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Problemas actuales y ética

Autor: Rodríguez P. Alma Silvia

SUMARIO: 1. Atisbos actuales 2. El escenario global. 3. El proyecto postmodernita. 4. El laberinto de los signos. 5. Perspectivas de nuestro tiempo y vacío existencial.

RESUMEN

La dinámica del avance científico y tecnológico, la sociedad globalizada, los procesos interculturales, las migraciones masivas, la producción y circulación de imágenes, conforman el mundo actual con actores compitiendo por un mercado mundial ajeno al hombre y por ende ausente de la ética.

Atisbos actuales

¿Son las representaciones icónicas exteriorización materializada de los fenómenos sociohistóricos? ¿Pueden los signos constituir el eje explicativo del gran metarrelato de nuestra época?

Nadie puede responder a estas preguntas sin reflexionar en torno al contexto en el que se producen y reciben dichas formas simbólicas. En la medida en que el objeto de nuestra indagación es un campo preinterpretado, estamos obligados a ir más allá de los constructos significativos. Es decir, a analizar, examinar, deconstruir y dar lectura a la interrelación entre lo social, cultural, histórico y lingüístico; interpretar la realidad de los fenómenos políticoideolólogicos que están representados en los signos.

Con esta perspectiva, abordo el fenómeno de nuestra realidad actual con su tendencia hacia la macrocompetencia. Aquello que G. Ritzer, Villoro y otros, han llamado la McDonaldización de la sociedad. La estandarización es innegable, Naisbitt denomina este fenómeno la paradoja global, que tiene su contraparte, en la regionalización, llamada por algunos estudiosos la posición bipolar que confronta a los grupos, a nivel macro y micro, por el control territorial.

La historia nos ha colocado en una encrucijada: la transformación de estados-nación. Se trata de un nuevo contexto, que oscila bajo los parámetros de la competencia por el poder económico, político y social.

Pero hay además, una absolutización del poder que obedece a intereses económicos, en donde la medida del éxito es un máximo de eficiencia; la mejor relación entre costos y producto. Factor detonante de un relativismo social, epistemológico y de gobierno, que obedece a un código diferente al moral, esto es, busca la autonomía, la soberanía y la libertad de la nación sobre la base de una ética de resultados.

Vivimos la memoria histórica del inmediatismo, donde el sentido de la vida pertenece a lo irreal, pues el orden mundial valida sólo lo fáctico, que unido a lo tecnológico, convierten el progreso, en la paradigma por excelencia de la existencia humana.

La ciencia se constituye en la portadora de este nuevo avance, pero ajena al hombre. Es la hiperracionalidad social –de la que habla Luhman– que separa al ser humano de su esencia. La quimera modernista que, lejos de abrir opciones, nos lleva paradójicamente a perder nuestra esencia. El sujeto se ha vuelto irrecuperable; se ha perdido irremediablemente. Los valores de nuestro tiempo son consecuentemente: la alienación, la desintegración, la relativización axiológica de lo moral, lo político, conjuntamente con la satisfacción inmediata de los sentidos.

Migraciones masivas, procesos interculturales, transgresiones, confrontaciones, con miras a formar un espacio económico único que proclaman un sinnúmero de verdades que se comunican a través de un corpus discursivo que encubre las relaciones de poder, y son muestra evidente de la fuerza subyacente de las ideologías dominantes (Thompson, 1998). El lenguaje se convierte asi, en el soporte que se reviste de asociaciones sincréticas que pertenecen al ámbito de las ideologías y que se proyectan en formas simbólicas sometidas a los mecanismos de la macrocompetencia.

Detrás de cada signo, de cada símbolo, incuestionablemente está latente una realidad punzante. Un mundo que se desdibuja, que ha perdido sus valores en un afán mercantilista, incrementando las desigualdades, lo mismo que la miseria moral del ser humano. La cibersociedad ha atrapado al hombre, fomentando una mentalidad operativa, utilitaria, que legitima los monopolios; la gran alianza entre las empresas transnacionales y las de telecomunicación, que se convierten en una institución de poder, creando el mercado de bienes culturales.

La razón rompe de este modo con el pasado, con la cultura ancestral. Pero el progreso está marcado por una tendencia hacia una masificación irreflexiva.

Las redes de transmisión no son neutrales respecto a los contenidos y el control de los mismos. Hay un juego de intereses en la distribución de tecnologías mediáticas que contribuye a la manipulación de la información.

La cultura se convierte –como afirma Adorno– en una industria, que se asocia con la producción y la circulación de formas icónicas atrapadas en el proceso de la mercantilización. Por este hecho, el análisis cultural de la iconoesfera, debe contemplar el contexto, asociado a los significados incorporados a las formas simbólicas; el surgimiento de las nuevas identidades que nacen de modelos homogeneizadores y diluyen el yo verdadero y substancial; formas que sólo viven en palabras que son de todos, pero no son de nadie. Se nos imponen estilos de vida, moda, etc. Somos producto de una sociedad de consumo que condiciona nuestro sentir, pensar, y forja el destino colectivo.

Habermas intentó recuperar el tiempo libertador del racionalismo, pero la tendencia posmodernista fortaleció las ideas en favor del presente. La historia se relativiza y la tecnología comunicacional deja un doble mensaje: sed operativos, es decir, conmesurables o si no desapareced (Lyotard, 1993).

El hombre ha quedado entramado en un mundo que juega con signos; signos que ya no significan, se han vuelto vacíos, objeto de consumo, aferrados a un efímero presente donde no existe ni la identidad personal, ni la social. Es un espiral donde el sujeto se pierde en la trama de los metarrelatos... y para escapar, se sumerge en una orgía de sensaciones. Nos conformamos con vivir la sensación de vértigo y aplaudir aquello que exalta la degradación del hombre... que unido a un exceso de signos, ¡una espectacular densificación de la iconoesfera! apenas parece descubrir la expresión del inconsciente colectivo que clama por otros símbolos que le permitan enfrentar la angustia de existir.

Lyotard hablará de la pérdida de la experiencia que deja abierta esta problemática donde radica el estatuto filosófico de la refiguración; donde la dialéctica del acontecimiento y del sentido vincula acciones centrales y periféricas propiciando la paradoja del mundo actual: supervivencias contaminadas de modernidad que han puesto en circulación otra historia escrita en códigos semióticos que reflejan las relaciones de dominación.

Ideologías dominantes que, bajo el mito del progreso, ejercen mecanismos de manipulación, de control ideológico, que dividen a grupos, evitan la solidaridad interna, limitan el acceso al discurso público, adoptan moderadamente las ideologías populares y controlan los medios de comunicación manejando estrategias discursivas de opinión.
Nuestra experiencia directa de la realidad se manifiesta en imágenes, en signos que interactúan en una estructura, la cual Cirlot denomina la sintaxis simbólica. En ella emerge el devenir, signo a su vez, de una ausencia: la del objeto o sujeto representado, que sustituye simbólicamente la realidad (Gubern, 1987) y crea un constructo social.

¿Cuál es el sentido de esto? La teoría de las representaciones icónicas, coherente con la teoría sintáctica de la percepción visual postulada por la Gestalt, presupone la alteridad histórica extrapolable a los textos donde encontramos un nuevo lenguaje que refiere nuestra experiencia y constituye la iconoesfera contemporánea; los universos simbólicos depositados en la conciencia de los sujetos que se debaten en disyuntivas éticas y son exteriorización materializada de los fenómenos socio-históricos; espacio donde convergen las voces que nombran, descubren, reinventan. El soporte de nuestra cultura pragmática, donde se gesta un relativismo escéptico que todo lo diluye y sólo reconoce la postura del dominador y la espuria del dominado.

El escenario global

En este escenario global, es necesario enfatizar en el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación. Los alcances que tienen este fenómeno convergen hacia la legitimación de un modelo económico que promueve una sociedad alienada por el consumismo. Aunque otras posturas señalan que los códigos no son totales, lo cierto es que fracturan el medio de significación codificada. En otras palabras, los medios se imponen, y la fuerza imaginaria irrumpe el discurso bajo otros modos de simbolización. En los edificios del lenguaje siempre hay pasillos sin luz, escaleras imprevistas, sótanos escondidos detrás de puertas cerradas cuyas llaves se pierden... (C. Rivera, 1999).

En esta situación coyuntural ¿Pueden los signos constituirse en el eje explicativo de nuestra época?

La modernidad apareció en los países industrializados, asociada con la secularización y la simultaneidad de la revolución industrial y social. En los países periféricos, se presenta a través de un discurso político que promete bienestar. García Condini afirma que en los países subdesarrollados la modernidad es, más bien, una moda que, si bien imita el modelo de los países centrales, somete a su propia circunstancia los postulados del discurso político moderno.

La tecnología de la información nos lleva a vivir en la aldea global, pero al mismo tiempo recrudece el vacío existencial que nos empuja a comunicarnos entre sí, para redescubrir nuestra identidad (F. Fernández, 1997), donde se insertan las condiciones sociales e históricas sujetas al orden temporal.

Pareciera que este es el camino a un nuevo renacer, no obstante, la complacencia por el mercado de las tecnologías informativas crece.

En la dinámica de la globalización, es evidente que el mercado mundial de bienes simbólicos y de participación diferencial, presenta una nueva cultura.

Pero los grupos locales e individuales de recepción, han generado el concepto de híbrido, que nos ha permitido descubrir una oralidad cultural manifiesta en formas de habla diversas. Detrás de la supuesta homogeneidad de las estructuras discursivas, se revela la presencia silenciosa de un “otro” colonizado. Hay una hibridez simbólica que exterioriza los "recursos inadvertidos" de la dominación. Asimetrías de la modernidad, formas de interacción cultural, que revelan un nuevo referente cuyo soporte es el paradigma informacional.

John Naisbitt incluyó entre las megatendencias, un renacimiento religioso como producto de la necesidad sobre el significado de la vida. Señalando que, los cambios y crisis traen consigo una nueva ideología. ¿Será la tecnología digital, la ideología de este siglo?

Proyecto postmodernista.

La aparición del proyecto postmodernista con su crecimiento tecnológico acelera el proceso de urbanización, y su consecuente masificación; “metamorfosis fantasmagóricas, de una situación marginal o el paseo errático de no ser ya libremente elegido, sino impuesto por las circunstancias... En medio de una desocupación masiva, la multitud ya no es únicamente el velo que se tiende sobre el flâneur, a pesar suyo, sino una fosa en la que se disuelven las individualidades” (Pierre, 1998:180).

El drama es un mundo conceptual, pero a la vez escéptico, que busca en la propia fragmentación, dar coherencia a la vida “Los átomos están situados en cruces de relaciones pragmáticas, pero también son desplazados por los mensajes que los atraviesan, en un movimiento perpetuo...” (Lyotard, 1993:39).

Este es el momento cuando la teoría implícita y explícita de la postmodernidad pone el acento sobre los actos del habla. “Hablar es reescribir, es volver a descubrir la autorreflexibilidad de lo simbólico; pero también es combatir, en el sentido de jugar, inventar palabras y sentidos bajo la idea de una agonística del lenguaje” (Lyotard, 1993:27). En otros términos, es elaborar un código cuyos signos posean un significado que transforma las relaciones intraindividuales y constituye una nueva historicidad.

La función discursiva del lenguaje, dificulta la integración entre el pensamiento y la comunicación que define las relaciones entre los hombres. “Una imitación visual (nos atrevemos a decir ‘realista’) completa un sistema en el cual el rol de la onomatopeya en el origen del lenguaje, valorizado en exceso, no es cuestionado, sino por el contrario reforzado” (Pierre, 1988:57).
El proyecto consecuentemente se degrada y el universo de valores se construye en un diálogo fracturado por la incertidumbre. La nueva concepción de la cultura borra los límites. Es la cultura híbrida donde la secularización produce un discurso, “una suerte de escenografía de lo que fue el progresismo liberal, en una versión degradada y grotesca” (Arlt, 1993: 117).

 

El laberinto de los signos.

Entonces ¿Cómo interpretar los signos? ¿Cómo busca el hombre resolver su identidad? ¿En qué dimensión ética nos encontramos?

“En esta diseminación de los juegos del lenguaje, el que parece disolverse es el propio sujeto. El lazo social es lingüístico, pero no está hecho de una única fibra. Es un campo donde se entrecruzan un número indeterminado de juegos que obedecen a reglas diferentes. Wittgenstein escribe: “Se puede considerar nuestro lenguaje como una vieja ciudad: un laberinto de callejas y de plazuelas, casas nuevas y viejas, y casas ampliadas en épocas recientes, y rodeadas de bastantes barrios nuevos, de calles rectilíneas bordeadas de casas uniformes? Y para demostrar que el principio de unitotalidad, o la síntesis bajo la autoridad de un metadiscurso de saber, es inaplicable, hace sufrir a la ‘ciudad’ del lenguaje la vieja paradoja del sorites, preguntando: ¿A partir de cuántas casas o calles una ciudad empieza a ser ciudad?” (Lyotard, 1993: 77).

En esta falta de sentido se cae en un laberinto de signos. Pienso que nuestro destino de hombres no empezó tanto con la expulsión del paraíso sino con el nacimiento del lenguaje... cuando no prestamos atención a las palabras, último reducto para asirnos a la realidad, cuando los muertos de San Juan o los del 68 se cuentan en la versión oficial con las manos, entonces estamos perdidos, como si filtros y filtros se interpusieran entre nosotros y la realidad nombrada. Escindidos, cada vez más separados de nosotros mismos... La existencia del hombre se cifra en mentiras, en convenciones, pero las convenciones nos asfixian y nos separan más de la tierra. En todo caso la gente debería tener la opción de elegir la mentira que le conviniera. Como yo, que he escogido el paraíso de las palabras (C. Rivera, 1999).

Ante este panorama, el hombre busca la valoración de una tradición que anude valores y principios que atañen al ser social. No obstante la vuelta es “ambigua”. El ámbito de la realidad vive la caída de los metarrelatos; la deshumanización que crea nuevos símbolos, que al ser descontextualizados, sufren de una muerte anodina y se vuelven más vacíos. Se reconoce la forma, el objeto, pero no se puede acceder fácilmente al significado. El hombre está aprisionado en un mundo que juega con significantes y significados. Los signos se convierten en seudo significantes de significados que la propia sociedad construye y de construye. No hay una verdad absoluta, todo se vuelve mercancía informacional, objeto de consumo, que se revierte en signos y símbolos aferrados a un efímero presente, en donde se debate la dialéctica del acontecimiento y del sentido.

Pero los signos, son el espacio vital, que construyen lo que posiblemente será nuestra marca distintiva, la instantaneidad. La vida es tan breve que no vale la pena detenerse. Por ello, el presente se vive con una actitud de indiferencia y de agnosticismo. Circunstancia que favorece la imposición del criterio de operatividad, lo que hunde al hombre en un vacío existencial, que propicia el mercado de bienes culturales y tecnología comunicacional ajenas al sentido más profundo de la existencia. La gran meta narrativa filosófica fundada por Platón pertenece, como afirmó Nietzsche, a la genealogía de las formas de dominación, no a una historia epistemológica del progreso del conocimiento (Frisby, 1992:285).

El fenómeno por tanto puede verse –como dice Schumacher– desde una triple dimensión:
a) Epistemológica: la disolución de la verdad en el texto o, lo que es lo mismo, la negación de la realidad. Aspecto en el que han insistido Barthes y Derrida.
b) Antropológica: la disolución de lo consciente en lo inconsciente, y la negación de la persona en un indefinido número de máscaras. (Deleuze y Foucault).
c) Política: la disolución de la política en simulacro y la democracia en dictadura. (Baudrillard y Lyotard).
El panorama es incierto y desconcertante, el fenómeno posmoderno contempla el desconsuelo de la masificación y la ausencia de perspectiva histórica. Lo que implica un tono de desesperanza, donde el sujeto se desvanece en un pragmatismo exacerbado.

Perspectivas de nuestro existir

La búsqueda de un nuevo orden mundial, que tuvo como secuela a largo plazo la Guerra Fría concluida en 1982, y el subsecuente desmoronamiento del bloque socialista, que, a su vez, propiciaron el desarrollo de la idea de “aldea global”, determinó la desterritorialización y la instantaneidad. Un mundo globalizado, donde más que hablar de nacionalidad, se habla de transnacionalidad, y –mejor aún– multinacionalidad. Se trata pues, de una sociedad donde lo que importa son los intereses económicos que dominan el mercado. La cultura hegemónica, en cuyo horizonte aparece el fin de la ética y la disolución de la política en un simulacro.

El hombre acepta entonces, que hay un mercado publicitario que produce una información manipuladora, no dialógica, en la que habita el rechazo, y el historicismo. La historia no es la Gran Historia, sino un proceso donde incide lo regional con lo nacional y lo universal, y en el cual todos participamos. La importancia de estos factores en los procesos de codificación y de lectura de las representaciones icónicas, es una nueva actitud de solipsismo que propicia la desintegración del hombre y consecuentemente de la sociedad.

Nos enfrentamos a una época que proclama la razón como el modo de acceder al saber. Pero a la vez, es la razón sintetizadora que se expresa por medio del lenguaje. Conjunto de signos polisémicos, donde la frontera entre la imagen mimética y la imagen simbólica aunque frágil, y sometida a los imperativos de cada contexto cultural, busca un sentido, una razón de ser, existir. Es el hombre que va en camino hacia la búsqueda de la experiencia ancestral; el lugar del logos, donde se encuentra el extravío del caminar que lo ha conducido a la ruta del poder, que es el odio, “la tierra totalmente ilustrada que resplandece bajo el signo de una desgracia triunfal”, como lo dijera Theodoro W. Adorno.

En ese vértigo de abismo, el imperativo interior es retomar el andar. Caminar la ruta transmutada, identificable con el humanismo. La que nos exige pensar en la necesidad de actuar como ciudadanos comprometidos con nuestro tiempo: hombres dispuestos a firmar acuerdos donde las ideas de libertad y democracia formen parte de conceptos filosóficos y jurídicos comunes, para reforzar una situación política que culmine en procesos de paz. El ahora nos impele a crear nuevas relaciones basadas no en la mera producción o construcción de sistemas que constituirían otras fases de la producción, sino vivir conforme a lo que los griegos llamaron el hecho primordial y fundamental de la cultura, el hombre.

Oportuno es señalar que si el hombre cae únicamente bajo el dominio del conocimiento envuelto únicamente en la ciencia, la tecnología y la cibernética, se produce el vacío existencial que sólo puede ser colmado con procesos enmarcados en una dimensión que apela al encuentro. El respeto los derechos humanos, tiene un costo e impone un compromiso personal, recuperar la postura humanista, que conlleva los signos de la paz y la justicia.

Bibliografía

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