Poco a poco va consiguiendo más consenso sobre la necesidad de cuidar los contenidos televisivos durante el horario infantil. Los contenidos violentos en la televisión se han asociado ya en varios estudios científicos con comportamientos más violentos entre los jóvenes asiduos a verlos. Pero no solamente afectan los contenidos sino el tiempo invertido en ver la televisión. Cada vez más investigaciones relacionan el número de horas delante de la televisión con mayores prevalencias de sobrepeso y obesidad, ambos a su vez factores de riesgo para la diabetes que poco a poco está convirtiéndose en una auténtica epidemia en nuestras sociedades.
Supongo que no será sencillo que esta cuestión queda zanjada a corto plazo. Por un lado, están los intereses comerciales y la competitividad de las cadenas televisivas, así como la libertad de expresión; por otro, está el deber de los padres y autoridades de proteger a los menores de ciertos programas, pero no todos coincidirán en la pertinencia o el significado de esta protección en la práctica. Además tendrían que controlarse también los anuncios porque muestran, a veces con toda su crudeza, el contenido de los programas previstos para la noche.
La gente tiene opiniones bastante homogéneas sobre programas típicamente para adultos y en horario nocturno, muchos de los cuales son llamados directamente “telebasura”. Sin embargo, hay otros programas como “Compañeros”, “Al salir de clase”, “Ana y los siete” o “los Serrano”, que no se consideran “telebasura” por la población aunque no por ello estén libres de efectos negativos sobre los jóvenes. Acaba de publicarse un estudio de la revista médica Pediatrics (Collins RL y cols., Pediatrics 2004; 114: 280) que afirma que el contenido de temas sexuales en programas televisivos es responsable del inicio más precoz de relaciones sexuales en adolescentes. Lo interesante de este trabajo es que no se refiere únicamente a la presentación explicita de actos sexuales sino también a situaciones o conversaciones que tratan con ligereza la sexualidad propia o ajena o a descripciones de planes para tener relaciones sexuales. Un ejemplo de este tipo de contenidos es la escena de “Los Serrano” donde un padre felicita alegremente a su hijo adolescente después de haber conseguido “por fin” su primera experiencia sexual. Se ha comprobado que el 64% de los programas contenía este tipo de conversaciones o situaciones sexuales no explícitas; una media de 4,4 situaciones por hora de programación. Estos contenidos dan a los jóvenes la impresión de que la sexualidad es más central en su vida que lo que debiera ser en realidad. Por otra parte, altera su opinión sobre las posibles consecuencias de tener una relación sexual porque no dan la debida importancia a la conveniencia de retrasar sus relaciones sexuales. Las series no suelen relacionar la sexualidad temprana con consecuencias negativas frecuentes como la decepción afectiva ante una experiencia precoz que no progresa hacia una relación estable o por alguien que no está preparado psicológicamente para asumir sus consecuencias. Tampoco hacen hincapié sobre los embarazos en adolescentes, las consecuencias del aborto, las enfermedades de transmisión sexual (ETS) e incluso sobre los fallos de los preservativos. Los autores del trabajo llaman la atención sobre la irrealidad de lo proyectado por muchas series. En un estudio español se señalaba que entre las razones aducidas por los jóvenes para solicitar la píldora del día después el 79,6% lo hacía por ruptura o deslizamiento del preservativo. En el estudio de Pediatrics se afirma que si bien 1 de cada 4 adolescentes sexualmente activos acaba teniendo ETS el 85% de las series no habla de los citados problemas y cuando lo hacen, no lo tratan con suficiente insistencia intensidad. Desde el punto de vista de la salud Pública la sexualidad en la adolescencia se debería desaconsejar porque el inicio precoz de relaciones sexuales se asocia invariablemente con un mayor número total de parejas sexuales y, en consecuencia. Con una mayor probabilidad de ETS y de embarazos.
La solución a este problema es compleja. Algunos optarían quizás por eliminar la televisión en sus hogares pero esto probablemente no sería la mejor de las soluciones ni la más educativa para los hijos según las edades. Parece lógico que parte de la solución pase por una más óptima utilización de la televisión. En teoría, deberíamos utilizar la televisión como si fuera un frigorífico: uno no abre automáticamente e l frigorífico nada más entrar en casa sino cuando se necesita. Así, deberíamos encender la televisión puntualmente cuando hay un programa que realmente merezca la pena en vez de tener el reflejo automático de encenderlo para contar con su “ruido de fondo”.
Pero después de un día duro de trabajo, muchos encuentran relajante ver la televisión porque, a diferencia de leer un libro, no exige por nuestra parte más que nuestra presencia pasiva. Esta pasividad sin esfuerzo es lo que hace atractiva la televisión a nuestros jóvenes. Cuando son pequeños, es recomendable educarlos para que no echen tanto en falta la televisión. Se puede establecer la costumbre de no ver la tele entre semana para leer, pintar o hacer cualquier otra cosa en su lugar. Como toda dependencia, la de la tele se debe prevenir desde edades tempranas y con el ejemplo del esfuerzo personal. A veces, no nos resistimos a la tele porque nos sirve de “canguro” y la alternativa seria tener a los hijos peleándose o pintando en las paredes. Otras veces, cuando ambos padres trabajan fuera de casa, la tele puede resultar socorrida o es la única solución percibida por ellos. El problema es que este “canguro” puede moldear a nuestros hijos en una en una dirección totalmente contraria a la que deseamos para ellos y que podemos lamentar con el tiempo. Los padres también podemos utilizar los cauces de la democracia para opinar, protestar y hacer valer nuestros criterios de tal manera que los medios de comunicación y las autoridades cuenten también con nosotros a la hora de realizar y regular estos programas. Se puede detener o modificar determinados programas mediante la influencia y el rechazo social. Si nuestros hijos ya son adolescentes, no deberíamos renunciar a opinar y contrarrestar ciertos mensajes que ven.
Aprovechemos el problema como una oportunidad educativa. Compartamos con ellos nuestros criterios sobre lo que ven. Aunque aparentemente esto no le importe mucho, la educación en libertad significa, de hecho, darles opciones razonadas para que puedan escoger entre el criterio de los medios de comunicación y el de sus padres.
Los padres difícilmente sabríamos aprovechar estas oportunidades educativas que se nos brindan sin que previamente tengamos claros nuestros propios criterios y prioridades. Difícilmente se puede transmitir lo que uno no ha asumido libre y conscientemente. Esto es lo que aportan muchas asociaciones educativas y familiares. Nos ayudan a los padres a “reciclarnos” con asiduidad para poder dar respuestas actualizadas a los retos educativos que nos plantean. Los cursos de educación familiar o del tipo “escuela de padres” que se organizan en colegios o que patrocinan algunos ayuntamientos sirven precisamente para poner al día nuestras capacidades y conocimientos, aprender de la experiencia de otros y compartir con ellos nuestras preocupaciones y éxitos educativos. La formación continuada como padres se convierte así en un reto personal que enriquece a nuestros hijos, a nosotros mismos y a otros padres.
Universidad de Navarra.
Dpto. Medicina Preventiva y salud Pública. |