Para sufrir problemas de salud, habría que beber más de 14 latas de refrescos dietéticos al día.
Para ser alguien que jamás ha hecho dieta, bebo mucha Coca-Cola light. Normalmente es lo primero que tocan mis labios por la mañana y, a menudo, lo último que degusto por la noche. No hay sonido que me resulte más gratificante que el estallido de una lata al abrirse. Culpo a las épocas de exámenes de la Universidad, cuando necesitaba tomar un trago de esta bebida cada poco si no quería que mi cabeza cayera encima de la mesa. Eso fue hace una década, pero sigo engullendo a diario cuatro latas o más. Ya me he bebido unos 5.000 litros, así que calculo que a los 60 años habré ingerido una cantidad similar a la capacidad de una piscina particular.
Encima, no es que me guste su sabor, porque realmente ya no me sabe a nada. Tampoco la tomo porque quiera adelgazar, pero como no bebo café, anhelo el golpe de cafeína que me da. Estoy irritable y distraída cuando no tengo garantizado un suministro constante y llegué a pagar cinco libras (casi ocho euros) por un vaso de Coca-Cola light en un café de Florencia. No hay nada natural en el agua carbonatada de color caramelo —se necesitan estudios de química para interpretar los ingredientes que aparecen en la etiqueta—, de forma que hasta para el consumidor más adicto a la Coca-Cola light resultará difícil defender que es buena para su salud.
En un lateral de la lata, bajo el título «Información nutricional por cada 100 ml» aparece la siguiente lista: Carbohidratos: 0 g; Proteínas: 0 g; Grasa: 0 g; Energía: 0,4 cal. No hace ninguna mención a las vitaminas. El objeto de este ejercicio parece ser un balance de contabilidad. Es decir, de su brillante lata no obtendrá nada que tenga valor nutritivo, pero ¡atención! tampoco las repugnantes calorías de ningún otro componente.
El aspartamo
Pero, ¿en realidad es mala la Coca-Cola light para usted? En una ocasión, un periodista especializado en temas científicos, del mismo periódico en el que yo trabajaba, me enseñó una revista médica que decía que los refrescos light producían agujeros en el cerebro de ratas de laboratorio. Ese día únicamente bebí agua mineral, pero al siguiente seguí con mi ritual. Tenía entonces 21 años.
La obsesión con las dietas para depurar el hígado, el yoga y la fibra me duró algunos años más. Pero en cualquier caso tenía que mantenerme despierta cuando me tocaba el turno de noche.
Hace unos años me llegó un email en el que se decía que el aspartamo (el edulcorante utilizado en muchas bebidas dietéticas) era el responsable de un sinnúmero de horrores, entre los que estaban incluidos la epilepsia, la esclerosis múltiple y los tumores cerebrales.
Si teclean aspartamo (o aspartame, en inglés) en el buscador Google encontrarán unos 113.000 resultados en la Red, entre los que se incluyen enlaces con sitios de grupos de ayuda a víctimas de este aditivo y un centro de toxicidad del aspartamo aparentemente oficial.
Los fanáticos del dominio de Internet aspartemekills.com (el aspartamo mata, en inglés) anuncian que el edulcorante en cuestión produce esclerosis múltiple, lupus eritematoso, diabetes, el polémico síndrome de fatiga crónica e, incluso, el de la Guerra del Golfo. En esa misma web se llega a sugerir que OJ Simpson sufría una intoxicación por aspartamo en el momento en que asesinó a su esposa. Una evidencia difícilmente demostrable.
Según los fabricantes de la bebida refrescante, todo esto es un tremendo y desafortunado malentendido y declaran no saber por qué la Coca-Cola light suele ser el blanco preferido de todos los teóricos de la conspiración. «Cualquier fragmento de la información científica disponible en este momento dice que el aspartamo es seguro y conveniente», dicen en su página web. «Antes de su aprobación fue sometido a una de las revisiones más concienzudas que se han realizado hasta la fecha», reiteran.
Composición
Entonces, ¿dónde está la verdad? Este edulcorante, descubrimiento de las compañías NutraSweet y Equal, se compone de dos aminoácidos: ácido aspártico y fenilalanina. A diario los ingerimos en la comida (leche, fruta o vegetales). Hay personas que carecen del enzima necesario para procesar la fenilalanina, por eso todos los alimentos y bebidas que la contienen deben llevar una etiqueta de advertencia a estos pacientes con fenilcetonuria.
No son pocas las organizaciones médicas de prestigio que dicen que el aspartamo, que se comenzó a usar a principios de los 70 y ha sido sometido a más de 200 estudios desde entonces, es seguro. Entre ellas, el Comité Científico sobre Alimentos de Bruselas, la FDA estadounidense o la Sociedad Médica Americana.
Por su parte, la Agencia de Estándares Alimentarios fundada por el gobierno británico en 2000 y auténtico perro guardián independiente de la seguridad de los alimentos dice que no hay evidencia científica fiable que respalde las demandas que apuntan que el aditivo causa los graves trastornos a los que se ha venido asociando. Sin embargo, habrá que estar a la expectativa de los resultados, aún no publicados, de un estudio que se está llevando a cabo en el prestigioso King’s College londinense, en el que se determinará si existe alguna asociación entre aspartamo y el cáncer cerebral.
Catherine Collins, jefa del Servicio de Dietética del Hospital St. George (Reino Unido) y portavoz de la Asociación Británica de Dietética, comenta que, a pesar de la información alarmista, confía en este elemento precisamente porque se compone de aminoácidos que están de forma natural en otros alimentos. Más preocupante, según ella, es la sacarina que sí ha producido cáncer de vejiga en ratas de laboratorio.
De esta forma, y aunque no apoya su uso en grandes cantidades, Collins dice que beber Coca-Cola light con moderación no le matará. ¿Quiere esto decir que puedo beber toda la Coca-Cola light que se me antoje? No exactamente. Hay un pequeño impedimento: la cafeína (indudablemente el componente al que soy adicta). Una taza de café de máquina lleva aproximadamente 140 mg de este estimulante, mientras que la Coca-Cola light contiene unos 45 mg. Así, aunque me tome cinco latas, ingeriré menos cantidad que con dos tazas de café.
Pero, al igual que sucede con muchos alimentos que tienen aditivos artificiales, hay un límite de seguridad. Un adulto medio no debe tomar más de 40 mg de aspartamo por kilo de peso y día. Para superarlo, habría que ingerir al menos 14 latas diarias. De lo dicho se deduce que mi hábito de tomar cuatro resulta patético.
The Guardian/ El Mundo |