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Violencia escolar y vida cotidiana en la escuela secundaria
Martha Patricia Prieto García

Resumen: Para entender cómo se gesta la violencia escolar entre los jóvenes se desarrolló una investigación cualitativa en una secundaria pública considerando varios factores: el papel de la institución ante este problema, las medidas que toma ante situaciones violentas entre alumnos y cuáles son las causas que las propician. Consideramos este último factor como la parte medular del fenómeno, por ello recurrimos a indagar los aspectos familiares, sociales y escolares que inciden en el comportamiento de los alumnos, con la finalidad de encontrar elementos que expliquen el origen de este tipo de conductas.

Palabras clave: violencia escolar, educación media, jóvenes, ambiente social, influencia familiar, México

Violencia escolar

La violencia visible u oculta en las escuelas actualmente es un tabú en nuestro país. Sabemos que al interior de cada institución se gesta de manera indistinta, donde algunos alumnos se aprovechan o hacen uso de ella, mientras otros la sufren. Los padres, en realidad, no saben cómo es el comportamiento y la interacción de sus hijos con sus compañeros tanto dentro como fuera del aula; pero aún es más incierto lo que aprenden de manera cotidiana entre pares. En la secundaria se establecen muchas interrogantes sobre el desempeño académico de los alumnos así como los efectos que produce en la formación de nuevas generaciones, en otras palabras, los padres se interesan más por la superficie de la vida escolar que por su contenido real (Jackson, 1975:14).

En pleno siglo XXI es poco lo que se sabe en México sobre la violencia escolar; entre las escasas investigaciones se encuentran la de Gómez (1996) sobre primaria y la de Prieto (2003) sobre secundaria. Sin embargo, al interior de las escuelas cada vez hay más violencia y, en algunas ocasiones, se sabe de hechos que son muy evidentes y no se pueden ocultar porque salen a la luz pública, por ejemplo:

Cuatro alumnos de secundaria, el 14 de febrero, fueron por una compañera para ir a una fiesta de la cual no regresó. A las setenta y dos horas después, fue localizada por la policía semienterrada, con lesiones de ultraje y machetazos. Aún estaba con vida. Los agresores hicieron su declaración a la prensa y dijeron que “Era una presumida y nos quería ningunear. Nos caía gorda”. Ambos estudiantes fueron confinados en el centro de rehabilitación para menores infractores (Ibarra, 1998:33).

El caso descrito no es aislado, es uno de tantos pero que se quedan como una noticia más. El significado de los valores se ha transformado, los jóvenes han aprendido –por su contexto familiar, social y cultural– a llamar a las acciones bajo otros conceptos: “La agresión es un juego; las armas juguetes; el dolor algo intrascendente” (Guevara, 1998:5).

Desde luego, el fenómeno de la violencia escolar no es nuevo; si hacemos un recuento personal recordaremos que en más de una ocasión fuimos víctimas y en otras agresores y, al pasar el tiempo –que es lo más grave– pensamos que formaba parte de la cultura escolar.

Existen países, sobre todo europeos, pioneros en la investigación sobre el tema, donde se le denomina moobbing (en Noruega y Dinamarca) o mobbnig (en Suiza y Finlandia). Su raíz es de origen inglés, mob refiere a un grupo, generalmente grande y anónimo, que se dedica al asedio (Henemann, 1972; Olweus, 1973). Pero el término se ha empleado a menudo para definir a una persona que atormenta, hostiga o molesta a otra. Aquí debemos diferenciar del término bullying, que sólo se usa cuando existe un desequilibrio de fuerzas (una relación de poder asimétrico), donde el o los alumnos que están expuestos a acciones negativas tienen dificultad para defenderse; en cierta medida, se encuentran inermes ante el o los compañeros que le acosan (Olweus, 1973 y 1978).

Sin embargo, a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, el fenómeno de la violencia escolar empezó a tener una mayor atención en las investigaciones en otros países. (1) Los niveles de análisis varían así como la forma de abordar el fenómeno desde sus distintas modalidades (incivilidad, indisciplina, acoso, hostigamiento, maltrato, exclusión, racismo, intolerancia, etcétera) pero en todos se enfatiza la influencia de los factores sociales, familiares, culturales y escolares en la vida cotidiana de los alumnos en su comportamiento y en la socialización con sus pares.

En torno a una definición de violencia

Llamaré violencia al “uso de la fuerza, abierta y oculta, con el fin de obtener de un individuo, o un grupo, algo que no quiere consentir libremente” (Domenach et al., 1981:36). La violencia que nos interesa es, sobre todo: […] la que un ser humano ejerce sobre otro ser humano. Fundamentalmente, consiste en una cierta fuerza empleada para producir en el otro efectos físicos o psíquicos que contrarían sus inclinaciones, sus propensiones y sus necesidades. Por consiguiente es una fuerza de conflicto, oposición y contradicción y tiende a suprimir, desde el punto de vista humano, a la persona que es objeto de ella (Domenach et al., 1981:36).

En la escuela, los estudiantes pueden sufrir cualquier tipo de acoso; de acuerdo con Olweus: “el alumno está expuesto de forma repetida y durante un tiempo a acciones negativas (son acciones de forma intencionada en donde hacen daño, hieren físicamente, dan patadas, empujan, pellizcan o impiden el paso a otros), o conductas negativas de palabra (burlas, amenazas, poner motes o engañar)” (1998:25). Asimismo, pueden sufrir hostigamiento, considerado como: […] una acción más grave que el acoso, en donde las agresiones son más violentas, es decir, para que se use con propiedad el término “hostigamiento” debe existir también un desequilibrio de fuerzas (una relación de poder asimétrica).

El estudiante que sufre estas acciones negativas tiene dificultad para defenderse de ellas y se encuentra de algún modo inerme, contra el estudiante o estudiantes que le hostigan (Olweus, 1996:360).

Por lo tanto, la agresión constituye una conducta violenta con características especiales como su reiteración y una relación de poder asimétrica. Sin embargo, hay que dejar claro que no todas las conductas agresivas tienen que ver con el hostigamiento; éstas afectan de manera considerable a los alumnos tanto en lo académico (la no participación en clase por miedo a la burla, el escaso interés por asistir a la escuela) como en la interacción con sus pares y, en algunas ocasiones, con sus maestros.

Para caracterizar la institucionalidad de la secundaria y la relación con los alumnos es necesario adentrarse en la trama de las relaciones en las escuelas. De acuerdo con Fernández (1994:36), a partir de ahí podemos ver cómo el plantel hace valer sus normas (2) (lo fijo, lo estable); en este espacio los estudiantes van aprendiendo distintas formas de relacionarse con el poder y la autoridad, al tiempo que construyen estrategias para burlar las normas y mantenerse lo mejor posible dentro del sistema. (3)

Es importante conocer qué viven los jóvenes al interior de la secundaria, la forma en que enfrentan y asumen sus normas, cómo se apropian de las reglas necesarias para convivir y sobrevivir en ella y cómo es su participación en la construcción de la vida cotidiana teniendo, en todo momento, presentes las limitaciones y reglas que se tratan de poner en marcha dentro de la escuela.

Al ingresar a la secundaria, los alumnos enfrentan una serie de códigos institucionales a los que deberán integrarse, de tal forma que conocerán cuál será su posición en la escuela, advertirán las reglas que deberán asumir, sin olvidar sus experiencias personales ni culturales y que han aprendido tanto en la familia (padres, primos, tíos, abuelos) como en la colonia (los amigos y el contexto), hecho que no se puede negar ni ocultar y que repercute de manera determinante al interior de la institución.

Causas posibles de la violencia escolar

Entre los factores que podemos considerar para explicar la violencia en la escuela señalamos los que puntualizamos a continuación:

Familiar: aquí se ubican ciertos problemas, entre otros, falta de cariño, de atención y de comunicación; separación, divorcio o ausencia de los padres; ser hijo único; pobreza y privaciones; educación inestable y agresiva, excesivamente estricta o, por el contrario, permisiva; falta de control; así como padres o tutor que trabajan doble jornada que les impiden estar al pendiente del adolescente (Funk, 1997:63; Campart y Lindstrom, 1997:95; Prieto, 2003; Levinson, 1998; Díaz-Aguado, 2001; Gómez, 1996).

Escolar: en este factor se incluyen la organización escolar, un ambiente hostil al interior de la institución, la calidad de las relaciones entre profesor-alumno (Ohsako, 1997), carencia de normas y valores educativos, ausentismo recurrente de maestros o una planta docente incompleta, la improvisación de clases y falta de control del profesor (Prieto, 2003); segregación, hostigamiento, acoso y agresión entre alumnos (Olweus, 1998; Domenach, 1981; Gómez, 1996; Ortega y Mora-Merchan, 2000; Prieto, 2003); indisciplina e incivilidad (Furlan, 2003; Pain, 1994); pertenencia al grupo y sus implicaciones (Eckert, 1989; Olweus, 1998; Gómez, 1996; Prieto, 2003); racismo e intolerancia (Stromquist, 1996; Eckert, 1989; Turner, 1998; Narodowski, 1998); fracaso escolar y alumnos repetidores (Martínez, 2001; Prieto, 2003); finalmente, en algunas ocasiones el crecimiento de una escuela propicia mayores agresiones entre pares y un difícil control entre maestro-alumno (Funk, 1997).

Grupo de amigos: en el contexto de la escuela los actos agresivos y abusivos los ejecutan, con mayor frecuencia, alumnos que se sienten integrados y aceptados por un grupo y, naturalmente, entre más agresivo es éste, los ataques hacia sus compañeros son más violentos (Olweus, 1998; Furlan, 1998; Gómez, 1996; Prieto, 2003).

Medios de comunicación: han llegado a conformar una parte importante en la vida cotidiana de los alumnos, puesto que la violencia es matizada desde diferentes perspectivas, la encuentran en videojuegos, películas, programas televisivos, música, noticias, etcétera. Sin duda, el internet debe ser analizado por separado, porque los niños y jóvenes pueden tener acceso en segundos a cualquier tipo información; al respecto, Funk (1997) señala: “en cuanto más se consuman películas de terror y violencia; en donde existan más actos vandálicos, más peleas, más se amenaza o acosa sexualmente a los demás, provoca en los alumnos una mayor tensión”.

El lugar de la investigación

Este trabajo es resultado de una investigación etnográfica de corte interpretativo, se emplearon diarios de campo y de observación así como se realizaron entrevistas a maestros, alumnos, padres de familia y autoridades educativas. El objetivo fue observar las dinámicas que gestan la violencia escolar; la indagación se centró en una secundaria pública de la ciudad de México, que se llevó a cabo en el periodo escolar 2001-2002.

Para tratar de entender los valores (familiares, religiosos, sociales, culturales y sexuales) de los alumnos, una de las partes fundamentales de la investigación fue conocer la ubicación de la secundaria: se encuentra en la colonia Obrera donde, desde temprano y hasta altas horas de la noche, hay un constante movimiento, ahí se ubican numerosos comercios de diversos giros pero, sobre todo, cuenta con una gran cantidad de cantinas, centros nocturnos y hoteles, lo que la convierte en un punto de referencia de la vida nocturna de la capital, aunque riesgoso y violento, donde predomina la droga, el alcohol, la prostitución y el robo, propiciando un ambiente hostil.

La observación detallada de este lugar nos ha permitido conocer las características de los individuos, sus actitudes, acciones y formas de vivir.

La mayoría de los alumnos de la secundaria estudiada tiene poca claridad de lo que es el respeto, la tolerancia y la disciplina y, por lo general, no existe la presencia de los padres para enseñar o fomentar estos valores; de esta manera, la calle, los amigos y el ambiente de la colonia suplen esa carencia familiar, donde los chicos son presa fácil de diversos riesgos sociales, entre ellos, el alcohol y las drogas.

A continuación, con base en los registros de observación y fragmentos de las entrevistas realizadas, ilustraremos las formas cotidianas de violencia escolar que se presentan en la secundaria estudiada.

Los maestros a través de los ojos de los alumnos

En el transcurso de la vida en el salón de clases los alumnos ponen en juego elementos culturales propios de la familia y del ambiente en que han crecido. Su identidad (4) adquiere relevancia en el ámbito de los significados que comparten (las bromas, los chistes) y donde los apodos no pueden quedar a un lado, más cuando se trata de los maestros; es la oportunidad, en el grupo de amigos, de compartir algo en común. Al respecto contamos con el siguiente registro, donde un grupo alumnos (4 mujeres y 3 hombres), que hablaban en voz baja y reían, comenzaron a contarme cuál era el motivo:
Es que a casi todos los maestros les pusimos apodos y pus les van a toda madre [sus compañeros se empezaron a reír; uno decía el nombre o la materia y los demás coreaban el apodo], mire: la Tere es “Quico”, por los cachetotes que se bota; la de Español es “La travesti”, porque está bien grandota, toscota y habla como si le estuvieran metiendo… bueno; la otra de Español es “La sapo”, porque tiene las orejas paradas y chiquitas, el buche lo tiene salido y la cara se le ve como verdosa con los ojos saltones; el maestro de Ambiental es “Cocoliso”, por enano, pelón y nalgón; el maestro de Física es “El Pedro Infante”, nomás véale el bigotazo que se bota; al director le dicen “El pablo”, por enano; al sub es “El pedro mármol”, de los picapiedras; la de Belleza es “La poly pocket”, por chiquita y flaquita; el maestro de Matemáticas es “El Pedro Ferriz”, por las cejotas que se bota; la de Bordados y tejidos es “La mosca”, por los lentotes que se bota; la de Ambiental es “La machita”, por marimacha porque si le gusta una compañera se le avienta; el prefecto es “El morbillo”, porque nos ve como si nos quisiera desnudar; el otro de Matemáticas es “El sope”, porque cuando habla le apesta la boca a cebolla; al de inglés es “El tío Sam”, por turindio, se cree mucho con su inglés; el otro prefecto es “Rocky”, porque fue luchador (R.O. 22/04/2002).

Los alumnos se expresan así porque en su contexto social, y muchas veces familiar, son llamados por sus apodos y no por sus nombres; en grupos de amigos es natural que hagan estos comentarios sarcásticos y burlones que, en este caso, son hacia los profesores. Al respecto Delamont (1985:109) menciona: “los alumnos juzgan a los profesores a partir de los indicios tomados de su apariencia personal, importancia física, ropa, edad, sexo, raza, lenguaje”.

Por lo menos en mi clase no hay lugar para ti

Los docentes llegan a tener una opinión de los alumnos y los catalogan dependiendo de “la fama” que adquieren por su comportamiento y disposición para estudiar, trabajar y participar, y pueden tomar la decisión de que un estudiante no entre a su clase. Al respecto comenta una maestra: En este grupo los muchachos no tienen ni respeto, ni orden. Es el colmo, hace como unas cinco clases […] un alumno me pide que le explique el ejemplo porque no me entendía, fui hasta su banca y le di la espalda al escritorio, cuando oigo que los alumnos empiezan a gritar “ratero, ratero” [la maestra en esta parte cambia el tono de voz, haciéndola más grave y por unos segundos se queda callada, tratando de revivir la escena de manera corporal y manoteando como si estuviera viendo en ese momento los hechos], volteo hacia el escritorio y me doy cuenta de que un alumno me estaba sacando de mi bolsa mi monedero. [Le dije] te equivocaste de lugar, si tu padre es ratero y lo aprendiste, también debes aprender que éste no es el lugar... [su expresión era de asombro, molestia y coraje], eres ratero, como dicen tus compañeros, y en este salón no cabes, por lo menos no en mi clase. Es el colmo hasta en la misma escuela tengo que cuidar mi bolsa y de mis propios alumnos, no se detienen por nada [cuando la maestra concluye, la expresión de asombro y de molestia seguía] (Entrev. 10/04/2002/M).

Ese caso muestra cómo los alumnos ponen en práctica en la escuela lo aprendido en la calle o muchas veces en la familia; pareciera ser que la institución es rebasada por el contexto social y cultural de los estudiantes, reproduciendo los patrones de conducta; en el caso descrito, el robo hacia la profesora gesta un desenlace violento entre ambos. Para Funk (1997:53-78) “los estilos de vida van acompañados de la pérdida de un sistema homogéneo de valores y provoca en parte de los jóvenes síntomas de desintegración (5) que pueden manifestarse en actos violentos”.

La escuela es una de las instituciones de mayor relevancia, donde circulan elementos culturales, normas, sentimientos, actitudes y valores que pueden ser alterados por situaciones violentas y que influyen de manera importante en la convivencia y desarrollo de los alumnos; en otro ejemplo, la maestra de Matemáticas comenta: En otra ocasión un alumno en plena clase empezó a molestar a su compañero de atrás y el alumno sin más ni más se paró y le dio de patadas, al meterme... [su expresión es de asombro] a separarlos, uno de ellos me dio una patada; en el momento me dio tanto coraje que le di un “coscorrón” en la cabeza y me dijo de groserías, lo llevé a la dirección. Nada más para que vea a qué grado hemos llegado (Entrev. 9/04/2002).

Para los docentes los únicos culpables y groseros son los alumnos, pero hay que señalar que quien condena la agresión responde de la misma manera, aun cuando la maestra justifique su acción ante lo ocurrido. Al respecto Debarbieux, presidente del Observatorio Europeo de la Violencia Escolar, menciona: “La falta de respeto [genera] una pérdida de sentido y desconfianza en sí mismo y en los demás. En la escuela esto se traduce en una fuerte crisis de identidad, tanto entre los alumnos como entre los profesores y el término más nodal en los discursos es el ‘respeto’, sin el que no existe ni prestigio, ni identidad social sólida” (1996).

Cualquier ocasión es buena

La hostilidad que se gesta al interior de la institución es por falta de vigilancia, de disciplina y aplicación de las normas (Gómez, 1996; Furlan, 1998; Prieto, 2003). Los problemas entre alumnos pueden surgir en cualquier momento, por cualquier motivo y en cualquier lugar; situación que ilustramos con el siguiente ejemplo: Por ser el Día del niño, la directora contrató un sonido para que los alumnos “convivieran”, objetivo que duró sólo un rato. Los jóvenes bailaban, unos en el patio, otros en los pasillos; en uno de los grupos se encontraban Claudia y Liliana, que tenían problemas entre ellas, que al escuchar, en una parte de la canción que bailaban, “eres como una ramera, que se enreda donde quiera”, empezaron a agredirse verbalmente; Claudia –señalando a Liliana– le dice “así eres tú”, a lo que responde “ramera tú y tu pinche madre”. En el momento las contuvieron pero se fueron al baño, ahí se insultaron y luego comenzó la agresión física (puñetazos, patadas, rasguños y jalones de cabello). Finalmente llegó la prefecta y les dijo: “Ustedes no entienden, miren nada más qué bonitas se ven, todas rasguñadas y despeinadas, parecen gallinas de pelea” (30/04/2002/M). Las llevaron al servicio de Orientación, ahí mandaron un citatorio a sus padres, que nunca se presentaron.

Al respecto, Covarrubias (2000) comenta “Es evidente que los adultos no estamos enseñando a nuestros niños y jóvenes a resolver sus conflictos pacíficamente. La violencia que entran en las salas de clase generalmente tienen sus raíces en las casas”.

Lazos de amistad

Para la mayoría de los alumnos la amistad ocupa un lugar muy importante, casi todo gira alrededor de ella. Estas relaciones casi siempre están “en la cuerda floja”, se imponen diversas pruebas para ver si son “dignos” de pertenecer a un grupo y éstas, que pueden ser absurdas o peligrosas para los adultos, para los chicos son inevitables sin importar los riesgos ni las consecuencias, y pueden ir desde bailar en cualquier lugar, portar cosas que llamen la atención, pintarse el cabello, tatuarse o hacerse perforaciones –que podrían implicar una sanción o problemas con los mismos padres– hasta otro tipo de “pruebas” más duras, como en el caso de los varones.

El anterior es el caso de Gerardo, líder de un grupo que se dedica a molestar a sus compañeros y tiene fama de “pasado de listo”; dos alumnos querían pertenecer a esa “banda”, los agredían pero aguantaban con tal de lograrlo, hasta que Gerardo les propuso que para entrar a su grupo debían ir al auditorio y hacer algo que llamara la atención de la escuela. En el transcurso de esa semana el intendente comentó: “Quién sabe quién fue a hacer averías al auditorio, la cosa es que las cortinas se quemaron... gracias a que andaba barriendo cerca del auditorio, si no, quién sabe qué hubiera pasado” (R.O. 17/04/2002).

Son riesgos que los alumnos están dispuestos a correr con tal de pertenecer a un grupo, sin importar consecuencias ni repercusiones. Por otro lado, el director reparó el daño comprando cortinas, pero en ningún momento trató de investigar lo que había sucedido. Esta actitud dio oportunidad y carta abierta a hechos similares, como lo menciona el conserje: “Los botes de basura de la escuela son grandes y de metal... en la semana siguiente después de haber quemado las cortinas, quién sabe quiénes prendieron un bote con basura, rápido fui por una cubeta de agua y lo apagué” (R.O. 17/04/2002/M). La falta de vigilancia en la escuela y el no enseñarles a los alumnos el sentido de responsabilidad y pertenencia como un espacio vital, propicia este tipo de agresión, poniendo en riesgo a toda la institución.

Asimismo, en el salón de clases la amistad es un factor estratégico para formar grupos que tratan de protegerse de los que “se pasan de listos”, consiguiendo una especie de alianza lo que, a su vez, puede llevar a extremos insospechados como introducir algún arma, sin que los maestros se enteren mientras los alumnos saben cuándo, cómo y quiénes las han llevado.

Así lo confirman las entrevistas, donde todos los estudiantes sabían que algunos llevaban a la escuela cuchillos, navajas e incluso pistolas; Gerardo y Yair (cuyo caso veremos más adelante), son jóvenes a quienes han visto llevar navajas y en ocasiones han amenazado a otros compañeros, sin que alguien haga o diga algo.

Sexualidad encubierta

En relación con las preferencias y tendencias sexuales de las y los alumnos se genera una serie de situaciones y relaciones agresivas donde el acoso, la amenaza, el hostigamiento, el abuso y rechazo se dan entre maestros y alumnos; al respecto Duschatzky menciona: “El lugar no es un simple territorio sino aquello que constituye reconocimiento, historia e identidades compartidas, ocupar un lugar es dejar marcas y ser marcados por él” (1999:28-29).

El salón de clases es el espacio donde los alumnos –además de conocimientos– aprenden a negociar, explícita e implícitamente, con los maestros y con sus pares para mantener la comunicación; relación donde las expresiones orales y de gesticulación tienen un gran significado porque representan una forma de interactuar. Dado que el aula es donde los adolescentes pasan la mayor parte del tiempo dentro de la escuela, también se convierte en el lugar en el que los abusos son parte de la vida cotidiana; para ellos cada oportunidad es buena para hacer sentir mal a sus compañeros por medio de bromas de mal gusto e insultos directos e indirectos. En este caso, tenemos como ejemplo a Benjamín, alumno de tercero, cuando la maestra de Español les enseñaba oraciones interrogativas:

Maestra: Las oraciones interrogativas, se usan para las preguntas... y se, se, ¿qué?
Alumno: ¿Puede repetir, maestra? No le oí.
Maestra: ¡Qué lentos...!, ni siquiera llevo un párrafo y ya me interrumpieron; cállense, si no, luego no oyen... Las oraciones interrogativas se distinguen por tener pronombres ¿por qué?, ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? Llevan siempre signos de interrogación, de principio a fin...

La profesora escribe unos ejercicios en el pizarrón y pregunta quién quiere pasar, Benjamín se levanta, la maestra le dice sí moviendo la cabeza cuando dos alumnos gritan: “ahí va el puto”, “ya va a empezar con sus puterías”, el resto del grupo se ríe de manera natural, Benjamín le dice. “¿Ya escuchó, maestra?” a lo que ella responde: “no escuché nada, vete a sentar” (R.O. 13/02/2001).

Es evidente la falta de respeto y tolerancia en los alumnos así como la actitud indiferente de la profesora: “El problema de la disciplina es el más importante de todos los problemas que tiene que afrontar el maestro en la escuela [...] Sin disciplina no hay trabajo eficaz posible” (Hernández, 1969:7).

En el siguiente registro, tenemos el caso del maestro del taller de Electricidad, que está a cargo de la cooperativa, por lo que llega de 30 a 40 minutos tarde, tiempo suficiente para que un grupo de alumnos moleste a un compañero, Aparicio. De acuerdo con el registro de observación, lo encerraron con la luz apagada en el taller y le aventaron un cohete gritándole desde una ventanita: “para que se te quite lo puto, a ver si así te haces hombre, para que se te quite lo mariquita” (R.O. 12/03/2001).

La ausencia del maestro y la falta de respeto de los alumnos sobrepasa los límites, sin importar el daño físico, psicológico y moral que se pueda ocasionar al compañero, donde lo más grave es que nadie responde o detiene este tipo de actitudes violentas.

La violencia cotidiana en la escuela

Para ilustrar esta parte, volvemos al caso de Gerardo. Tiene 14 años, usa mucho el caló, siempre habla con groserías y doble sentido; con sus compañeras es ofensivo, las abraza, les da nalgadas, pero ellas lo aceptan. Como mencionamos antes, es el líder de un “grupito”, juntos “se pasan de listos”, esconden las mochilas, pegan, avientan; si algo les gusta, sus compañeros saben que se los tienen que dar. Sin embargo, si Gerardo quería platicar con alguien, podía hacerlo bien. Cuando se realizó la entrevista en ningún momento trató de bromear y les dijo a sus compañeros “no quiero que me interrumpan […] a lo mejor a nadie le voy a volver a contar lo que le voy a decir […] pero se lo voy a decir porque, ¿sabe?, me cae bien”:

En la escuela yo digo que vivo con mis papás, cosa que no es cierto, sólo vivo con mi mamá, mi papá se casó otra vez, tengo dos medios hermanos, uno más grande y otra más chica; estudie en la Giner de los Ríos la primaria que, por cierto, no me fue muy bien. [Preguntamos por qué]. Porque en sexto año, la verdad me empecé a juntar con unos compañeros más vivos que yo, un día me dijeron “¿cuándo has visto mil pesos juntos?”, les dije que nunca, entonces me dijeron “¿qué te parece si secuestramos a Mario?”, era un compañero que según tenía dinero. Lo planeamos el día viernes, esperamos a que se fuera la mamá y le dijimos a Mario que le invitábamos unos dulces, que fuéramos a la tienda, el nos dijo que no podíamos salir y nosotros le dijimos que no se preocupara, que los viernes la conserje no estaba en la puerta, él nos dijo que sí, ¿cuándo? Salimos a la tienda le dijimos “vamos al parque Álamos”, él nos contestó que “no”, entonces le dijimos: le vas a hablar a tú mamá y le dices que no estás en la escuela, que estás en el parque Álamos y que si quiere verte venga y en la cancha de futbol de tierra, en la mera puerta, deje mil pesos y se vaya para la parada del camión en Isabel la Católica, que no intente hablarle a nadie porque te va mal.

Fuimos muy pendejos porque, en primer lugar, era un recado muy largo, el güey cuando le habló a la mamá no lo decía bien, bueno fue un desmadre la verdá, pero la madre vino dejó el dinero ahí y Mario se fue a la parada del camión. Con un suéter encima fuimos por el dinero, para que según nosotros no nos reconociera, cuando volteamos ya no estaba la mamá ni Mario.

[Le preguntamos ¿qué hicieron con el dinero?] Pus la verdad nos fuimos a comprar unas tortas, luego nos repartimos el dinero y quedamos que nadie sabía nada y dijimos “chin, chin, el que se raje”, pero cuando llegué a mi casa ya me estaban esperando unos judiciales, mi mamá no estaba, porque ella trabaja, y la tuvimos que ir a buscarla a su trabajo […] Es cocinera en una fonda y va a lavar ropa o hacer quehacer a las casas. Pus cuando fuimos a verla se espantó y, luego, luego, le habló a mi papá, pero me llevaron al Tutelar, al que está en Vértiz, no llegué hasta adentro, porque mi papá se movió, la verdad no me acuerdo bien si veinte días o un mes, esto no lo saben en la escuela, ¡eh!

Hasta ese momento no tenían noción de lo que habían hecho, les parecía que no había pasado algo tan grave, pero Gerardo se da cuenta de que tener un antecedente así no es gratificante, por eso me aclaró que en la escuela nadie sabía nada. Ante la pregunta de qué había pasado en ese tiempo, respondió: Es de la chingada, desde que llega uno nos quitan los tenis o zapatos, lo que traigas y, luego, luego, te preguntan “¿por qué caíste?”, y uno tiene que estar muy vivo porque si no te cogen, habían chavos más chicos que yo pero que, la verdad, me daban en la madre, porque tenía miedo a defenderme, hasta que un día en la noche uno vino y me dijo “saca” le dije que no traía nada y me empezó a pegar y me defendí y vi que nadie se metió. Pero, la verdad, es de la chingada, si no me ponía vivo cualquiera me pegaba, pateaba o cualquier cosa podía pasar; pero se movió mi papá, fue a hablar con el papá de Mario [el secuestrado], y el señor retiró los cargos; para qué le miento, no se qué hicieron pero salí. Mi papá a veces lo veo pero, como no le caigo bien a su vieja, pus mejor trato de no verlo con ella porque, la verdad, ya no estoy chiquito como antes que aguantaba; pero lo veo cuando quiero algo, aunque ni lo necesito porque yo puedo comprarme lo que quiera, pero para que no se le olvide que tiene un hijo.

Gerardo ya cuenta con una experiencia poco común, lo que aprendió en el Consejo Tutelar para Menores lo refleja en la escuela, con sus compañeros; la forma en que se expresa de su papá es distante y trata de verlo aunque dice “no necesitar de él”. Luego le preguntamos si se drogaba y qué había pasado con sus otros dos amigos:

Ellos se quedaron adentro, más que la verdad ni nos veíamos. La neta sí, a la fecha le pongo, ¿qué no sabe? […] pregúnteles a quien quiera de la escuela. Yo sé que no voy a sacar el certificado, porque debo materias de otros años y hasta horita he reprobado cinco materias, pero no vengo por la escuela, en sí vengo a mis ondas, los maestros a veces son bien manchados, pero ¿cómo ve?, que por eso luego tienen sus coches rayados, o las llantas ponchadas (Entrev. 22/04/2002).

Directamente no me dijo que vendía la droga en la escuela, pero algunos alumnos me comentaron: “cuando vea a Gerardo en el pasillo con su chamarra, está vendiendo”; comencé a observarlo más y no pasaron muchos días para saber que los lunes y los viernes llevaba la chamarra negra de gabardina. Lo más sorprendente fue que quienes se acercaban a él eran alumnos que mostraban ser tranquilos, incluso algunos no iban mal en la escuela; de manera discreta se iban al baño. Gerardo sabe –y no le importa– que no obtendrá el certificado de secundaria; tal como lo afirma, va a la escuela a molestar a sus compañeros y venderles droga. Sin embargo, no es entendible por qué ni los maestros ni los prefectos se daban cuenta de lo que pasaba, sus compañeros estaban enterados sin que nadie dijera nada. Por otra parte, al preguntarle cómo era su relación con su madre y hermanos, Gerardo comentó: Aunque somos medios hermanos pá mi no vale, más que la verdad, con mi hermanita no me llevo bien porque es muy chillona, pero con mi carnal bien, él también le pone, pero la gran diferencia es que mi mamá no sabe; con mi má no la llevo muy bien, pero es mi jefa y aunque le gusta chupar pero pus ella se paga su vicio, pero a veces por eso trato de no faltarle al respeto, pero a veces no puedo, le grito y no le hago caso.

Considerando el ambiente familiar de Gerardo, su madre alcohólica, su hermano mayor vicioso, la ausencia de su padre, quién podría decirle que no estaba bien lo que hacía.

Al Tutelar de Menores

Yair es un alumno que está por cumplir 16, tiene ojos azules, es delgado, de piel blanca, siempre lleva los zapatos grandes y desamarrados, usa el pantalón a la cadera (de una talla más grande y de la parte de abajo los descose para que le quede un poco más holgados y largos); su cabello es castaño claro, lo trae corto de atrás y engomado, en algunas ocasiones lo usa como con picos; usa cinco pulseras tejidas de colores y un collar de conchas. La camisa blanca la trae pegada y arremangada de los brazos, para algunas es “Rocky”, a las alumnas no las trata con groserías pero abraza a todas y cuando le preguntan ¿andas con alguien?, su respuesta es “no, pero si tú quieres sí”. El grupo que encabeza lo llama “Los valedores”, con quienes “matan clases” cada vez que pueden y, si alguien les cae mal, le ponen apodos, le dan “de zapes”, le ponen el pie para que se tropiece o lo avientan, son provocaciones ante las que los compañeros no responden.

En la entrevista, Yair comentó: ¿Sabe? Me gusta que me pregunten, porque casi nadie lo hace. [Vivo] con mi mamá y mis dos hermanas, que son más grandes que yo, una estudia en la universidad y la otra trabaja; mi jefe apenas se acaba de separar de mi jefa, porque pus como según es muy galán el güey, se fue con otra, pero a mí ni me duele pus casi ni lo veía, nunca estaba en la casa y, cuando estaba, se peleaba con mi mamá.

[Posteriormente le preguntamos por qué estuvo en el Tutelar de menores:]
Fue hace un año, por eso debo unas materias, porque no podía venir a la escuela, estaba guardadito; ahí estuve como quince días. Andaba con unos cuates y mi chava, fuimos a una fiesta, ahí empezamos a tomar, cuando de repente empiezo a ver que uno de mis “valedores” se empieza a pelear, en ese momento no sabíamos por qué, pero le fuimos a ayudar; a los otros cuates los dejamos bien madreados, pero entonces, en eso llegó una patrulla y los otros chavos dijeron que los queríamos asaltar, mintiendo acá los chavos; entonces nos llevaron al Tutelar, porque éramos menores de edad; ahí le hablé a mi mamá y pus rápido se movieron y cuando los chavos fueron a declarar se contradijeron, eso nos ayudó; pero lo bueno que caímos juntos porque, nos cuidábamos, principalmente cuando íbamos al baño o en las noches.

[¿Por qué?] Porque como estamos chavos son más cabrones o bueno no sé, pero por ejemplo, en lo que estuvimos, llegó un chavo un poco más grande que nosotros y había violado, no sé a quién, y al otro día, luego, luego, amaneció en el patio con un trapo en la boca y una botella en el culo. Nosotros sólo fue por quince días, pero nos mandaron a unos grupos en el cual había una persona que nos coordinaba, como que eran pláticas grupales en las cuales nos decían que no debíamos agredir, pelear; como que trataban de que nuestra actitud fuera diferente, o sea que no nos peleáramos, no buscáramos problemas; ahí estuve yendo a la de a fuerzas por seis meses; casi, casi, era una de las condiciones para salir de ahí. Por eso se enteraron en la escuela.

[Le preguntamos si se drogaba] No. Me gusta tomar, pero a lo otro no le hago, más bien mi vicio son las chavas, me encantan: chicas, grandes como sea, bueno siempre que estén acá, que sean jaladoras. Lo que no me gusta de unos chavos es que si uno le gusta, por ejemplo a mí me gusta el chupe, pus no voy a traer a la escuela la botella, porque me cachan y me corren, pero aquí hay unos que traen sus cochinadas a vender y quién sabe si sea de la buena porque la dan muy barata, lo que veo es que nadie dice nada y por esos me acabo de enojar, bueno pá que le digo, porque andaba bien pasada; ahora, como ya hay más vigilancia, se van a donde pueden a esconderse, si no fíjese (Entrev. 18/03/2002).

Como hemos podido observar, en la secundaria había dos grupos fuertes de poder: el de Yair y el de Gerardo. El de Yair era más pequeño, no vendía nada, pero sus compañeros sufrían de igual forma sus agresiones (bromas, apodos, empujones, “zapes”, patadas y, si les gustaba algo de otro, se lo quitaban sin ningún problema); la consigna era siempre “cuidadito y digas algo”, aprovechándose más de los alumnos de primer grado, muy esporádicamente lo hacían con los de tercero. Cuando Yair y Gerardo llegaban a encontrarse, se saludaban, pero cada cual por su lado, ambos sabían cuáles eran sus “pasatiempos”.

A diferencia de Gerardo, la escuela sí sabía que Yair había estado en el Tutelar. Las maestras decían que era “juguetón”, pero un “buen chico”, su habilidad era tal que no se daban cuenta que él era quien provocaba a los compañeros, reprendían a los otros y no a él. Su carisma era tal que algunas maestras lo ayudaban en su materia para que no reprobara el bimestre, y nadie lo excluía por haber estado en el Tutelar. De acuerdo con nuestros registros, en más de dos ocasiones fue llevado al servicio de Orientación por traer los pantalones desfajados, otra por no llevar el uniforme completo y traer el cabello parado (en forma de picos pintado de las puntas de color azul).

En una ocasión, antes de que entrara el maestro de Biología (nuevo en la escuela), Yair le comenta a sus compañeros: “cuando entre le voy a dar unos ligazos en las nalgas para no aburrirme, ya ven que es bien pazguato y aburrido”. Todo el grupo está a la expectativa, cuando el profesor entra y voltea al pizarrón, Yair se para rápidamente y le da el ligazo, como dijo, “en las nalgas”, inmediatamente el maestro voltea a ver a los alumnos y pregunta quién fue; el grupo se quedó en silencio unos minutos y, como nadie respondió, se salió del salón. Yair aprovecha ese tiempo para decirles a sus compañeros “cuidadito y alguien diga algo”. El maestro no tardó en entrar acompañado de la trabajadora social –“¿quién le hizo eso al maestro?” Nuevamente, nadie respondió, –“como nadie quiere decir, todo el grupo se va a ir suspendido”. Otra vez hubo silencio, el profesor dice “así no se puede trabajar, todos tienen tres puntos menos de lo que saquen en sus calificaciones”.

Este tipo de situaciones –comunes con varios maestros– donde los alumnos son castigados por culpa de uno o de una minoría, desde luego no es un asunto de solidaridad, sino de miedo. Pero la trabajadora social sabía quiénes eran los que habían propiciado el caso, por lo que en esa ocasión decidió llevar a Yair a Orientación y lo dejó más de tres horas ahí, porque ya sabía que si llamaba a la madre, no iba.

Ésa es una característica en la secundaria, los padres de familia prácticamente nunca van a la escuela para enterarse de cómo van sus hijos, cuando los llaman no asisten y los alumnos lo saben; sólo acuden en casos extremos, por ejemplo cuando ya no se les permitirá entrar a la escuela.

Los asaltos en la escuela

Esta forma de violencia la ilustramos con el registro de alumnos de tercero y algunos de segundo, que se distinguían por groseros y peleoneros. El físico no importaba, la mayoría eran altos pero los bajitos tampoco se dejaban de nadie, ni de sus mismos “cuates”. De acuerdo con las observaciones, su forma de asaltar era que uno de ellos se acercaba a un compañero y le decía “eres la presa o el elegido, ven”. Si por algún motivo se resistía le indicaba “a la hora de la salida” o bien lo alcanzaban y jalaban con el grupito. Lo hacían de una manera tan sutil, que parecía que estaban platicando o jugando; y amenazaban a las víctimas: “si dices algo, primero no te van a creer, porque todos vamos a decir que eres un mentiroso y, segundo, te damos en la madre por rajón” (R.O. 07/01/2002/M).

Por lo regular este grupo se colocaba, a la hora del descanso, a un lado de la Dirección, detrás de un muro y le pedían dinero a los alumnos(as) que pasaban por ahí, si se negaban los pateaban, los jalaban, los aventaban y les quitaban el dinero; a las mujeres les levantaban la falda, las abrazaban, mientras otros las manoseaban, siempre con la amenaza de “cuidadito si vas y dices algo, porque entonces no te la acabas con todos nosotros”.

Durante todo el periodo escolar, la amenaza, el acoso, la agresión entre los alumnos estuvo presente: los(as) alumnos(as) no se atrevieron a denunciar al “grupito” ni con los maestros ni con sus padres. Trataban de no pasar por la zona de peligro, pero era en vano, alguno venía a decirles “préstame unos varos”, incluso cuando se lo daban de manera forzada les decían “oh, nada más eso, préstame más”.

No obstante, los maestros tenían una visión totalmente diferente de este asunto: “veo que se prestan dinero los alumnos […]. Pero no creo que sea de otra manera porque si no ya los alumnos estarían comentando y nosotros ya nos daríamos cuenta pero no me he enterado de nada y la verdad los alumnos tienen que aprender a defenderse, porque aquí no está mamita para defenderlos”. Tal actitud era muy común entre ellos, cuando escuchaban algo que no estuviera bien se tornaban indiferentes. Incluso también muchos alumnos lo negaban y otros cambiaban la conversación. Pero algunos más comentaban: Se manchan, como están en bola, se sienten muy chingones, la verdad yo mejor ya ni traigo dinero, pero bueno a veces tengo que traer, porque si en varias ocasiones les dices que no traes, te dicen “mañana sí vas a traer, ¿verdad?” El otro día no traje y me dieron unas patadas, como en juego pero que sí me dolieron y me volvieron a decir “mañana sí, ¿verdad?”

En el salón se sienten mucho Joel y Ricardo, porque son de la bolita, a “La abuela” (6) le piden la tarea y se las tienen que dar; si no llevan pluma, se la piden a cualquiera, y se la tienen que prestar porque, según ellos, te la piden por la buena, si es por la fuerza te la arrebatan y, luego, luego, te dicen “cuidadito y digas algo porque te la ves conmigo y mis cuates”; tanto alumnas como alumnos nos hacen eso, yo sí les tengo miedo porque son bien manchados.

Como se deriva de los registros, este grupo se ha hecho fama a través de la intimidación –siempre impune– pero en la escuela es un secreto a voces. Ciertos maestros han tenido fricciones con algunos de ellos, sin embargo no han hecho nada al respecto, y aun cuando en los últimos meses la directora los puso a vigilar en el patio, la medida no ha sido suficiente. Se trata de un “grupito” muy hábil y bien organizado para seguir con los asaltos, incluso integran a chicos de segundo grado, para que siempre haya quien los supla y así mantener el control. Si esto ha funcionado durante un tiempo, nos preguntamos por qué los alumnos han aguantado estas conductas violentas, por qué no son capaces de denunciarlos o por qué algunos lo niegan.

Conclusiones

Es necesario realizar más investigaciones sobre la violencia en nuestras escuelas, en especial en el nivel secundaria. Nos enfrentamos ante una problemática que no podemos ignorar, donde las autoridades educativas deben intervenir para dar soluciones a estos sucesos.

Algunas manifestaciones de violencia que encontramos al interior de la escuela fueron el robo, el vandalismo así como la agresión física y verbal.
Sin embargo, ante hechos evidentes, la institución (director, maestros, padres de familia) nunca pudo unirse para combatir el fenómeno.

Tal como pudimos constatar en las observaciones realizadas, la colonia es un factor determinante para los alumnos; el entorno cumple un papel importante en sus experiencias. Al crecer alrededor de cantinas, centros nocturnos, problemas de alcoholismo y de drogadicción, en corto tiempo empiezan a tomar actitudes negativas, reproduciendo lo que ven y oyen de su entorno.

La escuela, después del hogar, es el lugar donde los chicos pasan más tiempo; es su “segunda casa”, es el punto de referencia donde “aprenden” a defenderse de pares y maestros y, en algunos casos, es donde por primera vez saben lo que es el miedo, el robo, las peleas, el consumo del alcohol y las drogas.

En la secundaria que hemos estudiado, encontramos la existencia de complicidad entre docentes y alumnos. Los maestros sabían lo que se ocurría al interior de la escuela (venta y consumo de droga y alcohol, asaltos, violencia) sin que hicieran algo por denunciarlo o evitarlo. Los alumnos –aun mejor– también sabían lo que pasaba en la secundaria, lo vivían y lo padecían, pero hacían como si no pasara nada.

Notas

1 Entre los trabajos en otros países destacan: Japón (Ohsako, 1997); Alemania (Funk, 1997:53-78); Holanda (Mooij 1997:29-52); Estados Unidos (Levinson, 1998; Eckert, 1989; Stromquist, 1996; Lawton,1993:662-659); Inglaterra (Turner, 1998:591-602), México (Gómez, 1996 y 2003; Prieto, 2003 y 2004; Furlan, 1998:612; Furlan, et al., 2003:259-298); Francia (Debarbieux, 1996; Pain, 1994:27-31); España (Ortega y Mora-Merchán, 2000:7-27; Cruz, 2001:12-23 ); Chile (Cerda y Assaél, 1998:629-944); Argentina (Narodowski, 1998:603-609).
2 Para Lidia Fernández las normas constituyen lo instituido de la institución, representan el orden establecido que dan al individuo la protección de una lógica con la cual organizan su mundo, es una permanencia con lo establecido.
3 Fernández menciona que la parte instituyente es la que siempre genera el cuestionamiento, la crítica a lo establecido.
4 Goffman (1993:260) menciona “los sujetos se identifican y reconocen entre sí por medio de ciertos atributos. El sujeto mismo como tal, posee una identidad producto tanto de sus experiencias como de sus capacidades inherentes y adquiridas”. La identidad de los sujetos implica una toma de conciencia de quién se es y de dónde se está. La identidad personal se relaciona con la idea de que unas personas se pueden diferenciar de otras, a través de ciertos medios donde se entrelazan hechos sociales de una historia particular.
5 Por ejemplo, según Heitmeyer “a) la desaparición de relaciones con otras personas e instituciones”; b) de la participación real en instituciones sociales; c) del respeto a las normas y valores comunes” (1992:109).
6 Es la más aplicada del salón, pertenece a la escolta, es callada, tiene pocas amigas, pero todos le piden la tarea, los trabajos y al parecer no le molesta, pero cuando estos chicos le piden algo se los presta pero de manera forzada.

Referencias bibliográficas

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Revista Mexicana de Investigación educativa Número 50 Volúmen XVI


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