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Medidas contra el terrorismo  
Eugenia López- Jacoíste Díaz

Apenas existen ya divisiones políticas, ideológicas o económicas que obstaculicen los pasos y las estrategias necesarios para lograr este objetivo. En consecuencia, las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados europeos en materia de seguridad y defensa colectiva se ven fortalecidas, al igual que las relaciones OTAN-Rusia. Efectivamente, hoy más que nunca podemos afirmar que, en materia de defensa colectiva, las relaciones de ayuda y dependencia son recíprocas. Aunque por el momento, en esta operación militar contra el terrorismo sólo han intervenido las tropas americanas, no debemos olvidar que los submarinos británicos esperan en la retaguardia, al igual que las divisiones francesas, alemanas y australianas.

Asimismo, la aportación española también podría ir más allá del apoyo logístico de Morón y Rota y de cooperación en materia de inteligencia. De hecho, en el marco de la Alianza Atlántica, las fragatas "Santa María" y "Extremadura" se han dirigido al Mediterráneo Oriental para participar en tareas de vigilancia.

Terrorismo en Estados Unidos

Además, debemos destacar que estas operaciones conjuntas no fueron decidas sin que la OTAN consultase previamente el parecer de Rusia. De hecho, el presidente ruso, Vladimir Putin obtuvo la información privilegiada del inicio de la contienda al mismo tiempo que sus homólogos británico, francés y alemán.

Se cumple la legalidad internacional

Sin embargo, este entendimiento político no puede pasar por alto las normas y principios que rigen el uso de la fuerza. En este sentido, resulta muy satisfactorio comprobar cómo se está cumpliendo la legalidad internacional. En efecto, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha calificado por unanimidad que "los actos del pasado día 11 de septiembre, al igual que todo acto de terrorismo internacional, constituyen una amenaza a la paz y seguridad internacionales". Con estas palabras de su resolución 1373 (2001) de 28 de septiembre, el Consejo reconoce, en primer lugar, el derecho inmanente de legítima defensa individual o colectiva del Estado o Estados víctimas de tales actos. En segundo lugar, reafina la necesidad de luchar con todos los medios contra toda amenaza a la paz representada por los actos de terrorismo. Y, en tercer y último lugar, concreta esta lucha imponiendo una serie de medidas adoptadas al amparo del capítulo VII de la Carta. Todas ellas requieren un comportamiento activo de los Estados en el ámbito interno de sus jurisdicciones.

Así, por ejemplo, los Estados deberán "tipificar como delitos la provisión o recaudación internacionales -por cualesquiera medios, directos o indirectos- de fondos por sus nacionales o en sus territorios, con intención de que dichos fondos se utilicen para perpetrar actos de terrorismo". Asimismo, los Estados deberán "imponer controles eficaces en las fronteras y controles en la emisión de documentos de identidad y de viaje y deberán adoptar medidas para evitar su falsificación". También, les exhorta a "adherirse tan pronto como les sea posible a los protocolos y convenios internacionales pertinentes relativos al terrorismo".

Afganistán incumple

Es decir, la lucha organizada contra el terrorismo internacional es una batalla que se ha de librar en varios frentes. Ciertamente, el más llamativo de todos -y, quizá por eso, el más criticado y comentado- sea el frente militar. Pero considero que una valoración justa sólo podrá hacerse desde la perspectiva del conjunto y sin olvidar la obligación de todo Estado de velar por la seguridad y libertad de sus ciudadanos. Así, las acciones militares iniciadas contra las bases terroristas en Afganistán, responden plenamente al derecho de legítima defensa. Este principio del Derecho internacional está recogido expresamente en el artículo 51 de la Carta de las acciones Unidas y en el artículo 5 de Tratado de Washington de la Organización Atlántico Norte.

Pero ¿por qué contra Afganistán, si este no ha sido el autor directo de los actos del día 11 de septiembre? Sencillamente, porque este Estado ha incumplido sus obligaciones internacionales al proteger a Osama Ben Laden y consentir en su territorio la organización y el adiestramiento de grupos terroristas. Sólo en este contexto se entienden las constantes manifestaciones de los dirigentes políticos y militares de la coalición internacional, cuando afirman que no actúan contra ningún pueblo o religión, sino contra los terroristas.

Y efectivamente, los hechos corroboran estas manifestaciones. Pues, las "operaciones quirúrgicas" desarrolladas en el territorio' afgano perseguían objetivos militares y estratégicos de las fuerzas talibán y de la organización de Ben Laden, como el aeropuerto de Kabul, los campamentos de entrenamiento del sur del país o la ciudad de Kandahar, bastión de la milicia talibán. Así, este tipo de ataques selectivos evitan -en la medida de sus posibilidades- daños colaterales en la población civil. Sin embargo, las informaciones recibidas a este respecto resultan, hasta el momento, contradictorias. Por un lado, agencias afganas hablan de decenas de miles de víctimas civiles mientras que la ONU confirma la muerte de cuatro de sus empleados afganos de la agencia de desminado. Por otro lado, y a fin de contrarrestar los inevitables efectos negativos de la intervención militar, la coalición internacional está haciendo el mayor esfuerzo posible para llevar ayuda humanitaria a la población.

Ciertamente, se pueden contar ya por miles los desplazados que se refugian en campos provisionales en los países vecinos. Pero como es sabido, las difíciles condiciones de vida de estas gentes no traen causa exclusivamente de este conflicto. Por desgracia, desde hace años el pueblo afgano padece pobreza y hambruna. y precisamente este sufrimiento debería llevarnos a reflexionar." si la injusticia y la intolerancia extrema deben proseguir a toda consta o si, por el contrario, los criterios de proporcionalidad y humanidad aconsejan otra cosa.

En suma, reitero que estas operaciones militares en Afganistán no constituyen un fin en sí mismas. Es más, consideradas en el conjunto de la operación "Libertad Duradera" constituyen tan sólo una de las formas de combatir el terrorismo y quizá la más sencilla de todas ellas.

Esta lucha antiterrorista se nos presenta como una carrera de fondo y a largo plazo, cuya eficacia dependerá, en gran medida, de la voluntad unánime y decidida de todos los miembros de la comunidad internacional de respetar." y hacer respetar." un mínimo de humanidad.

 
El nuevo terrorismo

Análisis: (Alejandro Navas)

El mundo sigue con expectación los preparativos militares norteamericanos. La inexistencia de un enemigo claramente identificado da un carácter peculiar a esta guerra, si es que se la puede llamar así. Y mientras esperamos el inicio de la acción de castigo, pues nadie duda de la determinación que ha mostrado hasta ahora el gobierno de Bush, es obligado preguntarse por el escenario que puede surgir una vez que se disipe el humo de las bombas y suene la hora del recuento de los muertos y la atención a los heridos.

Es comprensible que el gobierno y la población estadounidenses pidan justicia y reparación, pero como se encarga de señalar un clamor creciente en el mundo, que empieza a encontrar eco incluso en algunos ambientes de Estados Unidos, la línea que separa la justicia de la venganza resulta con frecuencia más tenue de lo que quisiéramos admitir. Mucho va a depender del sentido de la medida que sean capaces de aplicar en sus acciones el gobierno y el ejército de Estados Unidos. Si su estrategia consiguiera movilizar esfuerzos en todo el mundo civilizado para combatir de modo coordinado y eficaz la internacional terrorista, a largo plazo se habrá conseguido un gran bien para el conjunto de la humanidad, aun reconociendo que la completa derrota del terrorismo en todo el mundo es hoy por hoy un objetivo muy difícil de alcanzar.

Pero si la opinión pública del mundo islámico tuviera la percepción de que esas represalias militares se cobran víctimas inocentes dejo a un lado la verdad o falsedad de esa apreciación; a este respecto bastará con la impresión que esas poblaciones tengan, a través de unos u otros cauces, del desarrollo de los acontecimientos-, las consecuencias podrían ser trágicas para Occidente y, en definitiva, para el futuro de la paz mundial.

En este supuesto no sería muy difícil imaginar que el mundo islámico, heterogéneo y dividido en la actualidad, a pesar de la tendencia occidental a simplificar hablando "del Islam", podría cerrar filas en un rechazo visceral contra el agresor occidental. Los países islámicos con gobiernos corruptos más o menos sostenidos por Occidente -por ejemplo, Pakistán, Arabia Saudí, Jordania, Marruecos- tendrían que enfrentarse a amplios movimientos populares que podrían incluso derrocarlos. Y el sentimiento antioccidental, tan presente en el mundo islámico, podría ser utilizado por grupos radicales para llevar a la práctica la guerra santa.

La hora de la serenidad y la mesura

Es previsible que esa guerra no se desarrollara de modo convencional, pues los ejércitos de esos países no están en condiciones de enfrentarse a las fuerzas armadas occidentales, pero podría inspirar acciones terroristas de incalculables dimensiones. Y seguramente no haría falta "exportar" el terrorismo a Occidente, pues bastaría con movilizar a algunos centenares de los millones de musulmanes que ya están establecidos en nuestros países. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno inglés reunió y aisló en la isla de Man a los ciudadanos de origen alemán establecidos en Gran Bretaña y de cuya lealtad cabía dudar. Ahora no será posible aislar a millones de turcos, magrebíes, pakistaníes, etc., que desde hace más o menos tiempo están firmemente instalados en las sociedades occidentales.
No hay que olvidar que el 80% de los más de mil millones de musulmanes vive en condiciones de extrema pobreza, y esa población es muy joven. La historia muestra que generaciones de jóvenes sin futuro y, por tanto, sin esperanza, han sido con frecuencia carne de cañón para aventuras revolucionarias de diverso tipo. Llevar a esa muchedumbre a una situación desesperada, en la que la muerte con la consiguiente promesa de un paraíso en el más allá- resulte más atractiva que la pobreza y la humillación por parte del altivo Occidente constituiría un error de trágicas dimensiones. Es la hora de la serenidad y la mesura.

Revista Nuestro Tiempo N° 568