobado su enorme calado. El psicólogo de la Universidad de Lancaster (Reino Unido) Richard Elliot, que emprendió en octubre un estudio de dos años sobre compradores compulsivos, recibió el primer mes la llamada de 200 compradores compulsivos dispuestos a colaborar. En su opinión, el problema es «más frecuente de lo que la gente cree».

Aunque todavía no existen estadísticas a gran escala sobre la compra compulsiva, en EEUU algunas encuestas indican que hasta un 6% de la población puede padecer problemas relacionados con las compras. En un estudio preliminar con 61 compradores compulsivos, Elliot pudo constatar que estas personas se caracterizaban por su baja autoestima y la falta de autocontrol, además de por padecer ansiedad y depresión. Las raíces del problema, según este especialista en psicología del consumo, residen en la cada vez más fuerte cultura consumista y en la gran disponibilidad de créditos para comprar. La fascinación que ejercen las compras sobre las personas es sin duda muy fuerte. Según una encuesta realizada por una revista británica entre un millar de lectores, cuando se les daba a elegir entre 2.000 libras (unas 400.000 pesetas) para gastar en ropa, una promoción en el trabajo, irse de vacaciones, enamorarse o perder peso, la mayoría prefería el dinero para comprar antes que cualquier otra opción. Pero la dimensión del problema no se puede medir por la factura de la tarjeta de crédito, sino por su repercusión en la vida de cada cual.

Tampoco sirve de guía el tiempo que se dedica a comprar. Algunos estudiosos sociales ponen de relieve que en la actual sociedad de consumo hace tiempo que el comprar dejó de ser una pura necesidad para convertirse en un pasatiempo o en un motivo de relación. Para mucha gente, dicen, la principal salida familiar es para ir de compras. Sin embargo, pueden detectarse algunos signos de peligro. Entre ellos están, según los especialistas, el frecuente deseo de gastar dinero sin que esté motivado por alguna necesidad concreta y el hecho de que el placer que acompaña a toda compra se difumine antes de llegar a casa.

Muy a menudo la necesidad obsesiva de gastar es un síntoma de algún trastorno psicológico. «La compra compulsiva es muy frecuente en el contexto de los estados hipomaniacos, cuando la persona se encuentra especialmente eufórica, como un signo más de su conducta expansiva», explica la psicóloga María Luisa de la Puente, profesora de Tratamientos Psicológicos de la Universidad Complutense de Madrid. Elliot también destaca que muchos compradores compulsivos son en realidad enfermos depresivos. No es infrecuente que la compra compulsiva se acompañe de trastornos de la alimentación, especialmente bulimia, y ocasionalmente de cleptomanía.

El perfil típico del comprador compulsivo es una mujer, en torno a la treintena, de no importa que clase social, que ha desarrollado este hábito a fuerza de comprar ropa, zapatos, joyas y productos de belleza. También hay hombres, aunque muchos menos, y sus preferencias se decantan por los aparatos eléctricos y las herramientas para el hogar.
La compra compulsiva se desarrolla, según Graña, por dos mecanismos: en unos casos este hábito inadecuado se adquiere básicamente a fuerza de repetir una conducta que en un principio resulta agradable y luego se realiza de forma compulsiva, mientras que en otros esta conducta hay que entenderla predominantemente como una evasión, como una forma inadecuada de hacer frente a los problemas personales.

Junto con Kevin Gournay, jefe de estudios mentales de la Universidad de Middlesex, Elliot está tratando de averiguar qué es exactamente lo que esclaviza a los compradores compulsivos. Y ha dicho: «Si lo supiéramos estaríamos en condiciones de encontrar alguna alternativa que les ofreciera la misma satisfacción pero que fuera más barata».
En EEUU, algunos psiquiatras han empezado a comprobar que algunos fármacos pueden redimir a los compradores compulsivos de su irrefrenable afición a gastar.

Tratamiento.

Por el momento se trata de estudios piloto, pero sus resultados parecen esperanzadores. El primero de ellos ha sido realizado por el psiquiatra de la Universidad de Iowa Donald Blank. En una primera fase ha tratado a siete compradores compulsivos con el antidepresivo fluvosamina durante ocho semanas, monitorizando durante este tiempo sus compras. Después les retiró el fármaco y continuó controlando sus compras durante un mes. Los resultados, según declaró a la revista New Scientist, fueron «excepcionales»: la necesidad de comprar y el tiempo gastado en compras se redujeron notablemente, y cuando se les retiró la droga los síntomas reaparecieron poco a poco. La psiquiatra Susan McElroy, de la Universidad de Cincinnati, ha comprobado en 13 compradores compulsivos que otros antidepresivos -la sertraliza y la fluoxetina (el famoso Prozac)- también parecen funcionar. En 9 de estos 13 enfermos que recibieron tratamiento, la necesidad de comprar también remitió. Sin embargo, Graña no se muestra partidario de dar pastillas para este tipo de problemas y apuesta por una terapia de conducta «para que los compradores retomen el control de sus actos». En EEUU ya han aparecido las primeras clínicas especializadas en el tratamiento de estos problemas conductuales. Pero nadie sabe cuál será el futuro de este nuevo síndrome, todavía no catalogado entre los trastornos mentales. Puede que todo se quede en una moda pasajera o quizá adquiera las dimensiones de una epidemia.

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