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Sexo, móviles, Internet, emociones, compras.

La libertad perdida

Hay personas cerca de nosotros que están pasando por un gran sufrimiento. Desde hace algún tiempo, se está haciendo cada vez más patente el fenómeno de las nuevas adicciones: el juego, las compras, el sexo, el trabajo, las nuevas tecnologías… atan a muchos a una dependencia que no está asociada a una sustancia concreta; sin embargo, quienes presentan alguna de las manifestaciones de este fenómeno nuevo –la llamada adicción sin drogas– padecen uno de los mayores dramas que puede experimentar el ser humano: la pérdida de su libertad

Adicción al móvil

«Tuve que dejar de estudiar»
Cuando cumplí dieciocho años me compré un móvil. Mi madre no me lo quería comprar, así que me lo compré yo. Aprendí a meterme en el chat y empecé a conectarme. Conocí a mucha gente, pero empezaron a llegar facturas de más de 100.000 pesetas. Yo estudiaba y tuve que dejarlo, porque no estaba atenta en clase; estaba sólo con el móvil, y nada más. Cuando me empezó a faltar dinero, comencé a robar a mi familia y a sacar dinero de hasta debajo de las piedras, hasta que mi madre decidió poner fin a esto; buscando soluciones, me llevó al centro donde estoy ahora. Llevo ya tres años y estoy bastante bien, pero al principio me costó asumirlo. En cuanto a la recuperación, si se ponen ganas, uno se puede recuperar; si no, cuesta mucho. Es muy importante reconocer que tienes un problema.

Ludopatía

«Para recuperarte, la familia es muy importante»
Yo me he tirado veinticinco años jugando, con una temporada de cuatro años en los que ya no jugaba, pero, como no conocía a nadie que me pudiese enseñar cómo se podía dejar esto, volví a recaer. No sé decir exactamente cómo empieza la ludopatía, puede ser que por la manera en que ha transcurrido tu vida, por cómo ha sido tu familia… Yo empecé a jugar poco después de casarme, también porque antes no existían tantas máquinas como hay ahora; hoy, toda la sociedad está llena de frases que te invitan a cosas que no son reales. Nosotros somos muy infantiles, y el paso de la adolescencia hacia la madurez no lo damos, sino que tenemos muchas ganas de jugar. En mi trabajo –yo estuve en un puesto de mando de una fábrica–, nadie notaba nada; el carácter del ludópata es muy amable y muy agradable para el entorno social, pero para la familia es catastrófico. El juego es necesario, pero controlado. Así, durante años malgasté todo lo que tenía. Después entré en una asociación, y llevo tres años y tres meses sin jugar a nada. La base de la recuperación es que tú vengas y te integres; la ayuda de los familiares es muy importante, pero como el enfermo no quiera recuperarse, no hay nada que hacer.

Adicción al sexo

«Fingía amar, y me sentía como un trapo»
La adicción al sexo es relativamente poco conocida en nuestra sociedad, precisamente porque vivimos en un contexto fuertemente erotizado: publicidad, medios de comunicación, ropa, conversaciones… son ámbitos en los que está presente de una manera especial una concepción del sexo de la que se ha desgajado el amor. La experiencia de A. es bastante significativa: «Es importante comprender que la adicción al sexo no es algo que surja de un día para otro. Hace falta cierto tiempo hasta que se instala en tu vida, pero en el momento en el que esto sucede, ya no estás en condiciones de resistirte al repetido deseo de probar sensaciones que provoquen en ti placer o ilusiones de intimidad. Mi propia definición de esta situación es que uno no logra resistirse a la tentación frente a lo que le pueda provocar dependencia y le dé placer o ilusión de intimidad. Elaboré un mapa de mi ciudad. Decenas de nombres, números de teléfonos, direcciones..., lo llevaba siempre encima, listo para consultarlo en el momento en el que lo que yo llamo la bestia se me adentraba en el cerebro, como si de un clavo se tratara. Era mi mapa del placer. En cualquier barrio de mi ciudad necesitaba contar con alguien disponible en la mayor brevedad de tiempo posible. Mujeres jóvenes, viejas o mercenarias, cualquier cosa con tal de poder dar rienda suelta a mi placer. No eran amantes, más bien unas enfermeras de urgencias que me proporcionaban sexo a modo de aspirina. Incluso en mis itinerarios habituales de trabajo, necesitaba tener cobertura para estos ataques de libido. Para mí, era como una droga. Confundía el afecto con el impulso sexual. Cada vez simulaba amar. Y cada vez me sentía como un trapo, carcomido por un sentimiento de culpa, vergüenza y buenos propósitos, cada vez más vagos. Y la cuenta corriente iba menguando. Hacerlo a cualquier hora del día o de la noche significaba pagar el doble. Tanto esfuerzo por unas migajas de placer».

El doctor José María Vázquez Roel, director de la clínica Capistrano, de Palma de Mallorca, comenta: «Las adicciones han existido desde siempre; lo que pasa es que reconocerlas como enfermedades es algo reciente. La adicción sexual no es tanto el consumo abusivo de sexo –igual que la adicción al alcohol no se diagnostica por la cantidad consumida–, cuanto la relación patológica que se establece con ello, las consecuencias psíquicas, sociales y familiares que la adicción produce. La más frecuente hoy es la masturbación, ligada a la gran oferta sexual que se da hoy en día, única en la Historia, mediante Internet, películas o la creciente oferta de prostitución. Así, en adicciones, hay una regla de tres que dice que cuantos más consumidores haya, más adictos hay. La adicción sexual, por tanto, está en aumento; es también una adicción vergonzante, que se lleva en secreto, que no se comunica, cuyo consumo compromete cada vez más su trabajo, o la relación sexual con la pareja, provocando problemas y separaciones. En cuanto a las causas, hay un antecedente preocupante que debemos tener en cuenta: el haber sido víctima de abusos sexuales de pequeño, lo cual supone un inicio temprano e inducido en la sexualidad. También influye lo contrario: el haber estado muy acomplejado con respecto al sexo. Los pacientes viven esta situación de una forma desdoblada; todo adicto ve su personalidad desintegrada. Tiene dos personalidades; son personas que aparentemente llevan una vida sociofamiliar normal, hasta que un día se descubre que llevan una vida paralela. Ese día se les derrumba todo el castillo. Entonces empiezan los problemas con la pareja, el adicto quiere reducir el consumo, pero se encuentra con que está instalado el hábito y no puede por él mismo salir; entonces es cuando pide ayuda. Para salir de esta adicción es necesario el conocer y reconocer el problema; hay que reconocer que es una enfermedad, conocer qué es una sexualidad sana y qué no; tienen que conocerse a sí mismos, tienen que adoptar un cambio en su visión de la vida, afrontarla desde otro punto de vista… Todo esto se hace siguiendo el método del internamiento, para hacer un repaso de la historia del individuo, un análisis de su pasado para poder aceptar su presente, reconocer que se es adicto y aceptar el problema, así como aceptar que su relación con el sexo tiene que cambiar para el resto de su vida».

Adicción emocional
«Pensaba que tenía que comprar el afecto»
No sé cómo empezó verdaderamente mi problema. Hay cosas de cuando era pequeña que me han ido llevando a esto: una educación por la que me sentía obligada a ayudar a los demás, un exceso de responsabilidad por ser la hermana mayor... Yo me dejaba a mí misma como el último mono; nunca me daba tiempo para mí. La dependencia emocional la he vivido siempre con la idea de que el afecto lo tenía que comprar. Por esa falta de afecto que yo sentía, por ese hambre de cariño, hacía cosas por los demás, que yo pensaba que eran cosas muy altruistas, estando siempre a disposición de los otros. Tenía necesidad de tener a alguien a mi lado y, al mismo tiempo, necesidad de que me necesiten. El simple hecho de que alguien se interesara por mí era suficiente para volcarme al cien por cien en esa persona. Mi primera relación adictiva y dañina fue con mi primer novio, con dieciséis años, hasta los veintidós. Yo era como su sombra; lo vivía todo a través de él. Yo no me tenía en cuenta, y pensaba que era porque tenía un carácter fácil, adaptable, sin muchas exigencias. Poco a poco me iba anulando a mí misma. He estado desconectada de mis sentimientos durante años y años.

Esa relación fue adictiva totalmente, como lo fue otra que tuve posteriormente. Cuando más enferma estaba, la dependencia se expresaba con cualquiera. Recuerdo sentirme como una veleta total, accediendo a todo cuanto se me demandaba en distintos ámbitos; por ejemplo, en el trabajo, el hecho de que me llamaran o apareciera cualquiera con una demanda era suficiente para que dejara lo que estuviera haciendo e intentara complacer a esa persona. Reaccionar con exagerada entrega, sin medida, sin distinguir, y sobre todo sin tener en cuenta lo que yo podía, debía y quería hacer. Llegó un momento en que no sabía quién era, ni qué hacía, me sentía inadecuada todo el tiempo. ¿Quería que la relación continuase, incluso renunciando a mis propias necesidades? Esto se ha producido a lo largo de mi vida en muchas ocasiones. No hace mucho recordé que, de pequeña, en una ocasión, fui consciente de renunciar a pedir a mi madre ayuda o consejo sobre algo que me preocupaba, y lo hice por no darle más trabajo, por no preocuparla, porque –recuerdo que pensé– bastante tiene con atender a los pequeños... Me he dado cuenta de que había dejado de tener en cuenta que yo también tenía necesidades, gustos y preferencias. Es como si esa forma de actuar se hubiese convertido en una costumbre, pero con la inconsciencia en cuanto a las consecuencias y al sufrimiento que ha acarreado para mí. Es posible que la dependencia se expresa en relación con sólo una persona, pero en mi caso va –perdón, fue– más allá. Pude llegar a ser todo lo grotesca que te puedas imaginar; aunque aparentemente fuerte y segura, en realidad frágil y temerosa. Espero poder mantener de aquí en adelante que eso fue en mí agua pasada.

Los doce pasos de Alcohólicos Anónimos

Sin Mí no podéis hacer nada
Alcohólicos Anónimos nació en 1935 en Estados Unidos, como resultado de la experiencia de un adicto al alcohol, que decidió ayudar a otros alcohólicos a dejar la bebida. Su sistema de doce pasos incluye, de manera destacada, el recurrir a la ayuda de Dios como condición insustituible para curarse de la adicción. Dejando libertad a cada persona para referirse a Él de acuerdo con su propia experiencia personal, este recurrir a Dios expresa una verdad fundamental del ser humano, y ha mostrado grandes beneficios a multitud de adictos al alcohol. Los doce pasos han sido adoptados por muchas asociaciones encaminadas a sacar a otras personas de la esclavitud de la droga, la comida, el sexo…

-Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol; que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables.
- Llegamos a creer que un poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio.
-Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, tal como lo concebimos.
- Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos.
- Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos.
- Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios nos liberase de todos estos defectos de carácter.
- Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos.
- Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar el daño que les causamos.
- Reparamos directamente, a cuantos nos fue posible, el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros.
- Continuamos haciendo nuestro inventario personal, y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente.
- Buscamos, a través de la oración y la meditación, mejorar nuestro contacto consciente con Dios, tal como lo concebimos, pidiéndole solamente que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla.
- Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos, tratamos de llevar este mensaje a los alcohólicos y de practicar estos principios en todos nuestros asuntos. 

Testimonios recogidos por Juan Luis Vázquez
Alfa y Omega