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Sociedad exigente para otorgar el perdón
Juan Domínguez

23 Febrero 2010

No está fácil conseguir el perdón en la sociedad actual. Y si no, que se lo pregunten a Tiger Woods, el deportista mejor pagado del mundo. En su primera aparición pública tras la revelación de sus infidelidades matrimoniales, el golfista ha tenido que reconocer ante un grupo de sus íntimos y ante las cámaras de televisión sus yerros y su deseo de cambiar.

En su declaración no ha faltado ninguno de los tradicionales elementos de la penitencia. Reconocimiento de sus fallos. “Fui infiel. Engañé. Me dejé llevar por las tentaciones”. Arrepentimiento: “Tengo que enmendarme y no repetir los errores”. Petición de perdón: a su familia, a sus patrocinadores, a su fundación, a los jóvenes que le admiran... Penitencia: empezó una terapia hace 45 días, en un centro cerrado, y que regresaba ese mismo día. Una declaración leída en 13 minutos y medio, con la mayor sobriedad y con el deseo de reconciliarse con el público.

¿Quién dijo que la confesión estaba en desuso? Lo que ocurre es que en la era de la comunicación de masas, la confesión es cara al público. De la reserva del confesonario, hemos pasado al plató, donde las celebrities pilladas en falta y los desconocidos ansiosos de notoriedad desnudan su intimidad.

Si se quiere empezar una nueva vida, no hay nada mejor que una confesión general, estilo Tiger Woods, en busca del perdón de la audiencia. Sin ocultar nada. Sin excusas. Pues el público es tan propicio a endiosar al ídolo, como a condenarlo sin contemplaciones cuando revela sus fragilidades y cae del pedestal.

La petición de perdón en nuestra era no se exige solo para las faltas intencionadas. También en estos días el presidente de Toyota –el mayor fabricante de coches del mundo– está presentando sus excusas por los fallos en el acelerador del Lexus, lo que le ha obligado a llamar a revisión a nueve millones de vehículos.

Toyota tiene que ofrecer soluciones a los clientes, pero también pedir perdón por los errores humanos en la gestión de la crisis. Se investiga si se subestimaron los fallos y si se ocultaron por algún tiempo. El presidente, Akio Toyoda, ha ofrecido ya sus excusas ante las cámaras de televisión, pero se le reprocha que el gesto con el que pidió disculpas no fue suficiente. Por lo visto, en el ritual japonés hay distintos grados de arrepentimiento, según que la inclinación del arrepentido sea de 25º, 45º ó 90º y según los segundos que dure.

Polvo y ceniza

Ante ejercicios de humillación tan estrictos, es inevitable recordar la sencillez del sacramento de la Confesión en la Iglesia católica, tan privado y misericordioso. Precisamente, la Iglesia acaba de entrar en la Cuaresma, un tiempo de conversión. “Recuerda que eres polvo, y al polvo volverás”, es el mensaje del Miércoles de Ceniza, advertencia que viene bien tanto si uno es Tiger Woods como si es el que le lleva los palos de golf. Benedicto XVI, hablando en el Miércoles de Ceniza de la llamada a la conversión, ha dicho que “conversión es ir contracorriente, donde la ‘corriente’ es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal o en todo caso prisioneros de la mediocridad moral”. Esa mediocridad que en la vida pública se manifiesta en fenómenos como la corrupción, la intolerancia del adversario, la avidez de ganancias, y otros fenómenos que están en el origen de crisis sociales y personales, y ante los que con razón se exige un cambio profundo.

La ventaja de la conversión en la Iglesia católica es que no es una mera cuestión de carácter y voluntad, sino que cuenta con la ayuda de quien puede hacer posible lo difícil. “La conversión –sigue diciendo Benedicto XVI– no es una simple decisión moral, para rectificar nuestra conducta de vida, sino que es una decisión de fe, que nos implica enteramente en la comunión intima con la persona viva y concreta de Jesús. Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas o de alguna forma solo cercanas, sino que expresan la misma realidad”.

Obtener el perdón de los pecados en el sacramento de la Penitencia requiere también humildad, aunque no tanta humillación como para confesarse ante las cámaras y reclamar el perdón de la audiencia. El perdón de Dios es siempre más fácil. No solo porque es más generoso, sino también porque tiene una idea más elevada del hombre. “El hombre es polvo y al polvo volverá –dice Benedicto XVI–, pero es polvo precioso ante los ojos de Dios, porque Dios ha creado al hombre destinándolo a la inmortalidad”. En cambio, si pensamos que el hombre está destinado, en el más triunfador de los casos, a la celebridad, es fácil arrastrarlo por el polvo cuando el ídolo ha caído.

Lo que se ha visto estos días es que en situaciones de crisis, ya sean de un famoso, de una empresa o de cualquiera que siente el agobio de la culpa, el reconocimiento de la verdad y la petición de perdón es lo más útil para volver a empezar.

Fuente: Aceprensa