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¿La moda es un arte?

Firmado por: Ana Sánchez de la Nieta

La búsqueda de la belleza en la moda hace que el trabajo de diseñador se aproxime mucho al trabajo del artista.

Como éste, el costurero necesita de inspiración para crear, para confeccionar sus colecciones. Hay algunos diseñadores que se inspiran en una determinada época histórica (de ahí que surjan los famosos revival que recuperan vestimentas del pasado actualizándolas a la actualidad), en una gama de colores o bien, en determinados tejidos.
La moda es un arte; algunos vestidos de alta costura (haute couture, como se le conoce en el medio) no tienen nada que envidiar a objetos lujosos como joyas o relojes de oro.

El mérito de la moda como arte es que, en palabras del filósofo Manuel Fontán de Junco, “consigue establecer un puente entre la belleza y la vida. La moda es un arte que usa, que se lleva a la calle y es un arte a la que todos tenemos acceso”. Y, fundamentalmente, es un arte humana. Un arte hecha por y para el hombre. El diseñador no viste muros ni palos, viste personas, con todo lo que esto implica. Por esto, la moda no sólo es sólo una realidad estética, también tiene un carácter ético. El diseñador no puede olvidar la dignidad de la persona al culminar sus creaciones. La ropa tiene que servir para fomentar la dignidad humana; por esto, las críticas que objetan a la moda el hecho de ver a la persona como objeto tienen sentido.

Últimamente la pasarelas se ven inundadas por una moda extravagante que, apoyándose en las transparencias, escotes y cortes apretados e hiper-ajustados, más que vestir, desnudan a la persona. Son muchos los que ven en este tipo de moda un retroceso en la conquista de la igualdad: la moda femenina está llena de elementos que en la moda masculina no tienen lugar. Algunas pasarelas convierten a la mujer en un objeto, en un bello animal que se muestra para agradar.

Si bien se ha proclamado el fin del machismo, estas pasarelas se convierten en reductos en los cuales persiste la visión de la mujer como un objeto sexual. Estos mismos reductos se manifiestan en la diferencia de vestir al hombre y a la mujer; en el varón se apuesta por la elegancia y el buen gusto; en la mujer se apuesta por la sensualidad. En tanto algunos protestan enérgicamente contra esta forma de entender la moda, ya que la consideran como una forma de rebajar la dignidad humana –sobretodo de la mujer–, otros alegan que el desnudo puede ser artístico y que una mujer medio desnuda en la pasarela no tiene que ser necesariamente inmoral: que las transparencias y los escotes son medios para que la belleza se haga patente.

Ante este dilema surgen alguna preguntas: ¿cuál es la verdadera apreciación de esta moda actual? ¿Es exagerado criticar estas tendencias? ¿Son estas críticas signos de un puritanismo ya rezagado? ¿Existe una ética en el vestir? ¿Y una del desnudo?

La ética del desnudo, el tema de la desnudez en la moda, como en las demás artes, no es simplemente una realidad a abordar sobre el punto de vista estético. No se trata de dictaminar si el desnudo es bello o no. El cuerpo es algo íntimamente ligado a la persona humana; por tanto, no podemos tratarlo como una realidad objetiva separada de su sentido más amplio. El cuerpo es manifestación del individuo, del alma del hombre.

Cuando preguntamos cómo es cierta persona, generalmente comenzamos por describir su cuerpo: si es alto o bajo, rubio o moreno, gordo o delgado. El resto de las cualidades espirituales (la inteligencia, el modo de ser, carácter, etc.) se relacionan directa o indirectamente con las características corporales. Se entiende, por tanto, que siendo el cuerpo parte de la persona, no puede desligarse de la ética. Además de ser parte del individuo, el cuerpo tiene un significado profundo en cuanto a la comunicación entre las personas. El cuerpo humano, el desnudo del cuerpo humano en toda la extensión de su masculinidad o su feminidad, tiene un significado de regalo de persona a persona. Si reconocemos este carácter de regalo del cuerpo, entenderemos bien su sentido interpersonal.

El cuerpo se revela como un don que, por sí, espera respuesta de una donación.  Con los ojos, los gestos, las manos o las palabras comunicamos, pero esta comunicación alcanza su cúlmen cuando es el cuerpo, en toda su desnudez, el que se muestra. Es la persona quien, a través de su cuerpo, escoge darse, entregarse a otra persona que, conciente de la donación, decide responder igual forma entregándose. En esta comunicación, por tanto, el cuerpo es  el medio por el cual se entrega la totalidad de la persona. Por eso, cuando el cuerpo sale de esta esfera personal, a la que pertenece, y se convierte en propiedad pública corre el riesgo de perder su dignidad. En el mismo tema del arte, el hecho de que el cuerpo humano se convierta en objeto de consumo arroja interrogaciones éticas; ya que, al mostrarse al público su donación queda amenazada, en el sentido de poder convertirse en materia abuso. Ya no se entrega en su totalidad a una persona sino que se entrega a un receptor anónimo o desconocido y la respuesta puede ser inexistente o imprevista. El diseñador tiene que considerar todos estos dilemas para respetar ciertos límites éticos.

Cuando yo muestro una modelo semidesnuda en una pasarela estoy haciendo que esa persona ofrezca su cuerpo como regalo del que muchos se apropiarán. Esto se manifiesta en la reacción de la gente ante una prenda transparente. Yo puedo asistir a un desfile de modas y contemplar estéticamente los cuerpos de los modelos o puedo apropiarme de ellos y abusar con mi imaginación. Esto es cierto, al menos en parte: tenemos que distinguir el “mirar para desear” del “mirar estético”. Todos tenemos la experiencia de que es difícil el mirar estético delante de un cuerpo, especialmente cuando es del sexo opuesto, precisamente por lo que dije antes: un cuerpo no es una realidad objetiva sin más, sino que lleva impreso el sentido de donación. No sentimos lo mismo al contemplar un paisaje, ya que el cuerpo humano tiene un significado más profundo que la del paisaje.

De todas maneras, esta visión del cuerpo es diferente conforme a las artes; en la pintura y en la escultura el cuerpo se transfigura debido a un conjunto de técnicas. En el cine, la fotografía o la propia moda, el cuerpo se muestra como es y no es un reflejo sino una reproducción. Por eso, es más difícil conservar el mirar estético ante una fotografía o un modelo semidesnudo que ante una escultura o un cuadro. De hecho, los comentarios soeces que puede arrojar un anuncio publicitario difícilmente se pueden escuchar al contemplar la Venus de Milo.

Más allá de estas consideraciones, el hecho de desnudarse o descubrir ciertas partes del cuerpo va contra la naturaleza del vestuario y, sobretodo, de la propia persona, porque una de las funciones del vestir es cubrir mi intimidad. Yo oculto algo y doy a entender con esto que guardo en mí algo de misterio: mi intimidad. Como decía el filósofo Ricardo Yepes “el hombre se viste para proteger su indigencia corporal del medio exterior, pero también para declarar que la intimidad no está disponible para cualquiera, así como así. El nudismo no es natural porque no es natural renunciar a la intimidad”.

Hay una relación entre intimidad personal y corporal. Las dos van a la par, porque la persona es cuerpo y espíritu. Como la persona es indisociablemente corporal, para crear un espacio de intimidad espiritual, de riqueza interior, se debe crear un ámbito de intimidad personal. Por eso, una de las fórmulas para conseguir se destruya la dignidad es hacer que pierda la intimidad, en primer lugar, corporal. Toda persona que quiera mostrar la intimidad de su cuerpo (sin el carácter de donación) debe violentarse a sí misma para destruir esa defensa del pudor que todos llevamos dentro de nosotros.