El diálogo entre ellos es pausado, suave, con las palabras adecuadas. Nadie eleva el tono de voz para no incomodar al resto. Cuando quieren tomar la posta levantan la mano, y al terminar de relatar sus experiencias, los otros compañeros les dicen “gracias”, a coro. Para referirse a sus pares utilizan el término hermanos, aunque otros prefieren llamarse simplemente compañeros. Llevan diferentes formas de vida. Sus trabajos y actividades van por caminos separados. La familia de cada uno está compuesta de maneras distintas. Sin embargo, varias veces por semana se juntan y dejan de lado sus diferencias para compartir una semejanza: la intención de recuperarse de una adicción. Así funcionan los grupos denominados “de autoayuda”.
En la Argentina hay cientos y cada vez son más: desde grupos para compradores compulsivos hasta para adictos al sexo o a Internet. Los propios integrantes aseguran que es una buena y, en muchos casos, única oportunidad para superar el pasado. Hablar con quienes están en la misma situación parece ser la clave. Psiquiatras y psicoanalistas no se oponen, aunque sugieren una terapia profesional paralela. Adictos recuperados y en vías de recuperación hablaron con Página/12 y explicaron cómo funciona un grupo de autoayuda, qué se logra a través de ellos y cómo es posible salir de una adicción después de intentarlo por años.
Para que un grupo pueda denominarse de autoayuda sólo son suficientes dos personas que compartan sus mismos problemas, que intercambien experiencias sobre un mismo conflicto. Así fue como empezó todo. Un 10 de junio de 1935, en Estados Unidos, Bill y Bob, dos alcohólicos que se pusieron a charlar, se dieron cuenta de que podían mantenerse sobrios si conversaban entre sí sobre el problema en común.
Había nacido Alcohólicos Anónimos (AA). Fue el primero de los cientos de grupos que se crearon después, en todas partes del mundo. La mayoría está basado en el “programa de los 12 pasos de AA”, puntos que ayudan a reconocer el problema y a superar o sobrellevar la adicción, paso a paso.
Hoy existen en Argentina grupos de autoayuda para casi todo: adictos a los estupefacientes, al cigarrillo, al alcohol, al juego, a las fobias, a la comida, a Internet, al sexo, al trabajo, a las compras compulsivas, de ayuda a hijos de padres separados, a empleados bancarios, a familiares y amigos de adictos, por nombrar sólo algunos.
“Un grupo de autoayuda se reúne para un objetivo común. Su principio básico es salir de la crisis desde la propia experiencia. En este tipo de grupos no hay un profesional que oriente, como en los grupos psicoterapéuticos”, define el psiquiatra y médico especialista en alcoholismo Roque Carlos Pantaleone.
Los grupos son gratuitos y no hay obligación para concurrir a las reuniones más que la propia voluntad del adicto que quiere dejar de serlo. Suelen juntarse varias veces por semana, todos los días si es necesario. Hay grupos que funcionan por la mañana. Otros lo hacen por la tarde y la noche, según el tiempo de cada uno.
En una reunión, coordinada por un adicto recuperado o en recuperación avanzada, pueden participar de dos a 50 personas, aunque la cantidad ideal para que cada uno pueda hablar un buen rato sin mirar el reloj es de 15 a 20 participantes. Todos exponen, preguntan, e indagan sobre sus adicciones.
Como hace Gastón cada vez que quiere hablar o acotar algo en las reuniones. El tiene 30 años y consumió drogas. Pasó por varios grupos de ayuda a las adicciones, hasta que se dio cuenta de que sus problemas no eran sólo las drogas, sino también el sexo, y que con el programa de los doce pasos que usan en Adictos Sexuales Anónimos (SAA, por su sigla en inglés) podía salir adelante.
Hace dos que entró en ese grupo, una comunidad internacional que también se instaló en la Argentina. “Hoy estoy mucho mejor, pero hasta no sentirme bien conmigo no puedo estar en pareja”, admite. “Desde chico tenía una fascinación muy grande por las mujeres. Hasta que a los 27 empecé con la masturbación compulsiva. Un día llegué a masturbarme siete veces y me dio un ataque de pánico”, recuerda.
“Yo me decía a mí mismo que dejara de acabarme con el sexo, pero no podía, era más fuerte. Hice deportes, música, de todo para intentar salir pero no podía. Entraba en una especie de trance donde las acciones se vuelven ingobernables”, cuenta.
Para Pantaleone, también integrante de la junta de servicios generales de AA, “cuando el motivo rector de la vida de un ser humano desplaza al resto se convierte en una adicción”. La persona “se aísla, pierde sus relaciones familiares y sociales”, detalla, y define: “Una adicción es un trastorno crónico de la conducta que se caracteriza por la incapacidad de abstenerse”.
Al igual que sus compañeros de grupo, Gastón dice que hay una fuerza superior que los ayuda a continuar con la recuperación. “Este es un programa espiritual no religioso –aclara–. No importa el dios que cada uno tenga. Lo importante es creer en algo.” “Yo era ateo, pero desde que entré a SAA hay algo en mí, y en el grupo, muy espiritual”, sostiene.
El sexólogo y psiquiatra Enrique Da Rosa explica que “un adicto sexual es quien empieza a ocupar todos los espacios de su vida con pensamientos sexuales”. “El sexo lo invade todo. Una persona, por ejemplo, está en la oficina trabajando y sólo piensa en el momento en que va a llegar a su casa y se va a conectar a Internet para tener sexo virtual”, especifica.
“La mayoría de los adictos no tienen tanto sexo real, sino que alucinan las situaciones, imaginan momentos y personas”, cuenta que además maneja www.consulta sex.com, un sitio de consultas sexuales, donde también hay un foro que funciona como una especie de grupo de autoayuda virtual. Para De Rosa, “que funcione este grupo virtual, donde los usuarios hacen preguntas y cuentan sus experiencias, es a veces mucho mejor que el presencial, donde hay mucha puesta en escena, como en un grupo que me tocó coordinar”.
El grupo al que se refiere era para empleados bancarios, que con el estallido económico, político y social de la Argentina en 2001 y 2002, crearon una asistencia para quienes no podían soportar más las quejas y desplantes de los clientes, enfurecidos porque los bancos habían acorralado su dinero depositado.
“Para que una persona entre a un grupo hay un momento, –cuenta Pantaleone– un estadio contemplativo, un ‘quisiera salir pero solo no puedo’. La persona cambia su sentimiento de soledad por el de pertenencia, donde se siente querida. También es bueno que haya una terapia profesional paralela al grupo, para acompañar al adicto.”
En ese sentido, el psicoanalista Sergio Rodríguez, fundador de la revista virtual Psyché-Navegante.com, sostiene que “es interesante que mientras una persona asiste a un grupo haga terapia”. “El trabajo analítico lleva tiempo. Mientras tanto, la participación en un grupo de autoyuda es muy importante. Hablan entre pares. He atendido gente que iba a los grupos hasta hace muy poco tiempo y fue muy bueno”, recuerda, aunque aclara que “no todas las personas que van a los grupos de autoayuda necesitan terapia”.
Las reuniones de autoayuda son exclusivas para los adictos. Silvia tiene 54 años, y vive con su marido en Parque Patricios. Ella no tiene ni tuvo adicciones. Sufrió de pánico, de agorafobia –temor a los espacios abiertos y multitudinarios–, y de claustrofobia. Estuvo ocho años enferma sin encontrar la solución, hasta que decidió, previa charla con la familia, entrar a la Fundación Fobia Club, que tiene un grupo de autoayuda los sábados por la mañana.
“Me acuerdo que no salía de mi casa. Un día, cuando íbamos en el auto con mi marido de vacaciones a Córdoba, empecé a gritar ‘me muero, me muero’, sin razón alguna. Esto es como cuando suena la alarma de un auto y no hay nadie al lado. Un día se te dispara y ya está”, relata. Ella sólo viajaba en el auto de su marido o en un remise. “No podía salir a la calle –recuerda–. Me daba vergüenza de que me vieran en pleno ataque, que duraba 15 minutos, pero para mí era toda una eternidad. El grupo me ayudó mucho. Encontrás a gente que pasa por lo mismo que vos”.
En el grupo hay cinco, a veces seis coordinadores que salen con uno, dos o tres enfermos, depende de cómo esté la persona. Van a caminar y a viajar en tren, subte o colectivo para que empiecen a salir sin miedo. “Por eso al grupo de los sábados se lo llama de experimentación”, detalla la mujer, quien hoy, totalmente recuperada, trabaja como administrativa en la fundación.
“Los adictos comparten experiencias a dos puntas –detalla Rodríguez–, la de las desgracias, la situación dramática que encontró el eslabón débil de la adicción; y la otra punta es la experiencia que produce goce en el cuerpo”. Para el especialista, ese disfrute de la adicción es el que pueden compartir con sus pares en un grupo de autoayuda. “Los profesionales a veces quieren ignorar ese goce, y ahí es cuando el enfermo dice: ‘Y vos qué sabés, si no lo probaste’”.
Fuente: Diario Pagina12. Sociedad. Domingo, 4 de Junio de 2006