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La otra mirada
Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Introducción

El siglo XX se caracterizó, entre muchas cosas, por ser el siglo de las revoluciones culturales y el de la defensa de las garantías individuales. Durante este tiempo, los hombres asociaron la consigna de combate con la de búsqueda de “libertad”. Así encontramos que mientras unos intentaban proteger la libertad de expresión, de credo, de impresión, de acceso a la información; otros, desgraciadamente, movidos por intereses mercantilistas y utilitarios, sólo lucharon por un beneficio personal.

En ese campo de batalla es donde podemos ubicar el esfuerzo implementado por algunos legisladores para garantizar a todos los individuos la libertad de expresar sus ideas. Bajo el gran logro que representó, en muchos países, hacer de este derecho una práctica constitucional, los medios de comunicación se han amparado por un lado, para difundir la verdad y, por otro, para promover contenidos moralmente nocivos de manera “legal” y bajo el supuesto de que el auditorio tiene la capacidad para decidir si consume o no dichos mensajes.

Esta tensión de intereses entre lo que desean los públicos masivos y la “libertad” que tienen los medios ha provocado un serio debate sobre la necesidad de desregulación de la propiedad y hacer más laxos los aspectos legales en torno a la industria de los medios de comunicación.

Las instancias locales de México (la Secretaría de Gobernación, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, el Consejo de la Comunicación y A Favor de lo Mejor) y las Internacionales (Comisión Federal de Comunicaciones) son las instituciones que constantemente evalúan el comportamiento de los medios como servidores del interés, la conveniencia y necesidades de las audiencias. No obstante, en algunos países se está viviendo, desde la década de los ochenta la desregulación de la radio y la televisión pues se cree que las distintas comisiones y gobiernos, más que ayudar, violan los derechos de los difusores de contenido. Así, los mismos medios han alegado que no es necesario fijar reglas especiales para el control de las transmisiones y que “el mercado” es el mejor defensor del público. La idea de la desregulación ha sido fuertemente atacada por la crítica académica, especializada, política y pública ya que se le califica como concentración, conglomeración, hipercomercialismo, abandono de públicos infantiles y provocadora de la desaparición de las normas de la decencia.

El especialista en legislación de medios, Charles Tillinghast comentó hace algunos años al respecto: “la desregulación de la radio y la televisión significa liberar al medio de una de sus mayores obligaciones con el público: informar y educar. A medida que la propiedad de los medios (incluyendo la radio y la televisión) se concentre más y más en las manos de grandes corporaciones, a menos que el gobierno ejerza alguna regulación no podremos confiar en que las emisoras cumplan con sus obligaciones” (Baran & Hidalgo, 2005: 698).

Ante el fenómeno de la globalización, la hipercomercialización y la acción voraz de los conglomerados mediáticos en una economía de mercado, hemos visto que la profecía de Tillinghast se está cumpliendo y las grandes obligaciones mediáticas se están perdiendo para dar pie a una industria que más que dedicarse al entretenimiento se está orientando a la utilización y cosificación de la persona pisoteando su dignidad.

Con este contexto en mente, el presente documento pretende explorar qué factores detonaron la configuración de una industria vinculada con la explotación e infravaloración de la persona a través de la pornografía; cuáles son las áreas de la industria mediática y multimediática que se han visto afectadas por la desregulación y por el negocio de la pornografía; cuáles son sus estrategias de difusión de contenido; modos en que apoyándose de las más novedosas herramientas de interacción y a través de las últimas tecnologías de información, están limitando el desarrollo integral de las personas. Ello permitirá tratar el tema de la configuración de una industria multimillonaria que incrementa sus acciones difundiendo contenidos ofensivos e impactando negativamente a niños, jóvenes y la familia entera.

Para dar cuenta de la importancia de abordar dicha temática a la luz de una revisión sistémica y ética de la comunicación, habría que mencionar que según datos publicados por la revista Forbes, la industria pornográfica mueve más de 60 mil millones de dólares al año en el mundo y que más de 250 millones de personas se encuentran enganchados a esta supuesta forma de entretenimiento (López, 2005).

Finalmente, la investigación realizada incluye un apartado final que contempla algunos lineamientos éticos que podrán servir de propuesta para el desarrollo de un modelo integral de alfabetización y educación en medios que permita a padres de familia y educadores tomar medidas críticas, activas y preventivas para evitar que más personas se vean inmersas en una adicción a la pornografía.

La indecencia, la obscenidad y la pornografía

¿Quién se beneficia de la transmisión de programación y mensajes que pueden ser perturbadores?, ¿Qué gana una televisora, estación de radio, sala cinematográfica, productora de videojuegos o estación de multimedios al distribuir material indecente en el que se representan actividades sexuales o excretorias de manera ofensiva para la comunidad?, ¿Quién debe ponerle límites a los medios: el público, la sociedad civil, los tribunales o los medios mismos?

Nunca como ahora se han recibido tantas quejas y disgustos por la difusión de contenido molesto. Por ejemplo, tan sólo en Estados Unidos, la Comisión Federal de Comunicaciones recibe 40 quejas al mes por indecencia aún cuando su director, Michael Copps estima que la cifra real son cientos de miles por año. (Baran & Hidalgo: 694). Esta situación llevó a la Comisión Federal de Comunicaciones a solicitar la creación de puertos seguros; es decir, barras de transmisión en horarios en los que es poco probable que se encuentren niños y jóvenes entre el público. Ello alegando que puesto existe la libertad de expresión, el contenido posiblemente ofensivo debe estar al alcance de quienes quieran verlo y oírlo. Tal ambigüedad es la que ha favorecido a ciertos segmentos de la industria cuyos intereses comerciales jamás velarán por la integridad de las personas y por el contrario, sus contenidos explotan a las mujeres, niños y adolescentes destruyendo familias y matrimonios, inspirando actitudes antisociales y reduciendo toda la condición humana a la genitalidad.

Estos medios han descarnado y desacralizado todo mensaje, los valores humanos y trascendentes afectando seriamente tanto la integridad psíquica y física de los consumidores de pornografía como la de los que le rodean. Según afirman expertos de la talla del Secretario General del Consorcio ECPAT de España, Joseph Antón Arrebola: “cuanta más pornografía se consume, más aumenta el deseo de seguir consumiéndola, lo que refleja la presencia de alguna dificultad importante para mantener una vida sexual normal, porque el consumidor de pornografía utiliza esos materiales como sustitutivos”. De igual forma señala el sexólogo Ferrán Trullols: “poco a poco la persona va perdiendo sensibilidad, por lo cual debe aumentar sus estímulos, que cada vez son menos personales y más genitalizados. Al final se produce una búsqueda incesante de nuevas experiencias, que nunca llegan a satisfacer del todo, lo que la convierte en adicta a la pornografía” (López, 2005).

La moralidad en los tiempos de la globalización

¿A qué se debe la fuerte ola de colonización pornográfica de los medios? Sumándose a la desregulación mediática y la defensa de la libertad de expresión, tenemos que en los últimos cien años hemos vivido una serie de modificaciones socioculturales producto de la destrucción de las tradiciones. Este fenómeno es producto, por un lado, de ciertas ideologías construidas en la modernidad (como la Ilustración) donde la tradición resulta ser una sombra que puede desecharse fácilmente; y por otro, por ser consideradas construcciones sociales falsas utilizadas para ejercer el poder.

Bajo el impacto de la globalización las tradiciones (que en esencia son rituales y representaciones, significativas y repetitivas que se pasan de una generación a otra) están sucumbiendo vaciando su contenido, comercializándose y convirtiéndose en un espectáculo.

Cuando una tradición pierde su alma, nos dice Anthony Giddens (2005) pierde su conexión con la experiencia de la vida cotidiana. Las tradiciones son necesarias pues dan continuidad y forma a la vida. Quien comprende y respeta el ritual, la ceremonia y la repetición de una tradición le otorga una dinámica a su vida.

“Donde la tradición se ha replegado nos vemos forzados a vivir de una manera más abierta y reflexiva. Autonomía y libertad pueden sustituir su poder oculto por más discusión abierta y diálogo. Pero estas libertades traen consigo otros problemas. Una sociedad que vive al otro lado de la naturaleza y de la tradición exige tomar decisiones, tanto en la vida cotidiana como en el resto de esferas. El lado oscuro de esto es el aumento de adicciones y compulsiones. Ahora cualquier área de actividad puede ser invadido por la adicción: el trabajo, el ejercicio, la comida y el sexo. La adicción -nos refuerza Giddens- (p. 58-59) entra en juego cuando la elección, que debiera estar impulsada por la autonomía es trastocada por la ansiedad”.

El adicto en voz de Giddens es siervo del pasado, es esclavo de su yo egoísta. Es quizá en este erradicar la tradición donde se ha perdido el centro de la construcción personal. La industria pornográfica ha sabido aprovechar dicho vacío y ha colocado con gran habilidad sus productos en todos los medios de información en que le es posible.

A esta situación hay que sumar la grave crisis socioeconómica que se está viviendo en el mundo que ha derivado en generación de mercados clandestinos e ilegales para traficar con cualquier mercancía, bien o servicio. En medio de ese barullo encontramos a las mafias dedicadas al tráfico de mujeres e infantes que se están reportando en la ex Unión Soviética, Argentina, Brasil, México, Estados Unidos de Norteamérica y Japón. Para estimar la fuerza que tiene este segmento basta ver que según cifras de las Naciones Unidas, el comercio sexual genera ganancias por encima de los 7 billones de dólares anuales (Guzmán, 2005: 21) y en Estados Unidos se ruedan cada año 13 mil películas porno y más de 1,500 en Europa, facturando cantidades suficientes como para cotizar en la Bolsa de Valores.

Esta práctica mediática hedonista y utilitarista no es nueva; por el contrario, su rápido desarrollo y su compleja evolución ha derivado en el tejido de industrias paralelas como el tráfico de armas, drogas, redes de explotación sexual y explotación comercial infantil. Pero, ¿cómo se llegó a este nivel de complejidad? A continuación presentamos una visión panorámica de su evolución hasta la construcción de su actual imperio de naturaleza hipermedial.

Del uso y abuso privado a la personalización hipermedial de la pornografía

Pese a la raíz griega de la palabra pornografía (porne, prostituta y grafía, descripción) su aparición medial es reciente. Sus raíces más antiguas, siempre mediáticas, las podemos encontrar en aquellos textos literarios eróticos que narran encuentro sexuales haciendo explícitas las descripciones genitales como se pueden encontrar en algunas obras del Marqués de Sade, Félix Salten, Camilo José Cela y actualmente, Anchee Min. La primer obra pornográfica impresa que se tiene registro es Sodoma del inglés John Wilmot en 1670 y que fue subastada por casi un millón de pesos en diciembre de 2004 por la casa de subastas Sotheby’s (Roura, 2005).

Como señala Naief Yehya en su referencia a Lynn Hunt, la aparición pública se inicia en el siglo XVI en Europa, entre el Renacimiento y la Revolución Francesa, teniendo su auge en 1740 con el principio “del periodo alto de la Ilustración, así como un periodo de crisis generalizada en la sociedad y política europea” (Yehya, 1998).

Existen ilustraciones simbolistas que muestran escenas de desnudos que se distribuyeron de forma privada y clandestina en el siglo XIX y la anterior iconografía japonesa e hindú que habría de difundirse en la forma del Kamasutra y que con la masificación que posibilitaba la fotografía habrían de hacerse populares alimentando la pulsión escópica y posteriormente la pulsión icónica que convierten al que contempla en voyeurista, en un devorador de imágenes; en alguien que impone orden y sentido a su percepciones mediante proyecciones imaginarias (Gubern, 1999).

Explorando en los litorales de la pulsión es como encontramos en Gran Bretaña imágenes que datan de 1844 y 1890 en las que ya se reproducían cuerpos desnudos realizando actos sexuales, aún cuando Grant B. Romer, del Internacional Museum of Photography afirma que para 1855 la producción de fotografías eróticas producidas con daguerrotipos había culminado y su producción habría sido entre cuatro y cinco mil imágenes. Existen registros que en 1850 se incautaron 60 imágenes obscenas en Londres; en 1870 se le incautaron 850 fotografías al inglés Henry Evans y al fotógrafo Henry Hayler otras 130,248 impresiones y cinco mil negativos en 1874 (Roura, 2005).
Si la fotografía había masificado el consumo solipsista, el cine prácticamente nació, desarrolló y detonó la exposición pública de los contenidos eróticos abriendo la mirada a su condición voraz dejando el pensamiento en el sedimento para dar paso sólo a las sensaciones.

Según los registros cinematográficos, tan sólo a un año de su aparición pública, en 1896 May Irvin y John Rice realizaron la película The Kiss; en 1900, la empresa cinematográfica norteamericana Biograph realizó la película Through the keyhole in the door; en 1902 Lucien Norguet filmó L’Amour a toutes les Etages; en 1905 nuevamente Biograph produjo Peeping Tom in the Dressing Room y He Went into the Wrong House; abriendo paso al cine erótico que cuestionaba las normas sociales y las pautas morales (Campa, 2003).

En la Francia de 1908 se distribuían copias pornográficas. En 1910, circulaban cintas conocidas como stag films o filmes para caballero como la cinta A free ride también conocida como Grass Sandwich; esta recorrió los clubes sociales y burdeles de Nueva York, Sao Paulo, París, Moscú, Buenos Aires y El Cairo.

El primer éxito se daría con la proyección de The Casting Couch (1924) que narrara las aspiraciones de una joven por llegar a ser actriz concluyendo con la exhibición explícita de escenas sexuales. Para 1932, el célebre Howard Hawk filmó la atrevida cinta The Criminal Code y en el mismo año, William Beaudine, Three Wise Girls. El escándalo derivado de la proyección impulsó la instauración del código regulador establecido por la comisión Hays.

Durante los años treinta a los cincuenta en México se filmaron cintas pornográficas en el Distrito Federal, Guadalajara, Tijuana y Ciudad Juárez para enviarse al mercado estadounidense donde la pornografía estaba prohibida. No obstante, la exhibición se hacía en la librería La Tarjeta en el Centro Histórico de la ciudad de México en el local de Adrián Devars Jr. (Ornelas, 2004)

Las restricciones impuestas en la Unión Americana llevaron a los productores de Texas, Chicago, Florida, Nueva Jersey, Florida y Nueva York a explotar el tema a través de proyecciones itinerantes en teatros, burlesques, bares, casas particulares y casas de campañas en los límites de las ciudades. En 1951, salta a la fama la desnudista texana Junita Slusher quien se diera a conocer con el nombre de Candy Barr.

La proyección de la cinta nudista Garden of Eden (1957) abrió camino en la corte norteamericana al permitir la exhibición de cintas que mostraran escenas de desnudos siempre que no tuvieran contenido “erótico”. Con este antecedente se lanza al mercado Russ Meyer en 1959 dirigiendo la cinta Faster Pussycat, Kill! Kill!, Vixen y The Inmoral Mr. Teas.

La pornografía y la exaltación de la violencia son viejas realidades de la condición humana que evidencia la componente más turbia de la naturaleza humana. Mientras crece la confusión respecto de las normas morales, las comunicaciones han hecho la pornografía y la violencia accesibles al gran público, incluidos niños y jóvenes. Este problema, que quedaba confinado antes en el ámbito de los países ricos, ha comenzado, con la comunicación moderna, a corromper los valores morales de las naciones en vías de desarrollo. Pese a estos llamamientos públicos de orden moral, la industria pornográfica siguió envileciendo la sexualidad y pervirtiendo las relaciones humanas esclavizando a los individuos, inspirando comportamientos antisociales y debilitando la fibra moral de la sociedad.

Algunos autores llevaron su batalla ideológica y moral al terreno de la experimentación y produjeron cintas trasgresoras como Fireworks (1947) y Scorpio Rising (1964) de Keneth Anger; asimismo lo hizo Andy Warhol con Blow Job (1963) y Naked Restaurant (1967); en esta línea existen cintas de Rosselini, Antonioni, Gergman, Fellini, Vadim y Waters.

En contraparte y en un sector industrial paralelo, en diciembre de 1953, Hugo Hefner, fundó la revista de “entretenimiento para adultos” Playboy que con el paso de los años habría de convertirse en una trasnacional multimediática. Su primera edición vendió 53,991 ejemplares retratando a Marilyn Monroe en portada. En 1972, logró vender 7,161,561 copias al dedicar su portada a la playmate Lenna Sjooblom. El éxito de circulación abrió paso a una fuerte industria que habría de ser fuertemente competida tras el lanzamiento en 1965, en el Reino Unido, de la rival Penthouse creada por Bob Guccione (Hunt, 1993).

En ese mismo año de 1965, Private Media Group, lanzó en Estocolmo, Suecia, la revista Private, una de las primeras publicaciones hardcore a todo color. Posteriormente editó las revistas Sex, Triple X y Pirate. En las últimas décadas Private Group se ha convertido en una de las principales compañías industrias pornográficas del planeta con base de operaciones en la comunidad catalana de Sant Cugat de Vallès, en España y brazos corporativos con Media Man en Australia.

Poco a poco el cine erótico se fue marginando hasta volverse totalmente clandestino. El destape sexual de la revolución de los sesenta que apelaba por el derecho a la libertad sexual tuvo eco en esta industria que había de desquiciarse moral e ideológicamente en los circuitos underground. Por aquellos días, San Francisco, Los Ángeles y Nueva York empezaron a consolidarse como las capitales de la industria pornográfica en Estados Unidos.

Es en la década de los setenta cuando realizadores como Gerard Damiano y su productor Louis Peraino exhibieron en salas comerciales y X la cinta Deep Throat (1972) confrontando todos los marcos legales de proyección y distribución. De igual forma quebrantaron los esquemas James y Artie Mitchell con su cinta Behind the Green Door (1973). Tan sólo el film Garganta Profunda ha recaudado más de 600 millones de dólares desde su exhibición en Cannes en 1974 hasta la actualidad (Campa, 2003).

Pese a la multa impuesta por tres millones de dólares a Garganta Profunda, la cinta abrió la puerta para que Damiano filmara en 1972 El diablo en la señora Jones y para que en 1976 Radley Metzger realizara The opening of Misty Beethoven.

En agosto de 1975, Larry Flynt publicó unas fotos desnudas robadas de la entonces esposa del presidente Kennedy en el Boletín Hustler que había derivado de una especie de panfleto con fotos desnudas de las chicas que trabajaban en su club. Fue tal éxito de ventas que Flynt se convirtió en millonario con ese sólo número. Flynt se involucró durante la década de los setenta y ochenta en juicios legales vinculados con las leyes de obscenidad y de libertad de expresión en Estados Unidos. Su publicación incluía, además de prácticas sexuales fetichistas y hardcore, fuertes ataques políticos a los sectores conservadores y moralistas estadounidenses que se oponían a los contenidos degradantes que publicaba en su revista. Tal batalla contra la legalidad y sus complicadas redes de distribución, le llevaron a vincularse y confrontarse con la mafia que se había encargado hasta la fecha de la distribución de la pornografía.

En los setenta también fue cuando la Comisión Gubernamental encabezada por William B. Lockhart, en el gobierno de Lyndon B. Johnson, determinó que debía legalizarse la pornografía, lo que redujo considerablemente la producción clandestina en México más no su distribución.

En América Latina las producciones pornográficas se han realizado desde mediados del siglo XX teniendo su explotación comercial desde 1970. Entre los principales productores se encuentran Brasil, Argentina, México, Colombia y actualmente Chile y Perú. Siendo Colombia el tercer productor de material pornográfico Latinoamericano y el tercer surtidor de películas para el canal Venus después de Brasil y Argentina.

En la década de los ochenta, el video tape incursionó en la vida pública y millones de personas llevaron a la privacidad de sus hogares imágenes de fiestas, vicios, orgías y los casos más extraños en materia sexual dando rienda suelta a todos los instintos. Linda Lovelace (bautizada como Linda Bareman) protagonista de la cinta Garganta profunda destapó una industria de supuestas estrellas que se habrían de dedicar a la configuración del porn star system. En esa galaxia que tuviera su big bang durante los ochenta se consolidaron los nombres de Cicciolina, Rocco Siffredi, Sylvia Saint o Jenna Jameson ahora autora del best-seller: Cómo hacer el amor como una estrella porno enlistado entre los más vendidos en Estados Unidos.

Tan fuerte fue el impacto de la incursión del video en la industria pornográfica que de las 100 películas al año que se producían en 1978 se pasó a los ocho mil videos anuales en 1998.

La intelectualidad liberal americana apoyó la apertura cinematográfica alegando censura y represión que impedía el desarrollo de la creatividad humana. Esta consigna ayudó la proyección del cineasta Rinse Dream, Café Flash (1982). En contraparte apareció el grupo Women Against Pornography.

Plenamente vinculado con ello encontramos el mayor éxito de la revista Penthouse que se logró en 1984 cuando publicó un desnudo lésbico de Miss América, Vanesa Williams y en páginas centrales a la actriz porno Traci Lords quien confesara haber iniciado su carrera a los 15 años considerándose material de pornografía infantil.

En esta década los géneros pornográficos diversificaron sus temáticas y niveles de exposición pasando del softcore al hardcore y abriendo paso a productoras hispanoamericanas como las encabezadas por el productor y director Victor Maytland que desarrolló para 1990 una maquiladora de cintas (3 a 4 anuales) para competir con las 20 realizadas por los productores brasileños (Hunt, 1993).

Hustler, por su parte, con el paso de los años se convirtió en una productora de películas porno distribuidas en DVD, contando con uno de los mayores estudios pornográficos de Estados Unidos. Su conglomerado se ha diversificado de tal forma que incluye clubs, casinos, ropa, accesorios, artículos femeninos y masculinos y productos eróticos.
La aparición de la revista Maxim en 1998, llevó a Penthouse a mostrar escenas más explícitas borrando las fronteras de la “obscenidad ilegal” y la “pornografía legalizada”. Pese a lo que se pudiera creer, en agosto de 2003 General Media, la compañía propietaria de la revista se declaró en bancarrota y en octubre de 2004 cambió de nombre a Penthouse Media Group para ser adquirida en 2005 por una promotora inmobiliaria del Sur de Florida.

Desde finales de la década de los noventa, la pornografía se infiltró en Internet mostrando imágenes más explícitas acompañadas de herramientas como el video, el videochat, las animaciones y las webcams en tiempo real. Asimismo aparecieron derivaciones del cine pornográfico que incorpora elementos de animación y producción japonesa como el manga hentai. Las temáticas y la intensidad de las escenas y la disolución de las barreras de edad ha generado clasificaciones por edad: Loli-con o shota-con (anime pornográfico que aparecen imágenes de niños); Mature (que incorpora mujeres maduras) y Teen o Barely legal (actrices que aparentan ser adolescentes o con 18 años cumplidos); y por el grado de sus prácticas extremas: gonzo, feautures, fetichismo y sadomasoquismo.

También la década de los noventa inició operaciones Playboy TV con distribución vía sistemas de televisión de paga (cable/satelital); de igual forma opera el Canal Venus y algunos otros canales de películas que en su barra nocturna programan cintas pornográficas.

Estados Unidos compite fuertemente con Hungría (el mayor productor de cine porno de Europa). Para dimensionar el volumen de esta industria cabe decir que tan sólo en 2005, la industria pornográfica cinematográfica superó en facturación a la industria cinematográfica convencional de Hollywood.

Chatsworth, San Fernando Valley ubicado en la ciudad de Los Ángeles, California se ha convertido en la Capital Mundial del Porno albergando a más de 200 estudios que producen 11 mil películas al año de las cuales 3,500 son estrenos y el resto remakes.
En México, aunque según la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine), en México existen alrededor de 2,400 cines, de los cuales tan solo 20 salas exhibían películas porno para 1999 y a la fecha sólo 2 operan con una afluencia diaria de mil personas contra las 3 mil que tenían hace 7 años. Aún así, el mercado mexicano empieza a emerger por los bajos costos de producción pese al consumo de cintas piratas y las restricciones legales que prohíben producir cintas pornográficas con actores locales.

Según datos publicados por la analista María de Jesús López: “En Estados Unidos se ruedan cada año 13 mil películas porno mientras que 1,500 se filman en Europa. En España, durante el año 2000, el Ministerio de Cultura clasificó 1,028 títulos como “X” frente a 1,480 que recibieron la clasificación “para todos los públicos”. (López, 2005)

La red de redes

En la industria pornográfica se han involucrado empresarios, políticos, artistas, industriales, dueños de medios de comunicación, de centros de entretenimiento, salas de cine, clubes y casinos. Muchos de estos directivos se han mezclado con miembros del crimen organizado como la mafia rusa, la mafia italiana, la mafia Yakuza japonesa, carteles de narcotraficantes, grupos terroristas, guerrillas, contrabandistas, secuestradores, pederastas, traficantes de armas, drogas, prostitución, lavado de dinero, de turismo sexual e infantil.

Según señala Francisco Olguín Uribe, secretario ejecutivo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), las mafias se desplazan de Asia a Latinoamérica reportándose anualmente entre uno y dos millones de víctimas vinculadas con la pornografía y la prostitución; los países donde se registra más este fenómeno son Japón, Tailandia, Filipinas y Malasia, la prevención de este delito en esa región oriental ha hecho que se desplace en la actualidad hacia América Latina (Brasil y México), desarrollándose industrias paralelas en sitios como Albania, Rusia, Chechenia, Estonia y Ucrania.

Tan sólo la Organización de las Naciones Unidad (ONU) estima que el número de mujeres y niños que han sido objeto de tráfico o sometidos a servidumbre sexual puede llegar a más de dos millones de personas; se calcula que cerca de 200 mil anualmente son víctimas de esta práctica reforzada por la pobreza, la marginación de mujeres y niños, el hambre, la desesperación, la discriminación, la falta de valoración familiar, la falta de albergue, el desplazamiento global, el desempleo, la reducción del salario, la necesidad de sobrevivir y la inestabilidad política, de ahí que ocupe el tercer lugar entre las actividades delictivas más rentables después de la venta de drogas y armas (Sandoval, 2003).

Tales han sido las medidas para erradicar este problema a nivel internacional que procuradores generales de la talla de David Young, de Ontario, Canadá, han presentado leyes que estipulan que: los clientes de las menores de edad explotadas sexualmente serán privados de su permiso de conducir, los proxenetas perderán sus bienes y la policía podría recoger a las y los menores involucrados en el comercio sexual. En Japón por su parte han tratado “de controlar la industria y el negocio de la explotación sexual con la aprobación de una ley que prohíba los servicios de sexo por teléfono para menores de edad. En Tailandia se realizó una reunión entre gobierno y sector hotelero para combatir el creciente problema del turismo del sexo comercial de menores en Asia”. (Forum, 2001). No obstante, el tráfico gráfico y físico de mujeres y niños genera ingresos que fluctúan entre el 2 y el 14% del Producto Interno Bruto de países asiáticos como Tailandia, Filipinas, Indonesia y Malasia.

El consumo pornográfico se ha disparado en el mundo, ya sea por simple curiosidad, por búsqueda de placer fácil o por adicción y ha encontrado en la industria del entretenimiento, los medios e hipermedios su paraíso. Desgraciadamente existen países en los que las autoridades gubernamentales obtienen ingresos legales e ilegales de esta fuente: ilegales por la corrupción y los sobornos y legales por las tasas de impuestos fijadas a hoteles, bares, cabarets, table dance y casinos y clubes para caballeros. En Europa, Estados Unidos, Canadá y Japón, por ejemplo, se promueven como destinos de turismo sexual el Caribe, Brasil y el sudeste asiático. En México, según reporta la UNICEF, en el año 2000, 4,600 niños fueron explotados sexualmente en Acapulco, Cancún, Ciudad Juárez, Guadalajara, Tapachula y Tijuana, alcanzando la cifra de 16 mil en todo el territorio mexicano; muchos de ellos son promocionados en la red mediante la pornografía.

Hoy día, la red juega un papel fundamental en la consolidación global de la industria de la pornografía y el tráfico sexual. En Internet se ofrecen desde novias de encargo, acompañantes, información sobre turismo sexual y pornografía infantil. En este sector de negocios virtuales se generaron anualmente arriba de 10 mil millones de dólares en el mundo desde el año 2001. En Estados Unidos, se realizó un estudio que reveló que cada año hay 104 mil niños víctimas de abuso sexual y que uno de cada cinco recibió requerimientos por parte de extraños al navegar por Internet.

Datos de la Encuesta Hábitos de los usuarios de Internet en México, 2006, realizada por la Asociación Mexicana de Internet (AMIPCI), nos revelan que de los 20 millones de internautas en México, 11% dedican su tiempo y recursos a la búsqueda de entretenimiento “para adultos” porcentaje que “disminuyó” 3% de 2004 a la fecha comparado con el 38% (2001) y 12.5% que descarga “contenidos para adultos” de los cibernautas españoles que navegan por páginas de contenido pornográfico según reveló el anuario eEspaña 2006.

El sexo está tan inmerso en la red que un buscador como Google muestra más de 195 mil millones de opciones al teclear la palabra sexo y 128 mil millones con la palabra porno. El investigador y periodista Rafael Sandoval reportó en su texto Economía de la prostitución (2003), cifras de la ONU del año 2000 que hablan de la existencia de más de 425 mil sitios de Internet con pornografía infantil.

Siendo que los consumidores de pornografía necesitan cada vez dosis mayores para que su cuerpo y su mente reciban el mismo estímulo pueden degenerar en delitos como la pornografía infantil, violaciones y abuso de menores.

El investigador español, Felipe Santos escribe: “La pornografía, como droga, crea dependencia y lanza a los individuos a buscar producciones cada vez más excitantes y perversas. La posibilidad de comportamientos antisociales aumentará con el desarrollo de este proceso. La pornografía compromete el desarrollo moral de la persona y las relaciones maduras y sanas... y obstaculiza el carácter familiar de la auténtica sexualidad humana. Uno de los mensajes fundamentales de la pornografía y de la violencia es el desprecio de los demás, considerados como objetos antes que como personas. Sofocan la ternura y la compasión para caer en la indiferencia y en la brutalidad” (Santos, 2005b).

En palabras del secretario general del Consorcio ECPAT España, Joseph Antón Arrebola: “la explotación sexual comercial infantil es cuantitativamente la tercera industria ilegal a escala mundial, después del tráfico de armas y el tráfico de dogas. Existen unos 100 millones de menores en todo el mundo atrapados en redes de explotación sexual. La edad media de las víctimas está bajando alarmantemente por temor al SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual. Si hace unos años era de unos 10-12 años, en la actualidad se sitúa entre los 4 y los 8” (López, 2005).

Una industria en expansión

Según el informe realizado por el grupo de investigadores de la sección de Economía de Univision Online y la agencia AFP, el mundo de la pornografía que se distribuye a través de Internet y la televisión por cable o satelital bajo la expresión “cine para adultos” es consumida por más de 250 millones de personas. De éstas, 30 millones se conectan diariamente a alguna de las 260 millones de páginas web que ofrecen imágenes de sexo explícito. El negocio, en la Unión Americana, genera ingresos anuales que oscilan entre los 9 y los 13 mil millones de dólares. 6 mil de ellos derivados del comercio de películas DVD y cintas de video. Estas cantidades no incluyen las ganancias de los negocios paralelos vinculados con el comercio sexual: cines para adultos, acompañantes, revistas, clubes y sex shops que duplican las utilidades de las grandes televisoras Norteamericanas.

El estudio realizado por Eric Schosser, Reefer Mandess: Sex, Drugs and Cheap Labor in the American Black Market (2003), revela que la pornografía junto con la marihuana y el trabajo de los indocumentados genera el 10 por ciento de la economía norteamericana. En el sector de la renta de videos se pasó de 79 millones que se facturaban en 1985 a 759 millones en 2001; la pornografía en Internet y vía televisión por cable factura más de 10 mil millones de dólares anuales con una producción de 200 nuevas cintas semanales. Los norteamericanos según Schlosser invierten más dinero en pornografía y centros nocturnos que en teatro y concierto de música clásica (Notimex, 2003).

Cifras presentadas por la Asociación Brasileña de Empresas del Mercado Erótico colocan a Brasil como el principal productor de América Latina con utilidades anuales por encima de los 30 millones de dólares.

Tan atractivo se ha vuelto el pastel de la distribución de contenidos sexuales que cadenas de hoteles, sitios de entretenimiento, bares y cadenas de televisión de cable como AOL Time Warner, General Motors, los hoteles Marriot AT&T y Direct TV se han vuelto parte de la cadena de exhibición de compañías como la liderada por Steven Hirsch: Vivid.

Según datos publicados por la revista Adult Video News (AVN) en Estados Unidos se gastan anualmente más de 10 mil millones de dólares en pornografía. En 10 años, la renta de cintas de video y DVD’s pasó de 450 millones (1992) a 800 millones (2002) que se distribuyen en más de los 22 mil sex shops que existen en Estados Unidos (frente a los 150 que existen en México) (Scholosser, 2003). Tan sólo en la región de California la renta de videos genera cada año un estimado de 31 millones de dólares en impuestos y cerca de mil 800 millones de dólares en ventas (Notimex, 2004). En el sector del pago por evento, las cifras en 2001 ascendieron a 465 millones de dólares. Más de 6 mil personas participan en la industria y 1,200 son actores.

El poder de esta industria puede tejer sus redes en Estados Unidos dado que desde 1973 su sistema legal no ha sufrido modificación en el decreto que afirma que para que un material sea considerado obsceno, una persona con “criterio normal” debe considerarlo de ese modo, en tanto no tenga un valor artístico”

El corresponsal de la Agencia AFP, Rob Lever expuso en el reportaje publicado en 2005 bajo el título La industria porno invade los celulares, el crecimiento explosivo que ha tenido el comercio de pornografía en dispositivos móviles destacando las más de 20 mil suscripciones mensuales que reciben empresas como Xobile.com para descargar contenidos en sus celulares, iPods y consolas de videojuegos. Para el año 2008 estima la firma Research and markets que el sector de pornografía wireless moverá más de 90 millones de dólares en Estados Unidos y mil millones en el resto del mundo.
Brasil se colocado como el segundo país productor mundial de pornografía, por debajo de los Estados Unidos. Anualmente genera ingresos por 100 millones de dólares. Según reporte de la Agencia Notimex “pornográfica mueve entre cuatro mil y 13 mil millones de dólares por año, con un aporte de más del 90 por ciento por parte de Estados Unidos, donde se producen unos cuatro mil filmes anuales y se emplean a más de seis mil personas” (2004ª).

En España el Star System de la pornografía factura anualmente 350 millones de euros; se comercializan mensualmente 75 mil películas y se producen cerca de 12 títulos por mes (León Zaragoza, 2005) de los cuales se venden casi mil copias de cada una (en una población de 40 millones de personas) en comparación con las dos mil que se comercializan en México (Olivares, 2004).

México por su parte genera más de mil millones de dólares al año en comparación con los 60 mil millones anuales que se facturan en el mundo con relación al comercio de pornografía, videos, DVD, lubricantes, lencería, condones y juguetes sexuales. Cerca del 30 por ciento de la venta de los videos se recauda de videoclubes. (Cuellar y Whaley, 2004).

El mercado editorial mexicano incursionó en el sector pornográfico en la década de los setenta con la fotonovela Locos por el sexo que solía imprimir millares de copias que exhibían los cuerpos desnudos de mujeres que trabajaban en los burlesques de la ciudad de México. En aquellos días también se editaban las revistas Sir, Signore y Caballero. Diez años después circuló la publicación cubana maquilada en Miami difusora del sexo explícito y distribuida clandestinamente en puestos de revistas atrasadas: Pimienta. Hoy se pueden encontrar desde cómics pornográficos que oscilan entre los 5 y 9 pesos como Tu mejor maestra que tira 120 mil ejemplares quincenales, hasta las que tienen un precio de 40 pesos como Playboy, H y Maxim pasando por Interviú y Primera Línea ($15), Mature Nymphos y Busty ($80). Más de 150 revistas y cómics de corte pornográfico se distribuyen en México tirando un promedio de 300 y 400 mil ejemplares quincenales cada una. Existen casos como Boys and Toys que distribuyen 20 mil ejemplares mensuales y promueven la pornografía homosexual. Compañías como Euforia, Erotika, Erotic Digital, X-Ite y Wham Pictures se encuentran lidereando el mercado de la distribución y producción en México (Guerrero, 2003).

Estas cifran han llevado a investigadores como el profesor del Tecnológico de Virginia, James B. Weaver y la codirectora del programa de traumas sexuales en la Universidad de Pensilvania a exigir al senado norteamericano el que se estudien los efectos de la pornografía pues produce en el cerebro una adicción similar a la que genera la heroína o el crack.

El espectro de tolerancia

¿Cuáles son los límites de la libertad de los medios y los comunicadores? ¿Hasta dónde se extiende la responsabilidad del medio, la familia y los educadores? ¿En qué momento se rebasó la frontera entre la expresión natural del cuerpo y se toleró la exposición pública, vil y descarnada a través de la pornografía? ¿Cómo pasó de ser mensaje a medio mismo con sintaxis, semántica y pragmática propia? ¿Cuáles son los límites de la delgada línea entre consumo y adicción, entre contemplación y morbo, entre tolerar, permitir y contribuir a su expansión? ¿Cómo es que el cuerpo, modo fundamental de comunicación, se redujo a condición de instrumento?

El filósofo Herbert Marcase promotor de la “liberación sexual” como un modo dialéctico de rebelión escribió que el capitalismo “había controlado la libido, como un valor comercial y que la descarga sexual sólo está permitida con el fin de que restablecido el equilibrio personal, pueda el hombre aumentar la producción: él mismo será el productor y el consumidor. Para ello se servirá de la publicidad erótica cuyo núcleo es el cuerpo. A este proceso le llama desublimación represiva: la civilización industrial avanzada actúa con un mayor grado de libertad sexual: actúa en el sentido que ésta llega a ser un valor de mercado y un elemento de las normas sociales. Sin dejar de ser un instrumento de trabajo, se le permite al cuerpo exhibir sus caracteres sexuales en el mundo de todos los días y en el mundo de las relaciones… El sexo se integra al trabajo y a las relaciones públicas y de este modo se hace más susceptible a la satisfacción controlada” (Sanabria, 2000: 181).

El cuerpo, en la pornografía es la palabra, es el único sentido, su plenitud significante está en el mutismo del monólogo que representa el consumo mismo. Corporeidad ya no es noción de existencia sino de uso. Yo soy mi cuerpo, soy mi propia moneda de cambio es la consigna. Encarnar no es ser sino simplemente hacerse presente a los sentidos, a las acciones sensoriales. La dimensión integral de la corporeidad en la pornografía y la prostitución deja de hacerse presente. La maravilla de la unidad plural que es el hombre se diluye en la fachada; en el cuerpo como firma y expresión única; como reducción confusa de lo que distingue al hombre del animal y de la cosa. La desnudez y la genitalidad son la estimación suprema; la experiencia del cuerpo es espectáculo; significante y significado, el culto al cuerpo como culto al sexo. Este somacentrismo que apunta: body experience como self experience, reduciendo al hombre a sólo cuerpo difumina el sentido trascendente de la persona. Un cuerpo humano como significado social es materialismo al extremo.

Bajo esta mira, la estructura misma para la realización personal es fuente sin agua; presa acabada. El vivir raquítico, inacabado que propone la mitificación y reducción de la condición humana a una ontología de autoconsumo nos lleva de la adicción a la pornografía al canibalismo existencial.

La divinización sexual como extensión del industrialismo y el capitalismo voraz ha generado su propia ley de evolución, dominación y desarrollo. La desmesura y el desenfreno del consumismo corporal que propone la industria pornográfica y sus complejas redes mediáticas sí que conlleva más de un peligro que trasciende a la reducción humana a función sexual y bien de consumo. Ya lo dice Paul Ricoeur: “la generación de Freud jamás había contado con que la eliminación de los tabúes sexuales tuviera este resultado: pérdida de su valor por la facilidad, pues todo lo que facilita el encuentro sexual fomenta al mismo tiempo su caída en la trivialidad y en la insignificancia” (Sanabria: 196).

Insignificancia, carecer de significado, en sintonía con Ricoeur, es carecer de sentido, de historicidad, de proyecto. La vida como ausencia de sentido es derrotar la condición humana. La mezquindad propuesta por la cultura del sexo nos coloca en tierra baldía; siempre en el límite.
De ahí la resonancia del estudio: “Impacto de los Medios en las actitudes y Comportamientos Sexuales Adolescentes” publicado en la Revista Pediatrics en Julio de 2004. En él se indica que los adolescentes sexualmente activos tienen un riesgo más alto de depresión y suicidio dado que las experiencias sexuales tempranas están asociadas con otros comportamientos dañinos como el alcohol, la marihuana y consumo de drogas resultando de ello más de 900 mil adolescentes embarazadas o infectadas de alguna enfermedad de transmisión sexual tan sólo en la Unión Americana.

Este estudio comparado con el realizado por Peter Stock titulado “Los efectos dañinos sobre los niños de la exposición a la pornografía” nos ofrecen valoraciones importantes pues se encontró que el incremento en el comportamiento sexual abusivo entre niños está en aumento siendo ahora niños los victimarios de otros niños. La variable encontrada que está detonando dichos comportamientos está en la pornografía consumida vía televisión por cable e Internet. Los niños agresores confesaron haber imitados los comportamientos ahí vistos y retratados.

Los informes también citan trabajos de investigación que muestran que la exposición a la pornografía, especialmente de naturaleza extrema o violenta, tiende a reforzar el comportamiento agresivo y lleva a los espectadores a imitar lo que ven. Las investigaciones demuestran que “hay una correlación de modesta a fuerte entre la exposición a la pornografía y la actividad desviada de los individuos. También hay preocupación por el hecho de que la pornografía distorsione el desarrollo sexual de niños y adolescentes. La pornografía no sólo no da una adecuada visión de la sexualidad humana, sino que también deshumaniza a las mujeres” (Zenit, 2005).

En otro estudio publicado por Anthony Barnes y Sophie Goodchild para el diario inglés The Independent, los autores identificaron no sólo el crecimiento expansivo de una industria cuyo mercado a nivel mundial asciende a más de 38 mil millones de dólares anuales, sino que además es la Gran Bretaña el sector de mayor crecimiento en lo que se refiere a la producción y consumo de pornografía on line; el mercado local está valuado en 1.8 mil millones de dólares. Más de 9 millones de hombres (40% de su población masculina) descargaron pornografía con relación a los 2 millones reportados en el año 2000 versus el paso de un millón a 1.5 de mujeres que detectó la agencia Nielsen NetRatings. La misma encuesta ubicó que cerca de 7 millones de niños (50% de la población infantil) se han topado con contenidos pornográficos en la red. Esas cifras revelan igualmente que en promedio uno de cada cuatro hombres de entre 25 y 49 años consumen frecuentemente pornografía en un país en el que la venta de pornografía hardcore es legal y en el que más del 40% de los conflictos de pareja se han agravado por el consumo de la pornografía (2006).

Entre los factores que están impulsando este tsunami de consumo pornográfico han logrado ubicar seis tendencias:

• “Aumento de las tensiones maritales, y riesgo de separación y divorcio;
• descenso de la intimidad marital y de la satisfacción sexual;
• infidelidad;
• apetito en aumento de formas más gráficas de pornografía y actividad sexual asociada con prácticas abusivas, ilegales e inseguras;
• devaluación de la monogamia, el matrimonio y la crianza de los hijos;
• un creciente número de personas debatiéndose con un comportamiento sexual compulsivo y adictivo” (Zenit, 2005).

El impacto del consumo pornográfico se resiente en los niños, adolescentes, jóvenes, matrimonios, familias y en la comunidad entera. Ya existen organismos como la Academia Americana de Abogados, que reportan en sus informes anuales el incremento de divorcios derivados de encuentros amorosos con personas en la red (68%) y un 56% derivados de la adicción a la pornografía.

Casos como el de la Gran Bretaña, Estados Unidos y la explosión de los mercados emergentes de pornografía no sólo nos hablan de una industria floreciente, de sectores alternos que mueven clandestinamente las economías mundiales o una actitud “más relajada” ante la sexualidad.

Todas estas cifras y la complejidad psicosocial que se percibe en la evolución histórica de la industria pornográfica ponen de manifiesto que hay un problema serio ante el cual no podemos asumir una posición irresponsable que raye en el permisionismo mediático, en el argumentar supuesto intelectualismo y apoyo a las libertades presuponiendo una actitud crítica, libre e inteligente por parte de todos los receptores o una que intente desligar a los medios de su responsabilidad y compromiso social, porque no existen argumentos “científicos” que demuestren el impacto e influencia negativa en el consumidor.

Nuestra prioridad como investigadores de la comunicación debería centrarse en el indagar: las motivaciones de los afectos a la pornografía para tratar de entender qué tipo de carencia existencial, emocional, psicológica, cognitiva, biológica o moral los está llevando al consumo y está “satisfaciendo”; cómo están interpretando los contenidos pornográficos para comprender cómo es que los asimilan y los convierten en uno de sus principales instrumentos o agentes de socialización; qué tipo de uso ritual o social hacen con la pornografía y de qué manera estructuran sus relatos para que su discurso se vuelva adictivo; cómo es que la pornografía les permite hacer validaciones consensuales de sus normas, controles, jerarquías sociales y roles sexuales; de qué modo responde la pornografía a sus expectativas, necesidades, intereses; cómo socializan los consumidores tras la experiencia pornográfica; qué tipo de ritos, dinámicas sociales, agenda pública y organización de relaciones interpersonales alteró el consumo pornográfico; qué tipo de recodificación de la realidad han hecho los usuarios al “decirles” la pornografía cómo es el mundo y cómo deben estar en él.

La pornografía ha seducido de tal forma al mundo, que quienes le rinden pleitesía y hacen apologías pseudointelectuales, no pueden percibir que más allá del “placer fisiológico inmediato”, la eliminación de tabúes sexuales y la “supuesta libertad de expresión” ha modificado de tal forma la respuesta emotiva, cognitiva, biológica y moral del individuo ante la realidad que no podemos quedarnos con los brazos cruzados.

La tendencia adictiva a la pornografía nos deja ver a través de sus mecanismos de interacción simbólica que hay una cierta tensión y un conflicto severo en la manera como tejemos las relaciones interpersonales y cómo dotamos de sentido la realidad en la cultura contemporánea.

Necesidades, miedos, deseos, angustias, esperanzas y soluciones que aún desconocemos se ubican en la narrativa sintáctica de la pornografía y en el tipo de semantización que hacemos del mundo y que no hemos podido decodificar correctamente. De ahí el vacío significativo; la trasgresión ritual de las tradiciones sociales señaladas por Giddens; la transferencia de los valores sexuales y morales al espectáculo y el entretenimiento; la inmersión del espectador en interacciones parasociales simulando que se relaciona con gente real en sus supuestas relaciones virtuales; la invención economicista de la “libertad sexual” reforzada por enfoques relativistas de la noción ideologizada del género impuestas para impulsar a la industria más que para el desarrollo integral de la persona; la construcción de personalidades desviadas, individualistas, utilitarias y hedonistas.

Los estudiosos de la comunicación deberíamos atender más delicada, ética y concienzudamente la problemática para responder con argumentaciones que iluminen científicamente el panorama social.

La preocupación por el tema no es una mera apreciación ética por la posible influencia corruptora, una posición moralista ante el tema de la sexualidad o un conservadurismo intolerante por la expresión humana. Atender la problemática con el fin de conocer quién produce, con qué intención y qué efectos ha logrado, nos llevará a poder generar herramientas de comunicación que doten al receptor de una noción crítica que le permita contrarrestar dicha intencionalidad comunicativa y, de igual forma, establecer los puentes de corresponsabilidad con los distintos actores sociales y agentes socializadores que impedirán que los contenidos pornográficos dañen el desarrollo humano, de niños, adolescentes y adultos.

Por una educación medial para una mirada responsable

La carrera se está cursando en pistas paralelas. Por un lado la industria pornográfica está tejiendo redes más sofisticadas y seductoras para enganchar a sus consumidores. Por otro, cada vez son más los investigadores que tratan de indagar los posibles efectos, impactos y consecuencias producto de dicho acto persuasivo. Nuestra apuesta, sin duda, no en la denuncia estéril ni en la satanización de la sexualidad humana, sino por el contrario radica en la educación y concientización no sólo de los niños y jóvenes, sino de todos los actores que se puedan ver relacionados con los procesos de socialización de los temas vinculados con la sexualidad humana. Es necesario involucrar a organismos gubernamentales, los creados por la sociedad civil, instituciones educativas, políticas, económicas, legales, a los padres de familia y a los mismos consumidores para que comprendan su corresponsabilidad.

Es necesario entender que la pornografía es un problema:
Económico: por el problema financiero que implica el comercio ilegal, el tráfico clandestino, la omisión de impuestos y la misma facturación de impuestos y privilegios a los sitios que producen problemas de salud social.
Político: por la forma como tejen geopolíticamente sus redes las mafias, las conexiones establecidas en el poder, la corrupción de los sistemas, la movilidad humana y migración ilegal de personas.
Salud: el incremento de enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, abortos, de rehabilitación, de consumo de estupefacientes, violaciones, asesinatos, suicidios.
Cultural: la degradación estética de las artes, la reducción de la calidad de los contenidos de los medios, la conformación de una cultura que rinde culto al cuerpo.
Social: divorcios, descomposición del tejido social, narcotráfico, ludopatía, sexopatías.
Seguridad social. Incremento de secuestros, redes de pederastas, tráfico de infantes, aumento de la prostitución, la legalización del comercio sexual.

Y así como esto podríamos incrementar la lista de implicaciones e indicadores a la luz de un enfoque sistémico. De ahí nuestra apuesta por la educación medial e hipermedial; por impulsar un modo de alfabetización que dote de herramientas a cada actor para que: se reduzca la exposición y consumo; para desarrollar habilidades y competencias que mitiguen el encuentro, la experiencia, el consumo y los efectos; para ofrecer alternativas sanas para la comprensión de la sexualidad; para fomentar actitudes y conductas éticas y responsables; para educar desde temprana edad la visión responsable y educada de los contenidos de los medios desarrollando el juicio crítico y la valoración adecuada de la sexualidad humana; impulsando la identificación de intenciones manipuladoras. Ello sólo será posible en la medida que se establezca un trabajo conjunto y multidisciplinario entre educadores, psicólogos, sociólogos, antropólogos, bioeticistas y comunicadores. Ya existen en la actualidad instituciones que están trabajando en la Educación en Medios bajo una óptica similar como: el Center for Advanced Technology in Education y su Media Literacy Online Project dirigido por la Universidad de Oregon; el Carnegie Council of Adolescent Devolpmente; la American Academy of Pediatrics; la Youth Media Network ubicada en Prunedale, California; el Indiana Humanities Council; The Internacional Clearinghouse on Children, Youth and Media de NORDICOM, Universidad de Goteborg, Suecia; la Association for Media Literacy; el Centre for the Study of Children, Youth and Media; The New Mexico Media Literacy Project; el Institute for Multimedia Literacy; Strategies for Media Literacy en San Francisco; Studies in Media & Information Literacy Education, entre otros; no todos exploran el tema de la prostitución y sus efectos. No obstante, sus trabajos ofrecen directrices muy valiosas que podrían replicarse, con su respectiva adaptación al tema.

Muy probablemente la educación mediática no sea la solución ni salvación; de hecho estamos conscientes de que no es la única vía pero sí una que puede incrementar nuestra capacidad para encontrarle un sentido al mundo en que vivimos a través de los medios.
Nuestra posición crítica no debe ser una actitud teórica a la defensiva, discriminatoria, de resistencia, proteccionista ni excluyente; al contrario, debemos trabajar en la construcción de herramientas intelectuales analíticas, dotadas de rigor científico, democráticas, racionales, críticas, distanciadas, éticas que permitan evitar la contaminación mediática, extraer valoraciones positivas, doten de sentido la experiencia medial, desarrollen la comprensión y la participación de los actores para que ellos mismos generen contenidos que puedan disfrutar y gozar positivamente al emitirse en los medios. David Buckingham llama a este proceso aprender a leer y escribir textos mediáticos. La formación de lectores y escritores permite comprender más fácil y ampliamente los factores sociales, económicos, políticos y culturales de cada mensaje que se tatúa en la vida social.

Lograr la creación de un programa integral de Educación en medios para una visión crítica ayudaría sin duda a que niños y jóvenes tengan una conciencia más plena de su dignidad y su destino y de todos los seres humanos y ellos mismos busquen aquellos contenidos que ofrezcan una visión auténtica de la sexualidad y la condición humana. Educar crítica y activamente puede ayudar a evitar: el desprecio de la sexualidad, la parálisis de la sensibilidad, la perversión de las relaciones humanas, la dependencia, la explotación a individuos, el reforzar agresiones; la destrucción de matrimonios y de la vida familiar, la objetivización de las personas, el permisionismo y nihilismo moral, el inspirar actitudes antisociales y debilitar el tejido moral de la sociedad. El trabajo en una Educación en medios de forma integral implica también el tomar medidas económicas, políticas y legales, regulatorias, el impulsar la creación de códigos normativos y de conducta para los actores mediales con el fin de estimular las prácticas sociales y culturales que contribuyan al bien común y se orienten al desarrollo integral de las personas; así como el que padres de familia impulsen desde casa una vida familiar equilibrada que les permita discernir adecuadamente; con educadores para que inculquen en su currículum valores éticos y sociales que le garanticen unidad en su desarrollo familiar y social; con las autoridades públicas para que administren con justicia el marco legal garantizando un control riguroso del material pornográfico; las instituciones para que enseñen verdades morales objetivas que eviten la confusión moral de los usuarios de los medios.

El combate a la pornografía y sus derivados mediales es sin duda la pista sobre la cual habremos de correr los comunicadores en el presente milenio; dejar que contrincante gane la carrera puede ser el primero de nuestros atentados contra una profesión (la del comunicador) que está llamada la transformación individual y social a partir del hacer común los más profundos mensajes que hagan entrar a los hombres en un proceso constante de comunión y renovación.

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Fuente: Grupo de investigación Amic