Benigno Freire es un pedagogo español que habla con simpatía. Tiene ideas claras y su cerebro parece una productiva fábrica de ideas. Viene a México con cierta regularidad, por compromisos, cierto, pero también por nostalgia de un país que lo quiere bien.
¿La mujer depende más de la parte psicosomática que el hombre? ¿O la afectividad se manifiesta según la nacionalidad, la educación, la raza…?
La igualdad del hombre y la mujer, a nivel racional, no puede discutirse; pero a nivel psicosomático sí existen diferencias. No es muy actual decirlo, pero existe una gran distinción entre la psiquis del hombre y la mujer, sin que eso signifique ningún demérito, ni mérito, a favor de la igualdad radical de los derechos de las personas. La diferencia entre estas afectividades diversas no menoscaba la dignidad de ninguno de los dos, pues normalmente los hombres son más fuertes constitucionalmente que las mujeres, y no decimos por eso que sean «más hombres» que las mujeres, es decir, son de diversa constitución.
¿Cómo influye esto en lo psicosomático?
El distinto funcionamiento hormonal en los dos sexos origina un tipo de afectividad diversa. Una cierta corriente psicológica señala que el carácter sentimental tiende a ser más femenino porque le va más por temperamento, lo cual tiene una cierta lógica de planteamiento; y ha considerado que el carácter colérico se inclina a ser masculino más que femenino. Entonces, se ha hecho el siguiente juicio ilógico: «es mejor la afectividad del hombre que de la mujer». Es decir, lo sentimental se minusvalora y lo agresivo se valora cuando en realidad es el mismo movimiento pero de facultades distintas.
Sentimental es la expresión máxima de la facultad concupiscible, y la agresividad es el movimiento típico y característico de la facultad irascible, pero los dos son movimientos psicoafectivos. Si una persona se deja llevar por un ataque de ira, es tan afectivo como quien se deja llevar por las lágrimas; es exactamente el mismo movimiento de la afectividad. En ese sentido, sí hay una inversión que viene inducida por un desprestigio social: un individuo que manifieste carácter irascible se considera que domina su afectividad, pero es todo lo contrario: se deja arrebatar exactamente igual que el sentimental. Ni la afectividad masculina ni la femenina están correctamente conducidas si no están gobernadas y dominadas por la voluntad.
Sería muy conveniente modificar este reconocimiento ya que, incluso, las empresas consideran la personalidad A mejor que la personalidad B. Ser brusco en el trato o tomar decisiones rápidas no viene inducido por la racionalidad sino por la ira, es dejarse arrebatar por la fuerza de la afectividad exactamente igual que llorar ante una situación de ternura. Si analizamos su naturaleza, se trata de dos problema similares; las personas muy sentimentales pierden tiempo y eficacia en su labor, pero las que no son sentimentales le sacan poco jugo a la vida. Todo es cuestión de equilibrio. El tipo de afectividad no es lo importante, sino que esté siempre gobernada y moderada por la voluntad. Ésta sabe entresacar las partes positivas y negativas de la personalidad.
Mucho se pregunta por el «carácter ideal». El carácter ideal es el propio de cada uno, con sus ventajas e inconvenientes. Todos tenemos que dominar nuestro carácter, sacar jugo a lo positivo y controlar lo negativo; exactamente igual ocurre con la afectividad. No se es menos hombre o menos mujer por tener una afectividad tierna o por tener una afectividad dura; se trata de saberla encauzar. Las palabras claves son gobierno y moderación de los movimientos de la afectividad por parte de la voluntad, pero cada uno tiene que gobernar lo suyo.
Debido a la influencia hormonal, ¿la mujer se encuentra más dependiente de la afectividad?
Gracias a ella, la mujer puede estar más predispuesta a tener movimientos sentimentales, así como el hombre más predispuesto a tener movimientos irascibles, pero debemos dominarnos exactamente igual. Se trata del bagaje sobre el cual uno tiene que construir su conducta. La mujer y el hombre dominan su conducta ordenándola a su parte racional, aquí no hay distingos. Lo que varía entre hombre y mujer, desde el punto de vista de la personalidad, está más ligado a lo psicosomático que a lo racional porque lo racional es de naturaleza espiritual, y ahí la distinción prácticamente no existe. Es decir en un lenguaje gráfico, las almas son unisex, no existe una inteligencia masculina y una inteligencia femenina como facultad, pero el ejercicio de la inteligencia depende instrumentalmente del cuerpo y es ahí donde aparecen las divergencias. Cuanto más subamos ontológicamente en el ser, menos diferencia existe entre la mujer y el hombre. En el núcleo mismo de la persona pasa igual: no existen diferencias.
Se dice que en México, las telenovelas han educado a muchas generaciones y provocado respuestas dañinas en lo referente a la afectividad…
No es exclusivo de México, es un fenómeno mundial; lo que pasa es que existe una forma de realizar este tipo de programas «muy mexicana». Con estas telenovelas ocurre que uno puede proyectarse en el protagonista y sentir emociones, sentimientos, subir y bajar en ese desarrollo de la afectividad; uno siente placer porque toda la afectividad funciona. La dinámica propia de la afectividad es la búsqueda del placer y la huida del dolor mediante el cuerpo. Por ejemplo, la venganza produce placer porque en la imaginación se va disfrutando cómo sufrirá el otro ante nuestro acto. Disfrutar del mundo, de ese placer, está de moda. Las expresiones coloquiales «me caes bien», «me siento bien contigo», «no me nace», «no me gusta hacer esto», «me late hacerlo», dan cuenta de ello. Si en realidad uno viviera así, nos encontraríamos en la selva: todos aquellos que abogan por implantar el reino de la afectividad sin ninguna sombra racional, se indignarían si, en un transporte colectivo, alguien los lastimara porque le «nació» golpearlos.
Como la televisión no llega racionalmente al hombre porque éste vive desde un punto de vista afectivo, están triunfando los programas que excitan la sensibilidad, tanto en sentido positivo como negativo. El argumento fundamental es sentimental. Hay muchos programas que atienden directamente la situación de una sensación afectiva y corporal. Incluso es el mecanismo de los comerciantes: no crean información, sino sensación de compra. Pero no se puede construir y mantener nada que sea humano sólo por el sentimiento ya que éste, por sí mismo, es oscilante; uno no puede sostener el amor por el sentimiento porque, primariamente, es un acto de la voluntad no del enamoramiento; no se puede continuar un trabajo ni ser un buen profesional si nos dejamos llevar por los sentimientos: son variables.
Se está creando una civilización donde lo racional no funciona, y esto es grave ya que el compromiso es lo típicamente humano. Los hombres nunca se han fiado, para una tarea importante, únicamente de los sentimientos para cualquier tipo de transacción hay que firmar papeles porque, si nos dejáramos llevar sólo por los sentimientos, al día siguiente tendríamos ya otra opinión. En las culturas de todos los tiempos, de cualquier civilización, siempre ha existido un reconocimiento público del matrimonio, ¿por qué?, porque se sabe lo oscilante que es el amor cuando no existe un compromiso que lo respalde.
¿A qué conduce dejarse llevar por la afectividad, con este tipo de programas?
Como el hombre necesita el bien, requiere un horizonte que active la voluntad, cuando éste no existe, aparece la afectividad como soberana. Una sociedad que hace el mal posee complejos de culpa; una sociedad que hace el bien tiene certeza de que eso funciona y la gente es feliz; pero una sociedad que no sabe a dónde va, arrastra como problema la depresión. La voluntad necesita un ancla, un fondeadero hacia el que dirigirse; cuando el hombre no sabe a dónde ir se queda en las sensaciones. Desde una perspectiva económica, la publicidad busca que afloren las sensaciones porque al no saber hacia dónde orientarse, la gente busca vivir sólo bajo la afectividad, pero como ésta no puede mantenerse siempre a un mismo nivel, degenera en patología, ansiedad, angustia.
Comercialmente hablando, ¿cree que podría resultar exitosa una programación que se fijara más en el compromiso que en la afectividad?
Tenemos que volver a hacer las cosas, no sólo a sentirlas; es necesario para que la humanidad vaya a más. El mejor sentimiento es el del deber cumplido, el problema es que tendemos a la satisfacción inmediata: en nuestra vida todo va tan rápido, que la satisfacción inmediata nos conduce al sentimiento, a la sensación; entonces, cuando no se obtiene satisfacción inmediata, creemos que lo pasaremos mal.
Un ejemplo: estudiar o no estudiar. No estudiar es satisfacer ahora mi necesidad inmediata, pasarla bien por ahora, pero no tendré el disfrute de una calificación alta, ello requeriría dejar estacionada la afectividad, momentáneamente, y dedicarse al cumplimiento del deber. Ese cumplimiento es mucho más gratificante para el ser humano que la mera afectividad y, como el hombre es una unidad, también tiene una resonancia afectiva. La clave radica en volver a pensar las cosas guiados por la responsabilidad no por la afectividad: no es que yo esté a gusto o no lo esté, es que existe un nivel superior, la responsabilidad que me lleva a ser cada vez una persona más plena.
Durante los primeros años, la afectividad está muy influenciada por los padres. ¿Los maestros y educadores, también pueden influir en ella?
Sí, después de la familia, se encuentra el entorno social y dentro de éste, lo que más influye es la escuela; no sólo las actitudes del maestro, sino también las actitudes de los compañeros, el lugar que la persona ocupa en el grupo. Pero con los maestros, sobre todo mientras que los niños son pequeños, existe una dependencia muy grande. Ellos idealizan en gran medida la figura del padre, la del maestro, entonces sí puede haber una sensación de rechazo o de afecto especial que quede marcado en la personalidad desde el punto de vista afectivo.
Lo que hay que decir es que todas estas experiencias, tanto familiares como sociales y escolares, marcan la afectividad, pero no determinan el comportamiento de las personas. A veces se afirma uno de los errores típicos del psicoanálisis que estamos determinados a cierto comportamiento posterior por nuestras experiencias. Es decir, se va creando una disposición de la afectividad a reaccionar de una manera concreta. Pero la racionalidad puede dominarla mientras no exista patología, cuando ésta se presenta debe recurrirse a determinados especialistas.
Todo este tipo de experiencias afectivas de la infancia y adolescencia inclinan a ciertos comportamientos; pero como la racionalidad ejecuta la conducta del hombre, no estamos determinados a actuar de una manera porque de pequeñitos hayamos tenido una serie de experiencias afectivas. El hombre puede reconvertir todo eso para bien o mal, depende de la voluntad. Es verdad que eso puede influir en la forma de respuesta pero, después, la racionalidad modera y formaliza los actos humanos y, por tanto, todo puede reconvertirse para actuar en contra de la disposición inicial.
¿Algunos consejos prácticos para que los padres sepan cómo educar la afectividad de sus hijos?
El primero es simple y poco elaborado, pero de resultados maravillosos sobre todo si los hijos son pequeños: tener un horario familiar que se respete. Esto significa un horario flexible, no de empresa.
La explicación es sencilla, cuando uno se propone hacer la tarea correspondiente a determinada hora, se establecen unas prioridades que dicta la racionalidad para caminar ordenadamente. Cuando llega el momento de realizar aquello, hay siempre una pugna interna entre los requerimientos de la afectividad y los de la voluntad. «Tengo que hacer esto» es un requerimiento de la voluntad, pero como son de naturaleza distinta, normalmente el cuerpo no está de acuerdo; «tengo que estudiar», pero el cuerpo dice «no quiero», y es lógico.
Si uno hace lo que tiene que hacer, la racionalidad vence la situación afectiva. Entonces, de una manera gradual, prácticamente sin darse cuenta, se logra un ejercicio en el que, a lo largo del día, siempre vence la racionalidad frente a los movimientos instantáneos, afectivos. Es una gimnasia que, a la larga, como el hombre es una unidad, crea dentro de la propia afectividad una disposición a seguir los movimientos de la voluntad, permitiendo que oscile menos la voluntad y esté más predispuesta a obedecer las órdenes de la racionalidad. Existe una increíble desproporción entre la sencillez del remedio y los efectos que produce en la personalidad.
El segundo consejo es crear en la familia un clima de serenidad, es decir, que el entorno sea, afectivamente, más o menos igual. Que no vean nunca malas caras ni malos tratos entre madre y padre. Decíamos que gran parte de nuestra afectividad viene inducida por nuestra forma de reaccionar y ésta se marca mucho en los primeros años. En un hogar donde no prevalece el equilibrio afectivo, donde hay peleas familiares y el ambiente es tenso, se va marcando una forma de reaccionar en el niño que, como la afectividad es irracional, después brotará espontáneamente.
Algo que los padres no piensan mucho es que cualquier problema afectivo llegará a los hijos, y no le es fácil asimilarlo, sobre todo a los más pequeños, porque no distinguen la objetividad del problema y la reacción afectiva que suscita a veces hay desproporción o falta de cariño; ellos sólo perciben la desproporción, no son capaces de objetivar esa situación. Por otro lado, para los niños, su padre es su padre y su madre es su madre; no entienden que las personas que más quieren se traten mal entre sí; para ellos representa un shock profundo porque, para un niño, tanto su padre como su madre son las figuras máximas, no pueden entender que esas personas se dañen. Este tipo de comportamientos crea auténticas dificultades afectivas que, en los niños normales y corrientes, es un punto a tener muy en cuenta.
Y el tercer consejo es tener cuidado con los caprichos, porque la afectividad es buscar el placer para el cuerpo y escapar del dolor. Invertir esa ecuación significa enseñar a los hijos a afrontar el dolor desde pequeñitos, de una manera gradual, progresiva, en función de la edad, ya que se toparan con él tarde o temprano y no sabemos en qué medida. Como eso es contrario a lo que exige la afectividad, rompe su propia dinámica y facilita su dominio. Esto se actualiza muy bien en el cumplimiento del deber cotidiano por parte de los niños. Ni es bueno ni es malo que los niños compren chucherías, lo es malo es «quiero tomar una chuchería» y tomarla. Debe contarse con normas familiares claras en este sentido, es decir, los niños tomarán chucherías tales días o días de cumpleaños, o «aquí te doy este dinero para que te organices a lo largo de la semana». El problema es hacer, siempre, lo que viene en gana, ya desde pequeñito; como ése es el mecanismo propio de la afectividad, ésta se dispara y después tenemos los graves conflictos de la personalidad adulta, acostumbrada a funcionar teniendo como brújula la afectividad. Eso es criar hijos para dejarlos a merced del viento.
Istmo 234 |