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Ciudadanos del miedo y del terrorismo
Oscar Godoy, filósofo y cientista político, académico UC

Frente a la emoción de las escenas que hemos visto sobre el 11 de marzo de 2004 en Madrid, las palabras quedan cortas. ¡Son tan pequeñas! Una tragedia tremenda conceptualizada en palabras, apenas reflejan algo que difícilmente puede ser atrapado por el discurso intelectual. El tema de hoy es el miedo y el terror, que es una forma extrema de miedo.

El temor nos acompaña constantemente, es parte de nuestra vida y tiene una larga historia a lo largo del tiempo: una historia política a la cual me voy a referir. Los bienes más fundamentales del hombre son su vida y la integridad de su cuerpo. Esto es así, a tal grado, que los hemos transformado en derecho. Obviamente el que la vida y el cuerpo sean afectados por el otro (el otro individual y el otro colectivo) es casi una ley de la historia. Los pueblos, que legítimamente constituyen regímenes políticos, se organizan también como un sistema represivo. Cuando hay legitimidad, esa coerción es la necesaria para que la ley se cumpla y para que la sentencia del juez se ejecute. No hay gobierno organizado sin una coerción: una violencia legal fundada en la legitimidad política del gobierno.

Maquiavelo decía que el buen gobierno es un gobierno en el cual los ciudadanos intentan evitar la subjeción, pero el dominio y la violencia obviamente está vinculada a la necesidad de la paz, la tranquilidad, en el orden como la definió Agustín de Ipona. Es por eso que en los gobiernos legítimos ejercen la coerción y eso explica el temor que tenemos a la autoridad, al Estado. Es un temor que nos acompaña siempre. Se trata del cuidado por la ley, del cuidado a no afectar los bienes del otro, y también la defensa y la seguridad ante un eventual enemigo externo. Un autor magistral en la historia del pensamiento político moderno: Maquiavelo, analista perspicaz y profundo de lo que es el poder, pone la lente de aumento sobre el hecho de que los gobernantes no siempre usan este recurso peligroso de la violencia para el bien común, lo usan para realizar su proyecto político y allí se enfrentan con un famoso dilema. En El Príncipe se pregunta si acaso el gobernante debe ser amado ó temido y él responde que, no siendo posible que por voluntad del príncipe éste sea amado, es preferible que sea temido. La razón antropológica subyacente a esta afirmación de Maquiavelo es que: así como en el amor, el amante deposita en su interior a su amada, así el príncipe que quiere dominar por el temor se deposita en el interior del sujeto, en la fuente de sus deseos, las administra, las maniobra, las jerarquiza en virtud y en función de su proyecto político. Eso explica por qué, junto a los gobiernos legítimos y a los gobiernos que intentan ceñirse al bien común, hay malos gobiernos, hay gobiernos tiránicos, hay dictaduras.

En ambos casos, en el buen gobierno y en el gobierno del tirano, la violencia tiene un locus, tiene un lugar natural: la persona del gobernante y las instituciones a través de las cuales él urde la trama de su poder. En ese poder la violencia siempre es electiva, elige a su víctima con cuidado, usando la racionalidad política para administrarla en dosis suficientes. Porque la violencia puede ser contraproducente y elevar la ira del pueblo y levantarse en contra del tirano. Es una selectividad que afecta a pocos, pero en un número suficiente para que todos queden advertidos de que el príncipe pueda alcanzarlo y que la violencia es ubicua. En última instancia puede disponer de su cuerpo. El poder afectar el cuerpo constituye la estructura básica de la violencia del poder político clásico.

Desde que Caín asestó el primer golpe contra un hermano, contra Abel, ese acto se ha reproducido incesantemente miles y millones de veces: el Caín individual y el Caín colectivo, que es el poder político. Es tan abismante la repetición que me pregunto si acaso no es una ley universal de la condición humana. Desde el punto de vista de mi fe, sé es un castigo, que es el producto del pecado original. Lo tremendo de este castigo es que la vida y el cuerpo se ve afectado pese a que la naturaleza indica que la vida y el cuerpo solamente puede ser afectado por la caducidad interna de la vida misma y no por los actos procurados por el otro. Ese es el drama humano. Es por eso que Hitler dice que la historia de la humanidad es una enorme carnicería. Si pienso sobre esa base antropológica, que está en la raíz de la historia, que ha ocurrido durante el siglo XX, lo que veo es el gulag. Veo los crematorios, la guerra, un enorme dispositivo de muerte, de violencia, de prisión, de tortura y el uso indispensable de muchísimos recursos científicos y tecnológicos. En consecuencia, esa violencia clásica de la cual hablaba que es ubicua, que es selectiva y que afecta a la vida, se ha visto fuertemente fortalecida por los recursos de que dispone el hombre gracias a su razón, a su propia capacidad para crear ciencia y tecnología.

Hemos llegado a un punto de no retorno porque la capacidad productiva científica-tecnológica del hombre ha puesto a disposición del mismo hombre la capacidad de destruir a la humanidad y al planeta. El hombre ha construido la bomba de hidrógeno y la bomba atómica y ha acumulado enormes arsenales de armamentos químicos y biológicos. Si el miedo es una aprehensión sobre un mal futuro por venir que nos acompaña por la mera realidad de nuestra condición humana, hay que decir que ese miedo se ha visto acrecentado en los últimos siglos ante el temor de la desaparición súbita, limpia y total de la humanidad. En este contexto hay que situar al terrorismo, porque curiosamente el descubrimiento del arma nuclear fue administrada durante algunos años por las grandes potencias en una estructura del mundo que era bipolar y si en esa estructura no hubo una guerra mundial fue por la evidencia racional de que después de esa guerra no habría vencedores ni vencidos sino un planeta devastado.

Al caer el muro de Berlín, Fukuyama sostuvo que la historia había finalizado y eso significaba la emergencia de un mundo pacífico y cosmopolita y quizás el comienzo de la realización del sueño ilustrado. No fue así. Emergieron nuevas formas de violencia como la que provocó la terrible masacre de Nueva York y de Atocha de Madrid: el terrorismo integrista islámico. Hay que considerar algunas causas de este fenómeno. Peter Berger sostiene, junto con otros pensadores, que en el siglo XIX las sociedades son intrínsicamente religiosas o sea requieren de la religión como los individuos. En otras palabras, lo religioso es un fenómeno social, individual, una condición de la persona humana, una condición de las sociedades, con algunas excepciones, dice Peter Berger como una parte de la intelectualidad occidental y algunos países de Europa occidental. Fuera de ese círculo restringido el mundo es en general religioso. Eso es muy importante para el Islam: el que exista la creencia o que ellos perciban la intencionalidad de que detrás del avance de occidente hay designio secularizador, un designio de construir una sociedad totalmente secular y ese designio obviamente despierta profundas réplicas, respuestas agresivas e incita encarnizadamente buscar una puerta de fuga, una salida desesperada como el terror

La segunda característica que es necesario considerar es que, contra la opinión de Samuel Huntington que sostiene choque de cultura, sostengo que existe una gran civilización cosmopolita y universal que está en vías de constituirse, que se está haciendo a sí misma a lo largo del tiempo. En la civilización de la ciencia, de la técnica, del humanismo, de los derechos humanos, de las estructuras universales que el mundo intenta constituir como vías de una vida mejor y mas pacífica. Esa es la civilización que está en marcha: la civilización cosmopolita que no es patrimonio de occidente, que es patrimonio del hombre como tal. Existen las culturas y su diversidad y la cultura islámica musulmana no es contradictoria con la civilización, es contradictoria con las impregnaciones culturales occidentales que se le intenta imponer a expensas de su propia identidad y ¿quién no defiende su propia identidad, sus costumbres, sus leyes, su religión, todo lo que me constituye como miembro de una comunidad que tiene una identificación frente a la diversidad?.

El mundo musulmán está dividido entre moderados y terroristas. Aquí hay que preguntarse qué es el terror. La palabra terrer fue inventada por los franceses en la revolución francesa, cuando los jacobinos se hacen del poder y encabezados por Robespierre intentan destruir a toda una clase social, la nobleza, que fue crucial para el sostenimiento del antiguo régimen. La guillotina funciona las 24 horas del día y la Plaza de la Concordia se inunda de sangre. El terror siempre tiene un objetivo determinado. Veamos entonces qué significa el terrorismo islámico en su accionar, en su praxis.
El terrorismo no es una guerra, no sigue el canon tradicional de la guerra. No hay posibilidad de una guerra del terrorista contra las potencias occidentales porque el desequilibrio es total. Tampoco es la guerrilla, porque ellos nos pueden infiltrar las sociedades, la guerrilla la hacen los nacionales de una sociedad que defiende en su propia sociedad contra la agresión externa, ellos no son agresores que vienen de afuera. Tampoco practican el terrorismo del siglo XIX cuya figura fundamental era magnicidio, el asesinar al rey, al presidente, a sus ministros, a aquellos que estaban en la cúpula del poder, el poder adversario, del poder enemigo. No, el terrorismo actual busca la hecatombe humana, el sacrificio de grandes masas, en lugares simbólicamente relevantes, entre personas aglomeradas, ejerciendo su actividad cotidiana y con recursos tecnológicamente avanzados. Recurre a algo extraordinario, que es aquello que divide a los islámicos, su concepción de la guerra santa, su concepción de la salvación eterna y su discrepancia de los medios para conseguirlo. Ellos creen que la guerra, la Jihad se ejerce a través de la violencia extrema con el suicidio que permite el acceso a la vida eterna, algo que el islamismo no admite. Es un acto de sacrificio de sí mismo, de ofrenda de sí mismo a través de la violencia con el propósito y el objetivo de matar al otro y vean ustedes a quien afecta. ¿Quien es el enemigo? Así como en la revolución francesa el terror se dirige contra una clase social: la nobleza, el terror islámico se dirige en contra de la sociedad occidental. Por eso es que el terror se ha practicado en Nueva York y en Madrid, es decir, en aquellos países que están cercanamente involucrados en las cuestiones del Oriente Medio, pero también en África y en Asia. Nos olvidamos de muchos actos terribles de terrorismos realizados en Asia y en África. Nadie está libre en la sociedad occidental de sufrir los efectos de terrorismo porque lo que quiere es producir aquello que buscaba Robespierre, paralizar, anarquizar, producir el desarme moral de la sociedad occidental. Ése es su propósito.
Evoqué al hablar de la enorme capacidad científica y tecnológica que el hombre ha usado para fabricar instrumentos de destrucción y de muerte y he dicho que existen depósitos de armas bacteriológicas, químicas y nucleares almacenadas en distintas partes del mundo. Me pregunto si el terrorismo islámico se atreverá a usar esas armas para doblegar a la sociedad occidental.

Universidad Católica de Chile