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El manejo de la inseguridad
Ernesto Solio y Arciniega y Gonzalo Díaz García

stock photo : Man hiding his face in sweater.

El miedo nos acecha desde cada esquina y el ambiente hostil acrecienta nuestra inseguridad. La propuesta estriba en conocer nuestro «yo» profundo que tiene fundamento y razón en una realidad trascendente y absoluta.

La inseguridad es uno de los fenómenos más comunes y a la vez más inquietantes de todos los que el ser humano experimenta a lo largo de su vida. Aunque los asombrosos avances tecnológicos, principalmente en el campo de la medicina y la seguridad social podrían hacernos pensar en una gradual disminución del problema, la realidad es que éste ha cobrado una fuerza cuyo impacto en el individuo es cada vez mayor y que cuando no es adecuadamente manejada puede hundirlo en el oscuro mundo del retraimiento, los miedos y el sufrimiento interior.

El origen de la inseguridad se encuentra en la naturaleza misma del hombre; basta una ligera mirada al ser humano y a sus circunstancias para darnos cuenta de que una seguridad total y absoluta es imposible. El hombre es un ser imperfecto, contingente y finito, tiene unos límites a los que necesariamente se circunscriben todos los fenómenos y procesos que en él se dan y de entre los cuales la seguridad no constituye una excepción.

Aunque el existir del hombre implica siempre el experimentar inseguridad en muchos aspectos, requiere también de un cierto grado de seguridad, de una seguridad «básica» sin la cual el individuo sería incapaz de llevar a cabo todas las acciones específicamente humanas. A diferencia de los animales que viven en el mundo «seguro» de sus instintos, el hombre tiene que decidir continuamente qué es lo que hace de su vida a cada momento; en su diario accionar se enfrenta a una infinitud de posibilidades de entre las cuales sólo puede realizar una en cada ocasión. Es, en última instancia, un ser libre con la posibilidad de elegir, pero la responsabilidad que esta libertad conlleva puede resultar abrumadora para el individuo cuando éste carece de una estructura y un marco de referencia apropiados.

No hablaremos de la inseguridad patológica que paraliza la acción del sujeto que la experimenta y lo hace incapaz de adoptar una postura adecuada frente a la realidad de una situación concreta, sino del fenómeno normal que todos los hombres padecen y que se manifiesta por el sentimiento de no pisar terreno firme» en algún aspecto y momento determinados.

El llanto de vida
La adquisición de la seguridad básica que permite al hombre manejar adecuadamente estos sentimientos en su existir cotidiano es un proceso largo que se inicia en la infancia temprana y cuyo desarrollo varía sustancialmente, dependiendo de la dimensión humana a la que se refiera.

En la dimensión biológica la seguridad básica estaría dada, al igual que en los animales, por la integridad de los mecanismos innatos -anatómicos, fisiológicos y bioquímicos- que aseguran la supervivencia y continuidad física del organismo.

El nacimiento biológico arroja al niño a un mundo que está, en todos sus ámbitos, impregnado de una inseguridad a la que no puede sustraerse, no sólo porque en un principio no es consciente de ella, sino porque penetra hasta la esencia misma de la materia viva que lo constituye y no es susceptible de ser modificada por su intelecto o su voluntad. Así, la salida del niño del seno materno a la atmósfera del mundo exterior exige el correcto funcionamiento de múltiples mecanismos y complejas conexiones nerviosas que provocarán el llanto de vida que rompe con su grito la presión negativa de los pulmones colapsados y los expande por vez primera con el oxígeno sin el cual todo intento de vida resultaría inútil.

Calor, aceptación y afecto

Es en su dimensión psicológica, sin embargo, donde el hombre experimenta la inseguridad de un modo consciente. Aquí, a diferencia de lo que ocurre en el nivel biológico, su intelecto y voluntad participan activamente en el proceso. Es también en esta dimensión donde los sentimientos que se generan por la aprehensión racional de su inseguridad impactan con mayor fuerza al individuo y la forma en que son manejados por éste determinan, en gran parte, las características particulares de su conducta y personalidad.

En el hombre, lo psicológico no puede ser disociado del aspecto sociocultural. Desde la infancia hasta la adolescencia el niño va formando, a través de la interacción con las personas que constituyen su entorno, la propia conciencia de sí. En toda esta época, pero sobre todo en su período temprano, las buenas relaciones familiares y un ambiente sano tienen una influencia muy importante en el adecuado desarrollo de esta autoconciencia y tendrán gran relación con la poca o mucha seguridad que el niño llegue a tener" en su vida adulta. Si las primeras impresiones de la realidad que lo rodea son experimentadas en un contexto positivo, es decir, de calor, aceptación y afecto, la percepción que el sujeto tendrá de sí mismo, de los demás y del mundo será significativamente diferente
de la que pueda tener aquél cuyos primeros años tuvieron como marco el descuido, la frialdad y el rechazo.

Discernir amenazas reales

Además de la dinámica familiar existe un sin número de aspectos y variables que influyen en este proceso de aprendizaje y que va configurando, poco a poco, los patrones de conducta que el individuo tenderá a seguir frente a las diferentes circunstancias y obstáculos que necesariamente enfrenta en su existir cotidiano.

El mundo social en que el hombre se desenvuelve provee los múltiples estímulos que despiertan el sentimiento de inseguridad, de “no tenerlas todas consigo” en algún aspecto, circunstancia o situación particular. El grado de intensidad con que este sentimiento es experimentado y la magnitud de sus consecuencias en el individuo dependen por un lado del peligro real que el estímulo que está provocando inseguridad pudiera entrañar, y por el otro, de la objetividad con que el individuo es capaz de discernir entre lo que es una amenaza real para su persona y lo que no lo es.

Como el medio en el que el hombre interactúa es básicamente social, no es de extrañar que las principales fuentes de inseguridad y temor sean el producto resultante de la relación entre la idea o percepción que el sujeto tiene de sí mismo y aquello que él desearía ser o tener en función de los modelos de perfección que la sociedad en la que vive ha establecido como valiosos con respecto a los diversos aspectos que intervienen en la relación humana.

La interdependencia que el hombre tiene con el resto de la gente y su fuerte necesidad de pertenencia lo llevan a desear forjar su imagen a la luz de los patrones aceptados por su medio social y a evaluar constantemente sus posesiones materiales, sentimientos, actitudes, valores y creencias en función de esos modelos. Prácticamente todas las características y actos humanos son objeto de esta evaluación crítica, ya sea en relación a la propia persona o a los demás. Así, el calificativo de activo o poco activo que se hace de una persona no representa la mera asignación de un cierto grado en la escala de la actividad o la descripción de un rango caracteriológico, sino que implica, para nuestra sociedad occidental, un juicio de valor que es favorable a la actividad en contraposición a la inactividad o pereza, que es un defecto.

El problema de esta tendencia a actuar en función de estereotipos radica en que con mucha frecuencia absolutizan el valor de ciertas características o aspectos de la persona y convierten en esencial algo que es, en sí mismo, accidental y secundario. En este contexto, no resulta extraño que el sujeto bajo de estatura y moreno pueda llegar a sentirse inferior e inseguro frente al alto y de tez blanca cuando es éste último el modelo físico de perfección establecido por la sociedad en que vive. El sujeto que se compara con el prototipo de belleza física ha iniciado una carrera de frustración, rencor y envidia que van implícitos en la desesperante imposibilidad de llegar a poseer aquellas características en las que, según él, radican la seguridad, el éxito y la felicidad humanas.

Fuentes de inseguridad

Como los elementos que intervienen en la interacción humana con su medio social son innumerables, las posibles fuentes; de inseguridad son consecuentemente infinitas. Hay, sin embargo, algunos aspectos generales que agrupan en torno a sí diversas actividades del hombre que son específicas a ellos y en los que la inseguridad tenderá a manifestarse de diversas maneras dependiendo de la característica concreta que está originando el sentimiento de inseguridad.

Así tenemos que en el aspecto profesional la característica de conocimientos y competencia técnica de un individuo puede ser la fuente de inseguridad para otro que duda de sus propias capacidades. De entre estos aspectos generales podemos mencionar, además del físico y laboral, a los que hemos hecho alusión, el intelectual, deportivo, político, religioso y afectivo. Estos aspectos generales son «satélites» de un área mayor social alrededor de la cual giran todos ellos.
Ahora bien, aunque el origen de la inseguridad es en su raíz el mismo para todos los hombres en cuanto a que es algo inherente a la naturaleza humana, como en todos los sentimientos, el fenómeno es una experiencia estrictamente personal. La subjetividad del ser humano aunada a las características únicas que enmarcan su vida en cuanto a experiencias, entorno y circunstancias personales, hacen que la fuente de inseguridad, aunque general en cuanto a los estímulos, sea única para cada individuo particular.

Las principales manifestaciones de la inseguridad son, sin embargo, bastante similares en todos los individuos y podrían resumirse de modo muy general en las siguientes: duda de las propias capacidades o habilidades, miedo a ser comparado con otros, miedo a ser criticado por los otros, miedo a aparecer como tonto ante los demás, temor ante circunstancias adversas y miedo a fallar.

Un ser valioso

El individuo busca entonces manejar los sentimientos de angustia, miedo y ansiedad que la inseguridad le provoca a través de diferentes y variados mecanismos: unos buscan a través del retraimiento la seguridad endeble y ficticia que proporciona el no enfrentarse a la realidad. Esta conducta es del todo inadecuada ya que asfixia de raíz el potencial creador del individuo, que no puede manifestarse mientras éste permanezca dentro de sí. Un comportamiento tal resulta además peligroso porque cierra los ojos al hecho innegable de que la realidad no puede ser eludida indefinidamente, y que tarde o temprano tendremos que enfrentarla.

Otro mecanismo consiste en la hipertrofia de alguna habilidad o talento especial que el individuo convierte en la columna que sostiene el edificio de su seguridad.
La mayoría de la gente opta, sin embargo, por fabricarse una falsa personalidad que con la máscara de la agresividad, el autoritarismo o la autosuficiencia busca ocultar los fuertes sentimientos de inseguridad que experimenta.

El sustrato común a todos estos casos es un fracaso para mantener el sentido de uno mismo como persona, para preservar la autovalía e identidad propia tanto frente al otro como frente a la soledad. La magnitud de la intensidad con que esto ocurre depende en gran medida del grado en que el sujeto es capaz de percibirse a sí mismo como una entidad real, viva, autónoma, y de suponer que la materia de la que está hecho es valiosa.

En la medida en que no consigue esto, su identidad y autonomía son siempre objeto de duda, y el valor que él asigna a su persona depende en gran parte de las opiniones, críticas o juicios de los demás con respecto a él. De esta suerte los acontecimientos cotidianos que pasa inadvertidos para la mayoría de la gente pueden resultar para él profundamente significativos en cuanto a que refuerzan o no la frágil y tambaleante imagen que tiene de sí mismo. La relación con los demás puede representar, en lugar de algo potencialmente gratificante, la constante preocupación de tener que preservar su imagen y de tratar de aparecer real frente a los otros.

Realidad trascendente y absoluta

Dado que es en la dimensión psicológica del hombre donde la inseguridad es más aparente y donde los sentimientos que provoca se manifiestan con mayor violencia, no es de extrañar que la mayoría de los enfoques tradicionales que buscan dotar al hombre de una mayor seguridad consideren el aspecto psicológico como el principal y único origen del fenómeno y limiten sus planteamientos de mejora, por ello, al desarrollo de ejercicios, métodos y procedimientos que permitan al sujeto manejar de un modo más adecuado sus sentimientos de inseguridad.

La seguridad en esta dimensión consiste, pues, en la aceptación y manejo adecuado de los sentimientos de inseguridad que son normales en todos los seres humanos, y en cobrar conciencia de que cada hombre es una entidad viva, real, total, con identidad claramente diferenciada del resto del mundo. Implica también reconocer que se tiene un valor independiente del juicio que los demás pudieran tener al respecto, en virtud de que la sustancia de la que se está hecho es genuina y valiosa.

Hasta aquí el enfoque es adecuado pero resulta incompleto. El pensamiento actual tiende a considerar únicamente los aspectos psicobiológicos del hombre y olvida con mucha frecuencia que es, además de mera biología y psicología, un ser esencialmente espiritual, y que es esta última característica lo que le da su condición propiamente humana.

El adecuado manejo de la inseguridad en las dimensiones biológica y psicológica puede dar al hombre un fundamento suficiente para interactuar sana y eficazmente con su entorno, pero al carecer del cimiento firme de lo espiritual corre el peligro de resquebrajarse totalmente si las muletas en que se apoya llegaran a romperse, cosa nada improbable en un mundo que se caracteriza precisamente por la inestabilidad y el cambio, y donde algo que hoy es, mañana ya no existe.

La verdadera seguridad tiene que proceder necesariamente de aquello que de más profundo tiene el ser humano y que no está sujeto a las contingencias y finitud que amenazan constantemente la periferia de su ser físico: su ser espiritual.

Solamente puede llevar a una seguridad auténtica el conocimiento profundo de este yo desconocido y la convicción firme e interior de que la persona es valiosa, de que el valor y dignidad que se tienen como individuo no están dados por el hecho de poseer o no ciertos atributos físicos o intelectuales, ni por la pertenencia a un cierto estrato social, ni por la carencia o posesión de numerosos bienes materiales.

La auténtica seguridad radica, en última instancia, en el convencimiento firme de que la persona humana tiene su fundamento en una realidad trascendente y absoluta que es origen y sustento de su ser. Es esta convicción la que permite al individuo llevar una vida serena productiva en medio de un mundo inseguro, y dentro de sus naturales limitaciones, la posibilidad de realizar toda la riqueza de sus múltiples potencialidades.

Psiquiatra, psicólogo. Profesor y jefe de las áreas de Factor Humano en el IPADE Consultor sobre Comportamiento Humano de varias empresas mexicanas.
•• Médico Cirujano. Colaborador Cien• tilico en el área de Factor Humano del IPADE.

Istmo N° 203