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¡No lo eduques, dale la pastilla!
Iñaki Piñuel 

Pese a quien pese, el fenómeno de la violencia en los centros educativos no hace sino aumentar en España en los últimos años. Como parte de un equipo de investigación especializado desde hace años en medir y evaluar la violencia física y psicológica en las organizaciones sociales, me he encontrado frecuentemente con las reacciones adversas de aquéllos que, intentando mantener el pacto de silencio en torno a la violencia que se practica habitualmente en sus organizaciones, han pretendido 'matar al mensajero' (en este caso a los investigadores), antes que tener que tomar en serio los datos que arroja la evidencia.

Así, se han sucedido duros mensajes descalificadores con ocasión de haber investigado la existencia de violencia y acoso ('mobbing') en sectores 'tabú' de nuestra sociedad: la sanidad, los profesores universitarios, los funcionarios de la Administración pública del Estado... Sin embargo, jamás habíamos encontrado la sensación de amenaza que han provocado en el sector educativo nuestros dos últimos estudios en materia de 'Violencia y Acoso Escolar' (Cisneros VII) y de 'Violencia contra los profesores' (Cisneros VIII).

Y es que si bien es verdad que en general la violencia en nuestros grupos sociales permanece clandestina y silenciada, la revelación de su existencia en el entorno educativo parece haber tocado y amenazado la 'clave de bóveda' de todo el sistema educativo. Dicha 'clave' nos permite comprender el despliegue y expansión de esos fenómenos violentos a los demás órdenes sociales.

Son así nuestros niños más pequeños, los alumnos de Primaria, los que primero deben aprender a desenvolverse en un entorno escolar psicosocialmente tóxico en el que impera la impunidad de la violencia entre iguales y la ley del más fuerte. El resultado de años de exposición a esta atmósfera educativa nociva configurará a unos niños, los más dañados, como futuras víctimas, más vulnerables a otros fenómenos de victimización en la vida adulta como son el maltrato doméstico o el acoso laboral. A otros niños, los que salen reforzados debido a la impunidad de sus comportamientos de violencia y acoso, los años escolares les habrán servido para especializarse en el arte de dominar, subyugar y reducir a sus iguales. Es así como nuestra escuela actual es capaz de configurar personalidades violentas, especializadas en acosar y en amilanar a aquéllos que les resulten amenazantes o simplemente que les estorben en su escalada social y profesional.

El caldo de cultivo de todo este fenómeno es la escolarización durante años en medio de la anomia educativa y de una atmósfera de impunidad (ante la violencia no pasa nada, no ocurre nada) que los habrá transformado en verdaderos psicópatas funcionales para los que no hay más norma que ellos mismos y sus deseos y ambiciones crecientes de poder y notoriedad social.

El estudio recién presentado Cisneros VIII 'Violencia contra profesores' revela una realidad tóxica diaria para más de cien mil profesores víctimas de actos violentos en los centros públicos. Tres de cada cuatro profesores apuntan a los alumnos y uno de cada tres a padres de alumnos como autores de los actos violentos.

En un 90% de los 237 centros públicos que han participado en el estudio los profesores reconocen la existencia de actos violentos con mayor o menor frecuencia. Un 57% de los profesores señalan haber sido testigos de actos violentos contra otros profesores. Con todo, los grupos de profesores más expuestos a la violencia presentan índices graves de estrés postraumático, depresión y ansiedad. El riesgo de suicidio de los más expuestos a la violencia se multiplica por diez y la tasa de abandono profesional alcanza a uno de cada tres. Toda una realidad de un entorno laboral psicosocialmente tóxico que alcanza sus mayores cotas en los centros de Secundaria, verdadero 'territorio comanche' de la violencia contra los profesores.

Querer presentar la violencia contra los profesores como un mero conflicto individual entre profesor-alumno o profesor-padre es falsear la realidad y desconocer lo que ocurre en verdad en los centros educativos en materia de vandalismo, amenazas, chantajes, coacciones, intimidación, insultos, vejaciones, agresiones, etcétera. La violencia contra los profesores no puede entenderse como un mero conflicto a resolver entre partes enfrentadas.

Por ello la interposición de mediadores es tan buen remedio para la contención de la violencia como la recomendación de seguir la 'dieta mediterránea'.

La violencia en las aulas hace referencia a un fenómeno que se quiere ocultar pero que los mismos profesores afectados desvelan como la causa fundamental de sus males: el abandono de la tarea educativa por parte de las familias.

Es un hecho que para muchos padres de hoy en día tener un hijo no pasa de ser una nueva especie de 'commodity'. Un bien de lujo que no se adquiere de la misma manera que otros bienes, pero que finalmente viene a ser conceptualizado de la misma manera que otras cosas que compramos y de las que pronto nos aburrimos, hastiados.

No resulta extraño que muchos padres estén de manera muy temprana cansados o aburridos de unos hijos a los que hace tiempo han dejado de prestar atención, encargándoselos a cuidadoras, canguros, abuelas, etcétera, utilizando para ello muchos y variados pretextos.

Si los padres no los establecen, los niños pequeños terminan por no conocer límites a sus deseos o caprichos y los adolescentes quedan huérfanos en una etapa madurativa crucial de la introyección de la norma social de convivencia y respeto.

Es así como después se produce ese choque de trenes en las aulas con los profesores como víctimas de la violencia de unos adolescentes anómicos (sin normas) que necesitan un padre sustitutivo contra el que oponerse para crecer, o de la violencia de los padres de niños pequeños convertidos en intocables mascotas que llegan hasta la agresión verbal o física cuestionando sistemáticamente las decisiones del educador.

Para completar este desolador panorama del abandono educativo por los padres, una sociedad moralmente corrupta ha optado por inventar nuevos síndromes para bordear la realidad y mirar a otro lado ante la absoluta necesidad de la especie humana de socializar a los jóvenes desde la familia. Con creciente facilidad se extiende una misteriosa epidemia de niños y jóvenes diagnosticados como hiperactivos o deficitarios en atención que de repente son millones. ¿Y no nos habíamos dado cuenta!

Una cómoda victimización secundaria que convierte al niño abandonado por sus padres en un niño con presuntos déficits o patologías hiperactivas, cuya solución, por supuesto más fácil que tomar el toro por los cuernos, es administrarle ya durante años o de por vida la pastilla que lo recupere para la sociedad y la educación. A los niños dejados de la labor educativa de sus padres es mejor diagnosticarlos como patologías y después darles la pastilla. La pastilla de 'portarse bien'.

Boletín de Noticias sobre el Acoso Psicológico