Está demostrado, desde un punto de vista estratégico, que la cooperación entre actores en el largo plazo rinde mayores frutos que el enfrentamiento armado. Esta es la teoría de Thomas C. Schelling que, junto a Robert J. Aumann, le valió la entrega del Nobel de Economía en un día lluvioso a finales de 2005. La aportación es simple: el desarrollo de una herramienta analítica para entender el entramado social.
Schelling, de origen estadounidense, publicó en los sesenta su obra maestra titulada The Strategy of Conflict. En sus páginas describe el conflicto generado por la carrera armamentista de la guerra fría y los equilibrios logrados en el tablero internacional tras la amenaza del enfrentamiento nuclear entre potencias. Auman, nacido en Frankfurt e influenciado por Schelling, demostró, a través de juegos repetidos infinitamente, que la cooperación entre actores tiene al final un desenlace más viable que el conflicto.
El marco teórico que desarrollaron Schelling y Aumann ha sido de gran utilidad para entender el entramado político internacional. Su aportación al entendimiento de la dinámica social es indiscutible: la construcción de un equilibrio estable a partir de la identificación de costos al tomar decisiones y la influencia del largo plazo en la cooperación. La teoría de juegos se ha convertido en herramienta indispensable para estrategas políticos y profetas del mercado.
La reflexión de este par de académicos no sólo evidencia la utilidad de un marco teórico. Nos invita a pensar en el peligroso escenario que la humanidad ha construido a lo largo de los años: el equilibrio nuclear. El status quo se ha mantenido estable por más de medio siglo. Hiroshima y Nagasaki son referencia necesaria para cualquier interesado en estudiar la evolución de las especies y la permanencia de la raza humana en la Tierra. Este evento sentó precedente y dejó claro el enorme costo que tendría la falta de cooperación entre actores armados con cabezas nucleares.
Años más tarde, la guerra fría determinó la estabilidad mundial por más de dos décadas. El enfrentamiento entre la ex Unión Soviética y Estados Unidos, irónicamente, se dio entre países satélites –Vietnam y Cuba. Las señales, la diplomacia y las amenazas sustituyeron el uso de armamento de destrucción masiva en la batalla más estratégica del siglo XX.
A un año de haber recibido el reconocimiento, la tesis de Schelling y Aumann se pone a prueba -una vez más- por el eventual enfrentamiento bélico entre Irán y Estados Unidos. Ambos, países con armamento nuclear.
Dos interrogantes se derivan de este escenario: ¿qué papel juega la democracia en el ámbito internacional? y ¿qué tan frágil es el equilibrio nuclear?
Organismos internacionales 1, democracia 0
Los ganadores del Nobel explican cómo se mantiene el balance económico y militar en el mundo. Dejan en nuestras manos la interpretación de las reglas del juego -si las hay- en el tablero internacional.
La democracia es el único sistema político que ha logrado incluir, directa o indirectamente, a los ciudadanos en la vida pública. Sus valores paradigmáticos se exportan por todo el hemisferio y Occidente no acepta otro sistema mas que el gobierno de la mayoría.
El control de los organismos internacionales más importantes está a cargo de países que se rigen al interior por reglas y valores democráticos. Paradójicamente, ninguna de estas instancias acepta esas reglas mayoritarias como mecanismo de decisión. La realidad es contundente: los principios del liberalismo nunca fueron la base de las grandes organizaciones mundiales.
La insostenible imparcialidad y legitimidad de los organismos internacionales ha llevado a los actores más poderos a justificar la ausencia de los principios que de alguna forma exportan al mundo. La PNUD, la UNICEF o la UNIFEM, por ejemplo, son programas que destacan por su nobleza. La ayuda humanitaria es bienvenida en todos los rincones del planeta. Promueven a la ONU, sistema de cooperación internacional, como instancia democrática y humanitaria, pero la realidad es otra.
El ideal de Grocio
En 1625 Hugo Grocio, poeta y jurista holandés, abordó la necesidad de la cooperación internacional a través de un marco jurídico en su obra De iure belli ac pacis. Con poco más de tres siglos de antelación Grocio previó la urgencia de una organización mediadora fundada en un pacto colectivo. Sus escritos se inspiraran en el conflicto por el derecho sobre aguas internacionales.
El pensamiento de Grocio cuestiona la grave ausencia de un esquema reglamentario pactado y respetado por todos los actores sometidos a un acuerdo previo entre naciones. Por desgracia, nuestros organismos internacionales están muy por debajo del idealismo grociano del siglo XVII.
El surgimiento de la Organización de las Naciones Unidas en 1945, precedida por la Sociedad de Naciones, responde a la necesidad de crear una institución para «mantener la paz y la seguridad en el mundo». La ONU nace de la Carta del Atlántico firmada en una reunión encabezada por Churchill y Roosevelt -años más tarde, ganadores del conflicto. Es la única instancia, a la par de la Corte Internacional de Justicia, que tenemos en el planeta para resolver conflictos internacionales.
Más que una organización democrática, la ONU funciona como el hilo que soporta el peso de la paz mundial. Integran su Consejo de Seguridad 10 miembros rotativos y cinco permanentes. Estados Unidos, China, Rusia, Francia y el Reino Unido forman el último grupo y tienen derecho de veto, por lo que ninguna decisión puede tomarse sin el acuerdo unánime de estos países.
La capacidad de veto al interior del consejo es un candado para asegurar, aparentemente, la pluralidad de las decisiones. Mecanismo, por cierto, poco democrático porque otorga a los más poderosos el control de las decisiones. Basta que un miembro esté en desacuerdo para anular la decisión de 14 países.
La organización colectiva de las naciones unidas no sólo queda expuesta por las debilidades estructurales en sus reglas de decisión -basadas en la inequidad. La institución en su conjunto se vuelve obsoleta cuando un país decide actuar sin tomar en cuenta la opinión de sus homólogos. El caso más reciente fue la intervención unilateral de George W. Bush en Irak. Justificada, por cierto, con la amenaza nuclear.
En el esquema teórico de Schelling y Aumann, las decisiones de los actores poderosos son previsibles: pasan por alto la opinión de los demás cuando los beneficios individuales superen los costos. El cálculo es simple: hay tantos actores en un escenario «x», con «w» costos, un tiempo «z» y con un pago de «s». El resultado es imaginable. El protocolo de Kyoto -ante la falta de cooperación de algunos- ilustra el caso pedagógicamente.
Este panorama nos muestra, por decirlo de alguna manera, la precariedad del sistema internacional. Hay agregados colectivos, como la Unión Europea, que nos permiten ver esfuerzos extraordinarios por crear un espacio de cooperación que incentive la equidad en la región. La escala mundial es más complicada. Es mucho lo que algunos tienen que ceder para el beneficio de todos. Los principios liberales flaquean frente a los intereses económicos en la orquesta internacional.
El hombre no ha encontrado la forma, aún en el siglo XXI, de representar el interés comunitario de todas las naciones en un esquema político igualitario y equitativo. Las decisiones se toman unilateralmente. No importa que sea uno de los cinco países con representación permanente en el Consejo de Seguridad. No importa que el mundo entero esté en contra de esa decisión. Si se tiene el poder ¿por qué no?
El vacío ideológico y la falta de acuerdos en la dinámica internacional muestran que la paz mundial no se debe a una instancia mediadora eficiente, sino al equilibrio bélico entre naciones. El escenario es deprimente y nos lleva a la segunda interrogante: la fragilidad del equilibrio nuclear.
La paz mundial sobre un equilibrio precario
La ausencia de una reglamentación legítima y acatada por todos los actores indica que la precaria ley del más fuerte es la piedra angular del derecho internacional en la modernidad. El respeto universal de la norma y la excepción de su cumplimiento por los más fuertes se convirtió en la regla más importante del juego.
No hay nada que asegure el equilibrio en este escenario. La ventaja de tener un marco teórico respetado por todos es que el costo -no sólo destructivo- de violentar el pacto firmado previamente es muy alto. La falta de acuerdos colectivos vulnera cualquier equilibrio.
La historia del hombre está marcada por el cambio constante en las formas de poder. Justificamos la autoridad, al interior y al exterior, en distintos esquemas teóricos. La mutación del poder no es alarmante, lo que debe preocuparnos es el vacío ideológico y reglamentario en el ámbito internacional.
La falta de compromiso por respetar el derecho de otras naciones nos coloca en un escenario hobbesiano. No hay instancia a quién apelar cada vez que los derechos de una nación han sido vejados, así, el más fuerte recibe los beneficios a costa del más débil.
El poder puede, como justificación teórica o práctica, mutar en cualquier momento; sólo basta ver la conformación de bloques y economías emergentes en el mundo para entender que habrá una mutación.
La ley del más fuerte, como hace miles de años, se entiende al ver a dos cavernícolas gritándose –mandando señales– con un mazo para demostrar –resolviendo el problema de la credibilidad– quién es el más fuerte. Si las amenazas no son creíbles -o claras-, se desata la batalla.
Hace más de 50 años que Estados Unidos demostró su capacidad destructiva. La guerra fría, enfrentamiento entre bloques atómicos, estuvo a punto de terminar en una catástrofe mundial. Los costos resultaron muy altos. Se evitó la batalla y uno de los actores se colapsó.
El crecimiento acelerado de algunas economías y el armamento nuclear en manos de países como Irán, Pakistán, Israel, China, Rusia, Francia o Sudáfrica debilitan el frágil equilibrio internacional. Ante la falta de un marco normativo, la probabilidad del enfrentamiento nuclear aumenta. Los costos son elevados, pero el balance de fuerzas en cualquier momento puede ser cuestionado por algún actor.
La democracia parece ser el mejor sistema político que ha encontrado el hombre. Existen cientos de argumentos a favor y vías estables para que las naciones perfeccionen sus sistemas políticos en aras de la libertad y de la igualdad, pero al pensar en el entramado internacional las cosas cambian. La democracia no es el modelo que han adoptado las naciones para tomar decisiones. Los principios del liberalismo no mantienen la paz mundial. El frágil equilibrio nuclear sustituye, en la realidad, los ideales de la democracia.
El equilibrio, hoy por hoy, se ve amenazado nuevamente por naciones que han decidido continuar por la vía armamentista. Esperemos, por el bien de la humanidad, que el equilibrio que describió Schelling en 1960 no se altere.
La coyuntura amerita reflexionar sobre la falta de un marco ideológico para regular el concierto internacional que no sea la ley del más fuerte. La democracia y los principios liberales son una vía, no la única. De lo contrario, sólo nos queda esperar ver quién pega más fuerte y quién queda de pie. Esperemos poder darnos el lujo de sólo contemplar.
Istmo N° 284
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