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Problemas de salud pública y responsabilidad personal

Ante la obesidad, la industria alimentaria se pone a dieta

A medida que la obesidad se percibe como un importante problema de salud pública, la cuestión de la responsabilidad pasa al primer plano. ¿La dieta depende de la elección personal o está decisivamente condicionada por la industria alimentaria? El debate recuerda la clásica discusión sobre la responsabilidad del tabaquismo. En cualquier caso, las multinacionales alimentarias empiezan a tener un problema de imagen, que podría llevarles mañana ante los tribunales como si fueran tabacaleras.
Cuando la báscula da su veredicto inquietante, hay quien, más que mirar a lo que se pone en el plato, maldice al productor de alimentos o al incitador. De ahí que las empresas alimentarias deban estar muy atentas para preservar su imagen.

Un problema de imagen

Según un estudio de Morgan Stanley entre 1.000 personas de Francia, Gran Bretaña y EE.UU., hecho público el 5 de noviembre (Le Monde, 7-XI-2003), los consumidores europeos se muestran muy críticos con algunas empresas, especialmente McDonald’s y Coca-Cola. Más del 65% de los franceses citan los fast food como directamente responsables de la dieta insana, crítica que comparten el 60% de los británicos, pero solo el 30% de los americanos.

Los franceses incriminan también a los productos de confitería (Kit Kat), los británicos a las marcas de helados (Magnum) y de chocolates (Cadbury y Nesquik). En cambio, empresas como Danone, Nestlé y Kellogg’s quedan bien situadas con un porcentaje superior al 60% en productos “buenos para la salud”.

En EE.UU. un informe publicado en abril por J.P. Morgan advertía a las empresas alimentarias del riesgo de una creciente regulación y de demandas en los tribunales. Allí un problema de salud pública que cae en manos de abogados engorda sin remedio la actividad de los tribunales. De hecho, ya hay varias demandas contra empresas alimentarias acusadas de provocar la obesidad de los querellantes.

En algunos países empiezan a surgir propuestas para regular más estrictamente la industria alimentaria. Algunos senadores americanos han propuesto imponer más tasas a los alimentos con mayor “riesgo” de engorde: cookies, donuts, bebidas azucaradas... Otros quieren un control más estricto de los mensajes con los que las empresas alimentarias aseguran que sus productos son buenos para la salud. Las asociaciones médicas de Australia y EE.UU. se inclinan también por impuestos más elevados para las fatty foods (cfr. Time, 11-VIII-2003).

La industria reacciona

La industria alimentaria, que hasta ahora ha comido a dos carrillos, ha visto encenderse la luz de alarma y empieza a reaccionar.

El primer movimiento ha consistido en recurrir a los productos light, bajos en algún componente. Casi todas las empresas han ampliado la gama de estos productos. En Francia, Fleury-Michon dice que ha reducido un 25% la proporción de sal en cuatro platos cocinados. Kraft-Foods, el más importante grupo alimentario americano, ha desplegado también nuevos productos light.

Pero el “bajo en grasa”, como el “bajo en nicotina”, no es una línea de defensa muy sólida. “Las marcas lanzan productos aligerados en grasa, pero omiten precisar que los aumentan en azúcar, y la manera en que enaltecen los efectos de sus productos sobre la salud de los consumidores a menudo es pura alegación”, declara a Le Monde (3-IX-2003) Babette Leforestier, que el pasado octubre publicó un estudio sobre este tema.
Una segunda reacción consiste en sumarse a la lucha contra la obesidad. Por una parte, las empresas mejoran el etiquetado para ser más transparentes respecto a la composición de los alimentos. La información nunca está de más. Pero, aunque es posible que eso sirva de coartada en caso de demandas judiciales, resulta bastante improbable que el consumidor saque la lupa para estudiar la composición del yogur antes de comprarlo en el supermercado.
Más práctico es reducir el tamaño de las porciones individuales de los productos, como Kraft Foods ha anunciado. Si antes se rivalizaba en “big”, ahora la palabra clave es “reducir”. También Danone proclama que ha optado por reducir la proporción de grasas y mejorar las materias primas.

Coca-Cola se retira de las escuelas

Más novedosas en la industria alimentaria son las invitaciones a la moderación y su renuncia voluntaria a acciones de promoción en las escuelas. La creciente proporción de niños obesos, que no augura precisamente cuerpos Danone, preocupa a padres y médicos, y supone una amenaza para la industria alimentaria.

Para mostrar su buena disposición, Coca-Cola anunció el 17 de noviembre que iba a retirar su bebida de las escuelas primarias americanas. Solo propondrá a los niños zumos de frutas, bebidas lácteas, agua y productos energéticos para el deporte. Y asegura que sus anuncios “no se dirigen a los niños de menos de 12 años”, cosa que nadie había advertido hasta ahora. También Kraft ha decidido renunciar a acciones de promoción comercial en las escuelas.

Si antes las empresas alimentarias se hacían cómplices de los caprichos nunca bastante satisfechos del consumidor, ahora descubren el atractivo de la contención. Pepsi invita al público a consumir con moderación sus productos de snack que deben ser “pequeños placeres ocasionales”.

En la publicidad se va a evitar la presentación de individuos sedentarios que consumen compulsivamente. El niño arrellanado en el sofá ante la televisión mientras picotea chuches será barrido de la publicidad televisiva, aunque siga siendo una realidad en el salón.
Para prevenir la obesidad, especialmente en los niños, todos están de acuerdo en la necesidad de “un gran esfuerzo educativo”. El niño de hoy, como el de ayer, suspira por las chucherías. Pero antes la falta de dinero y una mayor firmeza de los padres ponía coto a los caprichos. Ahora la sobriedad es una asignatura donde el fracaso escolar es masivo y en la que los padres ayudan menos que en matemáticas. Los profesores comprueban que, a la hora del recreo, de las mochilas salen jugos de frutas, barras de chocolate, chuches saladas o dulces. Hay como una necesidad imperiosa de evitar cualquier mínima sensación de hambre. En algunas escuelas han llegado a prohibir este picoteo durante el recreo para que los niños tengan apetito en las comidas formales.

Influencia de los estilos de vida

Puestos a buscar algún culpable de la epidemia de obesidad, todo el mundo apunta el dedo acusador contra la influencia de los estilos de vida. Algo que, sin duda, forma parte de la explicación, y que ofrece la ventaja de comprometer poco la responsabilidad personal.

El sedentarismo es el caldo de cultivo del sobrepeso, y todo contribuye a favorecerlo en la sociedad de hoy. Las largas horas pasadas sentados en el trabajo, la mecanización de las tareas que ha sustituido al trabajo manual, los desplazamientos en coche sin apenas andar, el aumento del ocio pasivo en los niños (TV, consolas...) con menos juegos al aire libre, conspiran para reducir la actividad física.

Dentro del estilo de vida entra también la modificación de los hábitos alimentarios, sobre todo en las zonas urbanas. Un estudio realizado en 133 países en desarrollo indica que la migración a las ciudades puede suponer hasta una duplicación del consumo de platos ricos en grasas y azúcar. Los recién llegados del campo se apuntan a este tipo de alimentación barata e inmediatamente disponible en el supermercado, abandonando una comida tradicional más costosa y que necesita más tiempo de preparación.

Esto explica que el problema de la obesidad se haya extendido cada vez más a los países en desarrollo, sobre todo en las economías en transición, que han pasado de la pobreza rural a la mayor prosperidad urbana.

Pero es en los países más desarrollados donde es mayor el porcentaje de gente con sobrepeso. En la UE, según datos de Eurostat, alrededor del 17% de los adultos tiene sobrepeso y un 6,5% son obesos. En EE.UU. la proporción se dispara hasta un 30% de gente con kilos de más.

La creciente tendencia a picar algo frecuentemente en vez de sentarse para hacer una comida formal significa que se come más y peor. Por eso, la recuperación de las comidas en familia, en vez de saquear el frigorífico a cualquier hora, contribuye no solo a mejorar el diálogo familiar sino también la salud.

La templanza, dieta del espíritu

Pero la influencia de los estilos de vida no supone hacer dejación de la propia responsabilidad, como subraya Andreu Segura, profesor de Salud Pública de la Universidad de Barcelona: “Suponer que cualquier adicción es superable sin la voluntad del afectado es una ingenuidad, y el mismo argumento vale para las conductas que hemos dado en llamar estilos de vida. Sufrimos los condicionamientos económicos, ambientales y biológicos, pero no somos ajenos a ellos y, en algún grado, contribuimos a crearlos o a mantenerlos” (El País, 9-XI-2003).

No necesitamos el permiso de nadie para hacer más ejercicio en vez de ir con el coche de puerta a puerta, no comer a deshora, o ponernos menos en el plato.

Pero este ejercicio de contención exigiría recuperar un hábito del que se habla poco aunque es decisivo en este problema: la templanza. El pensamiento clásico tuvo claro que la búsqueda del placer que se obtiene de la comida y del sexo necesita ser moderada. Y no solo por motivos de salud física, sino también espiritual. El filósofo alemán Josef Pieper lo explicaba así: “La tendencia natural hacia el placer sensible que se obtiene en la comida, la bebida y en el deleite sexual es la forma de manifestarse y el reflejo de las fuerzas naturales más potentes que actúan en la conservación del hombre. (...) Pero precisamente porque esas potencias representan la actividad irrefrenable constitutiva de lo que es vida, y por ir insertas como elementos en el núcleo mismo de la definición del hombre, sobrepasan también a todas las energías en capacidad destructora cuando se desordenan” (Las virtudes fundamentales).

De ahí la necesidad de una moderación que guarda al hombre defendiéndolo contra sí mismo. Ahora son las dietas las que ofrecen fórmulas garantizadas para elevar al hombre y a la mujer hacia la salud y la belleza. Pero desconfiamos, con razón, de las que no implican privaciones.
La epidemia de obesidad nos pone delante de los ojos un desorden que exige cambios en los estilos de vida, en las prácticas de la industria y en los hábitos alimentarios. Pero esos cambios nunca dispensarán del hábito de la templanza, esa dieta del espíritu que va dirigida a poner orden en el interior de la persona antes que en el perímetro de la cintura.

Todo por el músculo

La falta de moderación puede aquejar también a gente que hace grandes esfuerzos para modelar su cuerpo. Por eso el recurso al dopaje no es exclusivo del deporte de alta competición. También lo emplean personas corrientes, hombres sobre todo, que aspiran no a medallas, sino a impresionar –primero a sí mismos– con un aspecto de baywatcher televisivo. Este dopaje popular es ya un problema de salud pública, también psíquica.

En esta era de la satisfacción y el éxito inmediatos, el candidato a Hércules no tiene paciencia para desarrollar la musculatura poco a poco y trabajosamente atado al potro de los aparatos gimnásticos. Quiere resultados ya, pero las pesas y la cinta continua rinden a largo plazo, aparte de que su eficacia, para muchos, parece tener un límite. Cansado de no progresar deprisa o de no progresar más, el cliente del gimnasio recurre a los anabolizantes. Lo que quizá no se imagina son las consecuencias.

La droga de los gimnasios

No hay datos precisos sobre la extensión del fenómeno. La Comisión Europea publicó en 2002 un sondeo realizado en gimnasios de seis países. El 6% de los parroquianos reconocieron tomar esteroides de modo habitual. Si la tasa se pudiera extrapolar a toda la UE, resultaría un total próximo a un millón de personas entre los 16 millones de inscritos en los 23.000 centros de fitness que operan en territorio de los Quince.

Otro indicio indirecto viene proporcionado por la represión del tráfico clandestino de esteroides, que son sustancias prohibidas en la mayor parte de los países. A finales de octubre, los aduaneros belgas se incautaron de casi un millón de comprimidos de metandrostenolona, el mayor alijo de anabolizantes interceptado hasta la fecha, por valor de unos 500.000 euros. El destino principal de tales cargamentos son los gimnasios, que venden las drogas bajo cuerda. Pero el comercio se ha extendido últimamente también por medio de Internet. Un sondeo hecho el año pasado por el gobierno del Estado alemán de Baja Sajonia encontró 250 denominaciones de productos anabolizantes que se ofrecen al público en la red.

El año pasado, la British Medical Association incluyó el uso de anabolizantes en su lista oficial de peligros para la salud pública. En Gran Bretaña, el gobierno estima en 42.000 el número de personas que emplean esteroides. Preocupa sobre todo que se estén difundiendo entre chicos –varones casi todos– de 14 años o menos. Esto indica además que el problema no está confinado a los gimnasios, pues pocos chicos de esas edades los frecuentan.

En busca del cuerpo perfecto

En el caso de los más jóvenes, el recurso a estas sustancias parece obedecer a la busca de un remedio expedito para ciertos problemas de autoestima típicos de la adolescencia. Hoy, estas dificultades, que han experimentado los chicos de todas las épocas, están agravadas por la difusión masiva, a través de la publicidad, de modelos ideales de apariencia física. La anorexia, que es sobre todo femenina, tiene el mismo origen.

La psicología de los adultos que abusan de los esteroides es similar. “Están dispuestos a usar todos los medios para acercarse a una imagen idealizada, o más bien fantástica, que se relaciona exclusivamente con una envoltura muscular hipertrofiada”, declaran a Le Monde (14-XI-2003) dos psicólogos deportivos, Stéphane Proïa y Dorian Martinez.

En esta búsqueda del “cuerpo perfecto” se emplean además otros productos como los suplementos nutritivos, también muy populares (las ventas crecen al 10% anual) entre deportistas y clientes de gimnasios. Buena parte de esos preparados no contienen solo minerales y vitaminas, que son anabolizantes naturales. Hace dos años, el laboratorio antidopaje de Colonia analizó 634 suplementos obtenidos en 13 países, y halló que el 15% llevaban esteroides. Un año después, las autoridades francesas investigaron 185 productos, de los que 101 resultaron ser no conformes con las normas sanitarias, por incluir sustancias prohibidas o dosis de nutrientes o vitaminas superiores a las autorizadas.

Píldoras de la eterna juventud

En fin, también la edad avanzada tiene sus píldoras mágicas, si bien en este caso la prioridad no es acrecentar la masa muscular. Muchas mujeres han recurrido a la terapia hormonal contra los efectos de la menopausia, pese a que se acabó por comprobar que los beneficios eran mínimos o ilusorios, y los riesgos, apreciables (ver servicio 47/03). Algo semejante ocurre entre los hombres maduros, que están consumiendo cantidades exageradas de testosterona, la hormona masculina de la que los esteroides son derivados artificiales. La terapia con testosterona está indicada para trastornos muy determinados y raros, por lo que no se entiende que el año pasado la usaran más de 800.000 pacientes en Estados Unidos. Demasiados hombres la toman para contrarrestar los síntomas del envejecimiento, pues creen que refuerza la libido, mejora las funciones cognitivas y aumenta la sensación de bienestar general.

Pero en octubre último, el Instituto de Medicina de Estados Unidos publicó un informe en que daba la alarma. Fuera de los casos para los que fue aprobado, dice, el tratamiento de testosterona no surte ningún efecto beneficioso detectable; en cambio, hay indicios de que aumenta el riesgo de cáncer de próstata y de trastornos cardiovasculares.

A la felicidad por la química

Los efectos secundarios del abuso de esteroides son más conocidos: acné en la piel, aumento de las secreciones, aceleración del ritmo cardiaco, trastornos del impulso sexual, aumento de la agresividad... Por eso Viviane Reding, comisaria europea de Cultura, Educación y Deportes, advierte que “es sobre todo un problema de salud pública”, antes que deportivo. Y se queja de que los gobiernos no lo atacan: “Hay una presión muy fuerte sobre los gobiernos y sobre las federaciones para tomar medidas contra el dopaje –explica en una entrevista para el número citado de Le Monde–. Pero no hay presión alguna para que se haga algo en materia de salud pública”.
El francés Jean Billard, doctor en psicología clínica y responsable de Ecoute Dopage, un servicio gratuito de asistencia por teléfono, va al fondo cuando advierte que el dopaje, como la sobremedicación o las distintas adicciones, son síntomas de un mal que aqueja a la sociedad de hoy. “Cada vez más, la gente corriente adopta conductas dopantes para afrontar las múltiples pruebas de la vida”. Es la búsqueda del remedio fácil, de la felicidad en la química.
Juan Domínguez

Aceprensa 166/2003