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La no violecia como filosofía y como estrategia
Jean-Marie Muller

Es necesario reconocer que la no-violencia es extraña a nuestras culturas. Estas han otorgado un amplio lugar a la violencia, mientras que no han otorgado prácticamente ninguno a la no-violencia. La palabra misma de la no-violencia plantea una cuestión a la cual no estamos seguros de saber  responder. Para la mayoría de nuestros contemporáneos la no-violencia es percibida a través de confusiones y malentendidos y se ve desacreditada antes de que se pueda plantear el debate. Por ello es importante antes que todo superar estos malentendidos y confusiones para establecer el verdadero significado de la no-violencia. En un primer momento haré una clarificación conceptual que nos permita distinguir lo que con frecuencia tenemos el hábito de confundir. Realizaré una distinción entre lo que es el conflicto, la agresividad, la lucha, la fuerza y lo que en últimas es la violencia propiamente dicha.

El Conflicto

Nos encontramos continuamente en situaciones de conflictos potenciales. Mi primera relación con respecto al otro es frecuentemente una situación de enfrentamiento, de confrontación, de oposición y, por lo tanto, de conflicto. Mi encuentro con el otro, a quien no conozco, con un extranjero, es en primer lugar un encuentro incierto, imprevisible, difícil. Tengo miedo que quien se acerca a mí venga, en cierta medida, a apropiarse del espacio vital del que yo, en su momento, me he apropiado. El otro es, frecuentemente, aquel cuyos derechos vienen a usurpar mis propios derechos, cuyos deseos vienen a contrariar los míos, cuya libertad arriesga amenazar mi libertad. En pocas palabras, frecuentemente, percibo al otro como un adversario cuya existencia constituye una amenaza para mi existencia.

Nos encontramos, con frecuencia, en una situación donde somos varios a desear la posesión de un mismo objeto. Si somos dos deseando al mismo tiempo el mismo objeto nos encontramos ya en una situación de conflicto a través de la cual identifico al otro como un rival. Imito el deseo del otro rivalizando por la posesión del mismo objeto.

Si dos niños se encuentran en una habitación donde tienen a su disposición diez juguetes, cuando uno de ellos se apropia de uno, ¿qué cree usted que el otro niño va a desear? Tiene a su disposición nueve juguetes que podemos pensar tan bellos como el que ha sido tomado. Pero, evidentemente, va a desear aquel que ha tomado el primer niño, porque se ha apropiado de ese juguete, precisamente porque es el más deseable, porque es el que le puede proporcionar más alegría...por lo tanto, el segundo niño va a dejar desdeñosamente los nueve juguetes que están a su disposición y va a acercarse a quien se ha convertido en su rival para intentar apropiarse de ese juguete tan deseable y disfrutar de él.  Probablemente los dos niños llegarán a pelearse con el riego de romper el juguete, pero, poco importa que el juguete sea destruido: al menos el otro no podrá disfrutar de él. Y esta rivalidad tiene una alta posibilidad de engendrar una violencia recíproca, cada uno imitando la violencia del otro, devolviendo golpe por golpe. He escogido un ejemplo fácil, haciendo relación a un problema que concierne niños, pero, ustedes sabrán encontrar, sin dificultad, problemas análogos relacionando adultos...por lo tanto, la rivalidad por la posesión de un mismo objeto se convierte en una de las causas fundamentales del conflicto que opone a los seres humanos.

Podemos señalar desde ahora que la violencia no ofrece ninguna solución al conflicto. La violencia aparece no como un arreglo del conflicto sino como un desarreglo del mismo. Pero hay que desacreditar la violencia y rehabilitar el conflicto. Existe una confusión inicial que es necesario aclarar: la no-violencia no presupone un mundo sin conflictos, no propone huir de los conflictos. La no-violencia no tiene sus raíces en el sueño de un mundo donde todos serían bellos, donde todos serían amables, donde todos serían buenos. Ella tiene sus raíces, al contrario, en la toma de conciencia de nuestra realidad del mundo que es no solamente un mundo de conflictos, sino un mundo de violencias.

Debemos aceptar los conflictos, puesto que el conflicto tiene una función positiva y constructiva. El conflicto puede ser un medio para crear con el otro una relación de justicia y de respeto mutuo, de confianza recíproca y aún de benevolencia recíproca. Es una banalidad decir que el hombre es un ser de relaciones. La cualidad de su existencia es una función de la cualidad  de sus relaciones con los otros. Debemos construir estas relaciones a través de la defensa de nuestros derechos, a los cuales no debemos renunciar y del respeto a los derechos de los demás. Debemos, por lo tanto, vivir el conflicto, transformarlo de tal manera que podamos construir una relación de justicia con los otros.

La Agresividad

Para vivir el conflicto debo asumir y expresar mi agresividad. Distingamos la violencia de la agresividad. La no-violencia no exige y no implica el rechazo o la castración de la agresividad. Ésta constituye una potente afirmación de sí mismo, una potencia de combatividad gracias a la cual no tendré miedo de afrontar al otro a través del conflicto para hacerme respetar. Agresividad proviene de verbo en Latín aggredi que significa marchar hacia, avanzar hacia. No existe más violencia en la agresión que en la progresión que significa marchar hacia delante. Ser agresivo es, por lo tanto, tener el valor de avanzar hacia el otro para obtener el reconocimiento de sus derechos. Cuando el esclavo está sometido a su señor, no existe conflicto. Constituye lo que llamamos “el orden establecido” que es en realidad un desorden establecido. El conflicto sólo aparece en el momento en que el esclavo se levanta y tiene el valor de avanzar hacia su señor para afrontarlo cara a cara y reivindicar su dignidad y su libertad. En un primer momento, todo el trabajo de Martin Luther King consistió precisamente en crear el conflicto entre los negros y los blancos, es decir, despertar la agresividad de los negros que tenían una gran tendencia a resignarse a la discriminación racial que se abatía sobre ellos.

Entonces, hay que crear el conflicto para hacer aparecer la injusticia a la luz del día. Ciertamente, cuando se crea un conflicto se asume el riesgo que la violencia estalle. Se le ha reprochado, demasiado, a Martin Luther King, el haber alborotado la paz social, el haber instaurado el desorden y el haber provocado la violencia. Pero quien denuncia la injusticia del orden establecido crea necesariamente el desorden.

La Lucha

Es verdad que la existencia es una lucha por la vida. Solamente puedo afirmar mis derechos aceptando el conflicto, expresando mi agresividad y asumiendo la lucha contra aquellos que no me respetan. Muy frecuentemente las espiritualidades no han sabido reconocer la necesidad del conflicto y de la lucha. Muy frecuentemente las instituciones religiosas han hecho elogio de la paz social desacreditando la lucha social. Ciertamente, la reconciliación es algo excelente, pero solamente es posible en la justicia y a la justicia solamente se llega a través de la lucha. Y, esta lucha no implica ni el odio ni la violencia.

La Fuerza

Toda lucha constituye una prueba de fuerza. Aquí, igualmente, debemos distinguir claramente el ejercicio de la fuerza del uso de la violencia. La injusticia es un desequilibrio de fuerzas. La justicia es un equilibrio de fuerzas. La lucha tiene, precisamente, la función de re-equilibrarlas, de crear una nueva relación de fuerzas con el objetivo de crear las condiciones de diálogo entre los adversarios. Para resolver un conflicto no es suficiente, generalmente, hacer un llamado al diálogo. En ocasiones se caricaturiza la no-violencia reduciéndola a la búsqueda del diálogo. Por supuesto que se trata de agotar las posibilidades del diálogo y toda lucha bien conducida debe terminarse en él. Pero el diálogo sólo es posible a través del equilibrio de fuerzas y de la igualdad de poderes.

Cuando me entrevisté con César Chávez en 1972 en California, cuando organizaba el boicot a la recolección de la uva para obtener el reconocimiento de los derechos de los trabajadores agrícolas por parte de los propietarios de la tierra y cuando ya había obtenido varios contratos en beneficio de su sindicato. Le pregunté si había logrado “tocar el corazón” de aquellos para que aceptaran venir a sentarse a la mesa de negociaciones. Me respondió: “Si, he tocado el corazón de los propietarios porque su corazón es su billetera y el boicot ha tocado su billetera”. He aquí el verdadero realismo de la acción no-violenta. Cuando existen relaciones de dinero entre grupos humanos solamente será posible obtener justicia para los oprimidos creando una nueva relación de fuerza que obligue a los opresores al diálogo.

La Violencia

La violencia sólo interviene en un conflicto a partir del momento en que uno de los protagonistas hace pesar sobre el otro una amenaza de exclusión, de eliminación, en últimas una amenaza de muerte. El conflicto ya no tiene por función el establecimiento con el otro de relaciones de justicia, tiene, en adelante, la finalidad de dominar al otro, de hacerlo a un lado, de callarlo y posiblemente de matarlo. El objetivo último de la violencia es siempre la muerte, aún si, como sucede frecuentemente, el proceso de dar muerte no llega a su término.

Toda violencia que se ejerce contra un ser humano es una violación. La violación de su personalidad, de su identidad, de sus derechos, de su cuerpo, la violación, en definitiva, de su humanidad. Sabemos que no es necesario recurrir a actos de violencia física para violar la humanidad de otro hombre. La humillación de un niño por un adulto puede ser una violación profunda de su personalidad que le causará profundos traumatismos, graves heridas. Pero lo es también cuando se presenta la humillación de un inferior por un superior en el marco de una estructura social jerárquica.

Es esencial dar una definición de la violencia de manera que no se pueda decir que puede existir una violencia buena. Existe en toda violencia una parte irreductible de injusticia con respecto a quien la soporta y esta injusticia es en sí misma injustificable. Nos es necesario tener sobre la violencia una mirada que nos dé la convicción de que ella constituye la perversión radical de mi relación con el otro. Si la vocación de todo ser humano es la de crear con el otro una relación de respeto mutuo y de benevolencia recíproca, entonces, la violencia es siempre un fracaso, un drama y una desgracia. La violencia constituye, en primer lugar, la violación de la humanidad de quien la ejerce. La violencia hiere primero la humanidad del violento. La filósofa Simone Weil decía que la violencia hace de quien la soporta una cosa. El hombre deja de ser tratado como sujeto para serlo como objeto. Deja de ser considerado con un fin para serlo solamente como un medio. Al tomar la espada como símbolo de la violencia, Simone Weil afirmaba que el frío del acero es igualmente mortal tanto en la empuñadura como en la punta.

A partir de esta mirada sobre la violencia, somos conducidos a rechazar cualquier justificación de la misma. La violencia no puede justificarse nunca porque ella jamás es justa.

La no-violencia

Podemos ahora precisar la significación de la no-violencia. Decir no a la violencia no es negar la violencia. Al contrario, la no-violencia no tiene sus raíces en un realismo inferior con respecto a la violencia sino en un realismo superior con respecto a ella desde cualquier perspectiva. Se trata de asumir toda la medida de la violencia, de evaluar en toda su dimensión su peso en nuestra propia existencia y en nuestra historia colectiva. Decir no a la violencia optando por la no-violencia es decir no a todas las justificaciones y a todas las legitimaciones que hacen de la violencia un derecho del hombre. Lo que caracteriza la cultura de la violencia no es tanto ella misma como su justificación. En otros términos, justificar la violencia es cultivarla y cultivarla es recolectar sus frutos envenenados. Conocemos la historia: es nuestra historia.

El hombre es un animal capaz de ejercer la violencia y, ciertamente, el animal capaz de la más grande crueldad con respecto a sus semejantes. Es hablar mal de los animales afirmar que los hombres violentos se comportan como bestias. La violencia no es parte de la animalidad sino de la inhumanidad, lo que es mucho más grave. Pero, el hombre es igualmente un animal jurídico. El ha tenido siempre necesidad de justificar su comportamiento tanto con respecto a sí mismo como con respecto a los demás. Justificar la violencia es declarar inocente al asesinato. Desde el momento en que la violencia se justifica no existe ningún freno al desarrollo de la misma. Ésta se convierte en un engranaje puro, en un mecanismo puro. Es lo que vemos en todas las partes donde el proceso de la violencia se engrana: nada puede detenerla. Por ello es vital rechazar todas las construcciones racionales que nos son ofrecidas por las ideologías dominantes para permitirnos justificar nuestras violencias y declararnos inocentes.

Fue Gandhi quien nos proporcionó el término de no-violencia. A comienzos de los años 20 del siglo pasado tradujo la palabra en Sánscrito ahimsa por la palabra en Inglés “non-violence”. Este término está compuesto por el prefijo privativo a y del sustantivo himsa que significa el deseo de violencia que existe en cualquier ser humano. El otro es ante todo quien nos descompone, nos trastorna, nos molesta, quien quiere tomar nuestro lugar. Debemos tomar conciencia de este deseo de violencia que se encuentra en nosotros  y que contradice nuestra vocación hacia la humanidad. Nos corresponde, entonces, dominarlo, amaestrarlo, no rechazarlo. Será necesario transformarlo, transmutarlo, convertirlo para que su propia energía deje de ser destructiva y se vuelva constructiva

La mejor definición de no-violencia que encontré en los 90 volúmenes de las obras completas de Gandhi es: “La no-violencia perfecta es la ausencia total de male-volencia con respecto a todo lo que vive”. Es importante señalar que Gandhi proporciona en primer lugar un significado negativo de la no-violencia: ‘ausencia de male-volencia’. Esto nos permite suponer que nuestro primer reflejo, nuestra primera reacción, nuestra primera inclinación hacia el otro es la male-volencia. Gandhi afirma, justo después, que la no-violencia se expresa por la bene-volencia con respecto a todo lo que vive, es decir, por la bondad. El hombre es, por lo tanto, invitado a dominar su inclinación a la male-volencia para hacer prueba de su bene-volencia con respecto al otro, a transformar su hostilidad en hospitalidad...las dos palabras tienen la misma raíz etimológica.

¿Cuál es la Naturaleza del Hombre?

Una pregunta se nos plantea de manera obsesiva: ¿Por qué el hombre ha sido capaz de la peores violencias con respecto a otro hombre?. Es una pregunta que ha hecho correr mucha tinta: ¿es el hombre bueno por naturaleza o, al contrario, es malévolo? Creo, en últimas, que es una pregunta mal planteada. En realidad, está en la naturaleza del hombre ser al mismo tiempo capaz de ser bueno y de ser malo. El hombre es, a la vez, capaz de male-volencia y de bene-volencia, de bondad y de maldad, de amor y de crueldad, de ternura y de odio. Si existen en la naturaleza del ser humano estas dos capacidades, estas dos potencialidades, la pregunta que se plantea a cada uno de nosotros es cuál parte de nosotros mismos vamos a cultivar. Solamente podemos cultivar lo que nos ofrece la naturaleza. La cultura es desarrollar lo que ya se encuentra en germen en la naturaleza. Ahora bien, precisamente, el hombre social ha,  sobretodo, cultivado la violencia. Esto se manifiesta, particularmente,  a través de las tradiciones militares que han dominado nuestras culturas. El héroe que se propone a nuestra admiración, que pertenece a la historia o a la leyenda, es siempre un héroe violento.

La cultura necesita instrumentos, herramientas. Ahora bien, nuestras sociedades han privilegiado la fabricación de instrumentos de violencia. Se puede, aún más, hablar de una verdadera cultura de las armas. Pensemos lo que representa en nuestras tradiciones culturales el símbolo de la espada. La espada simboliza el coraje, la nobleza. Y, mientras fabricábamos y admirábamos las armas de la violencia no hemos forjado los instrumentos de la no-violencia. Mientras que nuestros niños aprendían el manejo de las armas de la violencia, no fueron preparados a poner en marcha los métodos de la acción no-violenta.

Se ha dicho, frecuentemente, que porque es negativa, la palabra no-violencia había sido mal escogida. En realidad esta palabra es decisiva por su misma negatividad puesto que permite, ella sola, deslegitimizar la violencia al rechazar todas sus justificaciones. Ustedes observarán que la exigencia universal de la conciencia razonable se expresa, igualmente, de manera negativa a través del imperativo: “No matarás”. No me sitúo aquí en una perspectiva religiosa. Las religiones, por otra parte, han respetado muy mal esta exigencia inventando las doctrinas de la guerra justa y aún de la guerra santa. Me sitúo aquí en el plano de la filosofía.

La necesidad no genera legitimidad

Puede darse, sin embargo, que me encuentre en una situación en la cual no pueda hacer otra cosa que portarme violentamente con respecto a otro, aún llegar a matarlo. Pero, debemos atenernos a un principio esencial: la legitimidad no surge de la necesidad. Aún en situaciones donde parece necesaria, la violencia no se convierte en legítima. Justificar la violencia bajo la cobertura de la necesidad es transformarla en necesaria. Es justificar, por anticipado, las violencias futuras y encerrar el porvenir en la necesidad de la violencia. En el mismo momento en que me encuentro obligado por la necesidad a recurrir a la violencia es cuando debo, más que nunca, recordar que es la exigencia de la no-violencia la que fundamenta mi humanidad. Y debo esforzarme de manera que la siguiente ocasión en que me encuentre en una situación similar esté en capacidad de escapar a la necesidad de la violencia. Soy responsable de las violencias necesarias en la medida que no he hecho nada para ser capaz de recurrir a la no-violencia. Simone Weil lo dice claramente: “Esforzarse en transformarse de tal manera que se pueda ser no-violento”. Todo está dicho y bien dicho. La no-violencia es una conquista e implica un aprendizaje.

En un texto escrito al comienzo de la segunda Guerra Mundial y titulado “Consideraciones Actuales sobre la Guerra y sobre la Muerte” Freud hizo la siguiente aclaración: “Cuando una decisión haya puesto fin al salvaje enfrentamiento de esta guerra, cada uno de los combatientes victoriosos regresará alegre a su hogar, re-encontrará su esposa y sus hijos, sin preocuparse ni inquietarse por el pensamiento de los enemigos que habría matado cuerpo a cuerpo o por medio de un arma de largo alcance”[1]. De esta manera, el hombre civilizado no tiene ningún sentimiento de culpabilidad con respecto al asesinato. Al contrario, demuestra su satisfacción, su orgullo y su alegría. Refiriéndose a los trabajos de varios etnólogos, Freud señala que las situación era distinta en el hombre primitivo: “El salvaje –anota- no es asesino impenitente. Cuando regresa victorioso del sendero de la guerra no tiene derecho de ingresar a su pueblo ni de tocar a su esposa  antes de haber expiado sus asesinatos de guerra a través de penitencias frecuentemente largas y penosas”[2]. Para Freud es necesario comprender estos actos de penitencia cumplidos por el salvaje como “la expresión de su mala conciencia relacionada con su crimen de sangre”. El fundador del psicoanálisis concluyó señalando que el hombre primitivo daba prueba de una “delicadeza moral que se perdió en nosotros, hombres civilizados”[3]. De esta manera, el hombre verdaderamente “civilizado” si se encontró en la trampa de la necesidad que lo obligó a matar su adversario, no tiene el gusto de celebrar una victoria, no busca disculparse a través de ninguna justificación, al contrario, asume el duelo por aquel que murió por sus manos.

Conviene distinguir bien, no para separarlas, sino para no confundirlas, la no-violencia como filosofía, que constituye la búsqueda de un sentido a la existencia y a la historia y la no-violencia como estrategia, que es la búsqueda de la eficacia en la acción. La filosofía es el amor de la sabiduría. La filosofía implica una escogencia, una opción, una decisión personal. Pero, es necesario que el individuo pueda hacer esta escogencia en pleno conocimiento de causa. Para ello, es necesario que este conocimiento le sea propuesto en el marco de la enseñanza. Debe ser el objeto de la educación. Pero, ¿no es uno de los dramas de nuestras sociedades que la educación no ofrece a nuestros hijos una enseñanza sobre la no-violencia? ¿Cuáles son los momentos, cuáles son los lugares que son propuestos a nuestros hijos para que ellos puedan reflexionar sobre la no-violencia? La educación sólo ofrece a los jóvenes un saber tecnológico que tiene como objetivo volverlos competitivos en la rivalidad económica que pronto los va a oponer. Y este aprendizaje tiene el riesgo de no darles el espacio para reflexionar sobre el sentido mismo de su existencia y de construir convicciones fuertes para afrontar el porvenir. Ciertamente, habría que re-pensar la educación en este sentido.

La Estrategia de la Acción No-Violenta

Esta sabiduría no debe conducirnos a retirarnos del mundo para cultivar nuestro jardín interior. Al contrario, debe conducirnos a comprometernos en los conflictos del mundo por la justicia y la libertad. Hacer prueba de benevolencia con respecto a aquellos que sufren una situación de injusticia, consiste en manifestarles nuestra solidaridad, es estar prestos a actuar en su favor y, cuando la oportunidad lo amerite, realizar con ellos una lucha para que obtengan el reconocimiento de sus derechos.

Uno de los principios fundamentales de la estrategia de la acción no-violenta es la búsqueda de medios que sean coherentes con el fin. Es necesario rechazar, de una vez por todas el viejo adagio según el cual: “el fin justifica los medios”, lo que quiere decir que un fin justo justifica medios injustos. Otro proverbio expresa mejor la sabiduría de las naciones: “Quien quiere el fin quiere los medios”, con la condición que lo entendamos correctamente, es decir: “Quien quiere un fin justo debe querer medios justos”. Mientras, podemos ponernos de acuerdo, bastante rápido, con respecto al fin: ¿No busca todo el mundo el bien de la humanidad, no pretende todo el mundo desear la justicia? La cuestión verdadera es la de los medios. El siglo XX fue dominado por ideologías que afirmaban que la violencia era el medio necesario, legítimo y honorable para actuar en la historia y debemos claramente reconocer, hoy, el fracaso de esas ideologías. La ideología comunista tenía, sin ninguna duda, por fin la construcción de una sociedad donde no existiría más la explotación del hombre por el hombre. Desafortunadamente, muy rápido fue evidente que los medios puestos en acción, precisamente los de la violencia, estaban en contradicción con este fin y que éste era sin cesar alejado hacia mañanas que nunca llegaron.

Es conveniente conjugar la esperanza en el presente ya que siempre estamos tentados a hacerlo en el futuro. En contraparte, la promesa que expresa la violencia se conjuga siempre en el futuro. Se cuenta la historia de un barbero que había colocado en su peluquería una pancarta donde se podía leer: “Mañana afeito gratuitamente”, pero, cada mañana olvidaba de cambiar la pancarta, de manera que el día de la afeitada gratis era siempre pospuesto para más tarde y cada día había que pagarla...Pues bien, creo que los violentos llevan una pancarta del mismo tipo: “Mañana traeremos la paz” y olvidan, igualmente, cada mañana, de cambiarla. Y cada día es un día de destrucción y de muerte. La no-violencia quiere conjugar la justicia, la libertad y la dignidad en el presente. Quiere utilizar solamente medios que ya, por sí mismos, realicen este fin. La victoria de la no-violencia se encuentra ya en la acción no-violenta, puesto que ésta da sentido al presente.

El Principio de No-Cooperación

¿Cuál era el análisis de Gandhi con respecto al colonialismo británico? Decía: lo que constituye la fuerza de la opresión colonial británica no es tanto la capacidad de violencia de los ingleses como la capacidad de resignación, de sumisión, de obediencia pasiva de los indios. Afirmaba; “No son tanto los fusiles británicos los responsables de nuestra sujeción sino nuestra cooperación voluntaria”. “Por lo tanto, para liberarse del yugo que los oprime, los indios deben cesar toda cooperación con el sistema colonial, con sus leyes y con sus instituciones”. “Una nación de 350 millones de personas –aseguraba Gandhi- no tiene necesidad del puñal del asesino, no tiene necesidad de la copa de veneno, no tiene necesidad de la espada, de la lanza o de la bala de fusil. Solamente tiene necesidad de querer lo que ella quiere y ser capaz de decir «No» y esta nación aprende hoy a decir «No»”.

Ciertamente, toda vida en sociedad implica la existencia de leyes. Cuando queremos jugar en grupo debemos elaborar una regla del juego y éste sólo es posible si cada uno la respeta. Quien hace trampa se elimina a sí mismo. En una sociedad democrática la función de la ley es la de garantizar la justicia para todos los ciudadanos y, particularmente, para los más desfavorecidos y los más débiles entre ellos. Gandhi, que era abogado, tenía clara conciencia  que el buen ciudadano debe obedecer las buenas leyes que protegen los derechos de los más pobres contra los más poderosos. Pero, desafortunadamente, las leyes son, generalmente, elaboradas por los poderosos y no es raro que ellas tengan por función la defensa de sus privilegios. El ciudadano responsable debe desobedecer las leyes injustas. Lo que fundamenta la ciudadanía no es la disciplina sino la responsabilidad. Ser responsable es aprender a juzgar la ley antes que obedecerla. La obligación de la ley no debe borrar la responsabilidad de la conciencia de los ciudadanos. Es una equivocación implantada por las ideologías dominantes la conversión de la obediencia en virtud. Y las religiones han jugado su parte al compartir este error funesto al pretender que toda autoridad provenía de Dios.

Nuestras democracias son solamente democracias de representación fundadas sobre la ley de la cantidad. Pero la ley de la mayoría no garantiza el respeto del derecho. Ser verdaderamente demócrata no es respetar la ley sino respetar el derecho. Esta es la razón por la cual la desobediencia civil a las leyes injustas es un deber cívico. ¿Por qué llamamos a la desobediencia civil? La palabra civilis tiene dos sentidos. En primera instancia se opone a militaris: es civil lo que no es militar. Pero, no es en este sentido que la desobediencia es civil. Existe, un segundo significado de la palabra civilis, que la opone a criminalis: es civil lo que no es criminal. Encontramos esta misma raíz etimológica en las palabras civilidad, civilizado...

Entonces, la desobediencia es civil en el sentido que no es criminal, en el sentido que es respetuosa de la vida de todos los ciudadanos, aunque sean adversarios políticos, es decir, en últimas, en el sentido que ella es no-violenta. La desobediencia “criminal”, es decir, que no es “civil”, es la violencia. Toda violencia, en efecto, es una desobediencia a la ley que prohíbe a los ciudadanos cualquier recurso a la violencia. Según su definición clásica, el Estado es la institución que, en un territorio determinado, posee el monopolio de la violencia legítima. El Estado justifica este monopolio, que desarma a los ciudadanos, afirmando que así asegura la paz pública. Sabemos bien que, en la realidad, las cosas frecuentemente suceden de manera diferente y que el Estado no vacila a recurrir a la violencia para hacer prevalecer su razón privando a los ciudadanos de sus libertades fundamentales

Desafiar la Represión

Toda acción directa no-violenta, y  particularmente, toda acción de desobediencia civil constituye un desafío a los poderes públicos. Quien infringe la ley se coloca a sí mismo, deliberadamente, en una situación en la que se arriesga a sufrir la represión. La coherencia de la acción no-violenta exige, en efecto, hacer frente a la represión. El hecho de obligar al Estado a recurrir a los medios de coerción con respecto a los ciudadanos desobedientes constituye un elemento esencial de la estrategia de la acción no-violenta. Esta represión hará aparecer en la plaza pública lo que verdaderamente está en juego en el conflicto y la opinión pública va a encontrarse testigo y tendrá, de alguna manera, que pronunciarse.

La lucha no-violenta no es una estructura bipolar. No se reduce al enfrentamiento entre, de una parte, los resistentes y, de otra parte, quienes tienen el poder de decisión, quienes toman las decisiones. La estructura de la lucha no-violenta es tripolar. Se crea lo que llamo una “triangulación” del conflicto. El tercer polo del conflicto es la opinión pública. Hay, por lo tanto, tres actores: los resistentes, los que toman las decisiones y la opinión pública. Y la batalla decisiva es la de la opinión pública. Convencer a quienes toman las decisiones será muy difícil, en particular si se trata de los poderes públicos. Ciertamente, quienes toman las decisiones son mujeres y hombres y, no digo  esto por principio, quienes, como cualquiera, están en capacidad de comprender las exigencias de la justicia. Pero, al mismo tiempo, tienen el riesgo de encontrarse prisioneros de su propio poder, de ser los rehenes del sistema que tienen por función defender. Si no se dejan convencer por lo justo de nuestra causa, posiblemente se vean obligados por la presión de la opinión pública. Por esta razón debemos esforzarnos en convencer a la opinión pública, es decir, posiblemente no la mayoría de nuestros conciudadanos, pero, al menos a una fuerte minoría de entre ellos

La escogencia de la no-violencia puede ser decisiva para ganar la batalla de la opinión pública. El recurso a la violencia tiene el fuerte riesgo de desacreditar a los resistentes ante el hombre de la calle. Al utilizar la violencia no creamos un debate público sobre la injusticia que combatimos, sino sobre la violencia que cometemos. Podemos estar seguros, son las imágenes de las violencias que cometemos las que serán la primicia de los medios de comunicación y éstas sólo podrán indisponer a la opinión pública. La violencia es una pantalla entre los actores de la resistencia y la opinión pública que oculta a sus ojos lo bien fundado de la causa por la cual se libra la batalla. La violencia hace aparecer a los resistentes como destructores y justifica la represión de que son objeto, ya que es lógico que quienes destruyen paguen. No tengo nada que decir si me encuentro en prisión a causa de una acción violenta. Al contrario, si me encuentro en ella a causa de una acción no-violenta, puedo expresar las razones por las cuales estoy allí. La no-violencia no permite evitar la represión pero la priva de cualquier justificación. Y es la violencia de la represión la que tiene el riego de desacreditar altamente a los poderes públicos. Aquí, la escogencia de la no-violencia no es una cuestión de moral sino de realismo y eficacia.

Existen, por lo tanto, serios argumentos de orden estrictamente estratégico para valorar la opción de la no-violencia. La acción directa no-violenta es necesaria a la respiración de la democracia. No es verdad que los buenos ciudadanos deban votar para elegir sus representantes en las diferentes instancias políticas. En realidad, a través del voto el ciudadano delega su poder, no lo ejerce. ¿Por qué hablar de acción directa? Porque se trata de actuar directamente en la plaza pública de la ciudad, sin pasar por la intermediación de las instituciones sociales o políticas. Todo lo que está en juego en los movimientos de resistencia civil es la creación de un espacio público en donde los ciudadanos pueden tomar la palabra para expresarse directamente con la intención de dirigirse a la vez a la opinión pública y a los poderes públicos. La acción directa y la resistencia civil son compromisos esencialmente cívicos y los poderes públicos estarían en mala posición para acusar a quienes asumen la responsabilidad de incivilidad.

Deberíamos ponernos todos de acuerdo sobre algunas propuestas tan simples como elementales. Si la no-violencia es posible, es preferible -¿no es cierto?- y si la no-violencia es preferible, debemos estudiar sus posibilidades -¿no es esto lógico? Ahora bien, precisamente, es esto, lo que hasta el presente no hemos hecho. Mi propuesta es, por lo tanto, humilde y modesta: estudiemos las posibilidades de la no-violencia comenzando por el comienzo. No se trata de situarnos en una problemática de todo o nada. Pero reconozcamos que, en lo referente a la no-violencia, estamos más cerca de nada que de todo. No soñemos, pero tengamos la sabiduría de alejarnos de nada. Si no, no es seguro que podamos enseñarle la esperanza a nuestros hijos.

 
(*) Jean-Marie Muller, filósofo y escritor francés. Miembro fundador del Mouvement pour une Alternative Non-violente, Director de investigación en el Institut de Recherche sur la Résolution Non-violente des Conflits. Autor de varias obras, ha publicado, especialmente Le principe de la non-violence (Marabout), Gandhi l’insurgé (Albin Michel) y Vers une culture de la non-violence (Dangles).

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* Traducción de Benjamín Herrera Chaves. El traductor agradece los aportes al primer texto en Castellano del profesor Francisco Javier Rodríguez Alcázar, secretario del Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada.

[1] Sigmund Freud: “Considérations actuelles sur la guerre et sur la mort” en Essais de psychanalyse. Paris, Petite Bibliothèque Payot, 1981, p. 34.
[2] Ibid.
[3] Ibid, p. 35

Centre de ressources sur la non-violence