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Violencia y modelos sociales. Una visión humanista
Tomás Calleja


Introducción

La violencia es hoy una realidad abundante en la cartografía de representación de los comportamientos de las personas y, lo que es más preocupante, es un fenómeno creciente que, de maneras no del todo comprensibles, almacena y expresa todo tipo de rechazos a los esquemas y modelos establecidos y concita reacciones inconvenientes que cabalgan desordenadamente sobre el olvido y el desprecio de los derechos y las dignidades de las personas y de sus organizaciones. La violencia es, con alta probabilidad y adecuadamente entendida y clasificada, el problema más importante que tiene la humanidad hoy, y que tendrá en su próximo y nebuloso futuro.

La violencia se puede estudiar y tratar desde diversos puntos de vista y desde varias focalizaciones que tienen origen en los contenidos aplicables de las disciplinas y ciencias al uso con ella relacionadas.

Pretendemos aquí hacer una somera reflexión alrededor de un ordenamiento que establezca las coordenadas que puedan orientarnos para establecer las posibles relaciones entre la violencia y los modelos sociales y ayudarnos a proyectar esas relaciones sobre aquellas coordenadas, entendiendo por modelo social cada uno de los diferentes esquemas y estructuras de gobierno, organización y funcionamiento de la sociedad como conjunto ordenado y regulado, creado para servicio y beneficio de sus componentes, agentes e instituciones, en el pasado y en el presente.

A lo largo de la historia de la humanidad han existido diversos modelos sociales, todos ellos configurados como materialización de aspiraciones y expectativas de las personas, dando cabida, en cada caso, a la explotación práctica de los avances sociales y tecnológicos que facilitaban un mayor acceso al confort y al desarrollo de las capacidades y las relaciones de las personas y los colectivos. Pero su escalonamiento y desarrollo en el tiempo han estado marcados por un largo y permanente camino hacia la libertad, y cada modelo social instaurado ha venido facilitado y activado por el rechazo del anterior.

Cuando un modelo social se agotaba, después de haber instaurado ciertos avances y solucionado ciertos problemas, por incapacidad manifiesta de dar salida a nuevas aspiraciones y solución a nuevos problemas, aparecía el siguiente modelo social con nuevos enfoques y planteamientos y, de manera pacífica o violenta, se instalaba en una sociedad que lo recibía con esperanza e ilusión para afrontar, de nuevo, un futuro que siempre estaba delante y que nunca quería esperar.

Cada uno de los modelos sociales que han existido en el pasado y en el presente ha estado basado en una ficción que representaba la idea-núcleo que inspiraba el modelo; esa ficción se instalaba como norte de fe y de esperanzas y su instauración suponía, de alguna manera, una garantía de estabilidad y permanencia.

Precisamente, la niebla de las dudas sobre la ficción que soportó cada modelo social ha sido el principio de su desaparición. En cada modelo social instaurado, cambiaban valores y principios, costumbres y referencias, prejuicios y normas; cambiaban estilos, comportamientos, actitudes y, sobre todo, cambiaban leyes, derechos y estructuras de organización y funcionamiento social e institucional; se estrenaba una nueva era universal para una nueva etapa de un eterno viaje hacia el horizonte de la libertad, el respeto, la dignidad, la riqueza, el bienestar y la solidaridad.

En cada paso se han ido perfeccionando el Derecho, las instituciones y las formas de gobierno.

La sospecha de un fracaso

Una inevitable consideración respecto al problema de la violencia en su realidad actual es su valoración positiva desde ciertas posiciones, aunque resulten parciales.

Existe violencia en el ruido creciente de las emisiones sónicas, diseñadas o no; existe violencia en los lenguajes elásticos y desvergonzados de los atrevimientos irrespetuosos; existe violencia servida como espectáculo en los productos audiovisuales al uso; existe violencia en los infinitos comportamientos fuera de toda norma, ley, condición, medida, referencia positiva o valor compartido de respeto y dignidad. Existe violencia creciente, explosiva, expansiva y dañina que nos preocupa, angustia, agobia y que nos derrota todos los días, y a la que ofrecemos una reacción personal y colectiva insuficiente, que se ha hecho costumbre.

Este modelo social, nuestro modelo social occidental, está generando una nueva clase social creciente y sin clasificación adecuada: la de los marginados, la de aquellos que no pueden o no quieren integrarse en nuestro modelo social, que lo rechazan y que viven en una constante práctica y manifestación de ese rechazo, que les lleva frecuentemente a itinerarios vitales que conducen a comportamientos violentos, en las arenas oscuras y fangosas de esa violencia creciente que nos preocupa, como hemos dicho, aunque todavía no suficientemente.

La violencia es, incuestionablemente, una característica de nuestro tiempo, de nuestra época. La violencia es, aparente y contradictoriamente, una parte del progreso y, probablemente por esto, es una parte de nuestras noticias y es siempre y constantemente información elaborada, servida, asimilada y digerida que no nos apesadumbra, deprime y derrota en calidad y cantidad suficientes para optimizar nuestra reacción, la reacción de una sociedad que se debate entre la conciencia temerosa de la violencia y su exaltación por todos y por nadie al mismo tiempo.

Si recapacitásemos y determinásemos cómo se percibe y cómo se valora la violencia en nuestro modelo social actual, probablemente nos sorprenderíamos con el resultado del análisis.

Es evidente que nuestro actual modelo social está fracasando ante el problema de la violencia. Hemos instaurado el cambio político como una referencia permanente, pero no cambiamos lo suficiente como para hacer frente a la violencia. Hemos aprendido a hablar mejor, pero la violencia tiene en nuestra sociedad muchas más preguntas sin respuesta que afirmaciones con conocimiento.

La superficie de papel-prensa dedicada a la violencia nos hace pensar en ella como base de negocio, que lo es en muchos otros campos, como si estuviéramos convencidos de que la violencia es una parte importante de nuestra modernidad. De este modo, por lo menos para algunos, la violencia parece ser una fuente de valor.

Realmente, la violencia ha sido un medio utilizado para la evolución, vía revolución, de los modelos sociales, aunque siempre, o casi siempre, se ha considerado como un medio a usar temporalmente y justificado por los fines. Ello nos lleva a las raíces, no siempre valoradas y reconocidas, de las relaciones entre violencia y progreso y a las extrapolaciones injustificables de esta relación.

 En esta consideración, debemos reparar que la violencia siempre ha sido utilizada por el juego político o este juego aparecía como consecuencia del uso de la violencia, soportado por una voluntad aparentemente controladora.

Si hiciéramos un estudio para determinar a cuántos da de comer, permite vivir, hace felices la violencia, nos encontraríamos con un resultado sorprendente y con una fuerza pro-violencia que los pacíficos de verdad han de vencer para erradicarla de nuestra sociedad y para construir el futuro modelo social, el siguiente, sin violencia o con menos.

Es importante constatar que, hoy día, la fuerza pro-violencia parece ser superior a la fuerza antiviolencia o, al menos, la fuerza anti- violencia no consigue colocar en paralelo todas las referencias y acciones de los pacíficos en contra de la violencia. Ésa es una tendencia sospechosamente creciente en la sociedad actual y una realidad que anida en las democracias con gobiernos débiles, ya que éstos son un producto frecuente de nuestro modelo social. Es digna de mención aquí la constatación de los pobres resultados que pueden exhibir las instituciones que tienen como misión principal el mantenimiento del orden.

Tanto la Justicia como la policía están ofreciendo a la sociedad continuos y evidentes resultados de fracaso. Desde la sospecha del fracaso que la sociedad actual, nuestro modelo social actual, está experimentando, es necesario pasar a la conciencia del fracaso, que será el único punto de partida para abordar su tratamiento con mayores expectativas de éxito. Entre la libertad mal repartida, la Justicia mal distribuida, la policía mal dirigida, la política mal administrada, surge como producto una violencia mal entendida que asola geografías, rompe sociedades, diluye esperanzas y pone en las mentes las dudas pertinentes sobre un sistema caro que no produce lo que debe producir y que produce lo que no debe producir.

Las carencias de nuestro modelo social

A la vista de los resultados obtenidos hasta ahora, cabe pensar que puede no ser suficiente, para el tema que nos ocupa, mirar la violencia únicamente desde nuestro prisma, desde nuestro punto de vista que pertenece a la manera de mirar que nos hemos construido dentro y como parte de nuestro modelo social. A esta forma de mirar le falta una visión general, de helicóptero, y por ello la experiencia vivida con la violencia nos da derecho a pensar que no es suficiente el acervo y las referencias de nuestro modelo social actual para abordar el problema de la violencia en el mundo. Continuar con ese planteamiento va a significar más fracaso y más decepción. Estamos ante otro tema que pone de manifiesto la urgencia de cambiar nuestro modelo social agotado y en vías de extinción. Los problemas de alcance mundial necesitan planteamientos de alcance a la misma escala, es decir, universales, y nuestro actual modelo social no hace posibles esos planteamientos.

Los derechos de la tierra, los derechos de las generaciones futuras, los derechos del medio ambiente y los derechos de todos los seres humanos forman parte de un colectivo que requiere un planteamiento mundial, y el esquema actual de rompecabezas de piezas Nación-Estado no lo hace posible.

El nuevo modelo social cambiará el juego; abandonará el rompecabezas de imagen pre-establecida y piezas limitadas por un “lego” creativo y universal con muchas más posibilidades.

El actual y creciente cuestionamiento de la idea de Estado, la progresiva pérdida de significado y operatividad de la idea de Nación, la invasión de estas dos referencias en la actividad social y económica de personas y colectivos, están planteando una crisis institucional y estructural, de alcance universal, que puede expresarse en términos de una “crisis de leyes”, y que se manifiesta como una clara decadencia, al ser incapaz no sólo de superar, sino también de afrontar intelectualmente los más importantes problemas de la humanidad. La necesaria referencia a la universalidad de las personas, de las leyes y de los valores sociales, dificultada por las referencias locales al Estado- Nación, impide el entendimiento correcto de aquellos problemas así como el planteamiento de su solución, y origina acciones violentas en función del nivel de rechazo y oposición.

La politización del Derecho ha tenido como consecuencia que, en muchos entornos, la violencia tenga casi la misma fuerza que la ley, y que derechos importantes, como los ya mencionados de las personas, de las generaciones futuras, de la tierra y de la atmósfera, no estén definidos ni representados.

La crisis de las leyes está facilitada por la micronización de leyes que deberían ser universales. Parece que las actuales instancias políticas no reconocen la universalidad de nada.

En nuestro actual modelo social, y en sus tendencias de desarrollo, la historia actúa como un freno, en justificación de diferencias que deben superarse, y el futuro no se utiliza como norte de unión porque la confluencia a la que deberíamos dirigirnos es una arena común universal de paz, respeto, dignidad y bienestar en vez de una constelación de destinos distantes e irreconciliables.

El Estado ha hecho y hace de líquido diluyente de valores de los que es sumidero indiscriminado, de forma que los nuevos valores de nuestra esperanza deberán, quizá, sustituir a ninguno. Esa ausencia de valores, esos desequilibrios extraños de libertades, ese exceso de políticas y ese defecto de sociedad civil están haciendo de sumidero de cosas necesarias y de fuente de cosas no necesarias, en la que surgen y se alojan las principales carencias de nuestro actual modelo social. Es muy posible que esas carencias sean las fuentes de muchas de nuestras violencias y que más que normas, leyes, policías y parlamentos multiplicados, necesitemos otro diseño de modelo social donde las personas estemos más consideradas y con el que nos identifiquemos más en número y en espíritu.

Valores y gobernabilidad

La referencia a los valores es otra coordenada ineludible, hablando de la relación entre violencia y modelos sociales. El valor, los valores, son siempre referencia de actuaciones, fines y objetivos de perfeccionamiento social en su implantación, significación, exaltación y consecución. Los valores colectivos unen a las personas y ponen en paralelo sus comportamientos, orientándolos hacia objetivos excelentes y comunes, compartidos en el respeto y reconocimiento de los demás. La ausencia de valores colectivos dispersa las actuaciones, diferencia los lenguajes y rompe las cooperaciones.

Sólo los valores colectivos compartidos y practicados mantienen un feliz equilibrio de convivencia entre las referencias comunes y las personales, salvando el individualismo para fines no egoístas y alejándolo de fines injustificables socialmente. Vida, honor y amor; religión, ley, educación; virtudes, raíces y relaciones sólo son positivos en cuanto compartidos, participados y practicados con los demás, y con todos, desde la moral, la ética y el norte de un destino común de riqueza y bienestar. La ausencia de valores colectivos y su creciente sustitución por referencias de Estado, como aglutinante de objetivos e intenciones, tiene consecuencias negativas en los comportamientos y es razón y principio de violencias.

¿Dónde están los valores de nuestro modelo social actual? ¿En qué sistema se guardan, cuidan y multiplican las referencias de comportamiento que hacen de la persona el norte de sueños, leyes, trabajos y actuaciones? La excelencia sólo es accesible cuando hay norte de valores y principios que motivan a las personas a ser excelentes.

La ingobernabilidad experimentada y no reconocida no se expresa en términos de incapacidad,  que es lógico experimentar la incapacidad de gobernar aquello que no debe gobernarse, aunque sí probablemente legislarse. Los esquemas actuales de poder representan la base de un entendimiento cada vez menos positivo del concepto de Nación y, en la misma proporción, el concepto de libertad se empobrece y los políticos se dedican a proporcionar y agrandar la libertad allí donde no se necesita.
En consecuencia, la importancia de la cultura se diluye y la esperanza de una sociedad culta, con un Derecho universal, se pierde en la distancia de los tiempos.

Los modelos sociales se apoyan y desarrollan esquemas políticos, económicos y sociales que resultan ser las manifestaciones más expresas de sus ventajas e inconvenientes.

Los esquemas políticos, económicos y sociales de los actuales modelos son barómetros de excelencia que debemos conocer y valorar para contrastarlos con esquemas más rentables, productivos e ilusionantes.

Los esquemas políticos que instrumentan los gobiernos radicales practican mecanismos de violencia y estimulan simultáneamente diversos tipos de violencia, en contraposición con los esquemas políticos centroliberales, basados en el ejercicio del individualismo positivo y en la solución de conflictos según un Derecho de alcance universal, desarrollado en un ambiente social de creciente cultura y educación. El poder equilibrado es barómetro de excelencia de los esquemas políticos.

Los esquemas económicos que mantienen realidades distantes e inamovibles entre riqueza y pobreza ofrecen un espectáculo inadmisible y estimulan comportamientos violentos por la incomprensión de unas diferencias que no se reducen, dada la ausencia de esfuerzos colectivos y personales. El oportunismo y la especulación son indicadores de la debilidad de los esquemas económicos.

Los esquemas sociales que están inspirados en los nacionalismos de geografía corta, en contraposición a un norte de universalismo cultural, social y económico, estimulan diferencias, aspiraciones y barreras y empujan a comportamientos violentos de acuerdo con interpretaciones sin sentido de reconocimientos y respetos de hechos diferenciales que tienen mucho más pasado que futuro y mucho más conflicto improductivo que sentido de cooperación. La vertebración de la sociedad civil y la ausencia de nacionalismos son los elementos de medida de la excelencia de los esquemas sociales.

Los marginados, esa clase social conflictiva y problemática, nacen y crecen en los actuales entornos de estas tres referencias, y la violencia reside en esos entornos sin posibilidad aparente de mejora. He aquí la medida de un fracaso.

Resulta digno de consideración que un exceso de Estado, un exceso de Nación y un exceso de política estén derivando en un defecto de gobernabilidad. Ello quiere decir que sus tamaños, ya antes mencionados, han sobrepasado hace tiempo el límite óptimo por encima del cual los resultados son peores con dimensiones más razonables y equilibradas.

La educación y la cultura son más importantes que la política y las leyes, y la libertad y el respeto son más importantes que las normas y la fiscalidad. Debemos empezar a cuestionar nuestros valores y su referencia a elementos normativos y coercitivos que no producen los resultados esperados.

El individualismo

Todo ello tiene que ver con el ejercicio, el facilitamiento y el desarrollo de los individualismos. El individualismo, condenado por muchos esquemas políticos que no distinguen entre aquellos que producen y aquellos que consumen, es otra referencia social relacionada con la violencia. El individualismo centrífugo, el que se expande hacia la sociedad, es positivo y solidario y resulta un componente necesario del liderazgo productivo; el individualismo centrípeto, el que se aloja en el ensimismamiento, es negativo e insolidario y su proliferación es una manifestación de egoísmo, que se estimula desde los pliegues ocultos de las deficiencias de nuestro modelo social.

Es claro que la política no está lejos de la violencia. Gobernar no es concretamente mandar, sino más bien servir, y no es evidente ni generalizada la práctica actual y suficiente de este entendimiento.

Los valores existen cuando se hacen visibles, y sólo los líderes pueden ofrecer esa visibilidad. El desprestigio de lo político no es ajeno a la decepción generalizada de la sociedad civil acerca de la política y de los políticos y al ejemplo extendido de la cultura del "YOÍSMO" en el tratamiento de los problemas y de los conflictos en el ejercicio del poder.

Ésta es otra visión de la diferencia entre el individualismo centrífugo y el individualismo centrípeto, así como de la necesidad y conveniencia de estimular el primero y de combatir el segundo, que es casi lo contrario de lo que ocurre ahora, si observamos la diferencia del tratamiento dado a los líderes soñadores, visionarios y utópicos y a los parásitos farsantes que se aprovechan de las evidentes debilidades del sistema.

El sacrificio indiscriminado del individualismo como anti-valor social, que ofreció el socialismo en beneficio de una solidaridad, imposible sin aquél, ha impedido la generación de líderes necesarios y ha facilitado la proliferación de planteamientos indiscriminados del "YOÍSMO" como producto tipificado de una clase política desprestigiada universalmente.

Tanto la violencia institucional como la contra-institucional, de rechazo al Derecho y a su instrumentación desde plataformas políticas colectivas, así como la violencia lúdica o lúbrica, como rechazo, personal y desposeído de ideología, a un sistema que no se comparte y con el que su practicante no se identifica, están potenciadas en parte por un modelo actual que no tiene en cuenta las aspiraciones de las personas ni ilumina la esperanza de una sociedad mejor y más perfecta por la que merezca la pena trabajar. Todas las violencias forman una especie de curva granulométrico-social donde los espacios grandes y pequeños forman un todo coherente que necesita, en parte, el mismo tipo de diluyente: un nuevo modelo social que supere las limitaciones del actual, en decadencia.

El tratamiento equivocado del individualismo que los modelos occidentales europeos han practicado, ha traído como consecuencia una creciente moratoria de liderazgo.

Los líderes, los verdaderos líderes, han dejado de fabricarse hace tiempo en nuestro modelo social en cantidad y calidad suficiente y necesaria. Sin valores no hay líderes y sin líderes no hay valores.

Es necesario recuperar la esencia positiva del individualismo, y utilizarla para la generación de líderes verdaderos que construyan una sociedad más justa y más rica, más solidaria, una sociedad capaz de crear y de hacer vivir el nuevo modelo social que alumbre nuestro futuro.

Cuadernos empresa y humanismo