Resumen: La evolución de la empatía a partir de la adolescencia ha recibido menor atención que en etapas más tempranas. En el presente estudio se intenta abordar esta cuestión entendiendo la empatía como un constructo multidimensional. Se aplicaron dos cuestionarios de empatía a 280 personas asignadas a distintos grupos según su edad: adolescencia (16-19 años), adultez temprana (20-30 años), adultez media (31-40 años), adultez tardía (41-59 años) y tercera edad (60-66 años). Posteriormente se realizaron comparaciones entre las respuestas de cada grupo de edad en los distintos aspectos de la empatía de ambos tests. Los resultados muestran que los componentes afectivos de la empatía no se ven afectados por la edad pero sí los componentes cognitivos, cuyos niveles son menores en los grupos de mayor edad que en aquellos más jóvenes. Estos conocimientos son de gran utilidad a la hora de diseñar programas de intervención en aspectos relacionados con la empatía en grupos de distintas edades de forma adaptada a las necesidades y problemáticas específicas de cada uno.
Palabras clave: diferencias de edad, empatía, Índice de Reactividad Interpersonal (IRI), Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA).
Introducción
A lo largo del ciclo vital se producen cambios en todos los aspectos de la vida de las personas. Estos cambios tienen lugar en los ámbitos social, cognitivo, biológico, conductual y, cómo no, también en el plano emocional. Todos ellos son objeto de estudio de la Psicología Evolutiva; sin embargo, tradicionalmente, esta disciplina ha centrado la mayor parte de sus esfuerzos investigadores en las primeras etapas de la vida: la infancia y la adolescencia. Recientemente, y dada su relevancia social, ha aumentado la cantidad de trabajos destinados a estudiar los cambios que tienen lugar en la última etapa de la vida de las personas, aunque es un ámbito en el que aún queda mucho por investigar. Aunque es cierto que se están realizando muchos estudios centrados en población adulta, las investigaciones sobre los cambios que tienen lugar con la edad se han centrado mayoritariamente en la infancia (Fabes, Eisenberg, Nyman, & Michalieu, 1997; Weisz, Southam-Gerow, & McCarty, 2001) y la adolescencia (Liddle, 1994; Muris, Schmidt, Merckelbach, & Schouten, 2004).
En el ámbito de las emociones, se han estudiado las diferencias de edad centrándose en distintos aspectos de los procesos emocionales (Carstensen, Gottman & Levenson, 1995; Charles, 2005; Lefkowitz & Fingerman, 2003). La mayor parte de estos estudios se ha focalizado en comparar dos continuos. En primer lugar, el afecto negativo y positivo (Barrica, Hutchinson, & Deckers, 1989; Lucas & Gohm, 2000; Mroczek, 2001; Ryff, 1989). En segundo lugar, la baja y alta intensidad emocional (Charles, 2005; Charles & Piazza, 2007; Lawton, Kleban, Rajagopal, & Dean, 1992; Márquez, Montorio, Izal, & Losada, 2006).
Sin embargo, tal y como se mencionó anteriormente, la mayor parte de estos estudios se han centrado en las etapas de la niñez (Fabes et al., 1997; Weisz et al., 2001), la adolescencia (Liddle, 1994; Muris et al., 2004) y la vejez (Kunzmann, Kupperbusch, & Levenson, 2005; Grady, Hongwanishkul, Keightley, Lee, & Hasher, 2007), obviando las diferencias en el desarrollo emocional en las distintas etapas de la edad adulta.
A lo largo del presente trabajo se tratará específicamente la empatía y los cambios que tienen lugar en sus componentes a lo largo de la vida de las personas. Aunque se hará referencia a los trabajos en los que se han estudiado los cambios que tienen lugar en la empatía a lo largo de la infancia y la adolescencia, se prestará especial atención a los cambios que tienen lugar a partir de la adolescencia, que han sido los menos estudiados.
Una de las diversas perspectivas desde las que se ha abordado el estudio de la empatía es la de la Inteligencia Emocional. Actualmente, se están llevando a cabo muchos estudios en este ámbito, que surgió en 1990 con Salovey y Mayer y fue popularizado por Goleman (1997). Partiendo del enfoque de la Inteligencia Emocional de Mayer y Salovey (1997) se distinguen cuatro componentes: Atención, Facilitación, Comprensión y Regulación emocional. Desde el enfoque de Gardner (1983), cada uno de estos componentes se puede diferenciar según se aplique a nivel interpersonal o intrapersonal. Zaccagnini (2004) señala que la empatía quedaría recogida en el componente de comprensión emocional, dentro del nivel interpersonal.
Los investigadores que trabajan sobre la Inteligencia Emocional han tratado el tema de las diferencias de edad en relación con sus distintos componentes: Atención emocional (Mather & Carstensen, 2005), Regulación emocional (John & Gross, 2004; Lane, Sechrest, & Riedel, 1998; Márquez-González, Izal, Montorio, & Losada, 2008) y Comprensión emocional (Phillips, MacLean, & Allen, 2002; Sullivan, Ruffman, & Hutton, 2007). Así, se han encontrado diferencias que parecen indicar que mientras determinados aspectos como el reconocimiento emocional parecen disminuir en la vejez (Isaacowitz et al., 2007), los mecanismos de regulación emocional como la moderación emocional, especialmente de las emociones positivas, parecen darse más en esta etapa en comparación con los adultos jóvenes y de mediana edad. Sin embargo, aunque estas diferencias no son del todo positivas en relación a las personas mayores, también se ha encontrado que muestran mayor madurez emocional que las personas jóvenes (Márquez-González et al., 2008). A pesar de los estudios realizados desde esta perspectiva, no se han contrastado las posibles diferencias existentes en la empatía, entendida como un componente exclusivamente cognitivo. Por tanto, aún queda mucho por estudiar con respecto a la evolución de la empatía a lo largo del ciclo vital. Para ello, el marco de la Inteligencia Emocional resulta muy favorable aunque aún quedan muchas cuestiones por abordar y desarrollar.
Revisando los trabajos realizados en la literatura específicamente sobre empatía, al margen de los estudios de la Inteligencia Emocional, se han encontrado algunos hallazgos interesantes. Sin embargo, la primera dificultad que se encuentra a la hora de analizar estos estudios proviene de las distintas concepciones que han existido acerca de qué es la empatía. Fundamentalmente, se puede diferenciar entre una perspectiva cognitiva y una perspectiva afectiva. La primera entiende la empatía como la capacidad de ponerse intelectualmente en el lugar del otro y comprender sus emociones (Dymond, 1949; Hogan, 1969). Por otro lado, la visión afectiva entiende la empatía como la tendencia a sintonizar emocionalmente con otra persona (Batson, 1991; Hoffman, 1989; Mehrabian & Epstein, 1972). No obstante, en las últimas décadas ha surgido una visión integradora que entiende que la empatía está formada por ambos tipos de componentes. El máximo representante de esta aproximación es Davis (1980), aunque recientemente esta línea está siendo desarrollada, teórica y empíricamente, por Fernández-Pinto, López-Pérez y Márquez (2008) y López-Pérez, Fernández-Pinto y Abad (2008).
Considerando los aspectos cognitivos y afectivos de la empatía, Hoffman (1984) propuso una teoría sobre el desarrollo de la empatía en los niños, señalando seis etapas de desarrollo: llanto reactivo, condicionamiento clásico, experiencia pasada de sentir angustia, mímica motora, asociación simbólica y role taking. El llanto reactivo es la tendencia de los bebés a llorar al escuchar a otro llorar. El condicionamiento es el segundo paso en el desarrollo y consiste en mostrar una respuesta empática producida por condicionamiento clásico. En la tercera etapa el mecanismo de acción es el mismo, pero el estímulo que desencadena la respuesta empática es el recuerdo de experiencias pasadas. La mímica motora es una etapa en la cual la empatía se produce a través de la imitación de la expresión facial del otro. La asociación simbólica se diferencia de la anterior en que lo que desencadena la empatía no es algo físico sino algo simbólico (p.e. el discurso, la etiqueta emocional, etc.). Estos cinco primeros módulos son automáticos, mientras que el sexto módulo, el role taking, que es el último y más complejo de los modos, requiere una gran capacidad cognitiva que supone pasar de una perspectiva egocéntrica a otra más amplia. Esta última etapa actúa como mecanismo para generar una empatía afectiva o, en términos de Hoffman, estrés empático (empathic distress). Hoffman (véase Goldstein & Michaels, 1985) señala que la última etapa de desarrollo (role taking) finalizaría en la adolescencia. Partiendo de este trabajo así como de otros que llegan a conclusiones similares, Eisenberg y Strayer (1987) señalan que hasta la adolescencia existe un incremento de la empatía, pero que a partir de esa edad no existiría un patrón de evolución claro. Por tanto, desde esta concepción se asume que, a partir de la pubertad, no existen variaciones consistentes a lo largo del ciclo vital en los diferentes componentes de la empatía. Esto parece verse confirmado por los trabajos de Nielsen (1977) y Matsuoka (1983, citado en Asakawa & Shwalb, 1985), que concluyen que a partir de la Educación Secundaria el aspecto afectivo de la empatía no se incrementa.
Sin embargo, existen otras concepciones teóricas, más próximas a la Psicología de la personalidad (Kunzmann & Baltes, 2003), que defienden que a lo largo del ciclo vital sí existiría un incremento en la empatía. Estos trabajos parten de lo que anteriormente se ha denominado visión cognitiva de la empatía, que se entiende como la capacidad para considerar y adoptar la perspectiva del otro. En otro estudio se obtuvieron resultados similares comparando una muestra de adolescentes con una de adultos jóvenes (Retuerto, 2004). Este autor señala que existe un incremento en los factores cognitivos y afectivos de la empatía, a excepción del componente de Malestar personal.
Los estudios revisados hasta el momento no aclaran si existen diferencias en los distintos componentes de la empatía en las diferentes etapas de la edad adulta. El trabajo de Grühn, Diehl, Rebucal, Lumley y Labouvie-Vief (2008) es el único que se centra de forma concreta en el desarrollo de la empatía. En este sentido, analiza la evolución de la empatía mediante un estudio longitudinal y un estudio transversal. Los resultados del estudio longitudinal mostraron un mantenimiento de los diferentes componentes de la empatía con la edad, mientras que en el estudio transversal se encontraron menores niveles en los componentes de empatía a medida que aumentaba la edad de los participantes.
Existen una serie de estudios que toman variables relacionadas con la empatía y muestran resultados que también pueden ayudar a entender cómo evoluciona esta variable a lo largo del ciclo vital.
Por un lado, dentro de una concepción neuropsicológica se ha defendido que el componente cognitivo Adopción de perspectivas (ver Davis, 1980) está estrechamente relacionado con la flexibilidad mental (Grattan., Bloomer, Archambault, & Eslinger, 1994; Kerem, Fishman, & Josselson, 2001). Desde esta concepción se entiende flexibilidad cognitiva como la habilidad para adoptar diferentes estrategias de procesamiento cognitivo, tratándose por tanto, de una de las múltiples funciones ejecutivas (Payne, Bettman, & Johnson, 1993). Múltiples estudios han señalado que la flexibilidad cognitiva tiende a disminuir a partir de la edad adulta (Cepeda, Kramer, & González de Sather, 2001; Collins, 1994; Mazurowski, 2002; Wecker, Kramer, Hallam, & Delis, 2005). Así, Mazurowski (2002) ha señalado que la disminución que se produce en el componente Adopción de perspectivas con la edad está mediada por la variable flexibilidad cognitiva. Otro concepto relacionado con la flexibilidad cognitiva y cuya relación con la empatía también ha sido abordada es el de teoría de la mente. En el trabajo de Slessor, Philips y Bull (2007) se encontró que, al igual que la flexibilidad cognitiva, también tiende a disminuir con la edad. Sin embargo, también existen otros estudios, anteriores a este, que apuntan en la dirección contraria (Happé, Winner, & Brownell, 1998). También se ha estudiado la posible relación de la teoría de la mente con las funciones ejecutivas (Nilsen & Graham, 2009). En este sentido se ha encontrado que las funciones ejecutivas se ven comprometidas con la edad (Kliegel & Jäger, 2006; Kliegel, Ramuschkat, & Martin, 2003). Según los hallazgos de estos últimos trabajos, cabría esperar que al estudiar la evolución con la edad de este componente de la empatía las personas de mayor edad presentasen menores niveles que las más jóvenes. Asimismo, retomando los hallazgos encontrados con respecto a la comprensión emocional (Isaacowitz et al., 2007) se puede esperar que la relación entre este componente y la edad sea también negativa, a partir de la edad adulta.
En relación con los componentes afectivos de la empatía se pueden establecer hipótesis en base a los hallazgos encontrados con respecto a la respuesta emocional. En diferentes estudios (Kunzmann, Kupperbusch, & Levenson, 2005; Márquez-González, Izal, Montorio, & Pérez-Rojo, 2004) se ha mostrado que no existen diferencias entre la respuesta emocional de los adultos jóvenes, de mediana edad y de tercera edad. En este sentido, se ha propuesto que únicamente variaría con la edad la forma de expresar la emoción pero no la emoción en sí (Magai, Consedine, Krivoshekova, Kudadgie-Gyamfi, & McPherson, 2006). La Teoría de la Selectividad Socioemocional (Carstensen, 1993) propone que los niveles de bienestar emocional se mantendrían también en la tercera edad, ya que en ese periodo las relaciones sociales son mucho más selectivas y por lo tanto, gratificantes. Teniendo en cuenta las diferentes teorías de desarrollo emocional y lo que señalaron previamente otros autores (Eisenberg & Strayer, 1987; Hoffman, 1984; Nielsen 1977; Matsuoka, 1983) se espera que no existan diferencias en los componentes afectivos a partir del principio de la etapa adulta.
Resumiendo, tal y como se señaló previamente, se espera que para los componentes cognitivos de la empatía los valores tiendan a disminuir con la edad. Por el contrario, en los componentes afectivos no se espera encontrar diferencias significativas entre los distintos grupos de edad.
Método
Participantes
En el estudio participaron 280 personas con edades comprendidas entre los 16 y los 66 años (M = 35; D.t. = 14,80); el 46% varones y el 54% mujeres. La muestra se obtuvo atendiendo a criterios de accesibilidad. Con la muestra total se formaron cinco grupos de edad compuestos cada uno por un total de 56 personas: adolescencia (16-19 años), adultez temprana (20-30 años), adultez media (31-40 años), adultez tardía (41-59 años) y tercera edad (60-66 años).
Instrumentos y procedimiento
Se aplicaron dos cuestionarios de empatía a una muestra total de 280 personas contrabalanceando el orden de presentación de los mismos. Se decidió formar cinco grupos de edades compuesto cada uno por 56 personas.
Los cuestionarios empleados se fundamentan en una concepción multidimensional o integradora de la empatía, es decir, consideran tanto el aspecto cognitivo como afectivo de dicho constructo. Por un lado, se empleó el Índice de Reactividad Interpersonal (IRI; Davis, 1980), utilizando la versión adaptada al castellano por Pérez-Albéniz, De Paul, Etxeberría, Montes y Torres (2003). El IRI es un cuestionario de 28 ítems que se agrupan en cuatro escalas. Las dos escalas cognitivas son Fantasía y Adopción de perspectivas y las dos escalas afectivas son Preocupación empática y Angustia personal. Los valores de fiabilidad de este cuestionario, utilizando el coeficiente alfa de Cronbach (1951), oscilan entre .70 y .78 en las distintas escalas que lo componen.
Por otro lado, se aplicó el Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA; López-Pérez, Fernández-Pinto, & Abad, 2008). Se trata de otro autoinforme de 33 ítems formado, al igual que el anterior, por cuatro escalas. Las dos escalas cognitivas se denominan respectivamente Adopción de perspectivas y Comprensión emocional, en tanto que las dos afectivas son las denominadas Estrés empático y Alegría empática. Los valores de consistencia interna de este test, según informa el estadístico alfa de Cronbach, son de .86 en el caso de la puntuación global y superior a .70 en todas las escalas.
Se emplearon estos dos cuestionarios ya que ambos añaden aspectos diferentes y son complementarios entre sí. Así, el IRI dentro de las facetas cognitivas (Davis, 1980) contempla la capacidad de identificarse con un personaje ficticio (escala Fantasía), no contemplada en el TECA (López- Pérez, Fernández, & Abad, 2008), mientras que este último contempla la capacidad de reconocer y comprender las emociones de los demás (escala Comprensión Emocional) y, a nivel afectivo, tiene en cuenta la capacidad de sintonizar con el estado emocional del otro cuando está experimentando emociones de signo positivo (subescala Alegría empática).
Resultados
Resultados en el Indice de Reactividad Interpersonal (IRI)
Para analizar las diferencias entre los grupos se aplicó la técnica de análisis ANOVA de un factor con cada uno de los componentes del IRI.
No se encontraron diferencias entre los diferentes grupos de edad en los componentes afectivos de la empatía: Preocupación empática y Angustia personal; F (285) = 0,03, p > .05 y F (285) = 0,325, p > .05, respectivamente. Por el contrario, sí se obtuvieron diferencias significativas en función de la edad en los componentes cognitivos: Adopción de perspectivas y Fantasía; F (285) = 4,68, p < .01 y F (284) = 2,42, p < .05, respectivamente.
En la Figura 1 se han representado las medias de cada uno de los componentes en cada grupo de edad con el objetivo de ilustrar la existencia de patrones diferenciados en los distintos componentes. Se presentan las medias después de tipificar las puntuaciones para eliminar el efecto de la métrica y permitir que las medias pudieran ser comparadas entre sí. Como se puede observar, mientras los componentes afectivos de la empatía no difieren de unos grupos de edad a otros, los componentes cognitivos muestran menores valores en los grupos de menor edad.
Para diagnosticar en qué grupos de edad se encontraban estas diferencias en los componentes cognitivos de la empatía se realizó un análisis de comparaciones múltiples post hoc, utilizando el estadístico HSD de Tukey (previamente se comprobó la igualdad de las varianzas de los distintos grupos de edad en las variables dependientes correspondientes). En el caso de la escala Fantasía, se encontraron diferencias significativas entre los grupos de menor edad (adolescencia y adultez temprana) y los de edades más avanzadas (adultez tardía y tercera edad). Sin embargo, el análisis de comparaciones múltiples en la escala Adopción de perspectivas del IRI no mostró resultados significativos en ninguna de las comparaciones. Esto probablemente es debido a que el valor crítico correspondiente al análisis de ANOVA realizado con esta variable fue relativamente elevado (0,04), próximo a la zona de mantenimiento de la hipótesis y teniendo en cuenta que no se utilizó un criterio de rechazo exigente. Por tanto, al profundizar en el análisis realizando las comparaciones múltiples posiblemente las diferencias se hayan distribuido entre las diversas comparaciones realizadas dando lugar a este resultado.
Figura 1. Evolución de los componentes del IRI a lo largo del ciclo vital
Resultados en el Test de Empatía Cognitiva y Afectiva (TECA)
Para analizar las posibles diferencias también se empleó la técnica de ANOVA de un factor, al igual que se comentó al presentar los resultados obtenidos con el IRI.
No se encontraron diferencias significativas entre los diferentes grupos de edad en los componentes afectivos de la empatía: Estrés empático y Alegría empática; F (303) = 0,7, p > .05 y F (304) = 1,09, p> .05, respectivamente. Por el contrario, y replicando el mismo patrón encontrado con el IRI, sí se encontraron diferencias significativas en función de la edad en los componentes cognitivos: Adopción de perspectivas y Comprensión emocional; F (304) =6,78, p < .01 y F (302) = 14,30, p < .01, respectivamente.
De forma similar a como se hizo anteriormente, en la Figura 2 se muestran las medias (a partir de las puntuaciones tipificadas) de los participantes en los distintos componentes del TECA. Como se puede observar, mientras los componentes afectivos mostraron medias similares en los distintos grupos de edad, las medias en los componentes cognitivos fueron menores a medida que aumentaba la edad del grupo. Estos resultados van en la misma línea que los encontrados en los análisis con las puntuaciones en el IRI.
Figura 2. Evolución de los componentes del TECA a lo largo del ciclo vital
Los resultados del análisis de comparaciones múltiples post hoc (HSD de Tukey) muestran que, en el caso de Adopción de perspectivas, las diferencias significativas se encuentran entre los dos grupos de menor edad (adolescentes y adultez temprana) y los de mayor edad (adultez tardía y tercera edad) (p < .05).
Con respecto a Comprensión emocional, existen diferencias significativas entre el grupo de adolescentes y de adultez temprana y los grupos de adultez tardía y tercera edad, al igual que en el caso de la escala anterior, pero además el grupo de tercera edad se diferencia significativamente de todos los grupos anteriores, incluyendo el de adultez tardía. Esto indica que, aunque tanto la Adopción de perspectivas como la Comprensión emocional se reducen de modo significativo con la edad, la evolución de esta última se caracteriza además porque se produce un descenso significativo al llegar a la última etapa de edad contemplada en estos análisis.
Discusión
Este estudio aporta nuevas evidencias sobre la evolución de la empatía a lo largo del ciclo vital. Algunos investigadores como Mussen (en Eisenberg & Strayer, 1987) o Feshbach (1978) ya habían señalado la importancia de desarrollar programas de investigación que permitiesen conocer qué componentes de la respuesta empática cambian, en qué dirección y por qué. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos iniciales llevados a cabo durante los años 80, el cambio evolutivo en la respuesta empática apenas ha sido estudiado, especialmente en lo que se refiere a las etapas de la vida posteriores a la adolescencia.
Los resultados obtenidos muestran que, mientras que en los componentes cognitivos de la empatía, medidos tanto con el IRI como con el TECA, las personas parecen mostrar una puntuación menor con la edad, no parecen existir diferencias significativas en los componentes afectivos, que según se desprende de los resultados presentados permanecen estables. Estos hallazgos parecen ser congruentes con la teoría existente sobre un descenso de los componentes cognitivos de la empatía (Grattan et al., 1994; Kerem, Fishman, & Josselson, 2001), y un mantenimiento de los componentes afectivos (Eisenberg & Strayer, 1987; Hoffman, 1984; Matsuoka, 1983; Nielsen 1977).
También resulta interesante las diferencias existentes con la edad en la evolución de la Adopción de perspectivas y la Comprensión emocional, evaluadas ambas con el TECA, ya que parece ser que aunque ambas se reducen con el paso de los años, la Comprensión emocional presenta un rápido deterioro en la tercera edad.
Otro aspecto también interesante es la diferencia entre los resultados arrojados por el ANOVA y las comparaciones múltiples en la escala Adopción de perspectiva cuando se evalúa con el IRI o con el TECA. Cuando se utiliza este último instrumento de evaluación se detecta una influencia claramente más acusada del factor edad sobre la variable Adopción de perspectivas que cuando se analizan los resultados obtenidos en la escala del IRI del mismo nombre. Estos resultados ponen de manifiesto la existencia de diferencias entre ambos instrumentos en las que sería interesante profundizar antes de arrojar conclusiones definitivas en base a los mismos. Una posible hipótesis sería que la escala Adopción de perspectivas del TECA muestra una mayor sensibilidad a los cambios debidos a la edad.
El estudio realizado cuenta con algunas limitaciones a tener en cuenta. Por un lado, la investigación se ha realizado mediante medidas de autoinforme con los problemas que ello conlleva (p.e. deseabilidad social, falta de introspección, etc.), además, sería interesante emplear otro tipo de metodología para comprobar si la respuesta emocional es cualitativamente distinta en función de la edad (Magai et al., 2006). Por otro lado, sería necesario contar con una muestra mayor, especialmente en el caso de la tercera edad, ampliando el rango de edad estudiado. Sin embargo, y pese a estas limitaciones, estos nuevos resultados contribuyen a ampliar los conocimientos existentes sobre la evolución diferencial de los componentes de la empatía en etapas de edad más avanzadas de lo que viene siendo habitual en estudios de este tipo; se aporta evidencia a favor de hipótesis que habían sido anteriormente planteadas y abre preguntas que deberán ser respondidas en investigaciones futuras.
Los resultados encontrados en la investigación son congruentes con lo señalado por Grühn et al. (2008) en relación a los estudios transversales. Sin embargo, sería necesario desarrollar estudios longitudinales que permitiesen conocer la verdadera evolución de la empatía a lo largo del ciclo vital, para poder concluir sobre los patrones encontrados.
A pesar de que los resultados obtenidos apoyan las hipótesis planteadas en este estudio, quedan abiertas algunas cuestiones de gran interés. Por un lado, cabe preguntarse cómo, si los componentes cognitivos de la empatía son un factor fundamental y necesario para generar la respuesta emocional empática (Fernández, López-Pérez & Márquez, 2008; Feshbach, 1978; Hoffman, 1984) es posible que estos disminuyan con la edad al tiempo que se mantiene la respuesta emocional de empatía. A este respecto hay que tener en cuenta que, contrariamente a los resultados de este estudio y de otros que llegan a semejantes conclusiones, existen trabajos que apoyan la hipótesis de que el componente afectivo de la empatía no varía con la edad (Eisenberg & Strayer, 1987; Hoffman, 1984; Matsuoka, 1983; Nielsen, 1977). Habría pues que determinar a qué se deben las diferencias en las conclusiones alcanzadas. De seguir confirmándose las hipótesis sobre el mantenimiento de los componentes emocionales frente a una reducción de los cognitivos, sería necesario replantearse los modelos sobre la empatía que plantean que los componentes afectivos se sustentan en los cognitivos (Fernández et al., 2008; Feshbach, 1978; Hoffman, 1984) y tratar de dar explicación desde tales modelos a este fenómeno.
Una explicación a este fenómeno podría ser la existencia de algunos tipos de procesos o modos cognitivos inferiores al role taking que puedan sustituirlo al trabajar de manera conjunta con algún tipo de clave contextual, de modo que un deterioro del role taking no afectaría necesariamente a la empatía emocional. Esta sería una posible explicación para los resultados encontrados. No obstante, carece de fundamentación empírica por lo que es necesario realizar más investigación para ponerla a prueba antes de incluirla en ninguna teoría.
Del mismo modo, cabría preguntarse si la respuesta emocional empática se rige más de lo que se pensaba por claves contextuales y mecanismos de contagio emocional y comunión social de la emoción. Esta sería otra hipótesis explicativa alternativa a la evidencia del mantenimiento del aspecto afectivo de la empatía a diferencia de lo que sucede con el cognitivo.
La presente investigación aporta información a un tema que ha recibido muy poca atención por parte de la comunidad investigadora y señala aspectos que aún quedan pendientes para futuras investigaciones. Es necesario seguir estudiando la evolución de la empatía a lo largo de la vida ya que ello permitirá desarrollar intervenciones adaptadas a las necesidades de las personas en función de su edad y dará información sobre cuáles son los aspectos a los que hay que prestar más atención en cada momento del ciclo vital. Además, desde un punto de vista teórico, conocer la evolución de la empatía aportará conocimientos sobre sus distintos componentes y la relación que existe entre ellos, aportando una visión más comprensiva del constructo.
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Ansiedad y Estrés 2010, 16(2-3), 139-150 |