Bibliografía / Afectividad
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La sociedad de los hijos huerfanos
Sinay, Sergio
Ediciones B. Barcelona

No basta con tener un hijo para ser padre o madre. Y, además, se puede ser huérfano aunque los padres estén vivos.Estas dos consignas se verifican día a día en nuestra sociedad. La violencia juvenil, la obesidad infantil, el consumo creciente de alcohol y drogas entre adolescentes, la adicción a comida chatarra, a la televisión basura, a Internet, a los celulares, los problemas de conducta y aprendizaje, la aparición de enfermedades de adultos entre los niños, las tragedias juveniles (en carreteras, recitales, viajes de egresados), la manipulación publicitaria y mercadocrática de la que son objeto nuestros hijos resultan apenas algunos de los síntomas de un fenómeno que no puede dejarnos indiferentes. El desprestigio actual de la tarea de educar, la evidente resistencia que enfrenta el intento de guiar el crecimiento de los jóvenes esconde el peligro de dejar huérfanos a nuestros chicos. Muchos de nuestros chicos son huérfanos porque sus padres, estando vivos, los dejan desprotegidos, a la deriva, aun aparentando lo contrario. Esa es la tesis central del último libro de Sergio Sinay, La sociedad de los hijos huérfanos, que analiza los complejos matices de esta situación recurriendo a ejemplos de nuestra vida cotidiana. El libro se cierra con un apéndice, El hombre que no dejó huérfanos, en el que relata la emocionante experiencia de su reencuentro, al cabo de más de cuatro décadas, con don José Presti, un maestro que ejerció una influencia decisiva en su formación durante sus años de estudiante en un colegio secundario de Santiago del Estero. Resumiendo páginas que desbordan reconocimiento y admiración por ese maestro, Sinay señala a propósito de él: Dedicó su vida y lo mejor de sí a educar, a criar, a formar, a transmitir, a legar, a guiar, a transfundir valores e instrumentos, a sus hijos propios y a los chicos que la vida puso en su camino, para que pudieran crecer como seres autónomos, valorados, con confianza en sí, capacitados para encontrarle un sentido a su propia vida. Nada fue fácil para Pepe. Fabricó tiempo donde no lo tenía, aprendió lo que no sabía, se animó en los territorios que le eran desconocidos, se hizo cargo, asumió su responsabilidad, no delegó, no miró para otro lado, no hizo la plancha, jamás les tuvo miedo a sus hijos, ni a los de sangre ni a los que fue adoptando. No temía a quienes amaba. Aprendió de ellos lo que tuvo que aprender y les enseñó lo mucho que tuvo y tiene para enseñar. Una magnífica descripción de la trascendente tarea de educar, de la responsabilidad que deben asumir los padres frente a sus hijos y los maestros ante sus alumnos. Nada menos que “hacerse cargo” del otro, del recién llegado que necesita esa guía que lo ayudará a crecer, esa brújula que le permitirá orientarse. Todos los argumentos racionales que ofrece el libro se resumen en esa sentida descripción del ejemplo que fue para el autor la actitud vital con la que su maestro se preocupaba por el destino de los jóvenes de los que era responsable. Durante la presentación del libro, el maestro Presti, allí presente, atrajo la atención de todos quienes entonces conocimos la historia. Conversando luego con él, tuve el privilegio de escucharle unas palabras que quise compartir aquí, con su generosa autorización. Dijo: “Para vivir con sentido debemos ser nosotros mismos el sentido de la vida para otros”.


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