Resumen. En el presente documento se delinean los elementos que llevan a considerar la realidad psico-colectiva como hecha de comunicación cotidiana, donde se conjugan los afectos y las cogniciones que le dan sentido. Esta realidad está hecha de comunicación intersubjetiva desde el principio de experiencia compartida y de desarrollo de sentido común. Su ofrecimiento es la posibilidad de transformar, aprender, construir, de asimilar la cultura de la organización, en el entendido que la realidad colectiva no solamente está constituida de acción recíproca entre dos o más objetos, sino también de coincidencia en el tiempo y espacio. La lectura psico-colectiva que se propone permite distinguir la dicotomía individuo-sociedad y recuperar la lectura terciaria que considera a lo otro, (cultural, contexto) para encontrar el sentido de lo colectivo.
Palabras clave: estructura psíquica colectiva, intersubjetividad, comunicación, sentido
Introducción
Para llevar a cabo la explicación de la estructura psíquica colectiva, se parte de la idea tradicional de la organización psíquica. Ésta se ha revelado como hecha de aspectos racionales e irracionales o cognición y afectos, que hacen su aparición pero de manera separada. Los límites entre una y otros pueden ser identificables, incluso manipulables. Esto exige detenerse en cada uno de éstos componentes, así como comprender su vínculo con lo colectivo. Pues, los estados psíquicos colectivos se expresan en las formas, en las estructuras de las instituciones y las costumbres, en las creencias y en los productos del grupo. Es una apuesta a no centrar la atención en los aspectos individuales de las personas, ni tampoco en los hechos sociales, sino en privilegiar la comunicación entre cogniciones y afectos que se extienden más allá de la unidad individual para abarcar las prácticas sociales, la intersubjetividad, la construcción de significados y la continua transformación de las estructuras sociales a través de las prácticas colectivas, elementos que difuminan la dicotomía individuo/sociedad.
Desde la psicología clásica, se propone que la información se procesa mediante dos sistemas independientes: un sistema cognitivo que permite representar el mundo y un sistema afectivo mucho más específico y primitivo. Así, el comportamiento afectivo es, junto con el cognitivo, el eje central del funcionamiento psíquico (Schlosberg, 1952; Forgas, 1991). Esta dicotomía vincula lo racional y lo irracional presente en muchos episodios de la psicología, pues aún es objeto de atención en la actualidad, así como marco de muchos debates a propósito de la naturaleza del grupo.
De esta manera, es que se separa lo que en la realidad permanece unido, es decir, lo inseparable. Reducimos lo complejo a lo simple, para tratar de explicar en el mundo de las ideas lo que sucede en el mundo real. El peso de esta tradición de siglos, nos ha mantenido tributarios de una razón magnificada -universal y objetiva- que desecha lo emocional por considerarlo obstáculo para el pensar correcto y para el buen vivir, mientras las emociones son consideradas como elementos irracionales que particularizan y subjetivan el pensar, que ha de ser -si se quiere ser científico verdadero- universal y necesario como lo es la realidad (Salcedo y Pérez, 2002).
La racionalización como elemento de la estructura psíquica
Si bien es difícil brindar una explicación sencilla a qué es la racionalidad, desde la psicología se distinguen tres tipos de concepciones: la cultural-ideológica, la cual concibe la conducta racional como aquella en la que el sujeto reflexiona y realiza introspección; la que se basa en el principio Minimax, el cual postula maximizar las utilidades al mínimo coste; y la lógico-formal, en está, el actor racional es aquel que busca obtener fines coincidentes con sus intereses, empleando los medios más apropiados para ello (Morales, Moya, Rebolloso, Huici, Fenrández- Dols, Pérez y Pérez, 1994). Estas concepciones sobre la racionalidad no sólo dejan de lado las cuestiones morales, sino también continentes enteros de reflexión sociológica con sus preocupaciones por las clases, los roles, los sistemas de acción, etcétera, aun cuando brindan una apariencia de realismo crudo, un aire de franqueza que las hace parecer, a simple vista, modelos de pensamiento científico (Escalante, 2009).
Pese a ello, en la psicología, el modelo de la decisión racional es el que predomina, en gran parte debido a la preeminencia anglosajona en las ciencias sociales (Morales y cols., 1994). Sumando el hecho que la psicología en particular, tiene el cometido intelectual de redefinir al hombre y a su mente a la luz de las nuevas necesidades sociales, lo cual hizo inevitable que a partir de la segunda mitad del siglo pasado, la computación se tomará como metáfora de la ciencia cognitiva. Así, todos los procesos mentales o cognitivos como la atención, la percepción, la memoria, el pensamiento y la utilización del lenguaje se tratarán como procesos que ocurren automáticamente y de modo independiente a las formas sociales, culturales, etcétera (Bruner, 2006).
En este contexto, se presupone que las cogniciones preceden a las conductas, y las elecciones son conscientes e intencionales, por tanto, racionales, con dos presupuestos centrales: a) se espera que las personas intenten conseguir los beneficios y minimizar los costes y, b) existe un procesamiento cognitivo de la información acerca de la probabilidad de los beneficios y costes asociados a las distintas posibilidades de acción (Morales, 2002). El cognitivismo como la vertiente explicativa que ofrece garantías de su propia validez a partir de procedimientos lógicos y técnicas que permiten tratar la información de la forma más objetiva posible, supone un sujeto óptimo (Rouquette, 1994), guiado por el razonamiento lógico-deductivo. Culmina con la predictibilidad de la ciencia psicológica al hacer una separación radical entre sujeto y objeto, entre subjetividad y mundo externo al sujeto, donde los métodos de investigación se concretan en diseños predefinidos, cerrados con la firme intención de encontrar la verdad.
No obstante, son muchos los estudios que se han centrado en las relaciones entre cognición y emoción, en específico en el modo en que los diferentes estados de ánimo influencian nuestras percepciones y juicios sociales, y en definitiva nuestra conducta social. Entre los datos sobresalientes en este sentido se encuentra que los estados de ánimo positivo facilitan el aprendizaje y la ejecución, facilitan el auto-control, aumentan el auto-refuerzo, aumentan las respuestas altruistas, la sociabilidad y el contacto social, así como la persuasión; mientras los estados de ánimo negativo, en general, tienen el efecto inverso. De lo que se deduce que los procesos emocionales no se pueden reducir a un determinado tipo de activación de la memoria semántica, ni pueden ser analizados sólo como prototipos o esquemas de conocimiento procedimental. Postulando la existencia de un sistema emocional diferenciado del cognitivo (Páez y Carbonero, 1993).
Son numerosas las propuestas cognitivas que ven en la habilidad para resolver problemas la importancia del contexto social, donde la capacidad de resolución de problemas por parte de los sujetos, les permite abordar una situación en la cual persiguen un objetivo definido desde el mundo de valores y creencias resultado de la elaboración de un producto cultural (Gardner, 2005). Pues, los procesos de razonamiento se nutren de información simbólica y entregan datos simbólicos, no inferidos a partir de la lógica, sino simplemente inducidos a partir de observaciones empíricas o postulados aún más simples, porque regularmente las decisiones no son elecciones que abarcan grandes áreas de la vida, por el contrario generalmente atañen a circunstancias más bien específicas, por tanto, la razón humana no es un instrumento para modelar o predecir el equilibrio general del sistema del mundo, o crear un modelo general que considere todas las variables en todo tiempo, sino un instrumento para explorar necesidades, problemas parciales y específicos (Simon, 1989).
La acentuación sesgada de la psicología científica, al postular lo racional como la capacidad y eficiencia, mientras que considera la irracionalidad como la insuficiencia, ha llevado a perder de vista la forma, aquello que comporta de manera conjunta un carácter racional y afectivo, cognitivo y emocional, mental y material, siempre suprapersonal, pero capacitado para actuar autónomamente (Fernández, 2004). Por lo que en numerosas ocasiones la afectividad aparece, cuando se nombra, como aquella parte añadida a la vertiente racional de algún asunto, para dar cuenta de algo que apenas logramos aprehender desde una lógica racional. Así, la afectividad (con sus pasiones, emociones, sentimientos...) sirve para explicar lo que no se puede explicar desde los postulados racionales.
Los afectos como elemento de la estructura psíquica
El afecto es la experiencia psicológica más elemental a la cual se tiene acceso mediante introspección y constituye el núcleo central de la emoción (Russell y Barrett, 1999). Los afectos se sienten, son la experimentación de algo, sea un suceso complejo, un recuerdo, una imagen visual, una melodía, etcétera; como algo positivo o negativo, bueno o malo, atractivo o repulsivo, agradable o desagradable y la valencia o valoración se traduce en la cualidad de su experiencia (Aguado, 2005). La afectividad es el conjunto de estados y expresiones anímicas, ubicados dentro de un continuo cuyos polos son el agrado y el desagrado, a través de los cuales el individuo se implica en una relación consigo mismo y con su ambiente (Fiske y Taylor, 1991; León y Montenegro, 1998; Garrido, 2000; Elster, 2002; Aguado, 2005).
Los afectos se deben entender como un devenir en el que la pregunta es por lo que se está haciendo y no por lo que ya está hecho. Se trata más de un acontecimiento que de una cosa. De momento pues, lo importante es que la afectividad se mueve y a su vez hace mover. La afectividad es algo que se siente, no medible en términos cronológicos sino como experiencia colectiva, compartida, al tener una duración distinta a la mera yuxtaposición de instantes ordenados uno tras otro. El afecto es en suma, el elemento irreductible, la molécula básica de todas las emociones y los estados de ánimo, y su característica esencial es que se siente, pero no se elabora solamente de manera cognitiva (Fernández-Dols, Carrera y Oceja, 2002).
De esta manera es que se dice que los afectos son construidos psicosocialmente e incluyen a las emociones: reacciones momentáneas de gran intensidad, con manifestaciones neurovegetativas (sudor, temblor, rubor, etcétera) y con expresiones socialmente codificadas; e incluyen también a los sentimientos: estados afectivos relativamente duraderos y a la vez modificables a través del tiempo (Montero, 2005).
Por tanto, el afecto es un elemento irreductible cuya característica es no ser un fenómeno cognitivo per se (Elster, 2002; Fernández-Dols, Carrera y Oceja, 2002). Se vive en el seno de grupos más o menos bien delimitados, al interior de los cuales se ejerce una acción contagiosa donde todo estado afectivo un poco claro tiende a resonar sobre el grupo y a beneficiarse por reacción de esta resonancia, pues cuanto más socialmente adaptado es el medio más es la participación en él, y más la fuerza que adquiere la emoción (Fernández, 2000). Por el contrario, si no existe el medio, la emoción no realiza todas sus virtualidades mentales y motrices. Por regla, las emociones nacen, crecen y se acotan en un medio humano adonde se nutren con su propia conmoción (Blondel, 1945).
Por eso no sólo los cambios fisiológicos y sensaciones habrán de considerarse para la comprensión de los afectos. Si bien algunas emociones pueden ser episódicas con un sentimiento y reacción fisiológica inmediata, otras aparecen totalmente ligadas a los sistemas de creencias y valores de los grupos, de manera que la expresión física y fisiológica casi no aparece. Así, aun cuando la emoción sea una vivencia y no un estado de conciencia, no significa que no tenga relaciones con el pensamiento, pues las emociones pueden dar color a los pensamientos. Esto se entiende cuando los pensamientos son considerados, buenos o malos, positivos o negativos y provocan agrado o desagrado, aceptación o rechazo.
Es así, que las emociones y los sentimientos pueden estar influidos por los sistemas de creencias culturales y morales. Éstos se encuentran fuertemente ligados al orden social e implican patrones socioculturales determinados por la experiencia que se manifiestan en situaciones sociales específicas (Rodríguez, 2008). De esta forma, se revela la participación de la cultura en la manera en cómo se experimentan las emociones. La cultura brinda las valoraciones con que son evaluados los sucesos y los comportamientos, ya que éstos pueden ser vistos como apropiados o no en función de las normas sociales bajo las cuales se rigen las personas. Esto, en el entendido que los sistemas simbólicos utilizados por los individuos al construir el significado son sistemas ya existentes, profundamente arraigados en el lenguaje y la cultura (Bruner, 2006).
Las reglas de expresión emocional se aprenden de cada cultura, de manera que la conducta no verbal asociada a las emociones se podría intensificar o debilitar, sustituir o incluso neutralizar según las reglas de interpretación cultural (Ekman, 1972; Mercadillo, Díaz y Barrio, 2007). De esta manera, la cultura participa del proceso comunicativo y las emociones serían uno de los contenidos en la negociación de significados. Como menciona Fernández (2000), la afectividad es un evento que no pasa únicamente por el discurso o la racionalidad, aunque sí por la vida.
Las emociones penetran el lenguaje desde la entonación hasta el sentido. Una vida sin emoción es una vida sin sentido. Estas afirmaciones no son banales, llevan tras de sí un largo camino de investigación y reflexiones (Shanker y Reygadas, 2002). Objetivamente, las emociones y los sentimientos importan porque muchas formas de comportamiento humano serían ininteligibles si no se vieran a través del prisma de los afectos (Elster, 2002). Las reacciones afectivas, al ser difíciles de describir y verbalizar, descansan en comportamientos no verbales para su comunicación (Zajonc, 1980). Por esto, los afectos son eminentemente comunicables porque para desarrollarse e incluso para ser, tienen la necesidad de comunicarse (Blondel, 1945; Fernández, 2000; Fernández, Carrera, Sánchez y Páez, 2002).
La afectividad es un aspecto constitutivo de la actividad humana expresada en los innumerables actos de la vida cotidiana, y constituye un conjunto de guiones socialmente compartidos que se adaptan y ajustan al entorno socio-cultural y semiótico inmediato (Markus y Kitayama, 1994). Los afectos son creaciones culturales primigenias, pensamientos muy primeros, hechos de sustancia táctil, próxima y lenta, constituidos de materiales físicos y psíquicos; son una compenetración de gestos y materiales, entre la gente que vive y las cosas que utiliza para hacerlo, borrándose la posibilidad de establecer la diferencia entre pensamientos y sentimientos, excepto como extremos de una misma realidad (Fernández, 2007).
Asoma así, la afectividad colectiva, pues cualquier sentimiento, por pequeño que sea, solamente puede ser comprendido en referencia a algún modo de grupo, situación, sociedad y contexto (Fernández, 2000). Dicha afectividad se manifiesta tanto en estados corporales, gestos, objetos e imágenes que son la sustancia de los motivos, valores, significados, aspiraciones o desilusiones, síndrome complejo que tiene manifestaciones semiológicas sobre los planos psicológico, fisiológico y de conducta (Sherer, 1993), fuertemente culturalizados-semiotizados a partir de sus manifestaciones físicas (Plantin y Gutiérrez, 2009).
La estructura psíquica colectiva
No sólo se trata de razones o afectos, sino de la relación, incluso traslape, de ambos, en por al menos tres aspectos: la cognición como generadora de emociones; la cognición que es influida por la emoción; y la cognición cuando tiene como objeto intencional o propósito una emoción concreta (Elster, 2002); además de lo moral, la cultura, el tiempo y el espacio. De esta manera, tanto las cogniciones como las emociones pueden ser estudiadas como efectos o como causas, si se identifican las condiciones en las que tienden a aparecer, al considerar el vínculo entre la situación detonante; o ser utilizados para explicar otros fenómenos, incluyendo estados mentales o entornos.
Por tanto, la idea de que la mente está compuesta y es producto del desarrollo filogenético de múltiples subsistemas, cada uno programado para madurar en un tiempo fijo, dispuesto genéticamente a operar a partir de leyes de desarrollo internas e independientes de la acción sociocultural del individuo, no es posible, tomando en cuenta los avances en muchas áreas del saber, entre ellos la biología y la neurobiología, que indican que la clásica visión racional-irracional del comportamiento humano es tan errónea como el determinismo genético y el innatismo que no explican el surgimiento del lenguaje ni el de la emoción (Shanker y Reygadas, 2002). Lo que existe es un entramado de observaciones, emociones, valores, creencias, intuiciones y juicios que se relacionan profundamente a la información cognitiva y afectiva que nos coloca en disposición de actuar y sentir.
En la psique-colectiva se presenta una relación interminable e indisoluble entre cognición y emoción, donde no se puede precisar con exactitud dónde empieza una y comienza la otra, pues el comportamiento afectivo es, junto con el cognitivo, el eje central del funcionamiento psíquico colectivo. Esto encamina a suponer una razón cognitiva y una razón afectiva, las cuales se desenvuelven bajo una lógica propia pero con un principio de experiencia compartida, donde se desarrolla el sentido común, se produce la conversación, se posibilita la transformación, el aprendizaje y la construcción de sentido colectivo (Fernández, 1988).
La psique-colectiva se hace de comunicación, donde no sólo se realizan inferencias lógicas en un contexto dado, sino también involucra a quienes pertenecen a éste, pues no se trata de una realidad objetiva física, ni de una realidad subjetiva psíquica, sino de una realidad intersubjetiva simbólica de comunicación (Fernández, 1988). Así, la esencia de la comunicación se encuentra en los procesos de relación e interacción, pues todo comportamiento humano tiene un valor comunicativo permanente que integra múltiples modos de expresión como la palabra, el gesto, el espacio, etcétera (Mattelart y Mattelart, 2005).
La comunicación es una acción transformadora implícita en las prácticas, en donde la interacción material y simbólica entre sujetos concretamente situados. Supone la recurrencia por parte de estos a sistemas de significación que determinan la producción y reproducción de sentido en un tiempo y un espacio, es decir, en un contexto (Fuentes, 1999).
En este sentido, la razón y el afecto se extienden más allá del territorio corporal de los propietarios individuales de la conciencia. Esto implica forzosamente un proceso interpretativo, pues el conocimiento del mundo y nosotros mismos está vinculado a la interpretación que se realiza desde el marco lingüístico y cultural en donde nos desenvolvemos. Entonces, el ser humano es reconocido como un agente parcialmente auto-determinado por una sensibilidad particular hacia el contexto socio-histórico, pero práctico y reflexivo en y para la vida cotidiana mediante el lenguaje y la significación (Íñiguez, 2005).
Pensar la realidad colectiva implica colocar el acento en la interacción, pero no en la interacción que plantea la dualidad individuo/sociedad, sino en la realidad que no está ni dentro ni fuera de los individuos, sino entre ellos, es decir, en la intersubjetividad. Ésta produce significados sólo analizables en el nivel colectivo, significados, no sólo generados por los individuos en interacción, sino también dentro de ciertos límites espaciales y temporales, vinculados con los significados acumulados socialmente (Fernández, 2000). La intersubjetividad es una acción recíproca y se compone de elementos que atraviesan tanto el nivel subjetivo como el intersubjetivo; abarca tanto a los individuos, como a los grupos, los contextos de interacción, las producciones discursivas y los intercambios verbales. Ésta refiere a una creencia inserta en una situación con un marco espacio-temporal, campo social o institucional, universo de discursos o creencia derivada de un entrelazamiento de principios, de evidencias empíricas, lógicas o morales, pero que es compartida colectivamente porque tiene sentido para los actores involucrados (Jodelet, 2008).
La intersubjetividad se encuentra relacionada con el discurso, pero no queda reducida al mismo. Esto, en el entendido que los discursos expresan significados, pero no los agotan, desde el momento que pueden existir estados de ánimo, emociones o afectos que no logran expresarse en ellos. Así, el sentido colectivo no está en la correspondencia de las palabras con una realidad física o mental, sino en la dirección de éstas. El sentido no está en los enlaces gramaticales, en el conjunto de significados encadenados para producir las oraciones (Plantin, 2002). El sentido, parece estar en otra parte y, sin embargo, más allá de la frase no hay nada más, sólo, lo no dicho, porque las palabras, las acciones pueden parecer iguales o semejantes, pero tener su origen en los más diversos motivos y por tanto tener sentidos muy diferentes para los actores.
El sentido psico-colectivo refiere tanto a una entidad semántica que tiene significado, carácter simbólico y capacidad de representación, como a una entidad de orientación, es decir, dirección. En tal caso, el sentido tiene una carga simbólico-representativa que rebasa la materialidad conductual, para ligarse a la narratividad discursiva y a su intencionalidad. Ésta consiste en la dirección que aparece como contenido simbólico y funciona en tanto determina un conjunto de condiciones obligadas a cumplirse para que la creencia se conforme y/o satisfaga (García 2007).
Lo expuesto en líneas anteriores permite exponer que la realidad, la comunicación y la colectividad son una misma entidad. Así, la existencia de la comunicación está condicionada a la existencia de una colectividad, que comparta símbolos y significados, al tiempo que la colectividad es un acuerdo intersubjetivo comunicativo que pone el acento, no en el individuo ni en la sociedad, sino en el medio de éstos, en el nosotros, en la interacción que no está ni dentro ni fuera de los individuos, sino entre ellos (Fernández, 2001). Interacción hecha de convenciones lingüísticas, de presupuestos compartidos, de significados comunes y no sólo compartidos al producirse y reproducirse por los actores mediante prácticas y actos comunicativos, gracias a un trasfondo de saberes, normas e historia.
El entorno psico-colectivo delineado, da cuenta de la necesidad de comprender las representaciones y tendencias de los grupos así como sus tradiciones, recuerdos y conceptos dentro de sus pensamientos y sentimientos. El entorno psico-colectivo es sólo posible si existe un universo simbólico de sentidos compartidos, construidos socialmente, que permiten la interacción entre subjetividades diferentes, mediante la comunicación dentro de un contexto, donde los que participan establecen y sostienen un ritmo y movimiento compartido.
La estructura psico-colectiva está hecha de construcciones socio-históricas, de afectos y cogniciones, resultado de elementos contingentes y circunstanciales del contexto donde surge la colectividad, esto implica forzosamente un proceso interpretativo, ya que ningún proceso social puede darse sin éste, pues nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos está vinculado a la interpretación realizada desde el marco lingüístico y cultural. En esta medida, la estructura psico-colectiva no queda reducida a los discursos manifiestos o contenidos en las prácticas de manera implícita, sino, como un proceso colectivo que da sentido y trasciende lo individual y lo social.
Conclusión
A manera de colofón, y a partir de los elementos descritos anteriormente, es posible considerar la realidad psico-colectiva como hecha de comunicación cotidiana, donde se conjugan las normas, las tradiciones, las corrientes de opinión, los pensamientos, también los afectos que dan sentido a los signos y posibilitan la comprensión de los procesos de creación y recreación de símbolos con los cuales una colectividad conforma su realidad al hacer inteligibles las interpretaciones de un entramado de significaciones. Realidad hecha de intersubjetividad, principio de experiencia compartida, de desarrollo de sentido común, que ofrece la posibilidad de transformar, aprender, construir, de asimilar la cultura.
La relación interminable e indisoluble entre cognición y emoción, que se plantea a lo largo de este documento, donde no se puede precisar con exactitud donde comienza una y termina la otra, resulta el eje central del funcionamiento psíquico colectivo, bajo el principio de experiencia compartida, donde se produce la conversación y se posibilita la construcción de sentido. Relación que traza cambios epistemológicos y metodológicos y requiere una mirada más amplia de lo social, y donde pierde fuerza el enfoque binario del conocimiento. Esto no significa, de ninguna manera, poner énfasis en los particularismos o la fragmentación del conocimiento, sino más bien en la integración y síntesis, en la interacción.
Se trata del pensamiento y afectividad que desborda y rebasa los límites de las conciencias individuales y de las instituciones y sólo existen plena e irreductiblemente en el ámbito colectivo.
Así, lo colectivo debe ser considerado como un hecho aplicado a un sistema intersubjetivo, donde los afectos no son sólo un componente consecuente de un cúmulo de informaciones y creencias socialmente normadas, pero tampoco algo impredecible, aunque sí creativo, producto de elementos contingentes. De esta forma, la realidad colectiva no parte solamente de la acción recíproca entre dos o más objetos, con una o más propiedades, sino de la coincidencia en el espacio y en el tiempo de éstos. Esta realidad nace en el seno de la interacción intersubjetiva con base en las convenciones lingüísticas, y los presupuestos compartidos gracias a la existencia de un mundo de significados comunes.
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