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Innerarity,Daniel

La transformación de la política

En La transformación de la política (Premio de Ensayo Miguel de Unamuno, del Ayuntamiento de Bilbao), Daniel Innerarity propone una cultura política adaptada a aquellos rasgos que más clara y decisivamente definen a las sociedades modernas, a saber, una elevada complejidad y un marcado pluralismo. Una sociedad compleja, explica el autor, es una sociedad policéntrica, en la que conviven sistemas funcionales autónomos (política, economía, derecho, arte, religión, etc.), que satisfacen diversas necesidades sociales y están dotados cada uno de ellos de una lógica y dinámica propia, cuya tendencia perversa es la de erigirse en centro de todo el sistema social. Sin embargo, ninguno de ellos –tampoco el sistema político– puede en realidad constituirse en centro de todo el sistema.

Estamos ante una sociedad carente de un único centro, de forma que la actividad política no puede pretender un gobierno unificador de todo. La política debe renunciar, por ello, a un gobierno fuerte y optar por un gobierno indirecto; esto es, por un gobierno que fomenta la cooperación entre sistemas y actores, media en conflictos o coordina acciones.

La insistencia del autor, desde esta perspectiva, es la de no aspirar a una política capaz de resolverlo todo y de ofrecer una solución racional satisfactoria para todas las contradicciones inherentes al tipo de sociedad en que vivimos. Carece de sentido aspirar a un consenso perfecto, ya que, además de ser imposible, significaría inevitablemente la desaparición de las diferencias que una sociedad plural ha de contener. La política ha de asumir su inevitable contingencia y su incapacidad para dar respuesta a todos los problemas o para configurar una sociedad plenamente armónica. "Está incapacitado para la política quien no haya aprendido a gestionar el fracaso o el éxito parcial, porque el éxito absoluto no existe", sentencia el autor, quien también sostiene que "la revitalización de la democracia hay que esperarla más de la discrepancia razonable que del fervor por el consenso".

El respeto a la complejidad y el pluralismo y la renuncia a un gobierno fuerte no son sino exigencias de la salvaguarda de la libertad, que representa, probablemente, el valor más firmemente defendido en esta obra. Una opción por la libertad que, sin embargo, no debe ser ajena a la solidaridad y a la justicia. Defiende, así, Innerarity un concepto novedoso: el socioliberalismo, una actualización de la socialdemocracia, en la que las mayores cotas de justicia no han de ser confiadas a la acción centralizadora del Estado (incapaz de gestionar la complejidad), sino a la mayor intensificación de la libertad individual, entendida en clave de responsabilidad solidaria.

La mayor complejidad ha venido acompañada de una creciente intolerancia ciudadana ante cualquier deficiencia social y de una reclamación del éxito sin fisuras. Por eso, habría que ver si esta concepción de la política que propone Innerarity es compatible con la arraigada tendencia a responsabilizar al Estado de cualquier fallo y a esperar que los poderes públicos tomen cartas en el asunto para lograr el remedio definitivo.

Península-Ayuntamiento de Bilbao. Barcelona (2002). 203 págs. 12 €.

 


Libertad como pasión


«Apelar a la tolerancia para desacreditar la posibilidad de convicciones fuertes es un error de bulto, pues la tolerancia se apoya y alimenta de una convicción». La tolerancia no implica relativismo, más bien al contrario.

Daniel Innerarity analiza la supuesta incompatibilidad entre la tolerancia y la democracia de una parte y por otra las convicciones fuertes, entre las que, sin nombrarla, se cuenta indudablemente la fe cristiana. La teoría de Vattimo sobre la imposibilidad de asumir «pensamientos fuertes», es decir, aquellos que comprometen con alguna verdad entendida como tal, tanto en la vida personal como social, ha hecho fortuna en esta época en que prima todo lo light. Con este supuesto, mantener la fe en una revelación divina o la convicción sobre verdades absolutas, es algo que no se acepta como presupuesto de la tolerancia y del juego democrático. Lo más que se permite para ser considerado persona «normal» y «políticamente correcta» es la «propuesta» de «hipótesis» siempre revisables, siempre relativas, nunca verdades o valores inmutables.

Innerarity desvela el error y la trampa que se esconde tras esa apariencia de tolerancia democrática:

De una parte, «apelar a la tolerancia para desacreditar la posibilidad de convicciones fuertes es un error de bulto, pues la tolerancia se apoya y alimenta de una convicción». La tolerancia no implica relativismo, más bien al contrario.

De otra parte, también es un error contraponer relativismo y fanatismo, como si el relativista no pudiera ser fanático y el convencido tuviera que serlo: «es una falsa alternativa la que proclama una oposición entre fanatismo y relativismo; como tantos extremos, la ceguera furiosa del fanático y la ceguera del escéptico se tocan, cruzan y pactan entre sí».

»Una sociedad democrática necesita más que cualquier otra de valores firmes, de convencimientos no hipotéticos. Esta necesidad resultaba algo evidente a los fundadores del Estado de derecho: la abolición de la tortura y la esclavitud no fue el resultado de una hipótesis, ni los derechos humanos fueron una propuesta, sino una proclamación.

»Existen muchos argumentos, por ejemplo, a favor de la tortura -ayuda a perseguir la delincuencia, tiene un efecto disuasorio, favorece la labor de la policía- y, sin embargo, la conciencia moral hace bien cuando se resiste a tomarlos en serio. La aparente terquedad con la que se alzan determinados valores responde a una profunda sabiduría. Tiene que ver con la media luz propia de la condición humana, donde la convivencia de la lucidez y la debilidad exige asegurar la memoria de lo incondicionado».

Resulta evidente que por una hipótesis nadie arriesga su vida, cuando, por ejemplo, está presente la lucha contra la tiranía

«Una civilización hipotética se encuentra desprotegida contra el fanatismo.»

«Tener convicciones fuertes -entre las que se ha de contar la de no imponer nada a nadie- en una cultura hipotética es el verdadero heroísmo de nuestro tiempo. Se trata de negarse a derivar las propias convicciones de los consensos fácticos, de la moda y de la opinión dominante. Un heroísmo así no es incompatible con la normalidad, es perfectamente democrático; lo único que no soporta es vivir de prestado, inercialmente, lo que equivale a no tomarse en serio la propia libertad»

Eunsa, Pamplona 1992